
El misterio del olor corporal: cómo se formó la reacción de asco en las personas
Una litografía de 1909 muestra a una mujer preparándose un baño. Por aquella época, la presión social para mantener la higiene y limitar el olor corporal aumentaba en Estados Unidos, lo que dio origen a una lucrativa industria del cuidado personal.
¿Por qué es tan importante oler bien? En los últimos siglos, una confluencia de factores, incluida la aceptación generalizada de la teoría de los gérmenes, el aumento de la densidad urbana y el auge de la cultura corporativa, generó una mayor conciencia y desdén por el olor y otras características humanas normales.
Antiguamente reservados principalmente a la clase alta, la perfumería corporal y otros hábitos de aseo se convirtieron en algo casi omnipresente en el mundo occidental moderno. Hoy en día, la industria de la higiene personal vale más de medio billón de dólares, y sigue creciendo.
Si bien un olor corporal inusualmente intenso o cambiante puede ser señal de problemas de salud, también es parte natural de la biología humana, según Johan Lundström, profesor de psicología y experto en quimiosensorialidad del Instituto Karolinska de Suecia. Los olores pueden variar en intensidad y naturaleza, dependiendo de diversos factores, como las condiciones ambientales, las bacterias que viven en la piel, así como la genética, la dieta y la salud, asegura.
Entonces, ¿de dónde provienen los estándares de olor corporal? Los expertos rastrean la evolución de los rituales de aseo personal modernos y lo que estas prácticas dicen de las personas.
Por qué el olor corporal se asocia con la clase social
Los humanos experimentaron con fragancias durante milenios: desde los espesos ungüentos del antiguo Egipto hasta las costosas esencias del Imperio Romano.
“En el pasado, la gente entendía que el aroma (como el perfume, el vinagre, el incienso, el humo) expulsaba olores peligrosos (como la peste, las sustancias en descomposición, el gas de los pantanos)”, afirma Kathleen Brown, historiadora de género y raza de la Universidad de Pensilvania, en Estados Unidos. Incluso cuando “las personas tomaban medidas para oler mejor”, añade, seguían “esperando que otros humanos olieran un poco”.
En el siglo XVII, se dedicaba mucho más esfuerzo y atención a la limpieza de la ropa que al cuerpo, según Brown. Un francés de clase alta podría haberse distinguido con camisas blancas de lino, que se lavaban y cambiaban con frecuencia. Pero, añade, se bañaba con poca frecuencia y no juzgaba a un trabajador de clase baja por estar sucio o mal oliente.
“Los aristócratas sucios y mugrientos eran la norma”, indica Katherine Ashenburg, autora de The Dirt on Clean: An Unsanitized History.
(Lee más: Cuál es la ciudad con la mayor contaminación atmosférica del mundo y qué sucede en Latinoamérica)
La percepción del olor cambió rápidamente. En los siglos XVIII y XIX, el baño se volvió más común, forjando una nueva asociación entre el olor corporal y aspectos negativos, como la pobreza y la enfermedad. “A medida que las personas con mayor nivel educativo de las clases altas comenzaron a lavarse, se dieron cuenta de que las clases trabajadoras y sus sirvientes olían mal”, dice Ashenburg.
Un baño y un cuidado corporal más diligentes se convirtieron en una forma para la élite de reforzar su estatus. “Ahora nos parece muy extraño, pero pensar que los pobres olían mal era un prejuicio relativamente nuevo”, añade.
(Te puede interesar: Impactante hallazgo en la Patagonia revela un cocodrilo carnívoro con dientes como los del T. rex)
El auge de instituciones públicas como escuelas, asilos, hospitales y oficinas también contribuyó a una estética más higiénica, señala Brown. En el siglo XIX, las personas desarrollaron una mayor conciencia del olfato y de la preocupación por la salud, especialmente en espacios concurridos.
Estos temores surgieron en parte de la creencia generalizada sobre los peligros de los malos olores. Originalmente, se creía que los malos olores contenían agentes patógenos, según Virginia Smith, historiadora y autora de Clean: A History of Personal Hygiene and Purity. La llamada “teoría del miasma”, vigente hasta finales del siglo XIX, sostenía que enfermedades como el cólera y la peste se debían a la inhalación de vapores nocivos.
En las décadas siguientes, la teoría de los gérmenes como causa de enfermedades finalmente reemplazó a la teoría de los miasmas, aunque persistieron las preocupaciones sobre la limpieza y las asociaciones negativas con el olor. A medida que las poblaciones inmigrantes, sobre todo en EE. UU., crecieron y el acceso a las tuberías interiores se hizo más accesible, las autoridades sanitarias comenzaron a construir y promover baños públicos para el saneamiento colectivo.
Cómo la presión social sobre la limpieza creó negocios florecientes
Lavar y desodorizar ya no era solo cosa de la élite; se estaban convirtiendo rápidamente en estándares de limpieza para una sociedad más amplia. Brown describe un creciente deseo entre “aquellos con mayor acceso a agua potable, ropa limpia, educación y empleos administrativos” de distinguirse de la “apariencia física y los olores de los trabajadores manuales”.
A principios del siglo XX, estos cambios culturales comenzaron a cruzarse con los intereses corporativos. Una estrategia publicitaria creada en Estados Unidos, llamada “texto susurrante”, intimidaba sutilmente a la gente para que comprara productos que prometían no solo enmascarar los olores, sino incluso prevenirlos.
(Conoce más: La Antártida alguna vez fue verde y hoy tiene lagos de lava: 6 curiosidades sorprendentes del continente helado)
Los anunciantes “se aprovecharon de estas inquietudes sobre el olor, la respetabilidad, la apariencia y la posición social para vender jabón corporal, detergente para ropa, pociones antibacterianas, etc.”, comenta Brown.
Una empresa británica de jabón, por ejemplo, popularizó el término “olor corporal”, publicitando su jabón como un antídoto. Odorono (un juego de palabras en inglés para: ¡Olor! ¡Oh, no!), uno de los primeros fabricantes de antitranspirantes, advertía a las mujeres que ahuyentarían a sus posibles parejas con un olor indeseado en las axilas y prometía mantenerlas con un olor “dulce”.
El aliento y el vello corporal también se convirtieron en motivo de preocupación. En Estados Unidos, las faldas cortas, las medias transparentes y la ropa deportiva y de ocio holgada se popularizaron, revelando partes del cuerpo femenino que antes permanecían ocultas y generando interés en la depilación. Al igual que con el olor corporal, la publicidad de la década de 1930 intentaba “hacer que las mujeres se sintieran fatal por el vello en las piernas”, afirma Ashenburg.
Desde la explosión de la innovación en las máquinas de afeitar hasta la demonización del mal aliento por parte de las marcas de enjuague bucal, la década de 1950 en Estados Unidos marcó lo que Smith describe como “un punto culminante de la ideología de la higiene”.
Según Brown, la publicidad funcionó. Las madres y esposas se convirtieron rápidamente en instrumentos de la codificación de sus propios “estándares de cuidado corporal difíciles de alcanzar para los miembros de sus hogares”.
Cómo son las prácticas de higiene en el mundo actual
La intolerancia al vello y al olor corporal es alta en Estados Unidos, lo que Smith atribuye a la historia de la nación como joven, innovadora y socialmente competitiva. “Estados Unidos inventó el antitranspirante en roll-on, el blanqueamiento dental, el raspado lingual y la odontología cosmética”, enumera.
Desde entonces, afeitarse y desodorizarse se volvieron casi universales en Europa, aunque las tendencias tardaron más en consolidarse en el extranjero, detalla Ashenburg. Gracias a un marketing inteligente y a la amplia exportación de productos, las rutinas de higiene personal son “probablemente menos diferenciadas culturalmente ahora que nunca”, añade. Sin embargo, los expertos argumentan que sigue existiendo cierta variación, sobre todo entre las zonas rurales y urbanas.
“Creo que cuanto más metropolitana y corporativa es una comunidad, mayor es el esfuerzo por distanciarnos de lo que algunos podrían percibir como una especie de cuerpo animal y carnal”, sostiene Brown. La proliferación de la cultura corporativa, con sus estándares estéticos relativamente rígidos, convirtió las áreas metropolitanas en lo que ella llama “centros de extrema disciplina corporal”.
Si bien la repugnancia hacia el olor corporal es una respuesta natural, Lundström considera que la intolerancia severa es, en gran medida, producto del condicionamiento social moderno. “Una de las peores cosas que uno puede ser en sociedad es oler mal”, indica. “Existe un gran estigma en torno a ello”.
