
Para salvar a los jaguares, actúa como un jaguar
En el remoto Darién Gap de Panamá, los investigadores se preparan para colocar un collar de rastreo a un jaguar cautivo. Un explorador de National Geographic lidera un equipo que utiliza collares y cámaras trampa para seguir los movimientos de este escurridizo felino, con el objetivo final de salvar a esta especie en peligro de extinción. La inaccesible región alberga un parque nacional virgen, pero también es un refugio para actividades ilegales, como el tráfico de migrantes que realizan la peligrosa travesía hacia la frontera con Estados Unidos.
Lo que comenzó como un tranquilo paseo por la selva tropical se ha convertido en una agotadora caminata a medida que el terreno se vuelve más accidentado y escarpado. A veces, la densidad de la selva nos ciega casi por completo, pero algunas ventanas en la impenetrable vegetación nos permiten ver el horizonte.
Seguimos a los miembros de la tribu indígena Emberá mientras nos abrimos paso a través del Tapón del Darién. Situada en el extremo sur de Panamá, es una región aislada, virgen y famosa por el contrabando de drogas y personas, que se ha vuelto tan intenso que las autoridades estadounidenses están considerando enviar tropas allí.


Científicos, estudiantes, agricultores, indígenas y voluntarios de la Fundación Yaguará Panamá revisan las trampas para patas situadas en los límites del parque nacional. El equipo supervisa las señales de las trampas cada dos horas para garantizar que los jaguares pasen el menor tiempo posible en ellas, diseñadas para que no sufran ningún daño. A los jaguares capturados se les colocan collares y se les libera.
En el Parque Nacional Darién, Cerro Pirre —el nombre de esta cordillera— fue en su día un yacimiento minero para los españoles, que descubrieron oro aquí en 1665. Hoy en día, el parque es el área protegida más grande de Panamá y el hábitat del jaguar y de innumerables especies más. El explorador de National Geographic Ricardo Moreno dirigió una expedición para colocar cámaras trampa en la zona.
Como parte de un proyecto con la Fundación Yaguará Panamá, los emberá forman parte de una serie de comunidades locales dedicadas a proteger al emblemático felino de su entorno: el jaguar.
"Estos felinos mueren más rápido de lo que se reproducen", afirma Ricardo Moreno, explorador de National Geographic, que dirige la fundación y esta expedición para instalar 74 cámaras trampa alrededor del Parque Nacional Darién. "En las orillas del Canal de Panamá, por ejemplo, está a punto de alcanzar la extinción local”.
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Con menos de mil ejemplares en Panamá, esta especie en peligro de extinción podría desaparecer aquí en 50 años. Panthera onca puede estar en la cima de la cadena alimentaria, pero ha sido eliminada de la mitad de su área de distribución histórica, un amplio arco que va desde el norte de México hasta Argentina. En los últimos 20 años, se ha perdido hasta un 25 % de la población adulta de jaguares; quedan menos de 30 000 en estado salvaje en América.
Los jaguares han sido víctimas del comercio de mascotas y la caza furtiva —por sus pieles, colmillos y garras— y su hábitat se ha visto especialmente afectado por la invasión del desarrollo, así como por la tala de tierras para la agricultura y el pastoreo. En Panamá, se ha perdido más del 40 % desde mediados del siglo XX. Esto ha obligado a los jaguares a cazar ganado en granjas cercanas a los bosques, lo que ha provocado conflictos con los seres humanos, una situación difícil para los grandes felinos de todo el mundo.

Los investigadores trasladan a un jaguar sedado a una zona abierta para colocarle un collar de rastreo e inspeccionar de cerca. Le cubren los ojos para ayudarle a mantenerse tranquilo. El equipo guiará al jaguar de vuelta al bosque y esperará a que se despierte por completo. Los collares se utilizan desde 2019 y se suman a los datos proporcionados por más de 1900 cámaras trampa instaladas en el país.
Los animales suelen ser cazados como represalia por la depredación. "Hemos registrado 381 muertes entre 1989 y 2022, aunque podrían ser hasta 700, y alrededor del 96 % están relacionadas con conflictos con el ganado", afirma Moreno. "Esto significa entre 20 y 40 muertes de jaguares cada año".
Con más de 1900 cámaras trampa colocadas en el país durante la última década (y cada vez más collares con GPS), el equipo de Yaguará estudiará a su escurridizo sujeto y comprenderá mejor su número, área de distribución, patrones de migración y dónde podría entrar en contacto con el ganado. Los datos ayudarán a centrar las estrategias de conservación y gestión para los agricultores y ganaderos.
"Nuestra prioridad es hacer ciencia con la gente”, afirma Moreno. En última instancia, “la conservación recae en la comunidad. Son ellos quienes continuarán con este proyecto a largo plazo, por lo que debemos ser percibidos como una presencia positiva en sus vidas para desmitificar al jaguar y convertirlo en un aliado, como controlador de especies que se alimentan de cultivos, como caimanes, capibaras, ciervos, jabalíes y pacas. Al fin y al cabo, si ayudamos a las personas, ayudamos al jaguar".
Cuidando la brecha
Panamá forma parte del Corredor Biológico Mesoamericano, que recorre todo el istmo centroamericano, un puente natural que une las poblaciones continentales de jaguares y otras innumerables especies, promoviendo el flujo genético.
Con una extensión de más de 16 mil kilómetros cuadrados a ambos lados de la frontera entre Colombia y Panamá, el Tapón del Darién es una pieza crucial del corredor y es famoso por ser inexpugnable. Aquí, la Carretera Panamericana se detiene en seco, lo que da lugar a la “brecha” en la ruta terrestre.
Esa inaccesibilidad también ha fomentado un territorio sin ley plagado de tráfico de armas, vida silvestre, drogas y un número cada vez mayor de migrantes que se dirigen a la frontera con Estados Unidos.
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Los migrantes se desplazan por otra parte del país, por lo que “no han afectado directamente a la población local de jaguares ni a nuestro proyecto", afirma Moreno. "Los hemos encontrado al entrar o salir de Darién, y hemos sido testigos del sufrimiento físico y emocional que padecen. Por eso siempre intentamos llevarles ropa o provisiones”.
La zona también atrae la tala y la minería ilegales. Según el Ministerio de Medio Ambiente de Panamá, aquí es donde se produce la mayor parte de la deforestación ilegal del país: entre 2012 y 2019 se perdieron más de 80 millas cuadradas.
Sin embargo, también alberga el Parque Nacional Darién, donde se centran los esfuerzos de Moreno. Con 2200 millas cuadradas, es el área protegida más grande del país, una selva intacta, casi jurásica.
Tanto para los emberá como para los guna, las principales culturas indígenas de la región, el místico jaguar es el guardián de esos bosques. "Al protegerlo, rescatamos la espiritualidad del bosque y, a su vez, el sentido de pertenencia", afirma Leonardo Bustamante, un guardaparques emberá que nos acompaña en la excursión.


El perezoso, una especie emblemática de América Central, habita en las selvas tropicales del Tapón del Darién. Al igual que el jaguar, su presencia es un indicador de la salud del ecosistema, pero también es víctima del tráfico para el comercio de mascotas.
Moreno y un colega examinan el cadáver de una vaca. A medida que su hábitat se fragmenta, los jaguares a menudo se ven obligados a cazar en granjas que bordean los bosques. La pérdida es significativa para los agricultores, que a veces toman represalias matando jaguares. Moreno dirige la Fundación Yaguará Panamá, que emplea estrategias diseñadas para desalentar la depredación, como cercas eléctricas, alarmas con cencerros y corrales nocturnos.
Bajando por la tierra
Después de caminar durante cuatro horas, nos enfrentamos al último tramo hasta la cima del Cerro Pirre, en lo profundo del parque. Mientras observo cómo Moreno y los demás escalan una pared de rocas casi vertical a la que llaman "pecho sucio", me agarro a todo lo que tengo a mi alcance: raíces, troncos de árboles, lianas. A pesar de los anclajes sueltos, las espinas ocultas y los insectos que acechan en cada rincón, coronamos la cima después de una hora de trepar.
Moreno comienza a arrastrarse como un gato por el suelo del bosque, girando de un lado a otro como si estuviera olfateando algo. Recoge heces que reconoce como pertenecientes a un jaguar. De repente, sus misteriosos movimientos cobran sentido: está midiendo una nueva configuración para las cámaras trampa.
Al colocarse como lo haría un jaguar, basándose en la ubicación de las heces, Moreno maximiza las posibilidades de capturar imágenes de ambos lados de un jaguar, para obtener una visión más completa de las rosetas, manchas únicas de cada individuo que se utilizan para su identificación.
"Las muestras fecales revelan la dieta, permitiendo determinar si se trata de fauna silvestre o ganado", dice Moreno, sacudiéndose la tierra de las manos.
Durante la última década, Yaguará ha registrado 73 556 “noches activas” en las cámaras trampa. "No solo ha proporcionado datos exhaustivos sobre los jaguares, sino también sobre otras especies", dice Moreno. Su equipo ha identificado patrones de movimiento, conectividad del hábitat y cifras de población estimadas entre 600 y mil ejemplares.
Junto con el programa de colocación de collares, los datos se utilizarán para realizar un censo nacional de jaguares. México fue el primer país en realizar un recuento preciso de jaguares, y Antonio de la Torre, explorador de National Geographic que participó en ese proyecto, asesora a Yaguará sobre las técnicas de captura para la colocación de collares, empleadas en cinco de los 11 jaguares avistados en granjas ganaderas cercanas.
Mientras tanto, las estrategias de coexistencia entre humanos y fauna silvestre de Yaguará exigen a los ganaderos que adopten medidas como cercas eléctricas, cencerros con alarmas, modificación de la ubicación de los pastos, áreas de maternidad y cría, y corrales nocturnos.
Los fondos para apoyar esos cambios provienen de un consorcio de socios, entre los que se encuentran el Fondo para el Medio Ambiente Mundial, el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los Estados Unidos, la National Geographic Society y la Secretaría de Estado de Ciencia, Tecnología e Innovación.
"Perder un animal es muy lamentable para un ganadero", afirma el ganadero Erasmo De León. "Es el sustento de su familia durante un mes. Y si no entiende al jaguar, le declarará la guerra inmediatamente".
Calcula que cada pérdida tiene un valor de entre 700 y 800 dólares. "Y hay vecinos que han sufrido más de 40 depredaciones", afirma.


Ivonne Cassaigne, veterinaria especializada en fauna silvestre y exploradora de National Geographic, supervisa los canales de radio con una antena para comprobar si se ha activado alguna trampa para animales. Las patrullas se realizan cada dos horas, desde el amanecer hasta el anochecer. Yaguará lleva a cabo expediciones de dos meses cada año a lo largo de los límites del parque para comprender mejor cómo los jaguares entran en contacto con las granjas vecinas.
Moreno mide una huella reciente de un jaguar que merodea cerca de granjas ganaderas.

Los investigadores controlan los niveles de oxígeno, la frecuencia cardíaca y la temperatura de un jaguar en cautividad. Le colocan un collar, miden al animal —al que han bautizado como Su— y le extraen muestras de sangre para estudiar su variabilidad genética antes de liberarlo.
“Si ayudamos a las personas, ayudamos al jaguar”
A medida que crece el ecoturismo, estos lugareños se benefician al participar en la nueva industria. Erasmo De León y su esposa, Elsie Quintero, ganaderos desde hace más de 20 años, ahora reciben visitantes en su propiedad en Agua Buena de Punuloso, justo a las afueras del parque, y ofrecen recorridos como guías para la observación de aves y el seguimiento de la vida silvestre.
“No hemos tenido ninguna muerte de jaguares en nuestras granjas desde 2017”, dice Quintero. Las estrategias parecen estar funcionando. Han llevado a “comprender la dinámica de nuestro ecosistema”, añade. “Y, sobre todo, a pensar en la gestión sostenible y el turismo como medio de subsistencia para nuestras familias”.
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Ahora forman parte de una misión aún mayor. Ella y De León se han unido a otras cinco granjas en un programa para preservar sus parcelas forestales con el objetivo de ayudar a reconstruir el corredor mesoamericano, fragmentado por el desarrollo. Yaguará espera reclutar otras 14 granjas. La iniciativa se vincula al plan de Panamá de restaurar un millón de hectáreas (2,4 millones de acres) de bosque para 2035.
De vuelta en Cerro Pirre, el personal de campo de Emberá ha montado un campamento y seguirá instalando cámaras durante los próximos días. Gracias a la formación recibida, estos lugareños de aldeas cercanas como Pijibasal forman ahora una red de supervisores para controlar las cámaras trampa. Esto supone unos ingresos adicionales para una comunidad dedicada principalmente a la agricultura.
Moreno y yo regresamos a la entrada del parque. Mientras buscábamos la salida con linternas y los pies hinchados, Moreno reflexionó sobre el proyecto. “Si se une a la gente por un bien común, las cosas pueden salir bien”, afirma, “especialmente cuando las comunidades están empoderadas, formadas y bien equipadas”.
Dos días después de mi partida de Panamá, el equipo confirmó la captura de un jaguar —un avistamiento que se me había escapado— y el éxito del colocamiento del collar. Un par de horas más tarde, se activó una segunda trampa para patas. “Dos en una mañana, debe ser para el Libro Guinness de los Récords”, me dijo Moreno por teléfono.
Las dos hembras de jaguar recorren unos seis kilómetros al día, y una de ellas vuelve al mismo lugar, por lo que los investigadores sospechan que tiene cachorros. Es un germen de esperanza. “Incluso en una zona dominada por los seres humanos y el ganado”, dijo Moreno, “los jaguares siguen reproduciéndose”.
El periodista mexicano Erick Pinedo es un antiguo editor de la edición latinoamericana de National Geographic. El fotógrafo Rikky Azarcoya es explorador de National Geographic.