El cambio climático golpea a esta isla del Ártico: ¿puede la comunidad superarlo?

Desde hielo que desaparece hasta morsas migratorias, las personas nativas de Alaska que viven en Diómedes Menor han presenciado la transformación de su hogar con una velocidad alarmante.

Por Tik Root
FOTOGRAFÍAS DE Juan Herrero
Publicado 17 dic 2018, 18:41 GMT-2
Ed Soolook, veterano retirado del Ejército de los Estados Unidos y nativo de Alaska, busca una ...
Ed Soolook, veterano retirado del Ejército de los Estados Unidos y nativo de Alaska, busca una foca que se sumergió bajo el agua cerca de su casa en Diómedes Menor. Su nieto Bubba se esconde detrás de una roca.
Fotografía de Juan Herrero

Diómedes Menor, Alaska. La casa de Ed Soolook está ubicada en una isla que está tan alejada de lo tropical como es imaginable. Tiene una piel de oso polar a los pies de los escalones de la entrada y, a noventa metros de distancia, las aguas congeladas del Ártico tocan la costa.  Es de público conocimiento que las temperaturas aquí bajan a cuarenta grados bajo cero en invierno. En verano, el promedio es de alrededor de doce grados Celsius. Es un mundo donde cada grado cuenta, y Soolook considera este lento movimiento ascendente de las temperaturas casi cómicamente preocupante.

“Nunca te acostumbras a realmente sentir calor”, dijo al recordar un verano reciente en que las temperaturas golpearon los veinte grados. “¡Santo Cielo! Todos estaban como ‘fiuu’...pronto empezaremos a plantar palmeras”.

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Diómedes Menor, hogar de Soolook, es una isla rocosa, de menos de siete kilómetros cuadrados de superficie, que yace en el medio del Estrecho de Bering fuera de la región noroeste de Alaska. Su hermana mayor, Diómedes Mayor, que tiene aproximadamente cuatro veces su tamaño, se encuentra a solo alrededor de tres kilómetros hacia el oeste. Juntas estas dos islas hermanas han visto más cambio en los últimos cincuenta años que algunas comunidades en siglos.

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    Históricamente, las comunidades de Iñupiat en las islas han estado profundamente entrelazadas. En invierno, el agua se congelaba hasta formar un puente de hielo (a través del cual algunos de los primeros seres humanos podrían haberse trasladado hacia América del Norte) y los residentes caminaban con regularidad entre las islas.

    “Mi abuelo solía cruzar de un lado al otro de las islas todo el tiempo”, dijo Frances Ozenna, el coordinador tribal de Diómedes Menor. La isla Diómedes Menor y la isla Diómedes Mayor estaban unidas, habían compartido costumbres y tradiciones, y sus culturas se fusionaron en una.

    Incluso las distinciones políticas eran ampliamente intrascendentes. Desde 1867, Diómedes Menor ha sido parte de Alaska, y Diómedes Mayor, parte de Rusia. A pesar de que la frontera y la línea internacional de cambio de fecha pasan entre las dos (lo cual genera una diferencia horaria de 23 horas), realmente muy pocos lo notaron. Pero, según Ozenna, “todo eso cambió con la Guerra Fría”.

    En 1948, a medida que el mundo después de la Segunda Guerra Mundial originaba nuevas tensiones, el gobierno ruso decidió evacuar por la fuerza la isla Diómedes Mayor. La población nativa fue trasladada al continente, y la isla se transformó en una base militar. La división se conoció como la “Cortina de Hielo”.

    “Justo cruzando la frontera hay otro país, otro continente, otro día”, mencionó Robert Soolook, el hermano de Ed y presidente tribal de Diómedes Menor. Robert estaba hablando desde el ayuntamiento, donde, a través de la ventana, se puede ver bien la isla Diómedes Mayor.

    La división de la Guerra Fría separó no solo a dos países y a dos islas, sino también a amigos y familias. La comunicación comenzó a ser dispersa; las conexiones, reducidas, y las visitas, muy raras.

    Según Soolook: “Creo que la última vez que salieron fue en el año 91”.

    Este mural en el gimnasio de la Escuela de Diómedes simboliza la relación entre las Islas Diómedes Menor y Diómedes Mayor. Una vez unidas como una sola comunidad, las islas fueron divididas por la fuerza por la Guerra Fría.
    Fotografía de Juan Herrero

    En Diómedes Menor, los aproximadamente cien residentes han tenido durante mucho tiempo la esperanza de que las corrientes políticas volvieran a ser lo que fueron. Y, el verano pasado, después de años de preparación, esas ruedas finalmente comenzaron a moverse. El plan era que los cinco rusos que solían vivir en Diómedes Mayor viajaran a Diómedes Menor. Sin embargo, en lugar de un viaje de tres kilómetros, debieron tomar el camino más largo, un vuelo chárter desde Rusia a Nome y, luego, a la ciudad costera alaskeña de Wales en avión. Desde allí, omitirían un traslado a la isla por helicóptero, que, aparte de los típicos traicioneros cruces marítimos, funciona como la única verdadera conexión desde Diómedes Menor hacia el continente.

    Pero, como suele pasar aquí, la Madre Naturaleza tenía otros planes, y el mal clima puso la reunión en riesgo. “Nunca existe un buen momento para salir”, dijo Robert Soolook, al explicar que la inestabilidad que hay para llegar a la isla les ha enseñado a las personas a no permitir que sus emociones sean demasiado efusivas ni demasiado pocas.

    Ese es el punto crucial de la vida en Diómedes Menor: depende altamente del clima. Es un hecho que ha provocado que los efectos del cambio climático sean aún más relevantes e inmediatos.

    Una isla más cálida

    Las temperaturas en la región Ártica están aumentando a más del doble de la velocidad a medida que están en latitudes más bajas; y Diómedes Menor no es la excepción.

    “Durante los últimos años, hemos notado el cambio del calentamiento global aquí y nos está afectando a nosotros”, mencionó Robert Soolook. Ed agrega que algunos de estos cambios son permanentes. “La tierra, el permahielo se está derritiendo y se está desplazando hacia abajo. Nos deslizamos alrededor de dos a seis centímetros por año”.

     

    El permahielo que se derrite ha causado estragos en partes de Alaska al agrietar cimientos, calles, tuberías e incluso árboles en todo el estado. Pero, para Diómedes Menor, el problema más urgente está alejado de la costa, en el hielo. O, mejor dicho, en la falta de hielo.

    “El cambio climático es realmente verdadero”, mencionó Orville Ahkinga, un anciano de la tribu de Diómedes, al notar que el hielo se forma más tarde y se derrite de manera más temprana que nunca antes (precisamente este febrero, una ola de calor del Ártico causó otro derretimiento de hielo récord en el Estrecho de Bering). Robert Soolook destaca que incluso el hielo que está allí no es tan grueso como solía ser. “Es mucho más delgado cada año”.

    Una consecuencia de este cambio es que la isla ya no tiene una pista de hielo en invierno, que había brindado un acceso significativamente más confiable y frecuente al continente que el vuelo en helicóptero ocasional. También puede generar tormentas más dañinas, señala Brenda Ekwurzel, directora de ciencias climáticas de la Unión de Científicos Preocupados. “Las comunidades están más expuestas”, dijo al explicar que el hielo ayuda a mitigar el clima y el mar turbulentos. Señala que a medida que desaparece, también desaparecen esas defensas. “Las tormentas que solían pasar sobre una región de hielo ahora causarán golpes directos”.

    Nuestra visita fue en verano, cuando el clima en Diómedes Menor es (relativamente) tranquilo. El viento constante y las temperaturas de julio de -40 grados eran buenas condiciones en función de cómo es el clima allí. Y, a mitad del verano, la luz del Ártico se extiende más allá de la medianoche. Para una comunidad cuya subsistencia depende de la caza-recolección, eso significa poco descanso.

    Ozenna trabaja con Robert Soolook en las oficinas de la tribu durante el día y, luego, sale a recolectar verduras de hojas frescas del lado alejado de la isla hasta tarde por la noche. Pero no está sola. Algunos residentes exploran los rincones y las grietas de la isla en busca de huevos de uria. Sin embargo, otros trepan la ladera para abalanzarse sobre los mérgulos que están en el cielo con redes hechas a mano. De todos modos, el premio máximo es la morsa.

    Las morsas nadan por Diómedes Menor en manadas (o flotan si están dormidas). Decenas van a la deriva por vez y observan la línea de la costa en busca de posibles rocas sobre las cuales descansar. Cuando las primeras morsas logran encontrarlas, toda la comunidad se reúne e intenta de manera colectiva llevarlas hacia la costa. (Las comunidades indígenas en Alaska tienen permiso para cazar morsas para su uso personal; y tradicionalmente, cada parte del animal, hasta los nervios, se usa). El gruñido desde lo profundo de la garganta surte efecto y las morsas se dirigen hacia el bloque de concreto en el centro de la ciudad donde aterriza el helicóptero (los lugareños lo denominan helisuperficie).

    Cuando los animales se acercan, los hombres toman sus armas y apuntan. Si le pegan a una morsa, usarán ganchos atados a largas sogas para enlazar a los animales, que pueden pesar más de 900 kg, y así traerlos a la costa. Ed Soolook está entre aquellos que están delante. Al elevar la vista del arma al ojo, lanza el primer disparo. Un intento fallido y la manada se dispersa.

    Este ciclo de subsistencia se repite en Diómedes Menor y un día suele confundirse con el otro. Pero, a lo largo de las semanas y los meses, es difícil ignorar los cambios que suceden aquí, señalan los lugareños.  Las morsas vienen más esporádicamente que antes, la temporada de caza de focas es más corta, y los osos polares son relativamente pocos. En su conjunto, el ecosistema, y por ende, la vida aquí y en las zonas cercanas al Ártico, pareciera estar en proceso de cambio.

    Adolescentes juegan en las afueras del pueblo de Diómedes Menor. De izquierda a derecha: Kenneth Ozenna, Milton Paul y Brendon Ozenna.
    Fotografía de Juan Herrero

    “Muchas comunidades [Árticas] dependen a nivel cultural, nutricional y económico de un sistema de subsistencia estable y verdaderamente sólido”, señaló Todd Brinkman, ecólogo de la Universidad de Alaska Fairbanks. “[Pero] estas típicas señales están fallando. Es un medioambiente cada vez más impredecible”.

    Eso significa que “ya no se puede confiar de manera fidedigna en el conocimiento de los tiempos y del comportamiento de los cambios estacionales desde hace décadas”, indicó Ekwurzel. Pero eso puede llevar a las comunidades tradicionales a un lugar complicado.

    Una reunión al borde de las lágrimas

    El 29 de julio, comienza un bienvenido descanso de la rutina cuando los rusos aterrizan en la helisuperficie, cinco días después de lo programado, frente una multitud de su familia. Protegiéndose del viento de las aspas del helicóptero, los Soolooks abrazan a sus primos y se saludan con gritos imposibles de oír. Los días siguientes están repletos de una cacofonía de canciones y comida. Guiso de morsa fermentado, foca, torta: los trabajos. Dos veces la ciudad de reúne en el gimnasio de la escuela para realizar un tradicional baile: una costumbre que ha trascendido la separación.

    Ahkinga, el anciano de la tribu, actualmente vive en Nome, pero regresó porque no quería perderse las festividades históricas. “Cuanto más visitamos, nos fortalecemos un poco más”, mencionó. “El pueblo nativo se fortalece un poco más”.

    Dicho esto, hay señales de que, en general, las grietas en la tradición podrían en verdad ensancharse, pero no reducirse.

    Una vista de la Isla Diómedes Mayor (Rusia) desde Diómedes Menor, Alaska. En el Estrecho de Bering, las masas continentales están separadas por 2,9 km de agua y la línea internacional de cambio de fecha.
    Fotografía de Juan Herrero

    Crecer hoy en Diómedes Menor es probable que incluya secar pieles o salir a pescar en el hielo. Y la “observación de osos polares” anual para ayudar a mantener segura a la comunidad continúa vigente durante el invierno. Pero, en la actualidad, ser joven aquí también incluye videojuegos, computadoras y DVD. Todas las tardes, la escuela activa su red wi-fi durante un período corto de horas, y los niños de toda la ciudad se reúnen en la plataforma delantera. Amontonados debajo de mantas, toman la única señal de la ciudad.

    Los desafíos son cada vez más difíciles a medida que los niños crecen. Además de un servicio irregular de Internet, la vida aquí también implica oportunidades de empleo limitadas y costos de vida altos. Una botella de detergente de lavandería Tide en la tienda de la isla cuesta 44,15 dólares. En otra góndola, hay una bolsa de dos kilos de sal marina rosa de Himalaya, que un gerente anterior de la tienda había comprado aparentemente para prepararse para el apocalipsis. Ha estado allí durante año, sin que alguien esté dispuesto a pagar el precio de la etiqueta de 32,59 dólares. Diómedes Menor, como muchas comunidades de la América del Norte contemporánea, también ha luchado contra el alcoholismo y el abuso sexual.

    Pero el cambio climático presenta la incógnita más reciente y, quizás, más seria. “Muchas de estas comunidades rurales han experimentado cambios durante miles de años”, dijo Brinkman de la Universidad de Alaska. “Lo que no sabemos es si algunos de estos cambios están realmente empujando a estas comunidades más allá de su límite”.

    La reubicación ya es una posibilidad que otras comunidades de Alaska han tenido que enfrentar. Y Robert Soolook indica que es posible que Diómedes Menor con el tiempo deba considerar. “Estoy seguro de que votaría [a favor de] mudarme”, mencionó Soolook, con respecto al modo en que la generación más joven podría responder con el tiempo ante un clima radicalmente alterado. “Pero como todos los animales o cualquier ser humano que vive en la Tierra, [nosotros] somos seres adaptables”.

     

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