Día Mundial de los Humedales: las imágenes más hermosas de las reservas de turba más grandes de Sudamérica

La fotógrafa Luján Agusti, exploradora de National Geographic, documenta las turberas de Tierra del Fuego (Argentina), un tipo de humedal que impacta por su fragilidad y su magia.

Esta fotografía aérea muestra el Valle de Carbajal en la isla de Tierra del Fuego, ubicada en la parte más austral de Chile y Argentina, donde se encuentra una de las turberas más grandes de la zona. Este tipo de suelo es fundamental para mitigar las inundaciones, mantener el agua potable y almacenar las capturas de carbono de la atmósfera.

Fotografía de Luján Agusti
Por Sarah Gibbens
FOTOGRAFÍAS DE Luján Agusti
Publicado 1 mar 2022, 11:00 GMT-3

En el extremo sur de Sudamérica, en la región conocida como Tierra del Fuego, la cordillera de los Andes y los prístinos lagos azules conforman uno de los destinos más buscados por los turistas que buscan aventuras. Pero ahora, curiosamente, las zonas que están atrayendo mucha atención son los terrenos inundados en la base de estas majestuosas montañas, ya que se consideran una poderosa herramienta medioambiental.

Los ecosistemas de turberas de Tierra del Fuego parecen tranquilos, despojados y silenciosos, pero en realidad, son lugares muy productivos: proveen un hábitat para la vida silvestre y contienen enormes reservas de agua, como así también de carbono.

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Las turberas como estas, ubicadas en las remotas montañas de América del Sur, tienen el potencial de combatir el cambio climático, o de fomentarlo, en caso de que sufran alteraciones. En comparación con todos los demás ecosistemas, estas constituyen las mayores reservas de carbono terrestre.

Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, si bien ocupan solo el 3% de la superficie mundial, estas regiones almacenan más del 30% del carbono global. Se calcula que el 5% de las emisiones mundiales anuales proceden de las turberas drenadas.

A pesar de que en Tierra de Fuego muchos de estos territorios se mantienen vírgenes, no dejan de estar expuestos a una serie de amenazas: potenciales caminos de gran concentración turística; animales invasores como los castores, que cavan hoyos en la turba; y pocas protecciones legales para garantizar que los humanos no alteren estos ecosistemas en el futuro.

Turba de un pantano local en Tierra del Fuego. Varias empresas locales extraen turba para usarla como combustible, fertilizante o absorbente en la industria pesada.

Fotografía de Luján Agusti

Esta muestra de turba se recolectó de un sitio donde una empresa solía extraerla para uso comercial. Además, es muy popular en la horticultura: se utiliza como suelo de siembra fértil y para mitigar los derrames de las operaciones de extracción de petróleo.

Fotografía de Luján Agusti

En la península Mitre, en el extremo sur de Argentina, la bióloga Verónica Pancotto mide la vegetación que crece en una turbera.

 

Fotografía de Luján Agusti

Las reservas de turba más grandes de América del Sur (el 84% de las turberas de Argentina) se encuentran en la península Mitre, Tierra del Fuego. Este año, la legislatura de la mencionada provincia votará una propuesta para proteger 2.400 kilómetros cuadrados de turberas vírgenes en la península.

Como muchos de los humedales del mundo, por ser áreas poco conocidas, es más difícil transmitir que se trata de ecosistemas que deben protegerse. Hace 51 años, se adoptó oficialmente un tratado mundial denominado Convención sobre los humedales para proteger los pantanos, ciénagas, marismas y otros ecosistemas similares. Pero, al contrario del resultado esperado, de 1971 a 2021, se perdieron más humedales.

Este año, el Día Mundial de los Humedales, que conmemoró la convención, se centró en destinar capital financiero, político y humano para salvar estos ecosistemas.

“La gente considera que las turberas son lugares sombríos y horribles. Hay mucho viento y llueve muy seguido, pero si observas la vegetación, te das cuenta de que también son muy hermosos”, dice Renée Kerkvliet-Hermans, experta en turberas del Programa de turberas de la UICN en el Reino Unido.

Una muestra de turba extraída del Valle de Andorra, Tierra del Fuego. Aunque el suelo (por lo general anegado) está seco, se pueden ver capas que se fueron formando a lo largo de cientos de años. La turba se forma muy lentamente, apenas un milímetro por año. Muchas de las turberas del mundo contienen carbono almacenado durante miles de años.

 

Fotografía de Luján Agusti

Se comparan dos muestras de turba; una muestra más reciente tomada cerca de la superficie (arriba) y otra que puede tener unos 10.000 años (abajo), en la que se aprecia material más compacto y mayor descomposición.

Fotografía de Luján Agusti

Turberas: archivos de carbono

Las turberas se van formando muy lentamente y a lo largo de miles de años. Un estudio en Borneo, por ejemplo, reveló que una turbera tenía 47.800 años. Además, se sabe que los humedales pueden preservar registros ecológicos de polen, semillas, cerámica antigua y cuerpos humanos.

Las plantas de las turberas capturan y almacenan grandes cantidades de dióxido de carbono de la atmósfera porque no se llegan a descomponer por completo debido a las condiciones de los humedales.

En un ecosistema seco, como el suelo de un bosque, las plantas muertas que caen al suelo quedan expuestas al oxígeno, las bacterias, los hongos y los insectos que las descomponen, y liberan el carbono y los nutrientes almacenados.

Sin embargo, en las condiciones de anegación de un humedal, el oxígeno y los nutrientes son bajos y la acidez es alta. No se cuenta con los agentes de descomposición que sí existen en los ecosistemas secos, o bien son muy escasos. El material vegetal que no se descompone se hunde hasta el fondo, y se va acumulando año tras año. A medida que crece, el grosor de la turba aumenta, al igual que el carbono almacenado en su interior.

En el transcurso de miles de años, se convierte en un campo de turberas, y durante decenas de millones de años, si se dan las condiciones adecuadas, puede fosilizarse y convertirse en carbón.

El carbón se originó a partir de la turba. Después de un largo periodo de fosilización y compresión, se convirtió en piedra, pero su origen es la turba. Por eso tiene tanto carbono”, dice Jack Rieley, ecólogo de turberas y vicepresidente de la Sociedad Internacional de Turberas.

Así como un árbol almacena carbono en su tronco durante décadas, las turberas contienen densas reservas de carbono. Cuando se degradan, ya sea de forma natural por una sequía prolongada o porque se drenan con fines agrícolas, esas reservas de carbono contenidas se liberan de repente en forma de dióxido de carbono a la atmósfera.

Pueden ser muy efectivas para luchar contra el cambio climático, pero no si las degradamos. Las turberas emiten más carbono del que capturan todos nuestros bosques en el Reino Unido. Es por eso que necesitamos restaurarlas con urgencia”, explica Kerkvliet-Hermans.

Cada vez con más frecuencia, las turberas son consideradas como una poderosa herramienta natural para combatir el cambio climático. Según los ambientalistas, además de gestionar los bosques y mantener los suelos en buenas condiciones, preservarlas y restaurarlas es una de las formas en que podemos mitigar el cambio climático.

La extracción de turba sigue siendo una industria productiva en Tierra del Fuego. Esta máquina muele turba, que luego se coloca en mantas absorbentes que utiliza la industria pesada para absorber el petróleo.

 

Fotografía de Luján Agusti

En 2019, se inició la construcción de una vía denominada Ruta Provincial N° 30 Corredor Beagle. La ruta conectaría la ciudad de Ushuaia con Cabo San Pío, en el punto final de Tierra del Fuego, y se extendería unos 130 kilómetros a lo largo de toda la costa del canal Beagle. La construcción implicaba la tala de árboles y la destrucción de turberas, pero debido a la oposición local, el proyecto se interrumpió.

Fotografía de Luján Agusti

El científico, Julio Escobar, colabora con el trabajo de campo en la turbera Moat. En la foto, se puede observar la construcción de una carretera para la que no se obtuvo aprobación, ni se realizaron los estudios de impacto ambiental correspondientes.

Fotografía de Luján Agusti

¿Qué podemos hacer para preservar las turberas?

A diferencia de los bosques imponentes o los prados pintorescos, la supuesta carencia de encanto de las turberas conlleva que, para conservarlas y restaurarlas, es necesaria una campaña de relaciones públicas.

“Solían ser vistas como tierras baldías. En la década de 1980, la gente todavía creía que había que drenarlas y plantarles árboles para aprovecharlas”, asegura Kerkvliet-Hermans.

Al igual que muchos humedales en todo el mundo, las turberas se han drenado con el fin de generar espacio para actividades con mayor rédito económico, como el pastoreo de ganado o las plantaciones de palma aceitera. En el pasado, se drenaron o quemaron muchas de las turberas de América del Norte y Europa para obtener combustible. Por otro lado, en el sureste de Asia, grandes extensiones de turberas tropicales se deforestaron o drenaron para crear plantaciones comerciales de palmas aceiteras.

Esta destrucción a gran escala ha provocado un aumento de incendios forestales en las regiones de humedales degradados, un fenómeno que antes era muy poco común, pero que hoy afecta gravemente a Indonesia y los países vecinos, año tras año.

El país, que posee más de un tercio de la turba tropical del mundo, hoy está poniendo en marcha un proyecto de 3 a 7 mil millones de dólares para restaurar 2,5 millones de hectáreas de bosques de turberas. Según un estudio publicado en diciembre pasado en la revista Nature Communications, si los esfuerzos de restauración de Indonesia se hubieran realizado seis años atrás, los terribles incendios que tuvo el país en 2015 habrían producido un 18 por ciento menos de emisiones de dióxido de carbono.

Recientemente se han descubierto vastas reservas de turberas en lugares como el Congo y el Amazonas y, es probable, que se acaben  explotando. Según Rieley, esto sería un error muy peligroso.

“Siempre digo que, como conservacionista, debes tratar de conservar lo que tienes. Luego, la recuperación tiene un costo muy alto. Es una pérdida de tiempo y una pérdida de dinero”, dice.

Los pantanos pueden tardar cientos de años en formarse, por lo que restaurarlos es una tarea complicada y costosa, sobre todo porque suelen ubicarse en zonas remotas. En Reino Unido, se llevó a cabo un proyecto para recomponer un ecosistema de turberas que costó 2,7 millones de dólares y solo se recuperaron un poco más de 1.600 hectáreas.

En Argentina, las turberas de Tierra del Fuego son clasificadas legalmente como minerales y, por lo tanto, susceptibles de ser objeto de la explotación minera, detalla Adriana Urciuolo, directora de la oficina de recursos hídricos de Tierra del Fuego.

El principal desafío, es la falta de conocimiento y conciencia de la comunidad y los gobiernos sobre el valor de las turberas. Dada esta situación, los intereses privados sobre las turberas en tanto minerales que pueden ser explotados suelen prevalecer por encima de los esfuerzos de conservación”, enfatiza Urciuolo.

Con el objetivo de visibilizar y proteger las maravillas del mundo, la National Geographic Society ha apoyado el trabajo de la exploradora Luján Agusti. Obtén más información sobre el apoyo que la Sociedad brinda a los Exploradores.

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