El cambio climático y las actividades humanas amenazan las zonas inundables de la Amazonía

Llanuras aluviales e igapós se llenan y secan cada año según el ciclo de lluvias de la selva. Son espacios ricos en biodiversidad y cultura. Pero, las inundaciones ya no son predecibles y los científicos tratan de comprender mejor cuál es el impacto.

La vegetación del igapó adorna la región del río Juma, en el estado de Amazonas, Brasil. La llanura aluvial y los bosques de igapó se ubican en topografías más bajas, que se inundan según las crecidas y reflujos de los ríos. Las variaciones naturales y las actividades humanas tienen impactos variados en el pulso de crecida del río Amazonas, en un escenario dinámico que solo recién ha comenzado a estudiarse.

Fotografía de André Dib
Por LETÍCIA KLEIN/AMBIENTAL MEDIA
FOTOGRAFÍAS DE André Dib
Publicado 31 ago 2021, 16:01 GMT-3, Actualizado 9 sept 2021, 16:09 GMT-3

La selva tropical más grande del planeta, el río más caudaloso: la Amazonía es un paisaje de extremos. Pero es en la conexión entre estos dos elementos, la tierra y el agua, que surge una identidad fundamental de la región: las áreas inundables. Extendidas a lo largo de un 30 por ciento de la cuenca del Amazonas, alrededor de dos millones de kilómetros cuadrados, las llanuras aluviales, igapós, cardúmenes, praderas, manglares y otros ambientes húmedos albergan una amplia diversidad de especies de fauna y flora y una forma de vida ribereña única: animales, plantas y seres humanos adaptados para vivir de acuerdo con una poderosa y regular estación lluviosa.

El pulso de crecida, provocado por la concentración de precipitaciones en las cabeceras de los principales ríos de la cuenca, determina el nivel de inundaciones y sequías anuales. La previsibilidad del pulso aumenta la producción de materia orgánica en los ecosistemas amazónicos y proporciona condiciones de vida para la biodiversidad y las comunidades humanas, en un ciclo preciso que ha prosperado durante miles de años en la inmensidad verde.

Sin embargo, ese equilibrio está en peligro. Los científicos advierten que diferentes causas intensifican paulatinamente el nivel de precipitaciones o las sequías intensas. En 1902, empezaron los registros de elevación del agua en el puerto de Manaos; en los primeros 70 años, hubo graves inundaciones cada 20 años. Durante las últimas tres décadas, el promedio se ha reducido a cuatro. Desde 2009, ha habido siete inundaciones extremas en la Amazonía central, incluidas las tres más grandes jamás registradas. 

Este drástico cambio en el ciclo hidrológico de la mayor cuenca hidrográfica del mundo, que cubre un 18 por ciento de toda el agua dulce que llega a los océanos, “es algo que se destaca”, según Jochen Schöngart, del Instituto Nacional de Investigaciones Amazónicas. (INPA). Estudios recientes de la agencia indican que, durante los 120 años de registro de inundaciones, el nivel promedio del agua subió un metro y la amplitud anual, o sea, la diferencia entre el nivel máximo y mínimo, aumentó un metro y medio en las últimas tres décadas.

Un residente avanza con su canoa entre los lirios de agua en el río Croa, en Cruzeiro do Sul, estado de Acre. La vida de las comunidades en las llanuras aluviales e igapós se define por la estacionalidad de las sequías e inundaciones en el Amazonas y sus afluentes. La previsibilidad de este fenómeno anual ha permitido que los animales y los ribereños se adaptaran a lo largo de los siglos. Pero una condición de inundaciones y sequías extremas cada vez más frecuentes requiere medidas de adaptación, como el alojamiento en casas flotantes y el manejo de cultivos agrícolas.

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Delfín rosado

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Otro mamífero en las aguas de la cuenca es el manatí amazónico (Trichechus inunguis), que se alimenta de las abundantes plantas herbáceas de las llanuras aluviales e igapós.

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Para el investigador, la duda es saber hasta qué punto el problema “está influenciado por la variabilidad natural de los grandes sistemas climáticos, o si ya es una manifestación del cambio climático de origen humano”. Las complejas interacciones entre estas dos fuentes generan sinergias que se retroalimentan y afectan el clima regional y, como resultado, el régimen hidrológico y a la dinámica de los ambientes inundables.

El agua es el paisaje y la forma de vida

Las llanuras aluviales y los igapós, los ambientes húmedos más típicos de la Amazonía, forman las llanuras de inundación de los grandes ríos. Básicamente, es el tipo de río que diferencia a unos de otros. Los bosques de la llanura aluvial están bañados por las aguas blancas de los ríos Amazonas, Madeira y Purus, por ejemplo, que son ricas en sedimentos, el secreto de la fertilidad de esos suelos

Por otro lado, los bosques de igapó se encuentran a orillas de ríos de aguas negras, como el Negro, y de aguas claras, como el Araguaia y Tocantins. Las aguas son ácidas y pobres en nutrientes, lo que se refleja en menor densidad de habitantes en estas regiones si se compara con las llanuras aluviales, donde las condiciones naturales son más favorables para el extractivismo y el cultivo.

Los ribereños, habitantes de las riberas, residentes de comunidades antiguas y poseedores del conocimiento tradicional de la vida en la selva, exploran la pesca, la agricultura y el manejo de la madera y de los productos forestales dentro de la estacionalidad de los ciclos naturales. Los cambios mínimos en el régimen hídrico ya representan un riesgo para un cultivo que depende de un delicado equilibrio ambiental.

“Si uno mira la llanura aluvial desde arriba, dirá que la gente está hecha de valor”, dice Clarice Rebelo Silva, nacida y criada en la región de Tapará, municipio de Santarém. A los 52 años, esa maestra del estado de Pará se mudó a la ciudad después de vivir casi cuatro décadas en la llanura aluvial. “Hoy hay electricidad. Pero antes, hacía los planes de las lecciones con la luz de una lámpara de aceite o de una vela”, recuerda. Clarice caminaba hasta la primera escuela donde enseñó, cerca de su casa. Para ir a otra escuela, el traslado tenía que ser en canoa. “Cuando logré comprar una barcaza, también me llevaba a los estudiantes”.

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La Amazonía es la región más rica del mundo en aves, que colorean los cielos, las aguas y los bosques en una magnífica muestra de biodiversidad tropical. Bandadas de flamencos rojos (Phoenicopterus ruber) bordean el lago Bonome, en Amapá.

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Bandada de ibis escarlata (Eudocimus ruber) en una zona de manglares de la Isla de Maracá, en el estado de Amapá.

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El hoacín (Ophisthocomus hoazin) es un símbolo del medio fluvial, que influyó en la evolución de la especie.

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El gallito de las rocas (Rupicola rupicola) es otra de las aves emblemáticas de la Amazonía.

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La rutina de las comunidades ribereñas se define por la estacionalidad de las sequías y las inundaciones. El calendario escolar va de agosto a abril; las clases solo comienzan después de que el agua comienza a correr, a partir de julio. Cuando reaparece el suelo, los agricultores plantan yuca, sandía, mangos y una variedad de vegetales en la fértil llanura aluvial. Los ganaderos traen de vuelta los bueyes y los que tienen gallinas vuelven a cuidarlas. 

La temporada de aguas bajas también es la más favorable para la pesca, ya que los peces se concentran en sus hábitats originales. A partir de diciembre, los ríos comienzan a subir, elevan el nivel de los arroyos y unen sus aguas con las de canales y lagos. La vida acuática se dispersa por los bosques ahora inundados y bajo los palafitos. A medida que se vuelve más difícil localizar a los peces, es la hora de dedicarse a las tareas hogareñas. En junio, la inundación alcanza su punto máximo y las lluvias disminuyen. Y el ciclo comienza de nuevo.

El avance de diferentes presiones 

Entre 1990 y 2015, se observó una de las causas naturales que afectaron el equilibrio del régimen hidrológico. Durante este período, hubo una tendencia al calentamiento en el Océano Atlántico, mientras que el Pacífico Ecuatorial se enfrió. La diferencia de presión atmosférica entre los dos océanos creó una especie de puente entre ellos sobre la Amazonía. El fenómeno permitió un aumento en la formación de nubes y, en consecuencia, en la cantidad de lluvia y el nivel de inundaciones. 

Entra en juego un tercer océano cuando el cambio climático es de origen humano. Jochen Schöngart explica que, en las últimas seis décadas, el agujero en la capa de ozono y la creciente emisión de gases de efecto invernadero han provocado un movimiento en el cinturón de viento del hemisferio sur hacia la Antártida. El resultado fue un fenómeno de fuga de aguas cálidas del Océano Índico al Atlántico, lo que calentó el océano que baña Brasil y contribuyó al aumento de las inundaciones en la Amazonía.

En los bosques de llanuras aluviales, los jaguares (Panthera onca) actúan de manera diferente a cualquier otro gran felino en tierra firme: pasan un tercio de su vida en las copas de los árboles, donde cazan, se reproducen y cuidan a sus crías. Machos y hembras permanecen en la llanura aluvial incluso durante el período de inundación, que dura de tres a cuatro meses en la Reserva de Desarrollo Sostenible Mamirauá, en Amazonas, donde se realizó el primer estudio sobre el comportamiento atípico de la especie.

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El caimansote (Bradypus tridactylus) anida en un yagrumo en la Estación Ecológica Maracá-Jipioca, en Amapá. Entre los mamíferos del igapó, es el que mejor evolucionó para el consumo de hojas. A pesar de moverse lentamente entre los árboles, es un excelente nadador y no duda en recorrer distancias cortas para conseguir comida.

Fotografía de André Dib

Actividades humanas como la deforestación y la instalación de represas hidroeléctricas tienen impacto directo y casi inmediato en el pulso de inundación. Sin la barrera forestal y el filtrado que hacen las raíces, especialmente en las cabeceras de los ríos, la descarga de lluvia va directamente a las aguas. Un estudio realizado en el río Tocantins muestra que esto provoca no solo un aumento del nivel del agua, sino también una anticipación de inundaciones en comparación con las condiciones normales.

Ambas situaciones resultan en una reducción en el período de tierra cultivable, lo que afecta el cultivo agrícola en las comunidades. Menos tiempo de siembra y cosecha significa pérdidas parciales o totales, lo que genera daños económicos e inseguridad alimentaria para las familias. “Sin eventos extremos, los habitantes de la llanura aluvial pueden planificar y organizar sus vidas según los ciclos estacionales”, comenta Lucineide Pinheiro, profesora de la Universidad Federal del Oeste de Pará (Ufopa). “Pero es difícil tratar la imprevisibilidad”. 

Las represas afectan particularmente a la regularidad del pulso de crecida. “La inundación ahora es permanente”, dice Raimundo “Leleco”, líder comunitario en el lago Puruzinho, en el sur del Amazonas. Las centrales hidroeléctricas construidas a lo largo del río Madeira provocaron la disminución de los peces, lo que hizo que la mitad de los pescadores busquen su sustento en las minas de oro.

En su investigación doctoral, Angélica Resende, del Laboratorio de Silvicultura Tropical, Universidad de San Pablo, destacó los impactos de la planta Balbina, construida en la década de 1980 en el río Uatumã, en el estado Amazonas. Durante la fase terrestre, el período en el que las aguas están bajas y aparece el suelo en los bosques de igapó y llanura aluvial, la vegetación aporta sus reservas de energía para resistir la inundación siguiente. En el caso de Balbina, debido a la liberación de agua del embalse en la estación seca, el bosque local se inundó durante varios años seguidos. El resultado: la muerte del 18 por ciento de los igapós en 125 kilómetros río abajo. 

El estudio concluyó que la alteración del pulso de la crecida provoca anomalías en el crecimiento y la mortalidad de los machimangos, charques, olletos o cocos de mono (Eschweilera tenuifolia), árbol tan icónico en el igapó que forma bosques enteros, incluso se identificaron especímenes de más de 800 años. “La especie es muy sensible a los cambios en la amplitud y duración de las inundaciones que impactan los macrohábitats que domina. La mortalidad masiva puede ocasionar la pérdida de ambientes, ecosistemas enteros e incluso la extinción regional de la especie”, nos muestra la investigación. 

Debido a la adaptación de los árboles a las inundaciones estacionales, la ausencia de la fase terrestre es más preocupante que las sequías extremas para la supervivencia de la especie, dice Schöngart. “El peligro de sequías prolongadas está en la vulnerabilidad de los bosques inundados al fuego, que siempre es iniciado por alguna actividad humana”, dice. Los ecosistemas de igapó son los más impactados, pues están en la zona de influencia de El Niño, uno de los factores responsables de las severas sequías en la Amazonía.  

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Además de ser fundamentales en el ciclo de las lluvias, los bosques tropicales albergan la mayor biodiversidad del planeta y brindan todo lo que los animales necesitan para su supervivencia. Los científicos creen que el uacari calvo (Cacajao calvus) evolucionó debido al surgimiento de las llanuras aluviales del Amazonas, su único hábitat en el planeta.

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Mono aullador negro amazónico (Alouatta nigerrima) en Autazes, Amazonas.

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El ruidoso mono aullador rojo (Alouatta seniculus) prefiere frecuentar las áreas vírgenes de los bosques de igapó. Solía ser muy cazado en el pasado.

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Saimiri común o mono ardilla (Saimir sp.) en la Reserva de Desarrollo Sostenible Mamirauá, municipio de Tefé (estado de Amazonas). La mayoría de los monos del bosque prefiere comer frutas.

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El fenómeno climático que surge del calentamiento de las aguas del Pacífico Ecuatorial fue el culpable de las grandes sequías en 1997-1998 y 2015-2016. En cambio, las sequías de 2005 y 2010 fueron causadas por las cálidas aguas del Atlántico Tropical Norte. La variabilidad natural de estos dos grandes sistemas es lo que causa eventos de sequía extrema en la Amazonía.

Sin embargo, se confirma una causa humana. En el sur de la Amazonía, la estación seca se ha incrementado en un mes durante los últimos 70 años, lo que ha provocado un retraso en el inicio de la temporada de lluvias. “Posiblemente eso se deba a la deforestación a gran escala en la región”, analiza Schöngart.

La vida "late" en las llanuras aluviales

Los igapós y las llanuras aluviales son paisajes llenos de biodiversidad. En los hábitats de ríos de agua blanca, como el Madeira, el 11 por ciento de las más de mil especies de flora son endémicas. Aproximadamente 1.500 especies de peces viven en grandes ríos. De las 1.300 especies de aves en la Amazonía, entre 150 y 200 son endémicas, como el batará ceniciento (Thamnophilus nigrocinereus). Entre los mamíferos, se sobresalen los erizos o puercoespín arborícola (Coendou prehensilis) y el uacari calvo (Cacajao calvus). Incluso hay inquilinos inusuales, como el jaguar (panthera onca), que pasa el período de inundación en las ramas de los árboles y bucea en busca de peces como el pavón para alimentarse. 

Las especies terrestres también dependen de los igapós y las llanuras aluviales para alimentarse o alojarse temporalmente. En este grupo se encuentran guacamayos, loros, monos y mamíferos acuáticos como las marsopas. “Cuando se destruyen áreas inundables, no solo se ven afectadas las especies endémicas, sino también las que utilizan estacionalmente los recursos de estos ambientes”, explica Camila Ribas, de la Coordinación de Biodiversidad y del Programa de Colecciones Científicas Biológicas del INPA.

A pesar de ello, el debate sobre la conservación, la legislación ambiental e incluso el foco de los estudios siempre han estado más concentrados en la tierra. “En la Amazonía, cuanto más nos acercamos al agua, menos conocimiento hay”, dice Angélica Resende. Los trabajos científicos publicados en los últimos años son el comienzo de un intento por comprender cómo un sistema de drenaje tan complejo como la cuenca del Amazonas, con ciclos variables de inundaciones y sequías y una enorme carga de sedimentos, se puede afectar por diferentes causas. 

El arroyo Cobra y el canal de Inferno abren caminos en la Estación Ecológica Maracá-Jipioca, en Amapá. Al seguir el pulso de crecida del Amazonas y sus afluentes, las aguas se elevan a 10 metros entre diciembre y junio, cuando las inundaciones alcanzan su punto máximo.

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La pesca es la principal fuente de proteínas para los ribereños, por lo tanto la conservación de ese recurso es vital para la estabilidad de esta población rural. Se lleva a cabo un importante programa con participación comunitaria en los lagos y llanuras aluviales de la Reserva de Desarrollo Sostenible Mamirauá, en Amazonas. En 1999 se implementó el manejo participativo de la pesca de pirarucú (Arapaima gigas), lo que contribuyó a incrementar la población natural de la especie en más de un 400 por ciento, además de incrementar los ingresos de los pescadores locales.

Fotografía de André Dib

Camila Ribas explica que aún no hay una metodología bien definida para cuantificar los impactos de las presiones, pero el punto principal es entender cómo interactúan. “En el igapó del río Xingu, hay presión proveniente de una gran central hidroeléctrica y deforestación. En el río Negro hay presión generada por el cambio climático y la represa Balbina”, analiza la investigadora, que forma parte del MAUA - Ecología, Monitoreo y Uso Sostenible de Humedales, el principal grupo de estudio sobre humedales brasileños de INPA.

El cambio climático, la deforestación, las centrales hidroeléctricas, el exceso de pesca y la minería, entre otros factores, amenazan la salud de las llanuras aluviales, cuya  protección depende de políticas transnacionales y de una comprensión integral de la importancia de estos ecosistemas, dicen los expertos.

El valor de los servicios de los ecosistemas de humedales relacionados con el agua, los bosques tropicales y la protección costera es uno de los más altos de la Tierra. Proporcionan bienes materiales, regulan los ciclos biogeoquímicos, sirven como hábitat y apoyan las prácticas culturales. Las llanuras aluviales y los igapós representan la Amazonía en su naturaleza más profunda, y solo una comprensión científica de las causas que afectan la dinámica de las inundaciones puede preservar este inmenso patrimonio en el futuro.

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