
Hallazgo arqueológico sin precedentes en el Amazonas: un árbol caído revela urnas antiguas y misteriosas
La arqueóloga Geórgea Holanda trabaja en una de las urnas funerarias recuperadas en la selva tropical amazónica brasileña. Holanda y sus colegas afirman que las urnas no coinciden con las tradiciones cerámicas conocidas hasta ahora en la zona.
Cuando un enorme árbol se derrumbó en las llanuras aluviales de Fonte Boa, una región de la Amazonia brasileña, los pescadores locales notaron algo extraño: las raíces habían levantado dos gigantescas vasijas de cerámica sobre el suelo. Nadie sabía qué eran estos objetos del hallazgo ni quién las había enterrado.
En junio, el Gobierno brasileño anunció que los arqueólogos habían identificado las vasijas como urnas funerarias, posiblemente milenarias, de grupos indígenas que habitaban la región antes de que los portugueses llegaran a Brasil hace unos 500 años.
Las excavaciones revelaron siete urnas, algunas fragmentadas, enredadas entre las raíces del árbol, que contenían huesos humanos. La más grande medía casi un metro de diámetro y pesaba unos 350 kilos, según Márcio Amaral, arqueólogo del Instituto Mamirauá en Tefé, Brasil, que ayudó a dirigir las excavaciones. “Necesitamos un día entero para liberar esta gran urna de las raíces y seis hombres para sacarla de allí”, añade.
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Retirar las urnas del suelo y transportarlas al laboratorio de investigación Mamirauá en Tefé para su estudio fue un proceso complejo. Walfredo Cerqueira, el líder comunitario que movilizó a sus compañeros pescadores para ayudar en las excavaciones, recuerda la inusual experiencia: “Pensamos que llegaríamos allí con azadas y moveríamos las cosas fácilmente, pero por lo que había visto en la televisión sobre cómo trabajan los arqueólogos, sabía que sería un trabajo lento”.
El árbol cayó en una zona conocida como el lago Cochila, un yacimiento arqueológico en la región del río Solimões Medio. Es una de las más de 70 llanuras artificiales de la zona construidas hace unos 2000 años por grupos indígenas para evitar las inundaciones durante la temporada de crecidas del río. “Dado lo poco que sabemos sobre (el pasado de) esta región y lo difícil que es llegar hasta allí, se trata realmente de un hallazgo sin precedentes”, afirma Karen Marinho, arqueóloga de la Universidad Federal del Oeste de Pará (UFOPA) que no participó en las excavaciones.
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El pasado mes de octubre, los habitantes de la comunidad de Amandarubinha vieron el árbol caído y se pusieron en contacto con un sacerdote local, quien a su vez se comunicó con el Instituto Mamirauá, situado a más de 240 kilómetros de distancia. Con la ayuda de la comunidad, los arqueólogos del instituto excavaron las urnas a principios de este año.
Las urnas no coinciden con los artefactos encontrados anteriormente en las cercanías y, por ahora, plantean más preguntas que respuestas.
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Los residentes de la comunidad trabajaron junto con arqueólogos del Instituto Mamirauá para excavar las urnas.
Arqueólogos del Instituto Mamirauá trabajaron junto a miembros de la comunidad para excavar las urnas.
Las primeras ocupaciones humanas conocidas de la región amazónica crearon cerámicas siguiendo la tradición Pocó-Açutuba, que data de entre el 1500 a. C. y el 200 d. C. Los recipientes cerámicos de esta tradición están ricamente decorados con diferentes tipos de motivos tallados.
A continuación, surgió la tradición Borda Incisa, caracterizada principalmente por cortes a lo largo de los bordes de los jarrones y recipientes cerámicos. Por último, entre los siglos V y XVI, la tradición cerámica policromada incorporó tintes de diferentes colores, especialmente marrón, rojo, negro y naranja sobre un fondo blanco o gris.
Las urnas no parecen pertenecer a ninguna de las tradiciones cerámicas conocidas en el Medio Solimões o en la Amazonia brasileña en general. “Este es un tipo del que aún no tenemos registros”, reconoce Amaral. La ausencia de tapas cerámicas distingue artísticamente a los nuevos hallazgos. Estas urnas funerarias también son más redondeadas que las producidas en estilos conocidos, señala Anne Rapp Py-Daniel, arqueóloga de la UFOPA que no participó en la investigación.
¿Cómo enterraban a sus muertos los antiguos pueblos indígenas?
La riqueza de la artesanía que convierte estas urnas en obras de arte dice mucho sobre cómo las antiguas comunidades indígenas se relacionaban con la muerte en la Amazonía. Para estos grupos, “la muerte es un proceso, no un momento”, observa Py-Daniel. Es otro rito de paso que implica el esfuerzo y la dedicación de todo el grupo, especialmente si el miembro fallecido tenía un papel importante en él.

Algunas de las urnas medían hasta un metro de ancho y requirieron un esfuerzo adicional para retirarlas del sistema radicular del árbol. Aquí, el equipo trabaja para retirar una de las urnas.
Py-Daniel explica que colocar los huesos en recipientes de cerámica habría sido parte de un segundo paso en el proceso funerario. En primer lugar, los difuntos debían someterse a un ritual para eliminar la carne, mediante entierro, cremación o inmersión en un río, donde el cuerpo se envolvía en una red tejida que permitía a los peces alimentarse de él. A continuación, los huesos se recogían cuidadosamente y se disponían para, en otro ritual, ser colocados dentro de la urna. “Los grupos indígenas cuyas tradiciones no fueron destruidas por la presencia de los misioneros siguen (total o parcialmente) este ritual”, dice Py-Daniel.
En toda la Amazonía, muchos grupos solían enterrar estos vasos con sus muertos debajo de sus casas (y algunos todavía lo hacen), dice la arqueóloga Geórgea Holanda, que dirigió las excavaciones con Amaral.
“En las redes sociales, mucha gente nos pregunta cómo pudo crecer un árbol encima de las urnas”, comenta. “Probablemente, el árbol creció después de que las personas que vivían en esa región se marcharan”. A medida que el árbol crecía, sus raíces se adentraron en las vasijas, posiblemente atraídas por los nutrientes de los huesos, añade Holanda. Aunque se desconoce la edad exacta del árbol, su tamaño sugiere que podría tener siglos, y los investigadores sospechan que las vasijas son aún más antiguas.
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Por ahora, la edad y el origen exacto de las urnas siguen siendo un misterio. La presencia de huesos de peces y tortugas alrededor de algunos de los fragmentos cerámicos también plantea interrogantes. “Todavía tenemos que... averiguar qué son estos restos, si formaban parte de un ritual asociado”, dice Amaral.
Los investigadores de Mamirauá están limpiando y excavando los sedimentos del interior de las urnas mientras buscan financiación para estudiar el material. En última instancia, esperan datar con carbono los fragmentos de hueso y carbón para obtener una estimación más precisa de la antigüedad. “Todo dependerá de la financiación y de las colaboraciones que podamos conseguir”, subraya Holanda.
A pesar de estas incógnitas, tanto Amaral como Holanda consideran que el aspecto más importante del descubrimiento fue la profunda implicación de los habitantes de las aldeas de Arumandubinha y Arará, que ayudaron a los arqueólogos a planificar cada paso del proceso. “La demanda vino de ellos, ya que querían saber qué eran estos artefactos; de lo contrario, nunca habríamos sabido nada de las urnas”, afirma Amaral.
Los miembros de la comunidad ayudaron a construir andamios especiales para retirar las urnas sin causar más daños y orientaron a los investigadores sobre el mejor momento para excavar. “Todo habría sido imposible sin ellos”, afirma Holanda.
