El horror detrás de Hiroshima

Es difícil entender que la ciudad vibrante de Hiroshima haya sufrido un devastador holocausto nuclear hace 75 años.

Por Lesley M.M. Blume
FOTOGRAFÍAS DE Hiroki Kobayashi
Publicado 6 ago 2020, 11:54 GMT-3
Un grupo de niños pasa delante de un majestuoso eucalipto que sobrevivió al bombardeo atómico, uno ...

Un grupo de niños pasa delante de un majestuoso eucalipto que sobrevivió al bombardeo atómico, uno de los 170 hibakujumoku (árboles sobrevivientes) que quedan en Hiroshima. Las semillas y los retoños de los árboles se comparten por todo el mundo para difundir el mensaje de paz de la ciudad.

Fotografía de Hiroki Kobayashi

En un principio, se esperaba que 11.500 personas se reunieran en el Parque Memorial de la Paz de Hiroshima para conmemorar el 75 aniversario del bombardeo atómico de los Estados Unidos el 6 de agosto de 1945. Pero la pandemia no permitió llevar a cabo el plan oficial.

Como ha sucedido en la mayoría de las ciudades del mundo, la pandemia de COVID-19 ha modificado el curso normal de Hiroshima, y forzado la suspensión de conciertos, maratones y exhibiciones de museos. En este caso, la ceremonia de aniversario se realizará de todos modos el 6 de agosto, aunque con 10.000 personas menos. Solo asistirán los sobrevivientes de la bomba (hibakusha) y sus familiares. Los espectadores se sentarán a 2 metros de distancia en el parque. A los líderes mundiales, que ya no pueden asistir en persona, se les ha pedido que envíen mensajes de video.

Un pequeño monumento en el centro de Hiroshima revela cómo se vio el área más afectada luego de que la bomba dejara la ciudad en ruinas. La recuperación, sin embargo, fue rápida: el servicio de transporte, por ejemplo, se restauró en menos de un año.

Fotografía de Hiroki Kobayashi

Está claro que Hiroshima ha vivido una tragedia aberrante. Pero cuando visité la ciudad a fines de 2018, me sorprendió lo normal que se veía. Recuerdo que me senté en el estrecho y elegante puente Motoyasu a contemplar una bulliciosa escena matutina. Por allí pasaban, caminando y en bicicleta, personas en traje que se dirigían a su trabajo. También cruzaban el puente grupos de niños en uniformes escolares. Y un café junto al río con un bonito puesto de frutas y helados se preparaba para abrir.

Podría haber sido una escena de cualquier ciudad. Pero Hiroshima, por supuesto, no es una ciudad cualquiera. A unos 500 metros al norte del puente Motoyasu se encuentra otro puente, el Aioi. La zona fue el objetivo original de bombardeo del Enola Gay, que lanzó una bomba de uranio de más de 4,5 toneladas que detonó cerca del lugar donde yo estaba sentada.

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    Viajé a Hiroshima para investigar y realizar entrevistas para mi libro sobre John Hersey, el periodista de la Segunda Guerra Mundial que reveló por primera vez las verdaderas consecuencias de la bomba en esta ciudad, en especial, los efectos radiactivos en los seres humanos. Estaba especialmente interesada en conocer a Koko Tanimoto Kondo, una destacada activista por la paz y una de los pocas protagonistas aún vivas del exitoso artículo de Hersey, "Hiroshima", que se publicó en el número del 31 de agosto de 1946 del New Yorker, y que luego se convirtió en un libro.

    Cuando Hersey llegó a Hiroshima en 1946, ocho meses después del bombardeo, encontró un horrible escenario postapocalíptico. Hoy, la prefectura de Hiroshima alberga a casi tres millones de personas y es un importante destino turístico. Hay un museo impresionante con registros del evento, y una gran cantidad de monumentos. Entre ellos: la cúpula de Genbaku, una de las pocas estructuras que quedó en pie en el centro de la ciudad después de la explosión de la bomba y que hoy es Patrimonio de la Humanidad según la UNESCO.

    Los líderes de Hiroshima expresan su deseo de que el mundo considere a la ciudad de dos maneras: como un mensaje de advertencia sobre los horrores de la guerra nuclear, y como un ave fénix que sobrevivió a esos horrores y resurgió de entre sus cenizas, un triunfo del espíritu humano.

    Cuando conocí a la Sra. Kondo, me pareció una mujer solemne y graciosa a la vez, con un marcado sentido del humor negro. Tenía 74 años, pero mientras caminábamos juntas por la ciudad, yo apenas podía seguirle el paso. Me contó que ella y su madre, Chisa Tanimoto —también sobreviviente de la explosión, que murió a una edad avanzada— solían decir que la radiación de la bomba las había ayudado a mantenerse jóvenes.

    Esa mañana soleada, caminábamos por un bulevar arbolado, y no podía creer que este había sido el sitio donde ocurrió el primer ataque nuclear de la historia, y que la Sra. Kondo era una de las pocas personas en la Tierra que estuvieron allí y sobrevivieron. 

    Incendio y torbellinos de fuego

    Cuando Estados Unidos arrojó la bomba, apodada "Little Boy" (niño pequeño), murieron decenas de miles de personas como consecuencia del fuego o el derrumbe de edificios tras el impacto de la bomba. Los que estaban directamente debajo del punto de detonación, o hipocentro, murieron incinerados al instante. Si bien se estima que los decesos oscilan entre los 100.000 y 280.000, la verdadera cifra de muertos no se conocerá nunca.

    "Si cavas medio metro, todavía hoy puedes encontrar huesos", me contó Hidehiko Yuzaki, gobernador de la prefectura de Hiroshima. "Están debajo del suelo que pisamos. No solo cerca del epicentro, sino en toda la ciudad".

    En el momento del atentado, la Sra. Kondo, que entonces tenía poco más de ocho meses, se encontraba en los brazos de su madre, en la casa donde vivían, cerca del centro de la ciudad. La casa se derrumbó, pero su madre logró salir de entre los escombros y escapar antes de que se incinerara toda el área.

    Los incendios y torbellinos de fuego consumían la ciudad, los sobrevivientes de la explosión intentaban encontrar refugio en los pocos parques que quedaban a salvo, y el gobierno japonés en Tokio no podía creer lo que había sucedido. ¿La ciudad había sido atacada por un bombardero pesado? ¿Se había usado un nuevo tipo de arma? ¿De qué otra forma podría explicarse toda esa destrucción?

    Uno de los pocos edificios que quedan en pie cerca de la zona cero, el Memorial de la Paz de Hiroshima es un claro recordatorio de la devastación que sufrió la ciudad. Es el sitio más emblemático y sagrado de la ciudad, y recibe visitas de peregrinos de todo el mundo.

    Fotografía de Hiroki Kobayashi

    Yoshio Nishina, el más destacado físico nuclear de Japón y líder de estudios sobre la bomba atómica en el propio país, fue enviado a Hiroshima para que pudiera informar acerca del suceso. El 8 de agosto, escribió al gobierno japones: “La ciudad estaba completamente destruida". Lo que había visto no podía explicarse con palabras.

    "Lamento dar estas noticias, pero este 'nuevo tipo de bomba' es en realidad una bomba atómica".

    La bomba había explotado al noroeste del centro de la ciudad. Según un informe japonés, el estallido arrasó con casi 66.500 edificios. Un informe posterior de los Estados Unidos afirmó que Hiroshima había sufrido una “devastación enorme y pareja", ocasionada por una "tormenta de fuego".

    Shinichi Tetsutani, de tres años, estaba andando en este triciclo cuando arrojaron la bomba. Murió esa noche tras padecer un dolor insoportable por las quemaduras. Lo enterraron junto a su triciclo. Décadas más tarde, cuando trasladaron el cuerpo de Shinichi a la tumba familiar, su padre, Nobuo Tetsutani, donó el preciado juguete al Museo Memorial de la Paz de Hiroshima.

    Fotografía de Hiroki Kobayashi, National Geographic

    Unas semanas después, llegaron a Hiroshima corresponsales de todo el mundo. El primero de ellos, Leslie Nakashima (quien antes de la guerra tenía ciudadanía estadounidense y japonesa, y había quedado varado en Japón durante la duración del conflicto), confirmó en un mensaje de United Press que la ciudad de 300.000 habitantes había quedado destruida. "No podía entender lo que estaba viendo", escribió. En el centro de la ciudad, cerca de donde explotó la bomba, solo habían quedado los esqueletos de tres edificios. Se creía que Hiroshima permanecería inhabitada durante 75 años.

    Sin embargo, a las 24 horas del suceso aberrante, los sobrevivientes regresaron a la ciudad en busca de familiares, amigos y antiguas casas en los escombros. La familia de la Sra. Kondo fue una de las personas que pudo renacer de las cenizas y recomponer su vida.

    La etapa posterior

    Al poco tiempo, decenas de miles de tropas de ocupación llegaron a Hiroshima y Nagasaki, cuando una segunda bomba atómica golpeó a estas ciudades tres días después de la primera bomba. A pesar de que las ciudades se habían convertido en cementerios, algunos de los "ocupadores", como se llamaban a sí mismos, no se mostraron muy respetuosos.

    En Nagasaki, los Marines de los Estados Unidos limpiaron los restos del bombardeo para poder jugar un partido de fútbol, ​​que llamaron “Atom Bowl”. Durante el año siguiente, muchos soldados llegaron a la zona cero de Hiroshima para tomarse una foto y llevarse un "recuerdo de la bomba". Era un "área del tesoro" de curiosidades y reliquias, recuerda un médico estadounidense que recogió algunas tazas de porcelana rotas para usarlas de cenicero. Pero los ocupantes también tenían miedo de que hubiera una posible radiación residual, se mantuvieron alejados del sitio del hipocentro.

    Cuando Hersey llegó a Hiroshima en mayo de 1946, los sobrevivientes que habían regresado estaban muriendo de hambre. Y aumentaban el pánico y las enfermedades.

    Cuando apareció el artículo de Hersey en el New Yorker, fue toda una revolución. Uno de sus editores le pidió que considerara regresar a la ciudad para escribir una segunda parte, pero Hersey no regresaría hasta 40 años más tarde. Cuando finalmente visitó Hiroshima, en 1985, descubrió que "un ave fénix había emergido del desierto de ruinas de 1945". La población de la ciudad ascendía a un millón; había árboles nuevos y anchas avenidas. Se observaban cientos de librerías y miles de bares.

    Otro de los protagonistas de Hersey, Toshiko Sasaki, un joven empleado de East Asia Tin Works en el momento del bombardeo, también se sorprendió ante la rápida recuperación de la ciudad. "No sé si se ha reconstruido por completo, pero es una ciudad totalmente nueva", comentó.

    Zona de impacto

    Cuando entrevisté a la Sra. Kondo en el vestíbulo de un hotel moderno en Peace Boulevard, me habló acerca del 6 de agosto de 1945. Ella era demasiado joven para recordar lo que ocurrió el día del bombardeo, pero cuando creció, su madre le contó los detalles.

    "No podía preguntarles a mis padres cómo sobreviví. Sabía que si preguntaba, tendrían que recordar el peor día de su vida. Recién cuando cumplí 40 años, me contó lo que pasó. La casa se derrumbó por completo; los pedazos de materiales cayeron sobre su cuerpo, y yo quedé protegida por ella. Se desmayó, y cuando se despertó, estaba todo oscuro. No había luz. Oyó la voz de un bebé que lloraba: era yo. Era su propio bebé. Pero ella creyó que era de otra persona. Y gritó: “¡Por favor, ayuda!”, pero no vino nadie. Luego pudo ver la escasa luz que se filtraba por entre los escombros. Se movió de a poco, hizo un agujero, y salió conmigo a cuestas". Lo único que pudo ver fue un vecindario incendiado.

    Un grupo de niños pasa delante de un majestuoso eucalipto que sobrevivió al bombardeo atómico, uno de los 170 hibakujumoku (árboles sobrevivientes) que quedan en Hiroshima. Las semillas y los retoños de los árboles se comparten por todo el mundo para difundir el mensaje de paz de la ciudad.

    Fotografía de Hiroki Kobayashi

    La Sra. Kondo me mostró un álbum de fotos familiar de los años posteriores. Luego abrió una bolsa de plástico y sacó el pequeño vestido rosa de algodón que había usado ese día. La prenda, en estado intacto, me permitió visualizar el horror de la catástrofe. El Museo Memorial de la Paz de Hiroshima está lleno de artículos que humanizan la tragedia: un reloj roto que se detuvo a las 8:15 a.m., un triciclo chamuscado que rescataron de entre las ruinas.

    Después de la entrevista, fuimos a almorzar a un pequeño restaurante italiano cerca del museo. Noté que muchas marcas estadounidenses se habían establecido en la ciudad; franquicias de McDonalds y Starbucks en el parque Peace Memorial. Después del almuerzo visitamos los monumentos del parque. Los visitantes se detenían frente el Cenotafio dedicado a las víctimas de la bomba atómica, y varios se inclinaban ante él en silencio. Regresamos al puente Aioi, el objetivo de Enola Gay. Cuando arrojaron Little Boy, la detonación ocurrió levemente por fuera del área estipulada. ¿Dónde está el hipocentro exactamente?, le pregunté a la Sra. Kondo.

    Me llevó hasta una calle vacía, de tres cuadras de largo, y se detuvo frente a un edificio médico bajo con azulejos grises en la fachada. Al lado, había un autoservicio. “Aquí”, dijo, y señaló una placa en el frente del edificio.

    "La primera bomba atómica de la historia de la humanidad explotó a unos 600 metros por encima de este lugar. La ciudad fue azotada por rayos de calor de 3.000 a 4.000 °C, y fuertes vientos radioactivos. La mayoría de las personas en el área murieron al instante".

    De repente, mi mirada se perdió en el aire, casi como si esperara ver algo allí también, algún remanente o alguna señal imposible. Pero todo lo que vi fue un cielo azul, con un sol pleno como el de la mañana del 6 de agosto de 1945.

    Lesley M. M. Blume es periodista, historiadora y la autora más vendida del New York Times. Su nuevo libro, Fallout: The Hiroshima Cover-Up and the Reporter Who Revealed It to the World, se publicó el 4 de agosto.
    Hiroki Kobayashi es un fotógrafo que vive en Tokio. Le interesa registrar cuestiones culturales y es colaborador frecuente de National Geographic.

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