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Página del fotógrafo
Hiroki Kobayashi
El noveno día de cada mes, los católicos en la Catedral de Urakami en Nagasaki realizan una misa y rezan en memoria de las víctimas de la bomba atómica. La bomba atómica detonó sobre el corazón de la comunidad católica en el barrio de Urakami.
El Dr. Nanao Kamada, profesor emérito de radiobiología en la Universidad de Hiroshima, es uno de los tantos héroes poco reconocidos que ayudó a revivir la ciudad en los años posteriores al bombardeo. Creció en el campo a casi 650 km de Hiroshima. Hasta 1955, momento en que se matriculó en la escuela de medicina de la ciudad, no había pensado mucho en la bomba atómica. En Hiroshima, con un calor sofocante, vio personas usando gorros y mangas largas para ocultar sus quemaduras. Kamada se convirtió en la palabra de autoridad en lo que respecta al tratamiento de los sobrevivientes de la bomba atómica y en la investigación sobre radiación.
Shoso Kawamoto tenía 11 años cuando murieron sus padres a causa de la bomba. Al igual que otros hibakusha (sobrevivientes de la bomba), sufrió discriminación por parte de otros ciudadanos japoneses con temores infundados. A los 20 años se enamoró de una mujer, cuyo padre se opuso al matrimonio, argumentando que sus hijos podrían nacer con malformaciones por la radiación. Kawamoto, que ahora tiene 86 años, no se casó nunca ni tuvo hijos, pero le gusta regalar aviones y grullas de papel (origami) a los jóvenes que visitan el Museo Memorial de la Paz de Hiroshima, donde trabaja como voluntario. Shoso explica sonriente que hay que jalar de la cola para ver cómo se agitan las alas. En las alas de los aviones aparecen las palabras "Esperanza de paz".
Akiko Funatsu sostiene un retrato de su difunto padre, quien tenía 19 años en el momento del bombardeo y no estaba en la ciudad. Regresó unos días después y estuvo expuesto a una alta carga radioactiva. Sin embargo, tuvo suerte, pues vivió hasta el año pasado. Hoy, su hija es voluntaria en el Museo Memorial de la Paz, donde comparte las historias de los sobrevivientes. Como cada vez hay menos sobrevivientes del bombardeo, son los descendientes quienes deben mantener vivo el recuerdo en la siguiente generación para que los horrores de la destrucción nuclear no queden en el olvido.
Koko Tanimoto Kondo tenía ocho meses cuando estalló la bomba a menos de 2 km de su casa. Su madre luchó para levantarse de los escombros, y ambas sobrevivieron. Al igual que otros sobrevivientes de la bomba, las dolorosas experiencias de su infancia obligan a la Sra. Kondo a trabajar por la paz, y por eso dirige una gira para realizar estudios sobre la paz en todo Japón, y compartir su historia en lugares de todo el mundo.
Un pequeño monumento en el centro de Hiroshima revela cómo se vio el área más afectada luego de que la bomba dejara la ciudad en ruinas. La recuperación, sin embargo, fue rápida: el servicio de transporte, por ejemplo, se restauró en menos de un año.
Un grupo de niños pasa delante de un majestuoso eucalipto que sobrevivió al bombardeo atómico, uno de los 170 hibakujumoku (árboles sobrevivientes) que quedan en Hiroshima. Las semillas y los retoños de los árboles se comparten por todo el mundo para difundir el mensaje de paz de la ciudad.
Uno de los pocos edificios que quedan en pie cerca de la zona cero, el Memorial de la Paz de Hiroshima es un claro recordatorio de la devastación que sufrió la ciudad. Es el sitio más emblemático y sagrado de la ciudad, y recibe visitas de peregrinos de todo el mundo.
Shinichi Tetsutani, de tres años, estaba andando en este triciclo cuando arrojaron la bomba. Murió esa noche tras padecer un dolor insoportable por las quemaduras. Lo enterraron junto a su triciclo. Décadas más tarde, cuando trasladaron el cuerpo de Shinichi a la tumba familiar, su padre, Nobuo Tetsutani, donó el preciado juguete al Museo Memorial de la Paz de Hiroshima.