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Página del fotógrafo
Hiroki Kobayashi
Un festival de linternas, el más grande de Japón, celebra el Año Nuevo chino.
Una niña sostiene una grulla de papel en el museo de la paz de su escuela. Hiroshima, Japón.
Los restos del Salón de Promoción Industrial de la Prefectura de Hiroshima son uno de los pocos edificios que quedan en pie después de que Estados Unidos lanzara una bomba atómica sobre la ciudad durante la Segunda Guerra Mundial. Hoy, las ruinas son parte del Parque Memorial de la Paz, que honra a las más de 140.000 personas que murieron a causa de la bomba.
Una estatua de Buda se derritió cuando se lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima en la Segunda Guerra Mundial.
Una estatua chamuscada de Buda es testigo silencioso del calor abrasador de la bomba atómica.
El sol se pone sobre una vista de Hiroshima.
Un cementerio en la ladera alberga a las víctimas del ataque con bomba atómica de Hiroshima.
El noveno día de cada mes, los católicos en la Catedral de Urakami en Nagasaki realizan una misa y rezan en memoria de las víctimas de la bomba atómica. La bomba atómica detonó sobre el corazón de la comunidad católica en el barrio de Urakami.
El Dr. Nanao Kamada, profesor emérito de radiobiología en la Universidad de Hiroshima, es uno de los tantos héroes poco reconocidos que ayudó a revivir la ciudad en los años posteriores al bombardeo. Creció en el campo a casi 650 km de Hiroshima. Hasta 1955, momento en que se matriculó en la escuela de medicina de la ciudad, no había pensado mucho en la bomba atómica. En Hiroshima, con un calor sofocante, vio personas usando gorros y mangas largas para ocultar sus quemaduras. Kamada se convirtió en la palabra de autoridad en lo que respecta al tratamiento de los sobrevivientes de la bomba atómica y en la investigación sobre radiación.
Shoso Kawamoto tenía 11 años cuando murieron sus padres a causa de la bomba. Al igual que otros hibakusha (sobrevivientes de la bomba), sufrió discriminación por parte de otros ciudadanos japoneses con temores infundados. A los 20 años se enamoró de una mujer, cuyo padre se opuso al matrimonio, argumentando que sus hijos podrían nacer con malformaciones por la radiación. Kawamoto, que ahora tiene 86 años, no se casó nunca ni tuvo hijos, pero le gusta regalar aviones y grullas de papel (origami) a los jóvenes que visitan el Museo Memorial de la Paz de Hiroshima, donde trabaja como voluntario. Shoso explica sonriente que hay que jalar de la cola para ver cómo se agitan las alas. En las alas de los aviones aparecen las palabras "Esperanza de paz".