La minería del oro en la Amazonía aumenta la malaria entre los pueblos indígenas

La preocupante conexión entre la deforestación, la minería y la malaria está preparada para crear brotes especialmente graves en el 2020.

Por Jill Langlois
Publicado 13 ago 2020, 09:53 GMT-3
El "Garimpo do Juma" —una mina de oro en el río Juma en Apuí, Brasil— se ...

El "Garimpo do Juma" —una mina de oro en el río Juma en Apuí, Brasil— se extiende sobre 10 hectáreas y fue excavada a 25 metros de profundidad. La deforestación, consecuencia de la minería, es irreversible. Marzo de 2008.

Fotografía de Emiliano Mancuso, Contrasto, Redux

Los mosquitos aparecen en enjambres poco después de que el bosque arde.

Mientras se quema un árbol tras otro, los mineros excavan pozos profundos en la tierra despejada para extraer oro. Muchas de estas excavaciones invaden las tierras protegidas destruyendo aún más la cubierta forestal de la que dependen las personas que viven allí. Los cráteres cavernosos se llenan de agua, que se estanca aún más una vez que se abandonan las minas. Es allí donde las enfermedades transmitidas por los mosquitos, como la malaria, comienzan a propagarse con mayor facilidad.

“Todos esos charcos de agua se convierten en hábitats de reproducción fenomenales”, dice Marcia Castro, presidenta del departamento de salud y población global de la Universidad de Harvard. "Desde los años 80, uno encuentra una y otra vez ejemplos en el Amazonas donde se abrieron pozos mineros y hay picos de transmisión de la malaria".

Esta conexión, entre la deforestación y las enfermedades, ha hecho sonar las alarmas tanto para los expertos amazónicos como para los lugareños este año. Las tasas de deforestación récord del año pasado en la región volvieron a aumentar en la primera mitad del 2020 y no se espera que disminuyan, ya que el bosque se dirige a su temporada de quema y el gobierno se demora en monitorear su destrucción. Y con los precios del oro en un máximo de una década de más de $ 2.000 la onza, se espera que la extracción ilegal del metal en las áreas de conservación y en las tierras indígenas, deje a la Amazonía plagada de hábitats de cría de mosquitos y una crisis de salud pública más para enfrentar.

La conexión entre deforestación-minería-malaria

Si bien cualquier deforestación puede aumentar la tasa de transmisión de enfermedades transmitidas por los mosquitos, son los pozos que deja la extracción de oro ilegal y desenfrenada los que están creando las condiciones ideales para que se reproduzca el mosquito Anopheles, el portador de la malaria, dice Rachel Lowe, de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres.

Entre el 2017 y el 2019, la minería del oro destruyó 10.245 hectáreas de tierra en tres territorios indígenas, Munduruku, Yanomami y Kayapó, ubicados en la Amazonia Legal de Brasil (BLA), un área socio-geográfica que incluye los nueve estados de la cuenca del Amazonas creados por el gobierno de Brasil en 1948 para ayudar a planificar el desarrollo económico y social de la región. Esa es un área equivalente a 14.000 campos de fútbol, según la organización sin fines de lucro Amazon Conservation.

En la tierra de Munduruku, la deforestación de la minería del oro se duplicó con creces entre el 2018 y el 2019, alcanzando 2.000 hectáreas el año pasado.

Esta pérdida de árboles ha continuado hasta el 2020 y se extiende mucho más allá de estas tierras indígenas. La deforestación en toda la Amazonía aumentó un 25 por ciento en los primeros seis meses del año, según el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe) de Brasil, una estadística confirmada de forma independiente por el Instituto de Personas y Medio Ambiente de la Amazonía, una institución de investigación sin fines de lucro que estudia la conservación y la sostenibilidad.

El instituto también descubrió que el 43 por ciento de esta deforestación ocurrió en el estado de Pará, en el norte de Brasil. En junio, cuando el Amazonas entró en su estación seca, cuando los incendios se propagaron con mayor facilidad, el 22 por ciento de la deforestación de BLA tuvo lugar en las áreas de conservación y el 3 por ciento en las tierras indígenas.

Mientras tanto, el gobierno del estado de Pará dice que la tasa de transmisión de la malaria en las áreas mineras aumentó un 17,8 por ciento durante los primeros seis meses del 2020. Sin embargo, esa tasa podría ser mucho mayor, ya que muchos casos no se denuncian. En términos más generales, las enfermedades transmitidas por los mosquitos en general aumentaron un 32 por ciento en la región de Tapajós, que incluye Itaituba, en comparación con el mismo período en el 2019. En los territorios indígenas del estado, esa cifra es del 46,7 por ciento.

Rompiendo con las cadenas de la malaria

Las condiciones en los campamentos mineros clandestinos son parte del problema. Las áreas más grandes de las tierras despejadas para el ganado también pueden causar la propagación de la malaria, pero son las áreas más pequeñas de tierra deforestada que se utilizan para la minería las que tienen un mayor riesgo de transmisión de la malaria.

“Están confinados, por lo general hay personas que viven cerca y esas personas están muy expuestas a todos los cambios ambientales”, dice Castro. "Las condiciones son propicias para más hábitats de reproducción, aumentando la densidad de los mosquitos y luego aumentando las transmisiones".

El uso de mosquiteros y otras medidas preventivas generalmente no existen y aunque Brasil tiene un sistema público de salud, conocido como SUS, es casi imposible acceder a él en las áreas remotas de la Amazonía, señala André Siqueira, infectólogo y investigador de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz) en Río de Janeiro. Incluso si hubiera clínicas u hospitales cercanos, los buscadores probablemente no buscarían tratamiento médico, ya que su trabajo es ilegal.

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    Vista aérea del campamento minero informal de oro Esperanca IV, cerca del territorio indígena Menkragnoti, en Altamira, estado de Pará, Brasil, en la cuenca del Amazonas, el 28 de agosto del 2019.

    Fotografía de Joao Laet, AFP, Getty

    En cambio, los mineros, que generalmente no han sido educados sobre la prevención y el tratamiento de enfermedades como la malaria, “terminan automedicándose, tomando una dosis menor de la necesaria e infectándose durante varios días, o tomando medicamentos contra la malaria ante cualquier fiebre que tengan”, dice Siqueira.

    Cuando esos buscadores van de un área de la selva a otra, traen la malaria con ellos. La enfermedad no se puede transmitir directamente de persona a persona. Pero si un mosquito lo pica a alguien que ya está infectado con malaria, puede contraer el parásito que causa la enfermedad y transmitirla a otras personas, ya sean personas en las ciudades donde los mineros eventualmente regresan a sus hogares, o personas indígenas que viven en las regiones cercanas del Amazonas.

    Karo Munduruku ha vivido en la Reserva Indígena Praia do Mangue toda su vida. La reserva se encuentra en las afueras de Itaituba, un municipio de Pará al que los lugareños se refieren como Nugget Town. Los mineros ilegales del oro, conocidos como garimpeiros en Brasil, comenzaron a invadir la tierra Munduruku mucho antes de que él naciera.

    “Nunca me acostumbraré a ver la destrucción que dejan atrás”, dice.

    A medida que la atención se ha desplazado hacia el creciente número de casos y muertes por COVID-19 en el país y el gobierno federal ha tomado medidas para debilitar las leyes destinadas a proteger la Amazonía, a Munduruku le preocupa que la deforestación comience a afectar la salud de su familia. Recuerda cómo sus dos hermanos menores sufrieron durante semanas fiebre, escalofríos, sudores nocturnos y náuseas cuando contrajeron malaria hace años. No quiere que eso vuelva a suceder.

    La migración en la región amazónica también ha experimentado un repunte en los últimos años, ya que los venezolanos entran y salen de Brasil y de otros países de América del Sur para escapar de la crisis económica y política. Un viajero que contraiga malaria en la Amazonía brasileña podría tener posteriormente un brote de la enfermedad en otro país.

    “Eso podría brindar una oportunidad para que la transmisión comience nuevamente”, dice Lowe, cuya investigación se enfoca en cómo los factores ambientales y socioeconómicos interactúan para determinar el riesgo de la transmisión de enfermedades. Y debido a la conexión global entre las personas y las enfermedades, es crucial encontrar una manera de librar al mundo de este desequilibrio entre la salud humana y la ambiental.

    Para que la región recupere el equilibrio, Castro cree que debería producirse un cambio radical. El modelo de desarrollo en la Amazonía, dice, siempre ha consistido en explotar los recursos naturales, desde el auge del caucho a principios del siglo XX hasta la fiebre del oro que continúa en la actualidad. Mirar a los pueblos indígenas y a otros grupos tradicionales que viven en la Amazonía es el primer paso para crear un modelo que permita el uso y la protección de los recursos naturales del bosque.

    “La gente sabe cómo usar el bosque de manera sostenible y hay muchos datos que muestran que se puede hacer que la Amazonía sea rentable y productiva sin aumentar la deforestación”, dice. "Si estamos viendo lo que estamos viendo ahora, es porque nuestro modelo ha fallado por completo".

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