La belleza de los árboles capturada en el archivo fotográfico de Nat Geo

Desde secuoyas hasta cerezos en flor, el archivo de National Geographic refleja su larga historia de amor por los árboles.

Eliza Ruhamah Scidmore, escritora, fotógrafa y editora en los inicios de National Geographic, visitó Japón por primera vez en 1885 y quedó encantada con los cerezos en flor como este en un jardín público en Kanazawa. Al regresar a su hogar en Washington, DC, solicitó a los funcionarios que plantaran esos mismos árboles alrededor del Capitolio. El 27 de marzo de 1912, se plantó el primero de 3000 cerezos, obsequios del gobierno japonés, alrededor del Tidal Basin. Cuando Eliza murió en 1928, sus cenizas fueron enterradas en Yokohama. Un cerezo descendiente de uno regalado a Washington por Japón domina su tumba. Sus flores caen suavemente en primavera y cubren el suelo con una alfombra rosa. 

Fotografía de Eliza R. Scidmore NATIONAL GEOGRAPHIC CREATIVE
Por Cathy Newman
Publicado 17 may 2022, 07:02 GMT-3

Cada árbol cuenta una historia. Puede ser un monumento al dolor, una expresión de fe o una conmemoración histórica. Sobre todo, estas narraciones hablan de cómo los árboles nutren la tierra y a nosotros. No es exagerado decir que los árboles exhalan para que podamos inhalar, pero también nos enriquecen de otras formas más espirituales. Buda, después de todo, encontró la iluminación bajo un árbol Bodhi en Nepal, un evento que se repite en la observación de John Muir: “El camino más claro hacia el Universo es a través de un bosque salvaje”.

Como revelan nuestros archivos fotográficos, durante más de un siglo, National Geographic ha utilizado el poder de la imagen para defender y destacar árboles, especialmente a gigantes insustituibles como las secuoyas que forman la pieza central de los parques nacionales y estatales en el oeste de los Estados Unidos. En 1921, la National Geographic Society donó 100.000 dólares para salvar lo que se convertiría en el Bosque Gigante del Parque Nacional Sequoia de California, que se encontraba amenazado por la tala. El esfuerzo fue encabezado por el primer editor de tiempo completo de la revista, Gilbert H. Grosvenor. En su oficina guardaba una fotografía que tomó de 20 hombres entrelazando sus brazos alrededor del gigantesco tronco de la secuoya de 2.200 años conocida como General Sherman. “Es como si lo estuvieran protegiendo”, decía.

Banderas de oración adornan un árbol Bodhi en el Templo Maya Devi en Lumbini, Nepal, lugar de nacimiento de Buda. También conocido como árbol Bo, se considera sagrado porque se supone que Siddhartha Gautama se sentó a meditar durante 49 días debajo de un árbol de este tipo (el único lugar en la tierra, afirman los textos sagrados, que era perfectamente estable) hasta recibir la iluminación y convertirse así en el Buda (el iluminado). “Los budistas consideran que el árbol Bo es demasiado sagrado para tocarlo o arrancarle una hoja”, escribió Eliza Scidmore sobre uno de sus viajes al Lejano Oriente en 1903. “Los peregrinos devotos se arrodillan, fijan sus ojos en él y en trance de oración esperan hasta que una hoja milagrosa se desprenda y caiga revoloteando”.

Fotografía de Ira Block NATIONAL GEOGRAPHIC CREATIVE
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Para la edición de diciembre de 2012 de National Geographic, el fotógrafo Michael “Nick” Nichols fue al Parque Nacional Sequoia en California para capturar esta imagen sin precedentes de la secuoya gigante llamada Presidente, el tercer árbol más grande del mundo, medido por el volumen del tronco sobre el nivel del suelo. Usando un sistema de cuerdas, Nichols y su equipo fotografiaron cada sección del coloso de 75,2 metros de alto y 8,2 metros de ancho. Se necesitaron 32 días de trabajo para fotografiar el árbol y unir la imagen de 126 fotografías individuales.

Fotografía de Michael Nichols National Geographic Creative
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Los brazos extendidos de 20 hombres abrazan la secuoya conocida como General Sherman.

Fotografía de Gilbert H. Grosvenor National Geographic Creative

En la portada de la edición de julio de 1964 de la revista apareció un retrato del “árbol más alto del mundo”, una secuoya de 111,8 metros de altura, con el entonces editor Melville Bell Grosvenor de pie justo debajo.

Fotografía de George F. Mobley National Geographic

El hijo y sucesor de Grosvenor como editor de National Geographic, Melville Bell Grosvenor, haría lo mismo con las secuoyas. Envió al científico principal de la Society a un bosque de California para encontrar el “árbol más alto del mundo”, una secuoya de 111,8 metros de altura. Grosvenor mandó hacer un retrato del magnífico árbol con una diminuta figura (que casualmente era él mismo) de pie justo debajo. La imagen apareció en la portada de la edición de julio de 1964 y la Society donó 64.000 dólares para un estudio, lo que ayudó a establecer el Parque Nacional Redwoods en 1968.

La revista volvería fielmente a estos árboles, sobre todo en diciembre de 2009, cuando publicó la imagen de una secuoya de 91,4 metros de altura en un parque estatal de California. El fotógrafo Michael “Nick” Nichols y su equipo utilizaron un árbol cercano para bajar progresivamente tres cámaras controladas a distancia y tomar 84 imágenes de arriba a abajo de la gigantesca secuoya.

Luego, las fotos se unieron digitalmente. El desplegable resultate, de seis páginas, “era una vista imposible, el equivalente fotográfico de llegar a Marte. No podrías ver el árbol con tanta claridad incluso si alquilaras un helicóptero”, dijo Ken Geiger, el editor de imágenes de la historia en ese momento. Nichols logró una hazaña similar para la portada de diciembre de 2012, que presentaba una secuoya de 91,4 metros de altura coronada con nieve en el Parque Nacional Sequoia.

Otros árboles menos altivos, pero no menos memorables, han protagonizado las páginas de la revista o residen en sus archivos de imágenes. Algunas de las historias de las fotos son conmovedoras, como las catalpas de un hospital de la Guerra Civil estadounidense, en Virginia, donde Walt Whitman fue testigo de cómo arrojaban brazos y piernas amputados por una ventana, o el “árbol sobreviviente”, un peral de Callery (o peral de flor) que quedó en pie después del ataque del 11 de septiembre de 2001 al World Trade Center.

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El tronco anudado de una catalpa, el “Árbol Walt Whitman”, en los terrenos de Chatham Manor en Fredericksburg, Virginia.

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Tras el ataque del 11 de septiembre de 2001 que redujo a escombros las Torres Gemelas de 110 pisos de altura del World Trade Centre en el bajo Manhattan, un día oscuro de humo y cenizas sofocantes que se cobró la vida de 2.753 personas, el peral de Callery sobreviviente se convirtió en una pieza central del monumento conmemorativo de la llamada Zona Cero. El árbol se erige como un ejemplo de la botánica del dolor, pero también de la resiliencia.

FOTOGRAFÍAS DE Diane Cook and Len Jenshel National Geographic Creative
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Se dice que la manzana que supuestamente golpeó al físico Sir Isaac Newton en Woolsthorpe Manor, Inglaterra, y que fue su inspiración para formular las leyes de la gravedad, cayó de este manzano. La historia, escrita por William Stukeley, amigo y primer biógrafo de Newton, está registrada en un manuscrito del siglo XVIII en los archivos de la Royal Society de Londres, pero Keith Moore, el bibliotecario de la Sociedad, describe irónicamente el relato de la manzana como “una historia pegadiza del siglo XVIII”. ¿Fue Newton un doctor de la manipulación que forzó la verdad? “Creo que se podría ver como el núcleo de la verdad”, dice Moore. “Realmente tuvo una idea. Pero no creo que la manzana le haya caído en la cabeza. Le hubiese causado una contusión”.

Fotografía de James A. Sugar National Geographic Creative
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Cerezos Yoshino a lo largo de la Cuenca Tidal, en Washington D.C.

Fotografía de Diane Cook and Len Jenshel National Geographic Creative

Algunas historias son inspiradoras, como la del manzano de una arboleda en la casa de la infancia de Sir Isaac Newton en Woolsthorpe, Inglaterra, que supuestamente inspiró su momento “eureka” sobre las leyes de la gravedad, o la del caprichoso árbol con ramas serpenteantes del Christ Church College, Oxford, el lugar favorito del gato de Cheshire en Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll.

Y luego están las imágenes de celebración. En 1885, Eliza Ruhamah Scidmore, la primera mujer escritora, fotógrafa y miembro de la junta directiva de la Society, visitó Japón y quedó encantada con los cerezos en flor que bordeaban el río Sumida de Tokio. Después de regresar a casa, solicitó a los funcionarios de Washington D.C. que plantaran árboles como esos. La primera dama de entonces, Helen Taft, usó su influencia para hacer despegar la idea o, más bien, para plantarla firmemente. El primero de los árboles (entre los 3.000 donados por el gobierno japonés) se colocó alrededor de la Cuenca Tidal el 27 de marzo de 1912 y hoy es el epicentro del primaveral Festival Nacional de los Cerezos en Flor.

Sin embargo, la sombra de lo efímero persiste. Nada, ni siquiera un árbol milenario, está garantizado para siempre. En 1990, el fotógrafo Sam Abell fotografió un boab que, en el austero paisaje de Australia Occidental, se había vuelto blanco con la edad. Cuando la revista publicó la foto, el guía de Abell volvió al lugar para fotografiarlo con la imagen publicada sostenida en primer plano, pero para entonces solo quedaba un tronco esquelético. Después de más de 900 años, el boab había sido alcanzado por un rayo.

En algunas culturas nativas de Australia, los antiguos árboles boab se consideran entidades preciadas y encarnan una figura creadora. Suministran agua, capturada en su interior esponjoso, fibra para hacer cuerdas y semillas comestibles. Sam Abell fotografió este inquietante ejemplar en 1990 mientras cubría una historia en la región de Kimberly, en Australia Occidental, que se publicó en la revista al año siguiente. En una especie de homenaje, envió a su guía de regreso al lugar para volver a fotografiar el árbol con la imagen publicada en primer plano, pero solo quedaba su tronco. Un rayo había reducido el árbol a un esqueleto carbonizado.

Fotografía de National Geographic Creative

La historia de la National Geographic Society está entrelazada con la de la conservación de árboles. “En una misión para salvar a las secuoyas gigantes, fui a California en 1915”, escribió Gilbert H. Grosvenor, el primer editor de la revista. Él y un amigo lanzaron sus sacos de dormir al pie de esta tremenda secuoya. Su misión se cumplió y, gracias a las contribuciones de la Society, se preservaron 906,9 hectáreas de secuoyas en California.

Fotografía de Photograph Gilbert H. Grosvenor Collection
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 En el norte de la India, el árbol de neem (o nimbo de la India) es conocido como el sanador de todas las dolencias y como la encarnación de la diosa hindú Shitala, una figura materna, pero para los vecinos del barrio que adoran este árbol en el Templo Nanghan Bir Baba, en Varanasi, representa mucho más. “Mi hijo nació prematuro. El médico nos dijo que seguramente moriría”, le dijo un hombre a David Haberman, profesor de religión en la Universidad de Indiana, Estados Unidos, y experto en hinduismo. “Pero le recé a este neem y vivió”. El árbol, vestido con telas de colores, tiene una máscara facial de la diosa para fortalecer la conexión entre ella y los fieles.

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Un capítulo importante en la historia de la secuoya costera de 1.000 años de antigüedad conocida como Luna en el condado de Humboldt, en California, es el que involucra a la activista Julia Butterfly Hill. En 1997, Hill trepó al árbol, que estaba amenazado por las operaciones madereras de la Pacific Lumber Company, y permaneció allí durante más de dos años en una carpa sobre una pequeña plataforma a 54,8 metros sobre el suelo, desde donde dio entrevistas a través de teléfono alimentado por energía solar. Finalmente, la empresa maderera accedió a un compromiso de conservación. En 2000, el árbol fue vandalizado. Un corte de motosierra dejó una herida de un metro de profundidad en la mitad de la circunferencia del árbol. Soportes y cables de acero estabilizan el árbol, que todavía resiste.

FOTOGRAFÍAS DE Diane Cook and Len Jenshel National Geographic Creative

Conocido como el árbol de Tule, el enorme ciprés de Moctezuma, en el estado mexicano de Oaxaca, cuenta con un tronco de 36,2 metros de circunferencia, que sostiene una copa que es casi del tamaño de dos campos de tenis. En la década de 1990, el gobierno mexicano desvió la carretera Panamericana a su alrededor y aprobó una subvención para cavar un pozo para el árbol con el fin de compensar la caída del nivel freático.

Fotografía de Russell Hastings Millward National Geographic Creative

El 19 de abril de 1995, una explosión planeada y ejecutada por Timothy McVeigh, un veterano estadounidense, destruyó el edificio federal Alfred P. Murrah de nueve pisos en el centro de la ciudad de Oklahoma, incineró automóviles y se cobró 168 vidas. También quemó el tronco e incrustó escombros en un olmo blancom (u olmo americano) que crecía en un estacionamiento cercano. Hoy, el “árbol sobreviviente” es una extensión del Museo y Monumento Nacional de la Ciudad de Oklahoma y ​​brinda consuelo a familiares y amigos de quienes murieron en la explosión, como Doris Jones, cuya hija Carrie, de 26 años, que estaba embarazada en ese momento, pereció en la explosión. “Es como si ese árbol tuviera la voluntad de sobrevivir”, dice Mark Bays, un guardabosques urbano del estado que ayudó a cuidarlo hasta que se recuperó. “Entendió, cuando ninguno de nosotros entendía, que necesitaba estar cerca”.

Fotografía de Diane Cook and Len Jenshel National Geographic Creative
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Según la mitología griega, se suponía que los árboles de dragones (Dracaena cinnabari) como estos en Socotra, un archipiélago frente a Yemen en el Mar Arábigo, emergieron de la sangre que fluía de un dragón asesinado. Los herbolarios del siglo XVII promovían su resina roja como remedio para todo, desde la disentería hasta los dientes flojos. También se usaba como tinte y para refrescar el aliento, así como en rituales. Las amenazas del calentamiento global y el sobrepastoreo de cabras han colocado al árbol en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza como una especie vulnerable.

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La búsqueda del árbol más austral del mundo condujo a Isla Hornos, la región más austral de la Tierra del Fuego. La expedición, dirigida por Brian Buma, ecologista forestal de la Universidad de Colorado en Denver, determinó que el título era para el Nothofagus betuloides, un coihue de Magallanes (o colihue blanco) de 41 años de edad, de poco menos de seis centímetros de diámetro y 60 centímetros de altura. Con una línea de base establecida, los científicos esperan monitorear el calor del suelo y el crecimiento de los árboles y, en la era del cambio climático, determinar si ese borde avanzará más hacia el sur, hacia la Antártida.

FOTOGRAFÍAS DE Michael Melford National Geographic Creative

Los pinos longevos como este en California se encuentran entre los árboles vivos más antiguos. Convencido de que sus anillos podrían revelar la historia climática de la Tierra, el dendrólogo Edmund Schulman pasó varios veranos buscándolos. En 1953 encontró al patriarca de estos árboles en las Montañas Blancas de California: Matusalén, un pino longevo con 4.676 anillos, hasta entonces el más antiguo del mundo. En 1964, Donald Currey, un estudiante graduado, encontró pinos longevos en Nevada que rivalizaban con los de Shulman. Al perforar un espécimen para determinar su edad, la broca se rompió. Currey convenció al Servicio Forestal de cortar el árbol para estudiarlo. Sus anillos eran 4.844. El árbol más antiguo descubierto hasta ese momento había sido talado inadvertidamente. Matusalén sigue en pie y su ubicación se mantiene en secreto.

Fotografía de Paul Chesley National Geographic Creative

Cathy Newman, ex editora general de National Geographic, escribe para The Economist, NPR.com y Anglers Journal. Siguela en Twitter: @wordcat12.

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