La COVID-19 afecta el sueño mucho más de lo que imaginas

La ciencia profundiza sobre los efectos nocivos que los virus y las bacterias tienen sobre el descanso. Qué hacer frente al insomnio por COVID.

Por Emily Sohn
Publicado 18 nov 2022, 10:13 GMT-3

Un pasajero duerme a bordo de un "autobús tranquilo" el 14 de noviembre de 2021. Estos autobuses con una "ruta a ninguna parte" se comercializan en Hong Kong como una posible cura para el insomnio.

Fotografía de BERTHA WANG AFP, Getty Images

Seis semanas después de un caso leve de COVID-19 al principio de la pandemia, Erika Thornes empezó a despertarse todas las noches entre las 2 y las 3 de la madrugada. Incapaz de volver a dormirse, escuchaba podcasts, leía y navegaba por Twitter antes de conciliar el sueño a las 4 o 5 de la mañana.

A su marido le ocurrió algo parecido durante una reciente infección de COVID. De repente se despertaba a las 3 de la madrugada cada noche. Su sueño mejoró cuando dejó de dar positivo, pero el síntoma fue extremo mientras duró. "Estaba conmocionada. Sabía que me despertaba, pero creo que no entendía del todo la gravedad de interrumpir el sueño'".

Pesadillas. Días sin dormir. Despertares de pánico en mitad de la noche. Dormir 18 horas al día. A medida que la COVID-19 se ha ido extendiendo entre la población mundial, también lo han hecho los informes sobre los trastornos del sueño, tanto durante la infección como en las semanas y meses posteriores.

Los vínculos entre la COVID y el sueño todavía se están investigando, pero los estudios muestran que las infecciones bacterianas y víricas, en general, interfieren con el sueño a través de mecanismos físicos y psicológicos. Según los expertos, reconocer la posibilidad de que el virus altere el sueño puede ayudar a las personas a recibir la atención que necesitan.

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Cómo se afectan mutuamente el sueño y el sistema inmunitario

El sueño está estrechamente relacionado con el sistema inmunitario, un vínculo tan conocido como misterioso. Descansar lo suficiente puede ayudar a prevenir infecciones, según pruebas y observaciones que se remontan a miles de años atrás. Pero las infecciones también pueden alterar el sueño de forma complicada.

Los estudios realizados en animales demuestran que los virus y las bacterias alteran tanto la cantidad de tiempo que se duerme como el tipo de sueño, afirma John Axelsson, director del Laboratorio del Sueño del Instituto de Investigación del Estrés de la Universidad de Estocolmo (Suecia). Cuando los investigadores inyectan a conejos o roedores dosis moderadas de bacterias o virus, los animales duermen más. Tienen más sueño sin movimientos oculares rápidos, un estado de descanso profundo que se considera importante para la recuperación (pasan menos tiempo en el sueño REM, que está lleno de sueños).

Las citoquinas, una categoría de moléculas que pueden estimular o frenar la inflamación, parecen desempeñar un papel importante en estos patrones, explica Axelsson. Cuando se priva de sueño a animales sanos, los niveles de algunas citoquinas proinflamatorias en el cerebro aumentan, lo que hace que los animales duerman más de lo normal. Cuando los científicos bloquean estas citoquinas, los animales no duermen más, aunque estén privados de sueño.

Es más difícil hacer el mismo tipo de investigación en las personas, y los resultados son contradictorios sobre cómo cambia el sueño durante las enfermedades. Pero los estudios sugieren que, al menos hasta cierto punto, las moléculas inflamatorias afectan al sueño de forma comparable a otros animales. En estudios realizados en la década de 1990 y principios de 2000, el investigador Thomas Pollmächer y sus colegas inyectaron a personas trozos de paredes celulares bacterianas, denominadas endotoxinas, y descubrieron que una leve activación del sistema inmunitario aumentaba el impulso del sueño y mejoraba el sueño no REM.

Pero una vez que el sistema inmunitario se aceleraba con el aumento de los niveles de citoquinas y los síntomas de la enfermedad, las personas experimentaban más interrupciones del sueño, algo que no se observa habitualmente en los animales. "El sistema inflamatorio aumenta el impulso de dormir. Pero al mismo tiempo, luego interrumpe el sueño si se tiene fiebre", sostiene Axelsson.

Para ver cómo las infecciones respiratorias afectan al sueño de los humanos, Axelsson y sus colegas reclutaron a 100 adultos sanos para que llevaran un diario de sueño detallado tras experimentar los primeros síntomas de una infección respiratoria mientras llevaban un dispositivo de seguimiento del sueño en sus muñecas. De los 100 voluntarios, 28 personas enfermaron. En general, esas personas pasaron más tiempo en la cama y durmieron más después de que comenzaran sus síntomas, informaron los investigadores en 2019.

Pero no se trataba de un sueño reparador. Las personas infectadas tenían dificultades para conciliar el sueño, se despertaban más y tenían un sueño más inquieto, especialmente cuando estaban más sintomáticos. A medida que los síntomas disminuían, el sueño mejoraba. Anecdóticamente, ese es el mismo patrón que reportan muchas personas con COVID: mucho sueño al principio seguido de insomnio u otras interrupciones mientras están más enfermos. El impulso fisiológico de dormir más mientras se está enfermo podría ser adaptativo, ya que ayuda al cuerpo a luchar contra el invasor, dice Axelsson.

Por qué continúan los problemas de sueño tras la infección por COVID

Para muchas personas, los problemas de sueño no terminan cuando una persona da negativo en la prueba. Para medir la frecuencia con la que persisten los problemas de sueño, los investigadores encuestaron a más de 650 pacientes con COVID de larga duración que visitaron la Clínica reCOVer de la Clínica Cleveland (Estados Unidos) entre febrero de 2021 y abril de 2022. Hasta seis meses después de una infección, el 41% informó de alteraciones del sueño; un 7%  adicional informó de alteraciones que eran graves. Los pacientes negros, el 12% de los participantes en el estudio, eran tres veces más propensos a informar problemas de sueño en comparación con otros grupos étnicos, lo que hace eco de las disparidades observadas a lo largo de la pandemia, señala Cinthia Peña Orbea, especialista en sueño y autora principal del estudio, que se publicó en junio.

Por otra parte, se han notificado casos de narcolepsia post COVID, de sueño excesivo y de representación física de los sueños con movimientos como patear y hablar en lugar de quedarse quieto con la típica parálisis inducida por el sueño, dice Monika Haack, psiconeuroinmunóloga de la Facultad de Medicina de Harvard en Boston (Estados Unidos), coautora de una revisión de 2019 sobre los vínculos entre el sueño y la enfermedad.

El estudio de Peña Orbea sugiere que la COVID larga está en línea con otras enfermedades crónicas para causar problemas de sueño. Alrededor del 60%  de las personas con VIH y más del 50%  de las personas con hepatitis C experimentan un sueño deficiente, al igual que las personas con ME/CFS, también llamado síndrome de fatiga crónica. Las personas con enfermedad inflamatoria intestinal, artritis reumatoide y otras enfermedades relacionadas con la inflamación (todos ellos trastornos inmunológicos) suelen padecer falta de sueño.

Haack está investigando los detalles de cómo la interrupción del sueño interactúa con el sistema inmunitario. En un estudio que se publicará próximamente, ella y sus colegas descubrieron que la alteración del sueño en 24 personas sanas conducía a la producción de más moléculas que prolongaban la inflamación y, sobre todo, a la supresión de moléculas que normalmente la detienen. Incluso después de tres noches completas de recuperación del sueño, la inflamación persiste, lo que subraya la necesidad de preservar un buen sueño.

En conjunto, la evidencia ilustra que la falta de sueño puede causar o exacerbar muchos síntomas asociados tanto a la COVID aguda como a la COVID larga, incluyendo la depresión, la fatiga y la niebla cerebral. Esos síntomas, a su vez, pueden dificultar el sueño. "Siempre es bidireccional", dice Haack. El insomnio, la apnea del sueño y otras alteraciones, continúa, "pueden reducir la calidad, la profundidad, la continuidad o la regularidad del sueño y amortiguar las funciones de apoyo inmunológico que acompañan al sueño normal."

¿Desarrollar fármacos para los trastornos del sueño relacionados con la COVID? 

En última instancia, los científicos podrían desarrollar medicamentos que afecten a los niveles de citoquinas para mejorar el sueño, adelanta James Krueger, experto en la bioquímica del sueño de la Universidad Estatal de Washington en Spokane (Estados Unidos). Pero es una tarea difícil porque la relación entre las citocinas y el sueño es extraordinariamente compleja. Algunas citoquinas proinflamatorias mejoran el sueño a bajas concentraciones, pero a más altas, provocan vigilia y sueño fragmentado. También hay citoquinas antiinflamatorias que, en su mayoría, inhiben el sueño a bajas concentraciones.

Según Krueger, cientos de proteínas interactúan para regular el sistema inmunitario y otros procesos. La COVID y otras infecciones alteran dichos intercambios. Dirigirse a esas moléculas sigue siendo un trabajo en curso. "En los últimos años se han desarrollado algunos fármacos nuevos para comportamientos complejos y procesos cerebrales como el sueño", afirma. "El tiempo dirá si son mejores que los fármacos anteriores".

Cómo mejorar el sueño después de haber tenido COVID

Ayudar a las personas a descansar mejor durante y después de las infecciones por COVID empieza por reconocer la importancia del sueño, indica Haack. Eso puede incluir evitar los medicamentos que perturban el sueño, como los opioides, y reducir la luz, el ruido y los despertares repetidos para las personas que están hospitalizadas.

El establecimiento de rutinas de sueño regulares con horas de acostarse y despertarse constantes suele formar parte del cuidado del insomnio, dice Axelsson. También puede ser útil limitar el tiempo que se pasa en la cama para aumentar la eficiencia del sueño y evitar el exceso de tiempo que se pasa despierto.

Haack recomienda aplicaciones de mindfulness para reducir el estrés y la ansiedad. En el caso de sus pacientes con COVID de larga duración, Peña Orbea ha visto que la terapia cognitivo-conductual ha producido mejoras. "Con el insomnio, el cerebro está en un estado de hiperactividad. Intentamos restablecer ese estado de excitación mental".

La actividad física y el aire fresco pueden ayudar a un subgrupo de personas que pueden haber dejado de salir a causa de su enfermedad, agrega Axelsson. Pero para muchas personas con COVID prolongada, el ejercicio puede causar graves contratiempos, lo que subraya la necesidad de una atención médica individualizada si los problemas de sueño persisten después de la COVID.

"Las alteraciones del sueño pueden ser normales durante la infección aguda por COVID, debido a los síntomas que alteran el sueño, como el dolor, la tos o la congestión nasal", dice Haack. "Si las alteraciones del sueño se mantienen más allá de la fase sintomática aguda o empiezan a desarrollarse como un nuevo síntoma, ese es el momento de buscar ayuda".

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