Huérfanos de la pandemia: otra consecuencia mundial de la COVID-19

Se calcula que alrededor del mundo unos 10,4 millones de niños han perdido, al menos, a uno de sus padres o tutores, lo que los expone a mayores riesgos de salud física y mental. Sin embargo, se puede aprender de las experiencias del pasado.

Por Amy McKeever
Publicado 16 may 2022, 08:32 GMT-3
Casi 10,4 millones de niños de todo el mundo han perdido a uno de sus padres ...

Casi 10,4 millones de niños de todo el mundo han perdido a uno de sus padres o a su cuidador a causa del COVID-19. Yuni Folani es uno de ellos. Su padre, Langlang Buana, de 56 años, murió en junio de 2021 a causa de coronavirus e insuficiencia renal en Pasaman, Sumatra Occidental (Indonesia).

Fotografía de Muhammad Fadli

Siempre hay flores frescas en la tumba de Langlang Buana, en la pequeña ciudad de Pasaman, en la provincia indonesia de Sumatra Occidental. Su hija menor, Yuni Folani, conocida como Ivo, pasa por el cementerio de camino a la escuela. Lo visita tan a menudo que los pétalos que arranca de la buganvilla de su patio delantero todavía están perfumados cuando vuelve con un ramo fresco.

Su padre murió el año pasado de insuficiencia renal después de haber contraído COVID-19. Ivo, la menor de sus dos hijas, recuerda que solía bromear constantemente con su padre y que eran inseparables. De mayor, quiere ser policía, siguiendo los pasos de su padre, que era guardia de seguridad. “Echo de menos que se enfade conmigo”, dice Ivo mientras las lágrimas cubren su rostro.

Varias veces a la semana, Yuni y su madre, Nisma, hacen el viaje de dos kilómetros en moto hasta la tumba de Langlang. El cementerio está de camino a la escuela de Yuni y su hermana Try.

Fotografía de Muhammad Fadli

Sin él, la familia ha pasado por momentos difíciles. La madre de Ivo, Nisma, es el único sostén de la familia y se esfuerza por hacer rendir los 100 dólares mensuales que gana como empleada en la tienda local.

La familia de Ivo no es la única en esta situación. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que, desde el inicio de la pandemia y hasta el 5 de mayo de 2022, casi 15 millones de personas han fallecido por causas relacionadas con la COVID-19, casi el triple de la cifra oficial de muertes. En los Estados Unidos, el país que más muertes ha registrado, se contabilizó casi un millón de fallecidos, según datos recopilados por el centro de estudios e investigaciones Johns Hopkins.

Detrás de estas estadísticas se esconde una crisis de orfandad sin precedentes en la historia moderna. Casi 10,4 millones de niños en todo el mundo han perdido a uno de sus padres o cuidadores a causa de la COVID-19, de acuerdo con las últimas estimaciones del Imperial College de Londres. En los Estados Unidos, más de 214.000 niños han perdido a uno de sus padres o a su cuidador. Al igual que el número de muertes, es probable que las cifras reales sean mayores.

El duelo cambia la vida de cualquier persona y es especialmente devastador para los niños. Décadas de investigación demuestran que la pérdida de un cuidador expone a los niños a un mayor riesgo de abuso, pobreza y problemas de salud mental como la depresión, la ansiedad y el suicidio.

Si los niños no reciben el apoyo adecuado, o si sus dificultades son especialmente graves, el estrés puede incluso cambiar la arquitectura de sus cerebros y dejarlos más vulnerables a todas las principales causas de muerte, advierte Susan Hillis, copresidenta del Grupo de Referencia Mundial sobre Niños Afectados por la COVID-19, una asociación entre la Universidad de Oxford y la OMS.

La COVID-19 también ha fomentado las condiciones propicias para el estrés crónico, ya que los niños se enfrentan a los confinamientos, al cierre de escuelas y a la amenaza constante de perder a más seres queridos. Pero Hillis y otros expertos dicen que no hay razón para pensar lo peor: las lecciones aprendidas de las crisis sanitarias del pasado nos enseñan cómo ayudar a los niños a enfrentarse a lo impensable

“Va a ser necesario que todos trabajemos juntos de una forma en la que no lo hemos hecho hasta ahora”, afirma. Lo fundamental es actuar con rapidez.

La COVID-19 y el trauma de la orfandad

La gente tiende a pensar en un huérfano como alguien que ha perdido a ambos padres, pero las Naciones Unidas definen a un huérfano como un niño que, como Ivo, ha perdido a cualquiera de sus progenitores y el término se está expandiendo cada vez más para incluir a los abuelos y otros cuidadores.

“Siempre que se ha perdido a uno de los padres, hasta cierto punto se ha perdido a los dos”, dice Carolyn Taverner, cofundadora y directora de programas de Emma’s Place, un centro de duelo para niños y familias en Staten Island, Nueva York. Los padres supervivientes también están de duelo y muchos tienen menos tiempo para atender a sus hijos mientras intentan seguir adelante. Los niños también están muy atentos a las emociones de sus progenitores y a menudo tienden a proteger a sus padres ocultando sus propios sentimientos.

Estos aspectos de la orfandad se pusieron de manifiesto al principio de la pandemia de sida, que según un informe del Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/SIDA (ONUSIDA) había dejado huérfanos a 903.000 niños en todo el mundo para 1990, el primer año en el que se hicieron estimaciones al respecto. En las décadas posteriores, los investigadores han acumulado un sólido conjunto de pruebas sobre los riesgos de la pérdida de uno o ambos padres o cuidadores.

Se trata de salud mental. Taverner dice que la pérdida de un padre suele ser la primera ocasión en la que un niño se da cuenta de que pueden ocurrir cosas malas en cualquier momento. Los niños más pequeños, que aún no han aprendido a manejar sus emociones, tienden a tener más arrebatos y pueden tener problemas en la escuela. Los niños mayores, cuyos amigos pueden no entender su pérdida, empiezan a sentirse aislados en su dolor. 

Pero los niños también se enfrentan a otros peligros para su salud. La pérdida del sostén de la familia puede llevar a una familia a la pobreza, provocando desnutrición u obligando a los niños a abandonar la escuela y a comenzar a trabajar. Las investigaciones de la revista Vulnerable Children and Youth Studies (Estudios sobre Jóvenes y Niños Vulnerables), entre otras, muestran que los niños que han perdido a uno de sus padres son más vulnerables a los abusos físicos, sexuales y emocionales. 

“Tienes esta constelación de abusos o adversidades que se acumulan en el niño”, comenta Hillis.

Esa acumulación puede dar lugar a una condición llamada estrés tóxico. Por lo general, el cuerpo se enfrenta a una situación de estrés haciendo que el corazón se acelere e inundando el cuerpo con hormonas del estrés. Cuando estas condiciones se prolongan o son graves, el cuerpo puede experimentar una cascada de respuestas biológicas perjudiciales, incluyendo el deterioro de las sinapsis neuronales del cerebro.

El estrés tóxico puede poner al niño en riesgo de sufrir complicaciones a largo plazo, como la diabetes y la enfermedad de Parkinson. También puede dañar la capacidad del sistema inmunitario para luchar contra las enfermedades y aumentar el riesgo de morir de enfermedades cardíacas, VIH/SIDA, etc. Los niños huérfanos también corren un mayor riesgo de suicidio.

En enero, UNICEF informó de que más de 616 millones de estudiantes en todo el mundo siguen afectados por el cierre de escuelas relacionado con la COVID, lo que los expertos temen que pueda empujar a los niños más vulnerables del mundo al trabajo infantil. El ausentismo en la escuela también es perjudicial para los niños en duelo, que encuentran consuelo en la rutina.

“Cuando la pandemia golpea, no hay nada igual”, dice Taverner. “No hay hacia dónde escapar”.

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    Antes de visitar la tumba de su padre, Yuni recoge flores del árbol de buganvillas del patio delantero de su casa. Siguiendo la costumbre, esparce los pétalos sobre la tumba y vierte agua sobre ellos.

    Fotografía de Muhammad Fadli

    Los huérfanos de la pandemia: una catástrofe oculta

    La pandemia aún no había llegado a Zambia en la primavera de 2020, pero a Remmy Hamapande le preocupaba ver cómo la COVID-19 hacía estragos en el mundo. Como director nacional de la organización sin fines de lucro Forgotten Voices (voces olvidadas), que trabaja en varios países del sur de África, Hamapande sabía que una pandemia mortal sería nefasta para los niños de ese país, que ya habían perdido a sus padres por el sida y estaban viviendo con abuelos que eran especialmente vulnerables. 

    “Si el COVID llega aquí y se lleva a las abuelas, no nos quedaría nadie para cuidar a los huérfanos”, Hamapande recuerda haber pensado. “Entonces estos niños se quedan huérfanos dos veces”.

    Hamapande llamó a Hillis para dar la alarma. A lo largo de sus décadas de carrera como investigadora en los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos, Hillis estudió a los niños huérfanos por crisis sanitarias. En agosto de 2020, había convocado a un equipo de investigadores para evaluar cuántos niños estaban afectados, empezando por Estados Unidos y Brasil.

    En sólo dos semanas, los datos preliminares “fueron impactantes y desgarradores”, lamenta Hillis. Por cada dos muertes por COVID-19 registradas en esos países, las estimaciones sugerían que al menos un niño quedaba huérfano. A medida que la variante Delta impulsaba los aumentos en todo el mundo, esa cifra aumentaba a un huérfano por cada muerte de COVID-19 y a dos huérfanos por cada muerte en África a finales de octubre de 2021.

    A pesar de las impactantes pérdidas, la crisis de los huérfanos de la COVID-19 ha recibido relativamente poca atención. Es una pandemia oculta dentro de otra pandemia. Rachel Kidman, epidemióloga social especializada en la adversidad infantil en la Universidad de Stony Brook, en Nueva York, afirma que la COVID-19 se percibe como una enfermedad que afecta a las personas mayores, por lo que se pasan por alto las consecuencias para los niños que quedan atrás.

    Sin embargo, hasta el 38% de los niños del mundo se crían en hogares multigeneracionales, según el Centro Pew de Investigación, con sede en Washington D.C. En Zambia y en gran parte del resto del África subsahariana, más del 30% de los niños viven en hogares de “generación salteada”, lo que significa que viven con los abuelos, no con los padres.

    Además, Kidman señala que la COVID-19 no sólo está matando a los abuelos. La distribución desigual de las vacunas contra el coronavirus ha dejado a personas de todas las edades más vulnerables en algunas partes del mundo y eso es desproporcionadamente mortal para las personas con poco acceso a la atención sanitaria. 

    “Hay actualmente un número considerable de personas menores de 65 años que han fallecido a causa de la COVID. Son personas en edad de procrear”, afirma Kidman.

    En Zambia, Hamapande ha visto cómo los hermanos son separados y cómo los aldeanos se esfuerzan por alimentar a sus propias familias que han acogido a su vez a los hijos de los vecinos. La asistencia es prácticamente inexistente y Hamapande ha visto signos de trauma, desde la incontinencia nocturna (mojar la cama) hasta un aumento de suicidios. 

    “Imagínese que un niño pierde a su cuidador y luego, básicamente, no tiene ningún lugar al que ir”, dice, y añade que la asistencia en salud mental es desesperadamente necesaria.

    Cómo proteger a los niños huérfanos

    Las crisis anteriores han enseñado a los científicos lo que puede funcionar y lo que no para suavizar el trauma.

    ¿Qué es lo que no hay que hacer? Meter a los niños en orfanatos o, al menos, no en instalaciones donde los niños desatendidos se hacinan como sardinas. Una serie de importantes estudios sobre los orfanatos rumanos, que se hicieron famosos en la década de 1990 por sus deplorables condiciones, descubrieron que la institucionalización alteró significativamente la estructura cerebral de los niños. Cada año de estancia en un orfanato provocó retrasos cognitivos y de desarrollo en comparación con los niños criados en familias de acogida.

    Afortunadamente, estos efectos pueden mitigarse si se traslada al niño a un hogar cariñoso. En 2012, un estudio demostró que los niños que se trasladaban de orfanatos a familias de acogida podían alcanzar el nivel de desarrollo de sus compañeros.

    Los niños necesitan que la familia (de cualquier tipo) les proporcione una estructura en sus vidas, dice Lucie Cluver, profesora de trabajo social en la Universidad de Oxford, Reino Unido, y en la Universidad de Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Garantizar que un niño pueda ir a la escuela, tenga suficiente comida y se sienta amado es lo que “determina el impacto de la muerte, no la muerte en sí”.

    Incluso los huérfanos bien atendidos necesitan ayuda adicional. Cluver, que formó parte del equipo que Hillis convocó para determinar las estimaciones globales de los huérfanos por COVID-19, afirma que las tres principales intervenciones que marcan la diferencia son el apoyo económico, el apoyo a los padres y la permanencia en la escuela.

    Asegurarse de que las familias tengan suficiente dinero y comida es fundamental. Cuando los padres no tienen la necesidad de sostener varios trabajos, tienen más tiempo para escuchar y apoyar a sus hijos. Cuando los niños tienen suficiente comida y pueden permanecer en la escuela, son menos vulnerables a otros factores de riesgo. Se ha demostrado que al proporcionar dinero a las familias empobrecidas disminuye significativamente el riesgo de que las niñas y las jóvenes se vean obligadas a realizar trabajos sexuales o recurran a ellos a cambio de dinero.

    El abuso es otro riesgo. El estrés de los padres puede conducir a la violencia dentro de las familias vulnerables. Por eso, brindar a los cuidadores formas de hacer frente a la situación es fundamental cuando el dolor hace que un cuidador o un niño se comporten mal. Los estudios han demostrado que los programas de paternidad pueden reducir significativamente la violencia física, sexual y emocional en las familias.

    Por último, es importante asegurarse de que los niños huérfanos puedan seguir yendo a la escuela. La asistencia a la escuela ayuda a los niños traumatizados a recuperar un sentido de normalidad. También se ha demostrado que reduce la pobreza, retrasa el primer encuentro sexual del niño y lo integra en la sociedad.

    ¿La ayuda está en camino?

    A finales de septiembre de 2021, Calandra Cook llevaba un mes en su último año en la Universidad Estatal de Georgia, Estados Unidos, cuando de repente tuvo que retirarse para planificar el funeral de su madre. Sin ningún otro familiar cercano que la ayudara, la aturdida joven de 21 años se vio repentinamente responsable de todo.

    Los médicos habían advertido a Calandra de que los pulmones de su madre se estaban debilitando, su ritmo cardíaco era demasiado alto y sus niveles de oxígeno eran demasiado bajos, pero la muerte de Yolanda Meshae Powell fue de todos modos un shock para Calandra y sus tres hermanos menores, que no pudieron hablar con su madre, ni siquiera abrazarla, antes de que muriera. “Tuve que despedirme de mi madre a través de una ventana de cristal”, recuerda Calandra.

    Entonces llegó el desalentador reto de terminar la universidad. La oficina de ayuda financiera de la universidad le informó que había agotado sus préstamos estudiantiles y tendría que pagar de su bolsillo, y volver a casa para ahorrar dinero no era una opción. 

    “Cuando mi madre murió, mi red de seguridad murió con ella”, dice Calandra.

    A principios de este año, COVID Collaborative (un grupo de destacados expertos estadounidenses en salud pública, educación y economía) creó Hidden Pain (dolor oculto), una plataforma en línea que pone a las familias en duelo en contacto con fuentes de recursos que incluyen asistencia funeraria, servicio de Internet con descuento y grupos de duelo y tutoría. En California, los legisladores están estudiando la posibilidad de crear un fondo fiduciario financiado por el Estado para los huérfanos de la COVID. Sin embargo, a nivel nacional, ha habido poco movimiento.

    El mundo tampoco ha actuado todavía para ayudar a los huérfanos a la escala que se vio con el Plan Presidencial de Emergencia para el Alivio del Sida (PEPFAR, por sus siglas en inglés) en los Estados Unidos. Se necesitaron 13 años para promulgar el PEPFAR después de que los investigadores dieran la alarma por primera vez sobre los huérfanos del sida y, para entonces, los 903.000 huérfanos iniciales del sida se habían convertido en 15 millones. 

    “Sólo espero y rezo para que no esperemos 13 años”, añade Hillis. “Este tsunami nos va a ir envolviendo a medida que surja variante tras variante”.

    Calandra se siente frustrada porque el mundo parece haber dejado atrás la pandemia, incluyendo a las personas que la consolaron cuando falleció su madre. “A medida que pasa el tiempo, la gente se va yendo”, dice. “El duelo es algo con lo que te enfrentas solo”.

    Ella todavía está terminando sus estudios, pero en mayo participó junto a sus compañeros en la ceremonia de graduación, nada menos que el fin de semana del Día de la Madre. Es un logro agridulce: Yolanda estaba tan ilusionada con que su hija obtuviera un título que solía llamarla tres veces al día para felicitarla. 

    Calandra sabía que no iba a ser difícil cruzar el escenario el día de la graduación sin su madre entre el público. “La gente dice que estará allí en espíritu, pero eso no te hace sentir mejor”, confiesa Calandra. Recordó, sin embargo, algunos de los consejos favoritos de su madre: “Puedo oírla diciéndome que me ponga los pantalones de niña grande. Mi madre me enseñó todo”.

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