¿Cómo el aislamiento por la pandemia puede influir en el desarrollo de los niños más pequeños?

Muchos menores de cinco años han estado confinados por períodos de tiempo prolongados durante la pandemia. Los expertos explican cuál puede ser el impacto para su desarrollo, según las diferentes edades, y cómo se recuperarán.

Por Sharon Guynup
Publicado 16 feb 2022, 19:31 GMT-3

Jennifer McClure y su hija de 19 meses, Esme Smith, se  probaron las mascarillas en abril de 2020, no mucho después de que el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, cerrara los restaurantes y las escuelas debido a la pandemia de COVID-19. En ese momento, los casos y las muertes se estaban disparando en la ciudad y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos habían restringido todas las reuniones a menos de 50 personas. El uso de mascarillas era más bien un juego, ya que la familia no se aventuró más allá de la entrada de su casa en Harlem, durante varias semanas. Hoy, McClure se encuentra entre los padres de todo el país que se preocupan por las consecuencias a largo plazo que las restricciones por la pandemia tendrán en los niños menores de cinco años, quienes han pasado sus años de formación en circunstancias extraordinarias.

 

Fotografía de Jennifer McClure

Cuando mi nieta Winnie cumplió un año a principios de 2020, lo celebró en una casa llena de familia, amigos, niños corriendo, pastel y globos. Esa fue la última gran reunión que experimentaría hasta Navidad. Cuando la pandemia de COVID-19 confinó a los Estados Unidos en marzo, Winnie, junto a millones de niños pequeños, se convirtieron en lo que algunos han denominado "bebés búnker". Aprendió a hablar durante esta época excepcional y una de sus primeras palabras fue "mascarilla".

En todo el país se cerraron guarderías y escuelas, algunas hasta el otoño boreal de 2021. Los padres trabajaron desde casa o perdieron sus empleos y las familias se atrincheraron, recluidas en los hogares. Algunos formaron "burbujas" con quienes compartían reglas de seguridad similares. A muchos niños se les enseñó a mantener una distancia segura de las personas para evitar el contagio. A otros se les impusieron pocas restricciones.

Esme se entretiene en un parque infantil de Nueva York casi desierto, poco después de que la ciudad reabriera estos espacios públicos en julio de 2020. A sus casi dos años, anhela jugar al aire libre, con la compañía de otros niños. Durante la pandemia, suele jugar sola. "Hasta los dos años, los niños no juegan realmente con otros niños", dice el experto en desarrollo infantil Seth Pollak, de la Universidad de Wisconsin-Madison. Pero a partir de esa edad, el juego se vuelve más imaginativo y la mayoría de los niños empiezan a desear pasar tiempo con sus amigos.

Fotografía de Jennifer McClure

Independientemente de los protocolos familiares, los niños se han visto privados de interacciones sociales normales. Después de casi dos años, los menores de cinco años siguen en el limbo. Estos niños son el último grupo de edad sin acceso a una vacuna en Estados Unidos. Y aunque los niños pequeños que desarrollan una enfermedad grave a causa de la COVID-19 son menos que los adultos, siguen estando en riesgo y siempre existe la posibilidad de tener complicaciones a causa de un COVID prolongado. 

El hecho de que esta experiencia de pandemia en la primera infancia anuncie consecuencias a largo plazo para la salud mental, el desarrollo o consecuencias académicas depende de los retos individuales de cada familia, afirma James Griffin, quien dirige el Instituto Nacional de Salud Infantil y Desarrollo Humano Eunice Kennedy Shriver (NICHD, por sus siglas en inglés). "Todos estamos en la misma tormenta, pero no estamos en el mismo barco".

¿Han despedido a uno de los padres? ¿Se vieron obligados a trabajar desde casa mientras cuidaban de los niños? ¿Se ha enfermado alguien? ¿Perdieron a un ser querido? ¿Tenían los niños una rutina y recibían atención personalizada de un cuidador? ¿Han vivido en un entorno de tensión, miedo o depresión omnipresentes?

"Si los niños y las familias tenían dificultades antes, es probable que la pandemia las haya empeorado", dice Griffin.

A muchos padres les preocupa que sus hijos pierdan experiencias vitales normales, que languidezcan frente a las pantallas, que crezcan en un mundo socialmente distanciado. Se preocupan por los efectos del aislamiento, la desorganización, la pérdida de seres queridos, la presión económica y el trauma colectivo en sus hijos durante el desarrollo temprano crítico, dice Amy Learmonth, quien estudia el desarrollo cognitivo en la Universidad William Paterson.

“No creo que haya padres de niños menores de cinco años que no estén increíblemente estresados”, dice Learmonth.

Mi hijo, Nick Ruggia, se preguntó inicialmente si Winnie podría sufrir un retraso emocional o desarrollar una visión distorsionada del mundo. Otro padre, Mike John, que vive con su familia en Washington D.C., expresó su preocupación por las habilidades sociales de su hija menor, Luna. "No ha tenido muchas oportunidades de participar en juegos cooperativos, o simplemente de divertirse y reírse de bromas que otro niño de cuatro años entendería", cuenta. Ahora asiste a la guardería, con su mascarilla KN-95.

La pandemia puede tener poco impacto social en los menores de dos años

Privada del contacto con otros niños, Esme intenta seguir una clase de baile virtual organizada por la guardería a la que asistía, un par de días a la semana, antes de la pandemia. Como la mayoría de los niños pequeños, pierde el interés por la pantalla y se aleja en cuestión de minutos.

 

Fotografía de Jennifer McClure

Los resultados del ensayo de la vacuna COVID-19 de tres dosis de Pfizer-BioNTech para esta cohorte se esperan para principios de abril en Estados Unidos. Pero por ahora, mientras el mundo empieza a abrirse para algunos, los padres de los menores de cinco años siguen enfrentándose a decisiones difíciles respecto a lo que sus hijos no vacunados pueden hacer con seguridad. (Hay algunos países que también han aprobado vacunas de otros laboratorios para niños desde los 3 años).

Amanda Jolly, que vive en Pauls Valley, Oklahoma, decidió no vacunar a su núcleo familiar y quiso mantener la vida lo más normal posible para su hijo Sage, que ahora está en el jardín de infantes. "No lo hemos alejado de nada", dice.

Otras familias han optado por precauciones más estrictas. El primer hijo de Lindsey y Brett Dobin, Brody, nació en noviembre de 2019, justo antes de que llegara la pandemia. Poco después, su madre fue despedida de su trabajo. Cuando las escuelas cerraron en la ciudad de Nueva York, donde Brett Dobin se desempeña como consejero escolar, trabajó desde su casa. Preocupados por mantener a su hijo a salvo, "simplemente evitamos al mundo", dice Lindsey Dobin.

Pero cuando ella volvió a trabajar en enero de 2022, no tuvieron más remedio que llevar a Brody a la guardería. Aunque está contenta de que esté socializando y aprendiendo, dice, "cada noche me voy a dormir esperando que no haya enfermado hoy. Da miedo".

A menos que haya deficiencias en el cuidado o un entorno familiar estresante, el tiempo extra en casa puede haber beneficiado a los más pequeños. Para los bebés, los cuidadores son todo su mundo y su mayor necesidad es una atención sensible y receptiva. "No hay ningún indicio de que su desarrollo social vaya a verse afectado en absoluto", afirma Seth Pollak, psicólogo y científico del cerebro que estudia el desarrollo infantil en la Universidad de Wisconsin-Madison.

"Hasta alrededor de los dos años, los niños no juegan realmente con otros niños", explica. Participan en lo que los psicólogos llaman juego paralelo, sentados en proximidad, a menudo con juguetes similares, pero jugando de forma independiente. A los tres años, el juego se vuelve más imaginativo y la mayoría de los niños ansían pasar tiempo con sus amigos.

Fred Rogers, más conocido como “Señor Rogers”, señaló que "a menudo se habla del juego como si fuera un descanso del aprendizaje serio. Pero para los niños, el juego es un aprendizaje serio".

Durante el juego interactivo se produce desarrollo cognitivo, dice Learmonth, y ofrece al mismo tiempo entrenamiento social. Es donde los niños aprenden a negociar, a compartir, a respetar los turnos y a no agarrar cosas ni herir los sentimientos de los demás. Les enseña que los juegos tienen reglas y que no siempre pueden ganar o salirse con la suya, o nadie querrá jugar con ellos, añade Learmonth.

Señales prometedoras

Esme empieza a subirse al asiento de la ventana del salón del apartamento de su familia en Harlem. Disfruta de pie en la ventana, saludando a las pocas personas que pasan y gritando a los pájaros. Pide salir al exterior, pero se lo prohíben. Aunque los niños pequeños que desarrollan una enfermedad grave a causa de la COVID-19 son menos que los adultos, siguen estando en riesgo, y siempre existe la posibilidad de desarrollar coronavirus duradera si se infectan.

 

Fotografía de Jennifer McClure

Un estudio revisado por expertos mostró resultados prometedores en niños de seis a 36 meses. Un equipo de enfermeros pediátricos los evaluó para ver si cumplían los hitos del desarrollo. Examinaron las habilidades motrices, la forma en que los niños responden a los extraños, el progreso en el reflejo de una sonrisa, su habla y vocabulario, las habilidades de resolución de problemas y otros hitos.

"En general, nuestros resultados fueron tranquilizadores", afirma Bernadette Sobczak, coautora del estudio. Los investigadores no encontraron diferencias en el desarrollo social. "Pero en los grupos de seis meses y de 12 meses, había una diferencia muy ligera en la comunicación en comparación con los evaluados antes de la pandemia".

Ahora, con casi dos años de oportunidades limitadas para la interacción social, aparecen algunos déficits en niños algo mayores, los que ahora tienen entre tres y seis años. Anna Johnson, psicóloga del desarrollo y profesora adjunta de la Universidad de Georgetown, señala que en algunos niños hay una clara alteración del desarrollo social y retrasos en el desarrollo.

En la época anterior a la pandemia, las revisiones rutinarias de los niños podrían haber diagnosticado algunos déficits. Pero muchas de esas citas se retrasaron debido al confinamiento y al miedo al contagio. "Muchas derivaciones se producen entre los 18 meses y los cuatro años", dice Johnson. "Me preocupan los niños que podrían tener un pequeño retraso en el lenguaje que un año de intervención temprana corregiría. ¿Qué pasa cuando esto no se les puede brindar?".

Sabemos que los niños que tienen experiencias adversas en la infancia pueden desarrollar problemas a largo plazo. Los niveles elevados de estrés o adversidad pueden repercutir en el desarrollo del cerebro, alterando el desarrollo cognitivo y socio-emocional, afectando la toma de decisiones, el aprendizaje y la memoria. Los padres estresados tienen menos ancho de banda y menos paciencia, dice Cathi Propper, investigadora científica de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill que estudia el desarrollo infantil.

La pandemia ha creado circunstancias extraordinarias. Muchos de los que entran en el jardín de infantes con problemas de desarrollo o sociales tienen antecedentes difíciles. Proceden de hogares inestables e inseguros en los que se ha pasado demasiado tiempo frente a la pantalla y no se ha prestado suficiente atención personalizada o no se han realizado actividades estimulantes, que son fundamentales para un desarrollo saludable, afirma Pollak.

Pero hay advertencias. Dado que la resiliencia se basa en las relaciones, la conexión con un solo padre, abuelo u otro adulto consistente y atento puede proporcionar una plataforma sólida para el desarrollo social. Y no todo el tiempo de pantalla es igual. Algunos programas de alta calidad tienen beneficios educativos. Ver estos programas puede fomentar las habilidades lingüísticas y ayudar a preparar a los niños para la escuela.

Entender el alcance de la trayectoria de esta generación llevará tiempo, en parte porque la pandemia ralentizó la investigación sobre el desarrollo infantil. En los pocos estudios presenciales realizados durante este periodo, los investigadores llevaban mascarillas, protectores faciales y otros equipos de protección, lo que distorsiona los resultados con los niños pequeños, ya que están aprendiendo el lenguaje y las señales faciales. En otros proyectos, la investigación se realizó con cuestionarios en línea rellenados por los padres, pero sin una evaluación profesional de sus hijos.

Eso significa, explica Griffin del NICHD, que "aún no contamos con buenos datos de investigación".

Posibles efectos en niños de tres a cinco años

Los padres de Esme se abastecieron de juguetes y materiales de arte al principio de la pandemia para mantener a su hija ocupada y activa durante los largos días de confinamiento.

 

Fotografía de Jennifer McClure

Por ahora, las escuelas siguen siendo el mejor recurso para las familias, con los profesores en primera línea. Amanda Jolly enseña a chicos de primer grado en el pequeño distrito rural de Pauls Valley, en Oklahoma. Con los cierres y las cuarentenas en 2020 y 2021, "prácticamente hemos perdido un año de escuela", dice.

Enumera una lista de problemas que está viendo en sus alumnos y en los compañeros de jardín de infantes de su hijo Sage, niños que tenían tres, cuatro y cinco años cuando golpeó la pandemia.

"Este año han tardado mucho más en sentirse cómodos. No saben cómo actuar con otros niños. Es más difícil mantener su atención. No pueden sentarse a lo largo de una lección. No pueden resolver problemas ni hacer muchas cosas por sí mismos". Aunque parte de este comportamiento es normal, especialmente para los niños de jardín de infantes, parece que hay más, expresa Jolly.

Los niños también son "mucho más mimosos", dice Jolly. "Quieren más afirmación y tienen miedo de cometer errores".

El desgaste emocional general de estos dos duros años es evidente. "He tenido niños que han perdido a sus seres queridos. Están tristes... y tratamos con muchos más niños con enfado".

La recesión económica y el aumento de la desigualdad también son evidentes. "Este año vemos muchos más niños que pasan hambre", continúa Jolly, "muchos más niños que no están tan limpios".

Las escuelas actúan como una fuerza estabilizadora en la vida de las familias con problemas, anclando las comunidades. Proporcionan comidas, servicios de salud mental, algunos servicios de salud in situ, y conectan a las familias con los recursos, sostiene Anna Johnson de Georgetown. Los cierres dejaron un gran vacío. Para que los niños vuelvan a la normalidad, los servicios de salud mental y necesidades especiales deben ser una prioridad. Eso requiere una financiación adecuada.

Parece que, en adelante, los maestros tienen que estar preparados para los niños que entran en el jardín de infantes, que tienen una gama más amplia de necesidades que antes. "Algunos niños, literalmente, nunca se han sentado en una silla, junto a otro cuerpecito, ni se les ha dicho que hagan algo con un instrumento de escritura en la mano. Otros lo han hecho siempre. Algunos niños no están acostumbrados al ruido, nunca han estado en una rutina o han compartido un objeto", afirma Johnson.

Griffin describe ese año de jardín de infantes como un "campamento de entrenamiento para la escuela". En junio, los niños pueden sentarse en un pupitre, hacer fila, seguir instrucciones y no hablar fuera de turno. Los estudiantes que no han desarrollado estas habilidades para el primer grado, dice Griffin, corren el riesgo de un fracaso escolar temprano.

Las familias que se aferran a los últimos peldaños de la escala social son las que más ayuda necesitan. Learmonth no confía tanto en que esos niños, u otros niños con necesidades especiales, tengan acceso a los servicios necesarios para recuperarse bien.

Una perspectiva generalmente positiva

Tras solo dos semanas de encierro, Esme rechaza los guantes de plástico que sus padres compraron al por mayor, ansiosa porque no le toquen la piel. Los expertos y algunos padres mantienen la esperanza de que los niños pequeños que han crecido durante la pandemia sean más flexibles cuando sean grandes porque han tenido esta experiencia inusual. Mike John, padre de una niña de cuatro años residente en Washington D.C., se preocupa por su pequeña hija, pero dice: "esperamos que les dé un aprecio más profundo por estar con la gente amada".

 

Fotografía de Jennifer McClure

La buena noticia es que la mayoría de los niños pequeños estará bien. Los jóvenes son flexibles y están equipados con cerebros que tienen una gran "plasticidad", es decir, capacidad de adaptación.

La personalidad es relativamente estable. Es poco probable que la pandemia aplaste a un extrovertido o cree un introvertido, aunque podría alterar la trayectoria de un individuo. "No estamos creando misántropos donde habría habido humanos socialmente exitosos", dice Johnson.

Pollak coincide: "Creo que los niños, en su mayoría, van a estar bien... siempre que podamos brindar los apoyos adecuados".

Por estas y otras razones, los expertos coinciden en que, aunque los "bebés búnker" sean un poco inmaduros, la mayoría se pondrá al día cuando tenga la oportunidad de flexionar sus músculos sociales. Dado que todos tienen dificultades, surge la pregunta: Si todos están atrasados, ¿hay alguien realmente atrasado?

A medida que la pandemia siga evolucionando y pasemos a la fase endémica, los niños de todos los orígenes reaccionarán, incluso cuando las cosas mejoren. A los niños no les gustan los cambios, dice Pollak y agrega: "Les encanta la estabilidad". Cualquier cambio en la rutina podría desencadenar problemas de sueño o rabietas durante semanas hasta que los niños se adapten a la nueva normalidad.

Cuando Lindsey Dobin empezó a llevar a su hijo Brody a la guardería a principios de este año, dice, "gritó como un loco durante las tres primeras semanas. Se me revolvían las tripas al verlo tan alterado". Ahora, tras seis semanas, ya no llora.

El padre de Winnie, Nick Ruggia, dice que quieren que tenga una infancia más normal en cuanto sea una posibilidad realista. La inscribirán en preescolar una vez que esté vacunada.

Mientras tanto, jugarán, leerán, dibujarán y acudirán a lugares al aire libre donde se sientan seguros, ya sea sin mascarilla en el zoológico o con mascarilla en un museo. (Los protocolos sobre el uso de mascarilla pueden variar acorde a lo que definan las autoridades de cada país según su situación epidemiológica).

Quizá nuestros hijos sean más flexibles, porque han tenido esta experiencia inusual. "Esperamos que les dé un aprecio más profundo por estar con la gente amada", dice Mark John, aunque "nos preguntamos si crecerán con esta sensación de temor de que el mundo entero puede verse amenazado y confinado en cualquier momento".

Griffin califica a los humanos como "la especie invasora de mayor éxito que la Tierra ha conocido", y concluye diciendo: "hemos pasado por guerras, plagas, desastres naturales. Como especie somos asombrosamente resilientes".

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