Ecoturismo: la estrategia de los yanomamis de Brasil para preservar su montaña sagrada

El pueblo yanomami de Maturacá, en la Amazonía brasileña, ha ideado un plan para llevar turistas al Pico de la Neblina, el punto más alto del país, con el fin de preservar su lugar sagrado y mejorar la economía de la comunidad.

Por Redacción National Geographic
Publicado 5 may 2022, 12:35 GMT-3, Actualizado 6 may 2022, 16:43 GMT-3
La cumbre del Pico de la Neblina, llamado Yaripo por los yanomamis, cubierta por su característica ...

La cumbre del Pico de la Neblina, llamado Yaripo por los yanomamis, cubierta por su característica niebla.

Fotografía de Miguel Trefaut y equipo

En la frontera entre Brasil y Venezuela, flanqueada por los ríos Blanco y Negro, se encuentra el territorio del pueblo originario más numeroso de Sudamérica. Es, además, uno de los pueblos originarios que todavía conservan cierto grado de aislamiento. Los yanomamis (palabra que podría traducirse como “seres humanos”) habitan desde hace miles de años una zona de más de 190.000 kilómetros cuadrados en pleno corazón de la Amazonía y sobreviven exclusivamente de lo que cultivan y cazan en la selva.

De una población estimada de 35.000 personas, según cifras del Instituto Socioambiental del Brasil (ISA), alrededor de 26.000 viven del lado brasileño, dispersos en más de 220 comunidades y ocho poblados. Creada en 1992 y con una extensión de 96.650 kilómetros cuadrados (un poco mayor que Portugal), la Tierra Indígena Yanomami es prácticamente un país propio, unido por una lengua común con sus diferentes variantes, así como por la lucha para preservar sus tierras, amenazadas por la deforestación y, principalmente, la minería ilegal.

Preocupados por las amenazas que pesan sobre su territorio y su existencia, los yanomamis se organizan en asociaciones que buscan reforzar las medidas de preservación y garantizar la subsistencia de las comunidades. Entre sus manifestaciones y movilizaciones políticas, una de las iniciativas que ha resultado más eficaz es el turismo.

En la zona donde viven los yanomamis hay también dos reservas medioambientales: el Parque Estatal de la Sierra del Acará (o, en portugués, Serra do Acará) y el Parque Nacional del Pico de la Neblina (o Pico da Neblina). Este último alberga el punto más alto del país y es uno de los objetivos de la minería ilegal de oro, que ha asolado la región desde la década de 1980.

Recientemente, se ha intensificado la búsqueda ilegal de este mineral en algunas zonas de la Amazonía, lo que ha provocado nuevos episodios de violencia, además de profundizar la degradación de la selva y poner en riesgo la salud de los yanomamis. Sólo en 2021, se deforestaron más de 3.200 hectáreas de tierra yanomami para la extracción de oro, según un estudio de la Asociación Yanomami Hutukara.

Esta vez, sin embargo, el propio Pico de la Neblina puede ayudar a las comunidades yanomamis. En marzo de 2022 nació uno de los mayores proyectos de ecoturismo en territorio originario, concebido y organizado por los yanomamis. Se trata de la subida al Yaripo (o “casa de los vientos”, como los lugareños llaman al Pico de la Neblina), una excursión organizada por los propios yanomami. 

Vista de la cima del Yaripo, desde el campamento Areal. Última parada de la expedición antes del ataque a la cumbre. El viaje hasta este punto dura cinco días.

Fotografía de LUCAS LIMA - ISA

Pico de la Neblina: vuelve el turismo después de 20 años

Con 2.995,30 metros de altura, el Pico de la Neblina, situado en la Sierra de Imeri, es considerado el punto más alto de Brasil. Rodeada de una densa selva amazónica, la montaña está en la frontera con Venezuela, en el municipio de São Gabriel da Cachoeira, en el estado de Amazonas, y forma parte del territorio de la Tierra Yanomami y del Parque Nacional Pico de la Neblina. 

El turismo en la región estaba suspendido desde 2003 por determinación del Instituto Brasileño de Medio Ambiente (Ibama), para evitar la degradación ambiental y la vulneración de los derechos del pueblo yanomami. “Hasta entonces, las visitas al Yaripo se realizaban sin ninguna regulación ni control por parte de los organismos responsables”, explica Marcos Wesley de Oliveira, coordinador del Programa Río Negro del ISA, que ha acompañado el proyecto de ecoturismo yanomami al Pico de la Neblina desde el principio.

Según él, hace 20 años, cuando se suspendieron las visitas, la mayoría de los turistas que encaraban la cumbre del Yaripo no sabían que estaban en territorio indígena, ni de la importancia cultural y espiritual que tiene la montaña para el pueblo yanomami. 

“Las agencias que acompañaban a los turistas venían de lejos y se llevaban el beneficio que obtenían del negocio. Y seguían afectando al medio ambiente por la falta de conocimientos y por la ausencia de la aplicación de la ley”, añade Oliveira. 

En la actualidad, los yanomamis defienden el ecoturismo en la región, siempre que la gestión y los beneficios del emprendimiento permanezcan en manos de los pueblos originarios que viven allí. “Se trata de un proyecto único que beneficiará a unos 800 yanomamis que viven en comunidades cercanas a la montaña”, comenta José Mario Pereira Goes, presidente de la Asociación Yanomami del Río Cauaburis y sus Afluentes (en adelante, Ayrca), encargada de gestionar el proyecto y de acompañar a los turistas en su viaje.

Según Goes, para lograr que el proyecto de ecoturismo en el Yaripo se pusiera en marcha, se necesitaron años de conversaciones y movilizaciones por parte de las comunidades yanomamis junto con el Instituto Chico Mendes de Conservación de la Biodiversidad (ICMBio) y la Fundación Nacional del Indio (FUNAI).

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    Izquierda: Arriba:

    Sesión de formación para que los yanomamis reciban a los turistas en la comunidad de Maturacá.

    Derecha: Abajo:

    Equipo de recepción de turistas en la comunidad de Maturacá, en el estado brasileño de Amazonas.

    FOTOGRAFÍAS DE AYRCA

    El programa comenzó a desarrollarse en 2015 y fue concebido principalmente por Ayrca y la Asociación de Mujeres Yanomami Kumirayoma (Amyk), que contó con la participación de 55 representantes de seis comunidades que habitan la región, en su mayoría jóvenes interesados en trabajar en el proyecto junto a líderes tradicionales.

    Con la aprobación del plan de visitas por parte del ICMBio y la FUNAI en 2019, la expectativa de los yanomamis era llevar a los primeros turistas al Yaripo a partir de abril de 2020. Sin embargo, la pandemia de COVID-19 obligó a posponer el inicio de las actividades.

    “Era un reto muy grande hacer viable la actividad turística aquí en la región y es satisfactorio ver que nuestros esfuerzos dan sus frutos”, dijo Goes. “Estamos contentos y deseando recibir a los visitantes en nuestra tierra”.

    Yaripo: una visita a la “casa de los espíritus”

    El ascenso a la cima no es un camino fácil. La participación de los pueblos originarios en la preparación del programa de ecoturismo es importante, no sólo porque genera ingresos para las comunidades, sino porque los yanomamis conocen mejor que nadie los caminos más seguros para llegar a la cumbre.

    El recorrido comienza en São Gabriel da Cachoeira y abarca un trayecto de 88 kilómetros hasta el puerto Frente-Sul, en el igarapé (arroyo) Yá-Mirim. Desde allí, los visitantes se dirigen en barco por el río Cauaburis en un viaje de seis horas hasta un campamento cerca del pueblo de Maturacá, donde pernoctan y se someten a rituales de orientación y protección realizados por los chamanes yanomamis (ancianos de la comunidad y líderes espirituales).

    Estos rituales, según Goes, son necesarios porque, según la cultura yanomami, el Yaripo es el lugar de descanso de los espíritus de sus antepasados, los hekurapë, espíritus auxiliares de los chamanes, que pueden interferir en el viaje de los forasteros a la cima. 

    “Cada visitante que pasa por aquí recibe una bendición y es protegido por los chamanes antes de proceder al ascenso”, comenta Goes.

    Los pueblos originarios de Maturacá reciben a los turistas con oraciones para la protección del grupo durante el ascenso y celebraciones culturales como parte del plan de visitas al Yaripo o Pico de la Neblina.

    Fotografía de Miguel Trefaut y equipo

    Al día siguiente, por la mañana, el grupo deja Maturacá y se embarca hacia el punto de inicio del ascenso. El barco remonta el río Cauaburis durante aproximadamente dos horas hasta la desembocadura del igarapé Irokae, donde comienza el sendero.

    Qué esperar de la expedición al Pico de la Neblina

    En este trayecto y durante toda el ascenso, los turistas van acompañados de pilotos de barco, guías, porteadores y cocineros yanomamis, que se encargan de preparar los campamentos y las comidas a lo largo del camino. Para acompañarlos, los yanomamis de Maturacá recibieron una formación que incluía lecciones de ecoturismo, talleres de primeros auxilios, mantenimiento de motores fuera de borda y capacitación de los guías en el uso de un sistema de comunicación por radio, esencial para tramo del sendero donde no hay señal de telefonía móvil.

    Los guías también se encargan de contar a los visitantes historias sobre los yaripo de su pueblo, así como las palabras y canciones de los yanomami. Hablan de los guardianes de la montaña, Yoyoma y Piyawawë, y de los otros hekurapë que habitan el lugar: Ruwëriwë, asociado al frío, la oscuridad y las nubes de tormenta; Wariwë, responsable de los accidentes por mordedura de serpiente; y Yariporari, ser del viento y la tormenta, considerado peligroso, con una fuerza aterradora y responsable de los vendavales constantes que azotan la montaña. También es la entidad que da nombre al Pico de la Neblina en la lengua yanomami.

    El ascenso requiere una buena preparación física para los ocho días de marcha, con grandes variaciones de altitud: desde 95 metros en la base del camino hasta 2.995 metros en la cima. En el camino, hay cruces de arroyos, pantanos y, muy probablemente, momentos de llovizna, tormentas y, principalmente, niebla. 

    Otro atractivo es la biodiversidad local. El Pico de la Neblina es uno de los lugares más biodiversos de la Amazonía, con muchas especies endémicas, es decir, que no se encuentran en otras partes.

    Durante los cuatro días que dura el ascenso, el visitante espera ver animales salvajes, aves y plantas exclusivas de la región. Uno de los animales que se pueden avistar es un tipo de lagarto llamado Riolama gymnophthalmidae. Endémica del Yaripo, la especie fue descubierta en 2017 por zoólogos de la Universidad de São Paulo (USP) que realizaron una expedición a la región de Maturacá y al Pico de la Neblina. 

    “El Yaripo es un sitio geológicamente y ecológicamente antiguo, lo que significa que un viaje a la cumbre del Pico es como un viaje a través de la historia ambiental de la Amazonía”, dice Miguel Trefaut, zoólogo investigador del Instituto de Biociencias de la USP y líder de la expedición en ese momento. “Muchos de los animales que se pueden encontrar allí son raros o sólo se pueden ver en el ecosistema de la montaña. Desde el punto de vista de la biodiversidad, es un viaje sensacional”.

    Riolama gymnophthalmidae, una especie descubierta durante una expedición al Pico de la Neblina en 2017.

    Fotografía de Miguel Trefaut y equipo

    Al sexto día de iniciada la expedición, los turistas encaran  la cumbre en una caminata de ocho horas de ida y vuelta. Se calcula que el viaje completo dura diez días, incluyendo el ascenso, el descenso y el trayecto fluvial entre el sendero y Maturacá.

    El proyecto yanomami de ecoturismo contempla dos expediciones al mes con capacidad para hasta diez turistas cada una, además del número de guías, cocineros y porteadores necesarios, que varía de acuerdo con la cantidad de visitantes. En total, el grupo no debe superar las 25 personas, el límite para acomodar bien a la gente en los campamentos, organizar las comidas y mantener el control del grupo durante la caminata.

    Ecoturismo yanomami para la preservación cultural y medioambiental

    Entre los objetivos del plan de visitas, la protección del Urihi (el territorio de los yanomamis) es una de las prioridades. A través del ecoturismo, los yanomamis buscan una alternativa económica a la extracción de oro para alejar la actividad ilegal de sus tierras y garantizar los ingresos a los pobladores de la región.

    La amenaza de la minería en los alrededores del Yaripo, aunque a menor escala que en las comunidades yanomamis del vecino estado de Roraima, es preocupante no sólo por la degradación del medio ambiente, sino también porque es una de las pocas opciones de subsistencia para muchos yanomamis.

    “Muchos jóvenes yanomamis acaban trabajando en la minería por necesidad, porque es la única opción para obtener ingresos”, afirma Marcos Wesley de Oliveira, del ISA. 

    Este escenario se explica mejor a raíz de un informe publicado por la Asociación Yanomami Hutukara en abril de este año, que muestra que de 2016 a 2020 la minería ha crecido un 3.350% en la Tierra Yanomami. Sólo el año pasado, la actividad ilegal avanzó un 46% en la región, la mayor devastación desde la demarcación y homologación del territorio en 1992. El informe también acusa a los mineros de cometer graves delitos en la zona, como agresiones, amenazas, asesinatos y violaciones.

    Debido a la circulación de mineros invasores, muchas veces fuertemente armados, los miembros de las comunidades ven restringido su libre tránsito en la Tierra Yanomami, “no pudiendo utilizar las áreas de caza, pesca, siembra y las vías de comunicación terrestre y acuática con otras comunidades”, dice un extracto del informe. Esta amenaza constante hace que los yanomamis tengan pocas opciones para mantener su subsistencia. 

    Para Trefaut, la iniciativa es importante para preservar el medio ambiente y concienciar sobre las amenazas que sufre el pueblo yanomami. “El plan de visitas, desde el punto de vista de la preocupación medioambiental, está muy bien hecho. Sin duda será un factor muy útil para preservar el ecosistema del Yaripo”, comenta Oliveira, quien también ve en el proyecto un gran potencial para la colaboración científica. “Con las visitas periódicas al lugar, es posible que más investigadores, fotógrafos e incluso turistas realicen registros de especies aún desconocidas o poco estudiadas. Creo que será una gran contribución a la ciencia”.

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