Por qué la COVID-19 terminará perjudicando el medio ambiente

Como resultado de las cuarentenas globales el aire ha estado más limpio, sin embargo un futuro más contaminado se ha gestado mientras mirábamos para otro lado.

Por Beth Gardiner
Publicado 25 jun 2020, 11:15 GMT-3
Trabajadores en Kiev, Ucrania, desechan máscaras médicas y guantes usados quemándolos en un incinerador.

Trabajadores en Kiev, Ucrania, desechan máscaras médicas y guantes usados quemándolos en un incinerador.

Fotografía de Volodymyr Tarasov, Ukrinform/Barcroft Medi/Getty Images

LA NOCIÓN POPULAR de que la pandemia de la COVID-19 ha sido “buena para el medioambiente”— que la naturaleza se está recuperando mientras que la humanidad se queda en casa— atrae a muchos que le buscan el lado positivo a la tragedia mundial. Sin embargo, la realidad puede no cooperar con dichas esperanzas.

Es probable que los beneficios que muchos encontraron alentadores en un principio— desde el aire más limpio hasta poder escuchar el cantar de las aves dado que los automóviles y los aviones ya no se escuchaban tanto— podría ser solo temporario. Y con las cuarentenas flexibilizándose, ya han comenzado a disiparse. Ahora, algunos expertos temen que el mundo arriesgue su futuro con más tránsito, más contaminación y con un cambio climático empeorando más rápido que antes. Es demasiado pronto para saber si ese escenario gris avanzará, pero las preocupantes señales parecen estar creciendo en todo el mundo.

A principios de abril, con las cuarentenas generalizadas, las emisiones de carbono mundiales diarias disminuyeron en un 17 por ciento comparadas con el año pasado. Sin embargo, desde el 11 de junio, nuevos datos muestran que solo ha disminuido alrededor del 5 por ciento comparado con la misma época en el 2019, aunque la actividad normal no se ha restablecido completamente todavía.

“Tenemos los mismos autos, las mismas calles, las mismas industrias y las mismas casas”, señala Corinne Le Quéré, profesora de Ciencias de cambio climático de la Universidad de East Anglia en Gran Bretaña y autora principal del original estudio y su posterior actualización. “Así que, tan pronto como se liberen las restricciones, volvemos a dónde estábamos”.

Ahora, el riesgo de que las emisiones de carbono podrían dispararse a mayores niveles que los prepandémicos “es muy alto, en especial porque lo hemos hecho en el pasado, no hace mucho”, explica. Durante la crisis financiera de 2007 y 2008, las emisiones bajaron para luego recuperarse.

La experiencia de China, uno de los primeros países en cerrarse cuando lo golpeó el virus y uno de los primeros en comenzar con las reaperturas, ofrece una vista preliminar de lo que le podría esperar al resto del mundo. Las impresionantes mejoras en la calidad del aire, ocasionadas por la casi total interrupción en la fabricación y el transporte en febrero y marzo, ya han desaparecido.

Un nuevo proyecto carbonífero entra en acción en el norte de China. Los expertos advierten que dicha infraestructura energética implica grandes y futuros problemas sanitarios y climáticos.

Fotografía de Yang Shiyao Xinhua, Eyevine, Redux

A principios de mayo, mientras las fábricas presionaban para compensar el tiempo perdido, la contaminación regresó a los niveles precoronavirus y, en algunos lugares, los superó por un corto tiempo, aunque han caído un poco desde entonces. Mientras tanto, los oficiales provinciales, desesperados por el impulso económico que toda construcción conlleva, están dando el visto bueno a un conjunto de centrales alimentadas por carbono, señala Lauri Myllyvirta, analista principal del Centro de Investigación de Energía y Aire Puro con sede en Helsinki, que informó los datos de contaminación provenientes de China. Los expertos advierten que, si se sigue adelante con las nuevas plantas, eso causará problemas sanitarios y climáticos futuros dado que dicha infraestructura tiende a usarse por muchos años.

“De repente, se están otorgando muchos más permisos”, señala Myllyvirta. Y agrega que, si el mundo quiere evitar los escenarios climáticos más catastróficos, China debería reforzar sus inversiones en energía no contaminante, no carbono. “Así que eso es muy alarmante”. 

Los contaminadores “más atrevidos que nunca”

En medio de la implosión pandémica y su resultante implosión económica, las industrias, como las de combustibles fósiles, plásticos, de automóviles y aerolíneas, han estado peleándose por sacar ventaja. Algunos gobiernos— particularmente el de Estados Unidos— están accediendo a las súplicas de las empresas por dinero, reducciones normativas y otros favores especiales.

“Existe el riesgo de que los contaminadores puedan emerger de esta crisis más atrevidos y potencialmente más rentables que nunca”, señala Lukas Ross, analista sénior de políticas en Amigos de la Tierra, un grupo defensor del medioambiente.

Una industria que está aumentando su efectivo es la de gas y petróleo. El agresivo cabildeo de las empresas les está haciendo ganar miles de millones de dólares en fondos públicos destinados a mitigar los perjuicios económicos de la pandemia, indica Ross, quien ha escrito dos de los informes sobre estas iniciativas.

La ayuda ha incluido cambios fiscales que benefician a la industria, exenciones a las regalías que las empresas pagan por excavar o extraer en tierras públicas y el acceso al programa Main Street Lending program de 600 mil millones de dólares de la Reserva Federal. Dicho programa “ya ha sido modificado específicamente en función de lo que la industria del gas y petróleo solicitó”, cuenta Ross.

La industria de la fracturación hidráulica, que ha adquirido mucho dinero por años, está entre las que suplican por ayuda. “Esto significa, no solo un riesgo para el clima por sostener estas industrias debilitadas, sino también para los contribuyentes a quienes se les pide que asuman el riesgo de sacarlos del apuro”, señala.

El Instituto del Petróleo Norteamericano indica que las empresas de gas y petróleo que representa no han pedido favores especiales, pero están recurriendo a programas diseñados para ayudar a todos los sectores en esta tormenta económica. Los cambios fiscales y los préstamos “se aplican a todos los negocios— desde fabricantes y comerciantes, a restaurantes y productores de energía— que se encuentran atravesando dificultades económicas”, explica Scott Lauermann, vocero del grupo.

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    Pero el apoyo financiero se añade a las agresivas reducciones normativas que el gobierno de Trump sigue impulsando durante la pandemia. Entre muchas otras gestiones, el gobierno ha suspendido la aplicación de las normas relativas a la contaminación de aire y agua, limitando la capacidad de los estados de bloquear los proyectos energéticos y suspendiendo un requerimiento para la revisión ambiental y el aporte público de nuevas minas, tuberías, autopistas y otros proyectos.

    “Honestamente, en todo abril, [estar al día con las dádivas a la industria] se volvió casi un trabajo de tiempo completo", indica Amy Westervelt, periodista y presentadora del podcast Perforado (Drilled), quien los ha estado registrando.

    El gobierno puede haber buscado muchos de los cambios, pero “lo que estamos viendo es mucho menos retroceso del que hubieran tenido” si la pandemia no estuviera absorbiendo casi toda la atención, explica.

    Otra preocupación es el tránsito. El distanciamiento social es difícil de cumplir en el transporte público y es probable que muchos viajeros lo eviten por miedo a contraer el virus, por lo que las ciudades podrían estar dirigiéndose hacia un “apocalípsis automovilístico” poscuarentena como advierte un sitio de noticias especializado en transporte. 

    Myllyvirta señala que, en China, el tránsito ya se encuentra en niveles prepandémicos aunque muchas personas todavía tienen que volver a trasladarse diariamente y a viajar. Y mientras las ciudades de todo el mundo se están apurando para ampliar las bicisendas y así controlar el traspaso hacia esa forma de movimiento desde los subterráneos, los trenes y los autobuses, “si aquellos van a estar lo suficientemente cerca es un gran interrogante”, señala.

    En Brasil, los taladores ilegales han acelerado su destrucción de la Amazonia mientras que el coronavirus devasta a la nación. Según la información satelital de la agencia de investigación espacial INPE, en abril de 2020, se despejó el 64 por ciento más de tierra que en el mismo mes del año pasado— aunque el 2019 fue el año de mayor deforestación en más de una década.

    Hace tiempo que el presidente Jair Bolsonaro promueve mayor explotación en la Amazonia. En los últimos meses, los taladores, mineros, y ganaderos ilegales han enfrentado pocos impedimentos por parte de las autoridades gubernamentales al apropiarse de tierras públicas.

    “Puedes hacer lo que quieras en la Amazonia y no serás castigado”, señala Ane Alencar, directora de ciencias en IPAM Amazônia, una organización científica sin fines de lucro. Los funcionarios están usando la pandemia “como una cortina de humo, una distracción” para permitir que la destrucción continúe.

    La Amazonia, incluida su población indígena, se encuentra entre las zonas más afectadas por la COVID-19 en un país que se ha convertido en el epicentro global de la enfermedad. Hoy, sus dos crisis están amenazando con convergir. El despeje de vegetación comienza regularmente en julio, luego de que la vegetación se seca, y el resultante humo denso provoca un alza en problemas coronarios y respiratorios.

    Los incendios del año pasado fueron devastadores, pero, esta vez— con tanta vegetación ya talada y a la espera de ser quemada, y una enfermedad respiratoria sin control— los peligros son aún mayores. Alencar señala que, además de los efectos climáticos de la pérdida de selva amazónica, el humo podría agravar el sufrimiento de los pacientes de la COVID-19, y presionar aún más a los hospitales que ya están batallando contra la pandemia.

    “¿Cuáles serán sus prioridades?”

    Incluso en lugares como Europa, donde los líderes no están derogando masivamente las normas medioambientales, las crisis económica y sanitaria, ambas todavía en desarrollo, podrían desviar el foco de atención de los líderes del desastre del cambio climático, un desastre menos dinámico que finalmente había logrado llegar a la agenda política el año pasado cuando jóvenes de todo el mundo protestaron para explicar claramente su urgencia, señala Åsa Persson, directora de investigación del Instituto Ambiental de Estocolmo.

    “¿Cuáles serán sus prioridades?”, se pregunta. ¿Los gobiernos buscarán reforzar la economía con el apoyo a industrias viejas y contaminantes, o apoyarán los “estímulos verdes” y usarán los fondos para la recuperación a fin de crear trabajos en sectores como los de energía limpia y eficiencia energética?

    Ross argumenta que destinar esas grandes sumas de una manera que se dirija al mundo hacia un futuro bajo en carbono— y también abordar las desigualdades raciales y económicas que la pandemia ha puesto al descubierto— implicará mucho más que unos pocos meses de emisiones reducidas.

    “No vamos a tener otra oportunidad”, señala. “No podemos darnos el lujo de una reconstrucción bajo el antiguo orden establecido”.

    Beth Gardiner es autora de Ahogada: vida y respiración en el era de la contaminación del aire (Choked: Life and Breath in the Age of Air Pollution).

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