Tiempos de pandemia: cómo viven los mayores el aislamiento en Uruguay

Mientras el distanciamiento social se impone como una medida para palear la curva de contagio, el fotógrafo y explorador de National Geographic Santiago Barreiro nos acerca historias reales de una población en riesgo.

Por Mariel Castro
FOTOGRAFÍAS DE Santiago Barreiro
Publicado 18 may 2020, 16:40 GMT-3

Nota del editor: Este trabajo fue apoyado por el Fondo de Emergencia para Periodistas de National Geographic Society.

Hace más de un año, cuando esta compleja realidad que está atravesando el mundo a causa de la aparición del Covid-19 era impensada por muchos, el fotógrafo y explorador de National Geographic Santiago Barreiro se encontraba trabajando en un proyecto sobre las consecuencias del aislamiento social a nivel global. Si bien no había llegado a iniciar la fase de trabajo de campo, toda la etapa de investigación ya le había dejado bastante información sobre la soledad, sus efectos y cómo funciona el ser humano en sociedad.

Con el estallido de la pandemia, Barreiro se preguntó por qué no adaptar la propuesta original al contexto actual, en su Uruguay natal. “Conforme a un estudio elaborado por el Banco Mundial (BM) y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), Uruguay es el país más envejecido de la región. El estudio señala, en base a proyecciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que el 19% de la población superaba los 60 años en 2015 y que desde 2004 mantiene una tasa de fecundidad por debajo del nivel de reemplazo poblacional”, explica el fotógrafo en la presentación inicial de su proyecto que recibió el apoyo de National Geographic Society. Y aclara que, en el marco del coronavirus, el país se posiciona como uno de los de más alto porcentaje de población de riesgo. 

Mientras el mundo está expectante a la espera de una vacuna y el aislamiento social se implementa en varias sociedades como el único método efectivo para aplanar las curvas de contagio, Barreiro señala que esto puede significar, a su vez, una “sentencia para un importante sector de la población que está en soledad y con factores de riesgo vinculados a la salud mental”.

Con el objetivo de ponerle rostros y nombres reales a esta situación, Barreiro retrató a Carlos, Hortensia, Cledys y Eleden en un trabajo titulado: “Soledad Aislada. La soledad y la pandemia en un Uruguay envejecido" (Ver galería completa aquí). Te invitamos a conocer cada una de sus historias.

 

Eleden, 80 años - Ciudad de Santa Lucía, Departamento de Canelones

“A veces me da tristeza la oscuridad y no poder ver a mis nietos, pero cuando estoy aburrida me pongo a ver fotos viejas y se me pasa”.

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    Eleden “Morocha” Suárez

    Fotografía de Santiago Barreiro

    Eleden “Morocha” Suárez, al momento en que Barreiro la retrató para esta cobertura, llevaba 21 días aislada a causa del Covid-19 en la misma casa que habita hace 60 años. Ella misma se la compró con los ingresos de haber bordado ropa durante un largo tiempo. En esas paredes también crio a sus hijos, hasta que se fueron emancipando.

    Su marido Joaquín fue el último en partir en 2005, a causa de un cáncer. A pesar de considerarse una mujer muy fuerte, le confesó a Barreiro lo difícil que fue perder a su compañero.

    Desde ese entonces vive sola. Asegura no le da miedo. Sin embargo, cuando la puerta se cierra, es esa llamada de algún familiar la que le abre su vínculo con el mundo. Hoy, más que nunca.

     

    Cledys, 73 años – Barrios Piedras Blancas, Montevideo

    “Yo soy una persona que me adapto, pienso que tenemos que adaptarnos”.

    Cledys Calistro

    Fotografía de Santiago Barreiro

    Frente a la ventana, con una taza de té en la mano, Cledys Calistro vaticina sobre un mundo aislado. A través de líneas eternas que se posan sobre su cuaderno, vuelve a unir memorias y sensaciones como una mirada profunda a su mundo íntimo.

    Cuando enviudó no tuvo tiempo de extrañar a su compañero de vida. Tal como le contó a Barreiro se dedicó a hacerse cargo de los suyos y se acostumbró a la ausencia. Entiende que su soledad llegó de manera progresiva y que un trabajo de introspección la fue fortaleciendo con el paso de los años.

    Por momentos se abstrae. Reflexiona. Se entristece. El aislamiento forzado le propone una nueva estructura a su ya instalada soledad. Pero luego también ríe. Baila. Disfruta. Y es que Cledys, aprendió a encontrarle sentido a las señales y a agradecer cada instante de su nueva vida.

     

    Hortensia, 69 años – Barrio Manga, en las afueras de Montevideo

    “… Da tiempo para todo en la vida”.

    Hortensia Rodríguez Pérez

    Fotografía de Santiago Barreiro

    Hortensia Rodríguez Pérez. Así le gusta que la llamen, porque dice que enaltece el apellido de su madre y reivindica su identidad de soltera.

    Fue empleada, peluquera, cantante y guitarrista en solo algunas de todas las etapas de su vida de soltera. Venía de un matrimonio conflictivo y le tomo varios años procesar ese momento en el que dijo “basta”.

    Para ella no hay pena en el vacío que generan las paredes de su casa. “Me arreglo con lo que tengo y lo cuido”. El aislamiento circunstancial la encuentra ahora más fuerte y madura. Reconoce que es difícil cultivar los vínculos familiares y extraña a asistir a sus compromisos artísticos.

    De momento, la guitarra está afinada. Y aunque la soledad sea compleja, se permite así misma ser feliz.

     

    Carlos, 71 años - Barrio Manga, en las afueras de Montevideo

    “Yo me siento bien porque me crié solo en el campo”.

    Carlos Silva

    Fotografía de Santiago Barreiro

    Para Carlos Silvla, un hombre que ha pasado dos operaciones de corazón y sesenta días en coma debido a complicaciones cardíacas, el transcurrir del tiempo y las limitaciones que le propone el aislamiento por la pandemia del Coronavirus parecerían no ser un desafío mayor. O al menos eso intenta transmitir entre risas, sarcasmos y un mirar cansino pero determinado.

    De chico supo que la libertad era la mayor condición a perseguir, y la soledad tan solo una consecuencia que asumir. Con apenas diez años -cuando pasaba los veranos trabajando en la estancia de un conocido, alejado de su extensa familia y con la tierra fresca en sus pies-, entendió que su existir sería un camino duro… pero sería suyo y de nadie más.

    Por momentos su vida fue al lado de su compañera, se la enseñó a sus hijos y hasta se animó a proyectar. Esos días han quedado atrás. Carlos no pudo, o no supo, perpetuar los vínculos. No se enorgullece, ni se lamenta.

    Para un ser que siempre idealizó la soledad, el aislamiento parecería no proponer nuevos desafíos. Pero la diferencia está en que aquel poder de decisión que siempre supo tener, hoy no lo tiene.

    Sus amigos, sus compañeros de grupo, sus vecinos y la facultad de conectar socialmente ahora no dependen de él. La incertidumbre y el miedo generalizado lo apartan de su propia soledad. Lo apartan de su mayor tesoro; la libertad.

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