La erupción del Vesubio convirtió el cerebro de una víctima en vidrio

Dos nuevos estudios aportan más detalles sobre lo que padecieron las víctimas de la erupción del año 79 d. C.

Por Robin George Andrews
Publicado 6 feb 2020, 09:43 GMT-3
Estos fragmentos de material vítreo fueron extraídos de la cavidad craneal de una víctima del volcán ...
Estos fragmentos de material vítreo fueron extraídos de la cavidad craneal de una víctima del volcán Vesubio. La erupción tuvo lugar en el año 79 d. C. y destruyó las ciudades de Pompeya y Herculano.
Fotografía de Pier Paolo Patrone, Universidad de Nápoles Federico II

Cuando el monte Vesubio desató su furia en el año 79 d. C., Herculano solo era una de las tantas ciudades que habían quedado cubiertas de cenizas y destrozadas por avalanchas volcánicas. Hoy, a tres siglos de las primeras excavaciones, los expertos siguen sin poder afirmar con certeza la causa de muerte de las víctimas de esta antigua gran metrópolis.

Además del colapso de los edificios, los escombros voladores y las estampidas de los habitantes en pleno caos, varios estudios han citado como causas la inhalación de cenizas y gases volcánicos, un repentino choque térmico e incluso la vaporización de los tejidos blandos del cuerpo.

Y ahora, dos nuevos estudios dan otro giro a esta historia.

Uno de ellos propone que la causa de muerte de los que se refugiaron en fornici (construcciones de piedra para guardar los botes), no fue la carbonización o vaporización, sino que murieron “horneados”, como si hubiesen quedado dentro de un horno de piedra. El segundo revela que se encontró a una víctima en otra parte de la ciudad cuyo cerebro parece haberse fundido para luego convertirse en vidrio, como por arte de magia.

Aun si estas dos versiones de transfiguración biológica se verificaran con futuras investigaciones, no se podría afirmar cómo murieron estas personas. Todo lo que se puede decir es que esto quizá fue lo que sucedió en el momento en que murieron.

Con la escasez de evidencia, "probablemente nunca sepamos la verdad definitiva", comenta Elżbieta Jaskulska, una osteoarqueóloga de la Universidad de Varsovia, que no participó en ninguno de los estudios. Pero vale la pena esforzarse por resolver este rompecabezas, y no solo porque completa los capítulos que faltan de una historia única.

"Los desastres volcánicos no son solo cosa del pasado", dice Janine Krippner, del Programa Global de Vulcanismo de la Institución Smithsonian, que no participó en el trabajo.

Muchos volcanes en todo el mundo son capaces de producir explosiones similares, lo que significa que la historia seguirá repitiéndose. Es importante comprender cómo esas avalanchas volcánicas han afectado a las personas en el pasado para que en el futuro los socorristas puedan estar mejor preparados a la hora de tratar las heridas de aquellos que han logrado sobrevivir a un volcán.

Impresionante, ¿pero cierto?

En aquel día de verano en el año 79 d. C., las avalanchas volcánicas de cenizas calientes y gas, que avanzaban a unos 80 km por hora, eran sin duda la característica más dramática del Vesubio. Suelen denominarse flujos piroclásticos, pero las versiones más gaseosas que inundaron Herculano se denominan oleadas piroclásticas.

Durante mucho tiempo se pensó que un número de las víctimas de la erupción murieron asfixiados por las cenizas y los gases tóxicos. En una serie de estudios realizados en las últimas dos décadas, Pier Paolo Petrone, paleobiólogo del Hospital Universitario Federico II en Nápoles, sugirió que las altas temperaturas de las avalanchas provocaron la destrucción repentina de los órganos internos, una muerte causada por un extremo choque térmico.

En 2018, Petrone y sus colegas descubrieron compuestos rojizos y ricos en hierro en los huesos agrietados de varias víctimas de Herculano. Según informaron, esto se debía a la destrucción de los glóbulos rojos cuando esas oleadas abrasadoras vaporizaron los tejidos blandos de las víctimas, como sus músculos, tendones, nervios y grasa. El líquido hirviente en el cerebro también habría aumentado la presión y causado la explosión de los cráneos. Estas premisas recibieron fuertes críticas de algunos expertos, quienes indicaron que los cuerpos carbonizados a temperaturas mucho más altas no experimentan vaporización.

Este debate sigue sin resolverse, y un nuevo estudio de Petrone y colegas, publicado esta semana en el New England Journal of Medicine, solo agrega más leña al fuego.

Jabón y vidrio

En las excavaciones arqueológicas no suelen encontrarse tejidos cerebrales. Y cuando se encuentran, no están bien conservados, ya que se han convertido en una mezcla jabonosa de compuestos como el glicerol y los ácidos grasos. Petrone decidió examinar de cerca a una víctima en particular, hallada en la década de 1960 dentro del Collegium Augustalium, un edificio dedicado al culto del emperador Augusto, que gobernó Roma desde el 63 a. C. al año 14 d. C.

Para sorpresa de los investigadores, dentro del cráneo agrietado había una sustancia vítrea, lo cual resultaba muy intrigante ya que la erupción en sí no había producido material volcánico vítreo. El cristal del cráneo contenía proteínas y ácidos grasos típicos del cerebro, así como los ácidos grasos que se encuentran comúnmente en las secreciones grasas del cabello humano. No se encontró en los alrededores ninguna fuente vegetal o animal de estas sustancias.

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    Petrone explica que los fragmentos vítreos son probablemente restos del cerebro de la víctima, y ​​constituye un hallazgo inédito de este tipo en un contexto antiguo o moderno.

    Este tejido convertido en vidrio tuvo que haber experimentado la vitrificación, un proceso en el que un material se calienta hasta licuarse, luego se enfría muy rápidamente y pasa a ser un vidrio en lugar de un sólido común. A partir de la madera carbonizada encontrada en los alrededores, puede sugerirse que la temperatura en el edificio alcanzó los 520 grados Celsius. Parece que era lo suficientemente alta como para prender fuego la grasa corporal, vaporizar los tejidos blandos y derretir el tejido cerebral. La materia cerebral se enfrió, pero Petrone afirma que aún desconoce por qué y cómo ocurrió eso.

    Es sorprendente y horroroso saber que un calor tan intenso puede convertir tu cerebro en vidrio.

    Pero aquí el proceso de vitrificación no se ha esclarecido, y dado que no se saben con certeza los detalles del cerebro de esta víctima en particular, no se puede afirmar que se trate realmente de materia cerebral vitrificada.

    Horneados, no quemados

    El otro artículo reciente, publicado esta semana en la revista Antiquity, examinó restos que sugieren un final diferente para las víctimas de Herculano. Los hombres huyeron hacia la playa, probablemente con el fin de organizar una evacuación por mar, mientras que la mayoría de las mujeres y los niños se refugiaron en construcciones de piedra llamadas fornici. Todos fallecieron, y hasta la fecha, se han excavado 340 cuerpos en el área.

    Los huesos de las víctimas no habían recibido antes un análisis minucioso. Pero en la última década, surgieron nuevas técnicas científicas que permitieron el análisis de los fragmentos humanos quemados para llegar a visualizar lo que ocurrió con la muerte de estas personas.

    "En realidad puedes saber mucho sobre la vida de alguien a partir de sus restos cremados", explica Tim Thompson, antropólogo biológico de la Universidad de Teesside, Inglaterra. Por lo tanto, junto con sus colegas pensó, ¿por qué no aplicar estas técnicas a las víctimas del Vesubio?

    El equipo examinó los huesos de las costillas de 152 individuos en seis de los 12 fornici. Analizaron la calidad del colágeno, una proteína clave que se preserva bastante a lo largo del tiempo pero puede deteriorarse en presencia de altas temperaturas, por ejemplo.

    Un grupo de personas estudia estos modelos en la Casa de Cryptoporticus en un recorrido por las ruinas de Pompeya. Además de esta ciudad cerca de la actual Nápoles, la ciudad portuaria de Herculano y muchos otros sitios cerca del Monte Vesubio quedaron enterrados como consecuencia de los flujos y oleadas piroclásticos en el año 79 d. C.
    Fotografía de David Hiser, Nat Geo Image Collection

    De esas 152 personas, solo 12 tenían el colágeno muy deteriorado. La mayoría de esas 12 muestras pertenecían a niños, cuyo esqueleto menos mineralizado explicaría un colágeno más susceptible a la descomposición a lo largo del tiempo. Existe, además, una correlación científicamente probada entre el grado en que se ha cristalizado un hueso y su exposición a altas temperaturas. El equipo descubrió que los huesos de estas víctimas tenían bajos niveles de cristalización.

    Según Jaskulska, ambos hallazgos indican, de manera convincente, que las víctimas de los fornici no estuvieron expuestas a las temperaturas extremadamente altas de las oleadas piroclásticas en el momento de su muerte o posteriormente.

    Varios estudios que analizan las propiedades magnéticas alteradas de los materiales, como el daño en el yeso, la madera y los morteros, han estimado un rango de temperaturas para las oleadas piroclásticas de la erupción. Estos van desde máximos de 800 grados Celsius hasta mínimos de 240 grados Celsius.

    El nuevo estudio sugiere que el extremo inferior del rango es más plausible. Incluso a esas temperaturas más frías, los huesos de las víctimas deberían haber sufrido más daños. La ausencia de este daño significa que los cadáveres estuvieron más protegidos frente las oleadas.

    El daño por el calor probablemente se redujo gracias a las paredes intactas de las fornici, y las personas fueron encontradas muy cerca unas de las otras. La inflamación de los tejidos externos y el agua que se acumuló en los huesos largos también explicó que los esqueletos se habían “horneado”, no quemado.

    En otras palabras, las víctimas no se prendieron fuego en una pira; más bien, las oleadas calentaron el aire a su paso, lo que dañó menos el tejido humano que si hubiese sido quemado con el fuego directamente.

    Muerte en la oscuridad

    Según Thompson, lo que no ocurrió fue la vaporización de los tejidos blandos. Incluso a temperaturas superiores a 650 grados Celsius en estudios de cremación controlada, se necesitan al menos 40 minutos para una destrucción total del tejido humano. No hay manera de que las oleadas piroclásticas puedan replicar estas condiciones.

    "No es una idea muy convincente", afirma Thompson.

    Petrone apoya la idea de que las masas abarrotadas pueden haber quedado más protegidas del calor. Pero no está de acuerdo con que las temperaturas hayan sido bajas en el interior de los fornici, e hizo hincapié en la víctima del cerebro vidrioso en el Collegium, cuyo esqueleto estaba carbonizado y fracturado, y cuyo cráneo parece haber explotado debido a las altas temperaturas.

    Dejando a un lado las discrepancias científicas, Thompson comenta que no hay dudas de que estas personas vivieron una horrenda pesadilla. Murieron temblando en la oscuridad, por exposición al calor extremo o por asfixia. Plinio el Joven, abogado y autor romano que observó la erupción desde la distancia, contó en una carta que algunas personas estaban tan asustadas que rezaban pidiendo la muerte. Y agregó que muchos imploraban ayuda a los dioses, pero imaginaban que ya no quedaban dioses y que esa era la última noche eterna.

    Krippner expresa que, aunque el asunto es realmente macabro y cueste pensar en estas muertes, la forma en que fallecieron estas personas puede revelar importantes características de las oleadas piroclásticas, que aún no se comprenden del todo. Y, a su vez, esta comprensión puede ser útil para prever y mitigar un futuro desastre volcánico. En definitiva, a 2.000 años de su muerte, las personas que perdieron la vida en Herculano podrían estar ayudando a proteger otras vidas.

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