La ciencia busca develar los secretos de la marihuana

Los investigadores de todo el mundo están intentando entender cómo funciona y cómo podría combatir enfermedades.

Por Hampton Sides
FOTOGRAFÍAS DE Lynn Johnson
Publicado 13 sep 2018, 14:04 GMT-3
Los defensores de la marihuana creen que la planta, durante mucho tiempo difamada, puede mejorar la ...
Los defensores de la marihuana creen que la planta, durante mucho tiempo difamada, puede mejorar la vida de las personas y ayudarlas a reducir las enfermedades y el dolor. Un trabajador del cannabis de Seattle sostiene el cogollo lleno de resina de una cepa llamada “Blueberry Cheesecake”.
Fotografía de Lynn Johnson
 

No hay ninguna novedad sobre el cannabis, por supuesto. Esta droga ha acompañado la humanidad desde tiempos inmemoriales.

En Siberia, se han encontrado semillas carbonizadas dentro de túmulos que se remontan al 3000 a. de C. Los chinos usaban el cannabis como medicina hace miles de años. La marihuana también está profundamente arraigada en la cultura estadounidense, es tan estadounidense como George Washington, quien cultivaba cáñamo en el monte Vernon. Durante la mayor parte de la historia del país, el cannabis fue legal, y se encontraba comúnmente en tinturas y extractos.

Luego llegó “La locura de la marihuana”. Marihuana, la asesina de la juventud. La hierba letal. La droga del escape. Durante casi 70 años, la planta sucumbió a la clandestinidad y la investigación médica se detuvo durante mucho tiempo. En 1970, el gobierno federal hizo incluso más difícil el estudio de la marihuana al clasificarla como una droga de Grupo I, una sustancia peligrosa sin fines médicos válidos y con un alto potencial de adicción, en la misma categoría que la heroína. En Estados Unidos, la mayoría de la gente que ampliaba el conocimiento sobre el cannabis era considerada criminal por definición.

Pero ahora, a medida que más gente recurre a la droga para tratar enfermedades, la ciencia del cannabis experimenta un renacimiento. Encontramos sorpresas, y posiblemente milagros, ocultos en esta planta alguna vez olvidada. A pesar de que la marihuana todavía se considera como droga de Grupo I, Vivek Murthy, un cirujano general estadounidense, recientemente demostró interés en lo que aprenderá la ciencia sobre la marihuana, indicando que los datos preliminares demuestran que “para ciertas afecciones y síntomas médicos” puede resultar “beneficiosa”.

En 23 estados del Distrito de Columbia, el cannabis es legal para algunos usos médicos, y la mayoría de los estadounidenses están a favor de la legalización para el uso recreativo. Otros países también están repensando la relación con la marihuana. Uruguay votó a favor de la legalización. Portugal la despenalizó. Israel, Canadá y Holanda tienen programas médicos de marihuana y, en lo últimos años, muchos países han liberalizado las leyes sobre la posesión.

Simplemente, la ganja está más cerca de nosotros, su inconfundible pero notable aroma pende en el aire. Sí, fumar puede provocar la enfermedad de risa temporal, intenso mareo, amnesia sobre lo que pasó hace unos segundos y un deseo voraz por bocaditos de copetín. Si bien nunca se ha reportado muerte por sobredosis, la marihuana (especialmente con las intensas reiteraciones actuales) es también una droga potente y, en ciertas circunstancias, dañina.

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    Aun así, para muchos el cannabis se ha convertido en un tónico para el dolor sordo, una ayuda para dormir, un estimulante del apetito, un calmante para los golpes de la vida. Los campeones de la hierba dicen que reduce los niveles de estrés. Se piensa que también es útil como, entre otras cosas, analgésico, antiemético, broncodilatador y antiinflamatorio. Se ha descubierto que también es útil para ayudar a curar casos grave de hipo. Según sostienen algunos científicos, los componentes en la planta ayudan al cuerpo a regular las funciones vitales como proteger el cerebro frente al trauma, estimular el sistema inmunológico y ayudar con la “pérdida de la memoria” después de eventos catastróficos.

    Ante la aparente prisa por aceptar la hierba de manera masiva, para aplicarle impuestos y regularla, para legitimarla y comercializarla, surgen preguntas importantes. ¿Qué pasa dentro de esta planta? ¿Cómo la marihuana realmente afecta nuestros cuerpos y cerebros? ¿Qué podrían decirnos los químicos que contiene sobre cómo funcionan nuestros sistemas neurológicos? ¿Esos químicos podrían crear nuevos medicamentos beneficiosos?

    Si el cannabis tiene algo para decirnos, ¿qué sería?

    Phillip Hague, el horticultor jefe de una compañía de cannabis en Denver llamada “Mindful”, huele las raíces de una planta para verificar su salud. Ha cultivado cannabis la mayor parte de su vida y ha viajado por el mundo investigando sus numerosas variedades. Está interesado en desarrollar nuevas cepas con concentraciones más altas de los compuestos menos conocidos de la marihuana que aparentemente tienen usos médicos. “El cannabis me habla”, dice.
    Fotografía de Lynn Johnson

    El químico: tesoro oculto

    Incluso a mediados del siglo XX, la ciencia todavía no comprendió lo principal sobre la marihuana. Qué se encontraba en su interior y cómo funcionaba era un misterio. Debido a su ilegalidad y su imagen dañada, unos pocos científicos serios estuvieron dispuestos a manchar sus reputaciones y estudiarla.

    Entonces, un día de 1963, un joven químico orgánico de Israel llamado Raphael Mechoulam, que trabajaba en el Weizmann Institute of Science (Instituto de ciencias Weizmann) en las afueras de Tel Aviv, decidió examinar la composición química de la planta. Le resultó extraño que si la morfina había derivado del opio en 1805 y la cocaína de las hojas de coca en 1855, los científicos no tenían idea de cuál era el ingrediente psicoactivo principal en la marihuana. “Era solo una planta”, explica Mechoulam, de 84 años en la actualidad. “Era un lío, una mezcla de compuestos no identificados”.

    Por eso, Mechoulam llamó a la policía nacional de Israel y consiguió cinco kilos de hachís libanés confiscado. Él y su grupo de investigación aislaron, y en algunos casos también sintetizaron, un conjunto de sustancias que inyectaron por separado en monos Rhesus. Solo uno de ellos tuvo algún efecto observable. “Normalmente el mono Rhesus es un individuo un poco agresivo”, afirma. Pero cuando le inyectaron este componente, los monos se volvieron categóricamente tranquilos. “Sedados, diría”, recuerda con una sonrisa.

    Además, la evaluación descubrió lo que el mundo ahora sabe: Este compuesto es el ingrediente activo principal de la planta, su esencia psicoactiva, lo que te droga. Mechoulam y su colega habían descubierto el tetrahidrocannabinol (THC). Él y su equipo también descubrieron la estructura química del cannabidiol (CBD), otro ingrediente clave en la marihuana, uno que tiene muchos usos médicos potenciales pero sin efectos psicoactivos en los humanos.

    Debido a estos avances y muchos otros, Mechoulam es ampliamente conocido como el patriarca de la ciencia del cannabis. Nacido en Bulgaria, es un hombre decoroso con fino pelo blanco y ojos acuosos que usa tejidos de lana elegantes, bufandas de seda y pantalones de vestir. Es un miembro respetado de la Israel Academy of Sciences (Academia Israelí de Ciencias y Humanidades) y profesor emérito en la Hebrew University’s Hadassah Medical School (Escuela Médica Hadassah de la Universidad Hebrea), donde aun dirige un laboratorio. Autor de más de 400 artículos científicos y propietario de casi 25 patentes, este abuelo amoroso ha pasado su vida estudiando el cannabis que él denomina un “tesoro medicinal oculto esperando ser descubierto”. Su trabajo ha generado una subcultura de investigación del cannabis en todo el mundo. A pesar de que dice que nunca ha fumado marihuana, es una celebridad en el mundo de la hierba y recibe cantidades abundantes de correo de fanáticos.

    “Todo es tu culpa”, le dije cuando nos conocimos en su oficina repleta de libros y premios para discutir la explosión del interés en la ciencia de la marihuana.

    “¡Mea culpa!” responde con una sonrisa.

    Israel tiene uno de los programas de marihuana para uso médico más avanzados del mundo. Mechoulam desempeñó un rol activo en su creación y está orgulloso de los resultados. Más de 20 000 pacientes tienen una licencia para usar cannabis para tratar enfermedades como el glaucoma, la enfermedad de Crohn, inflamaciones, la pérdida de apetito, el síndrome de Tourette y el asma.

    A pesar de eso, no está particularmente de acuerdo con legalizar el cannabis para el uso recreativo. No considera que nadie debería ir preso por posesión, pero insiste en que la marihuana “no es una sustancia inocua”, especialmente para los jóvenes. Cita estudios que demuestran que el uso prolongado de las cepas de marihuana con THC alto puede cambiar la forma en que crece el cerebro en desarrollo. Afirma que en algunas personas el cannabis puede provocar ataques serios de debilitamiento y ansiedad. Y destaca estudios que sugieren que el cannabis puede potenciar la aparición de la esquizofrenia entre quienes tienen una predisposición genética a la enfermedad.

    Si fuera a su modo, lo que Mechoulam considera la frecuente tontería irresponsable de la cultura de la hierba recreativa daría lugar a una aceptación más seria y entusiasta del cannabis, pero solo como sustancia médica a regular de manera estricta e investigar incesantemente. “Ahora”, se queja, “la gente no sabe lo que está consiguiendo. Para que funcione en el mundo médico, tiene que ser cuantitativo. Si no puedes medirlo, no es ciencia”.

    En 1992, la búsqueda de cuantificación de Mechoulam lo llevó desde la planta en sí a los recovecos interiores del cerebro humano. Ese año, él y varios colegas hicieron un descubrimiento extraordinario. Aislaron el químico creado por el cuerpo humano que une al mismo receptor en el cerebro que el THC. Mechoulam lo denominó anandamida, una palabra proveniente del sánscrito para la “alegría suprema”. (Cuando se le preguntó por qué no le dio un nombre en hebreo, contesta: “porque en hebreo no hay tantas palabras para la felicidad. A los judíos no les gusta estar felices”).

    En “LivWell” de Denver, que cuenta con una operación enorme de cultivo en interiores, los trabajadores quitan las hojas de marihuana antes de podar los cogollos, para mantener separadas las plantas con fines médicos de las de uso recreativo. Después de que Colorado legalizara la marihuana, miles de jóvenes de todo el mundo fueron en tropel al estado para participar en el fenómeno comercial multimillonario que se ha denominado “Green Rush” (la Fiebre verde).
    Fotografía de Lynn Johnson

    Desde entonces, se han descubierto muchos otros de los denominados endocannabinoides y sus receptores. Los científicos han llegado a reconocer que los endocannabinoides interactúan con una red neurológica específica, parecido a como lo hacen las endorfinas, la serotonina y la dopamina. Se ha demostrado que el ejercicio, advierte Mechoulam, eleva los niveles de endocannabinoides en el cerebro y “esto probablemente explica lo que los amantes de correr llaman la euforia del corredor”. Estos compuestos, explica, aparentemente juegan un rol importante en determinadas funciones básicas como la memoria, el equilibrio, el movimiento, la salud inmunológica y la neuroprotección.

    Generalmente, las compañías farmacéuticas que hacen medicamentos basados en el cannabis han solicitado aislar los componentes individuales de la planta. Pero Mechoulam sospecha bastante de que, en ciertos casos, esos químicos funcionarían mucho mejor junto con otros componentes encontrados en la marihuana. Denomina a esto el efecto del entorno y es solo uno de los numerosos misterios del cannabis que, según él, requieren un estudio en profundidad.

    “Solo hemos rasguñado la superficie”, menciona, “y me arrepiento enormemente de no tener más tiempo de vida para dedicarme a este campo, porque podríamos descubrir que los cannabinoides están implicados, de alguna manera, en todas las enfermedades humanas”.

    El botánico: hacia la luz

    El edificio de 4087 metros cuadrados se impone desde la estación de policía en la parte industrial de Denver, junto con un tramo animoso de depósitos que han llegado a conocerse como “the Green Mile” (la Milla verde). No hay nada que indique la naturaleza de la empresa. La puerta suena al abrirse y me encuentro con el horticultor jefe de “Mindful”, una de las compañías de cannabis más grandes del mundo. Philip Hague, un hombre de 38 años parecido a un druida y con intensos ojos celestes, lleva uniforme, botas de escalar y una sonrisa incrédula para alguien que, a través de una confluencia de eventos que nunca consideró posibles, ha encontrado su exacta vocación de vida.

    Hague se autodescribe como cultivador, un jardinero de pulgares polvorientos desde los ocho años y un devoto del gran científico agricultor Luther Burbank. Durante muchos años, Hague cultivó poinsetias, caladios, crisantemos y otras plantas en su vivero familiar en Texas. Pero ahora su atención está puesta en brotes mucho más lucrativos.

    Hague me guía a través de las bulliciosas oficinas delanteras y hacia los pasillos interiores de Mindful. En los refrigeradores, Mindful almacena semillas de todas partes del mundo: Asia, India, África del Norte y el Caribe. Hague, un viajero del mundo que se ha convertido en algo parecido al Johnny Appleseed de la marihuana, está profundamente interesado en la biodiversidad histórica de la planta, y su banco de semillas de cepas raras, salvajes y antiguas es una parte significativa de la propiedad intelectual de Mindful. “Tenemos que reconocer que los seres humanos han evolucionado con ella prácticamente desde el origen de los tiempos”, dice. “Es más antiguo que la escritura. El uso del cannabis es parte de nosotros y siempre lo ha sido. Se propagó desde Asia Central después de la última era de hielo y se extendió en todo el planeta junto con el hombre.

    En el norte de California, Nicholas y Richard Lopez sacan fotografías de su cosecha para compartirla en línea. Ellos son adictos a la metanfetamina en recuperación que han cumplido condenas por delitos con drogas. Los hermanos dicen que han dado una vuelta de página. Con orgullo cuidan un pequeño jardín de marihuana que usan para afrontar ataques de ansiedad generados por años de abuso de la metanfetamina.
    Fotografía de Lynn Johnson

    Hague me guía a través de las bulliciosas oficinas delanteras y hacia los pasillos interiores de Mindful. En los refrigeradores, Mindful almacena semillas de todas partes del mundo: Asia, India, África del Norte y el Caribe. Hague, un viajero del mundo que se ha convertido en algo parecido al Johnny Appleseed de la marihuana, está profundamente interesado en la biodiversidad histórica de la planta, y su banco de semillas de cepas raras, salvajes y antiguas es una parte significativa de la propiedad intelectual de Mindful. “Tenemos que reconocer que los seres humanos han evolucionado con ella prácticamente desde el origen de los tiempos”, dice. “Es más antiguo que la escritura. El uso del cannabis es parte de nosotros y siempre lo ha sido. Se propagó desde Asia Central después de la última era de hielo y se extendió en todo el planeta junto con el hombre.

    Hague se unió a la revolución verde de Colorado casi desde el comienzo. Cuando el Departamento de Justicia de Estados Unidos anunció en 2009 que no se enfocaría en procesar a la gente que cumpliera con las leyes estatales del uso medicinal de la marihuana, miró a su mujer y le dijo: “Nos mudamos a Denver”. En la actualidad, dirige uno de los más prominentes “cultivos” del mundo, donde florecen más de 20 000 plantas de cannabis.

    Pasamos las salas de tratamiento y bajamos por un corredor palpitante con bombas, ventiladores, filtros, generadores y máquinas de poda. Pasa un montacargas. Las cámaras de seguridad capturan todo, mientras los jóvenes trabajadores en uniformes médicos se escabullen, sus rostros se iluminan con la presión y la promesa de un negocio poco común que ha prosperado más allá de lo comprensible. Mindful tiene grandes planes de expansión, crear instalaciones similares en otros estados. “¡La hierba es lo que está de moda!” Dice Hague con una sonrisa que transmite estupor y agotamiento. “Todos los días me sorprende lo que pasa aquí”.

    Cuando abre una puerta industrial, mis ojos se encandilan con el halo de las lámparas de plasma. Nos adentramos en una habitación enorme y cálida con la fragancia de cientos de conciertos de Yes. Cuando mis ojos consiguen adaptarse, veo el cultivo en toda su ondulante gloria, cerca de mil plantas hembras de casi dos metros de alto, con raíces bañadas en un caldo de nutrientes y hojas puntiagudas inclinándose al compás de la brisa de los ventiladores oscilantes. A simple vista, en este lugar hay más de medio millón de dólares de valiosa hierba artesanal.

    Me inclino a oler uno de los capullos de flores polvorientos y estrechamente agrupados, color marrón púrpura e invadido con hilos claros. Estos diminutos tricomas rebozan con resina enriquecida de cannabinoide. Esta cepa fue denominada “Highway Man”, por la canción de Willie Nelson. Hibridizada por Hague, esta es una variedad cargada con THC. Las mejores partes se podarán a mano, se secarán, tratarán y empaquetarán para la venta en uno de los dispensarios de Mindful. “Esta habitación completa estará lista para la recolección en unos días”, indica Hague con la sutil sonrisa de un cultivador competitivo que ha obtenido premios internacionales por sus cepas.

    Pero Hague tiene algo más que quiere mostrarme. Me guía hacia una habitación de propagación de humedad, donde un capullo joven está enraizando casi en la oscuridad. Estos bebés, etiquetados con etiquetas amarillas, están siendo cultivados estrictamente para fines médicos. Son todos clones, cortes de una planta madre. Hague está orgulloso de esta variedad, que casi no contiene THC pero es rica en CBD y otros compuestos que han demostrado, al menos, una promesa anecdótica en el tratamiento de enfermedades como la esclerosis múltiple, la psoriasis, el trastorno de estrés postraumático, la demencia, la esquizofrenia, la osteoporosis y la esclerosos lateral amiotrófica (la enfermedad de Lou Gehrig).

    “Son estas cepas con bajo nivel de THC las que, en efecto, me mantienen despierto toda la noche, soñando con qué pueden hacer”, dice Hague, explicando que la marihuana contiene numerosas sustancias (cannabinoides, flavonoides, terpenos) que nunca se han investigado en profundidad.

    “Suena cursi”, dice mientras acaricia uno de los cortes como un padre orgulloso, “pero creo que el cannabis tiene conciencia. Está cansado de ser perseguido. Está listo para salir a la luz”.

    El bioquímico: ¿cura milagrosa?

    A esta altura, casi todos han escuchado que el cannabis puede desempeñar un rol paliativo para los enfermos de cáncer, especialmente para el alivio de algunos de los efectos colaterales negativos de la quimioterapia. No hay dudas de que la hierba puede prevenir las náuseas, mejorar el apetito y ayudar con el dolor y el sueño. Pero, ¿podría curar el cáncer? Busca en Internet y verás cientos, sino miles, de afirmaciones similares. Un ingenuo buscador de Google podría creer fácilmente que estamos al borde de una cura milagrosa.

    La mayoría de estas afirmaciones son anecdóticas en el mejor de los casos y fraudulentas en el peor de ellos. Pero también hay menciones a la evidencia de laboratorio que señala a los cannabinoides como agentes anticancerígenos posibles y, muchos de estos informes, conducen a un laboratorio en España dirigido por un atento y circunspecto hombre llamado Manuel Guzmán.

    Guzmán es un bioquímico que estudió el cannabis durante casi 20 años. Lo visité en su oficina en la Universidad Complutense de Madrid, en un edificio dorado y lleno de grafitis en un boulevard repleto de árboles. Un hombre atractivo de 50 años con ojos azules y desgreñado cabello castaño con algunas canas, habla rápidamente con una voz suave que obliga al oyente a inclinarse hacia adelante. “Cuando el titular de un periódico anuncia ‘¡El cáncer de cerebro se combate con cannabis!’ no es cierto”, explica. “Hay muchas afirmaciones en Internet, pero son muy, muy débiles”.

    Parpadea pensativamente y, luego, enciende su computadora. “Sin embargo, deja que te muestre algo”. En su pantalla aparecen dos resonancias magnéticas del cerebro de una rata. El animal tiene una masa grande alojada en el hemisferio derecho debido a las células de un tumor cerebral humano que los investigadores de Guzmán han inyectado. Guzmán agranda la imagen. La masa sobresale de forma horrenda. Pienso que la rata está perdida. “Este animal en particular fue tratado con THC durante una semana”, continúa Guzmán. “Y esto es lo que pasó después”. Las dos imágenes que ahora completan esta pantalla son normales. La masa no solo se achicó, desapareció. “Como puedes ver, sin tumor en absoluto”.

    En este estudio, Guzmán y sus colegas, que han estado tratando de tratar a los animales enfermos con cáncer con compuestos de cannabis durante 15 años, descubrieron que los tumores en un tercio de las ratas fueron erradicados y, en otro tercio, reducidos.

    Este es el tipo de descubrimientos que consiguen entusiasmar al mundo, y Guzmán siempre se preocupa de que los descubrimientos en su investigación puedan darle a falsas esperanzas a los enfermos de cáncer y alimentar afirmaciones engañosas en internet. “El problema es”, dice, “que las ratas no son humanos. No tenemos idea de si esto puede extrapolarse a los humanos”.

    En una competición de cannabis en Santa Rosa, California, una joven entusiasta se convierte en la cartelera humana de una compañía que vende dispositivos para vaporizar la droga. California permite la marihuana para uso médico pero no recreativo. Mientras los “emprendedores de ganja” buscan capitalizar sobre el movimiento de legalización, la industria de la parafernalia se ha expandido dramáticamente, usando una estética estilizada (y cierto atractivo sexual) para comercializar los productos cuando se confinan a las centrales.
    Fotografía de Lynn Johnson

    Guzmán me lleva a recorrer su laboratorio atestado con máquinas centrífugas, microscopios, recipientes, placas de Petri y un investigador posdoctorado con un guardapolvos blanco que extrae tejido del cadáver de un ratón sujetado con alfileres debajo de luces brillantes. Es un típico laboratorio de bioinvestigación, excepto que todo está orientado hacia los efectos del cannabis en el cuerpo y el cerebro. El laboratorio no solo se concentra en el cáncer sino también en las enfermedades neurodegenerativas y en cómo los cannabinoides afectan el desarrollo temprano del cerebro. En su último tema, el grupo de investigación de Guzmán es inequívoco: los ratones que nacen de hembras a quienes se les ha suministrado altas dosis de THC durante el embarazo, muestran problemas definidos. Son descoordinados, tienen dificultades con las interacciones sociales y poseen un bajo umbral de ansiedad, a menudo se paralizan con miedo al estímulo, como las marionetas de gatos cerca de su jaula, que no les molestan a los demás ratones jóvenes.

    El laboratorio también ha estudiado de qué manera los químicos contenidos en el cannabis y los cannabinoides, como la anandamida producida por nuestros cuerpos, protegen nuestros cerebros frente a numerosos tipos de ofensas, como los traumas físicos y emocionales. “Nuestros cerebros necesitan recordar cosas, por supuesto”, dice Guzmán, “pero también necesitan olvidar cosas, las cosas terroríficas e innecesarias. Es bastante parecido a la memoria de la computadora, debes olvidar lo innecesario de la misma manera en que necesitas borrar periódicamente los archivos viejos. Y debes olvidar lo que no es bueno para tu salud mental, una guerra, un trauma, un recuerdo desagradable de alguna índole. El sistema cannabinoide es crucial para ayudarnos a alejar los malos recuerdos”.

    Pero es la investigación de Guzmán sobre el tumor cerebral lo que ha captado los titulares y el interés de las compañías farmacéuticas. Durante sus años de investigación, ha comprobado que una combinación de THC, CBD y temozolomida (una droga convencional con éxito moderado) funciona mejor para tratar los tumores cerebrales en los ratones. Un cóctel compuesto por estos tres componentes parece atacar las células cancerígenas cerebrales de múltiples maneras, evitando que se expandan pero también provocando, en efecto, que se suiciden.

    Ahora, un estudio clínico revolucionario basado el trabajo de Guzmán se encuentra en marcha en el St. James’s University Hospital (Hospital Universitario St. James), en Leeds, Inglaterra. Los neurooncólogos están tratando a los pacientes que poseen tumores cerebrales agresivos con temozolomida y Sativex, un aerosol oral de THC y CBD desarrollado por GW Pharmaceuticals.

    Guzmán alerta sobre el optimismo exagerado pero celebra el comienzo de los estudios humanos. “Debemos ser objetivos”, dice. “Al menos se está aceptando esta perspectiva en todo el mundo, y las agencias de financiamiento ahora saben que el cannabis, como medicamento, es científicamente serio, prometedor desde el punto de vista terapéutico y clínicamente importante”.

    ¿El cannabis ayudará a combatir el cáncer? “Tengo el presentimiento”, dice, “de que esto es real”.

    Los cuidadores: migrantes médicos

    Las convulsiones comenzaron en mayo del 2013 cuando tenía seis meses. Lo llamaban espasmos infantiles. Parecía un reflejo de sobresalto, sus brazos rígidos a los costados, su rostro como una máscara congelada por el miedo y sus ojos fluctuando de lado a lado. El pequeño cerebro de Addelyn Patrick se aceleró y expandió, como si una tormenta electromagnética arrasara con él. “Es, posiblemente, tu peor pesadilla”, explica Meagan, su madre. “Simplemente es horrible ver a tu niña sufriendo, con miedo y sin poder hacer nada para detenerlo”.

    Desde su pequeño pueblo en el sudoeste de Maine, Meagan y su marido, Ken, llevaron a Addy a Boston para consultar a neurólogos. Concluyeron que estas convulsiones de epilepsia fueron el resultado de una malformación congénita cerebral denominada esquizencefalia. Uno de los hemisferios del cerebro de Addy no se había desarrollado por completo en el útero, dejando una escisión anormal. También sufría de una afección relacionada denominada hipoplasia del nervio óptico, que generaba que sus ojos se desviaran, y que los exámenes en profundidad revelaron que estaba prácticamente ciega. En el verano, Addy sufría entre 20 a 30 convulsiones por día. Luego, 100 al día. Luego, 300. “Todo fallaba a la vez”, dice Meagan. “Temíamos perderla”, afirmaron.

    Los Patrick siguieron el consejo recibido y medicaron fuertemente a Addy con anticonvulsivos. Los potentes medicamentos disminuyeron las convulsiones, pero también la adormecieron casi todo el día. “Addy se había ido”, explica Meagan. “Simplemente estaba acostada y dormía todo el tiempo, como una muñeca de trapo”.

    Meagan renunció a su trabajo como maestra de tercer grado para cuidar de su hija. Durante casi nueve meses, Addy fue hospitalizada 20 veces.

    Cuando los suegros de Meagan le sugirieron que investigue la marihuana médica, se negó. “Estamos hablando de una droga que es federalmente ilegal”, recuerda haber pensado. Pero realizó su propia investigación. Una cantidad considerable de la evidencia anecdótica demuestra que las cepas de cannabis con alto CBD pueden tener un potente efecto anticonvulsivo. La documentación médica, a pesar de ser escasa, se remonta asombrosamente lejos en el tiempo. En 1843, un doctor británico llamado William O’Shaughnessy publicó un artículo que detallaba cómo el aceite de cannabis había detenido las constantes convulsiones de un niño.

    En Noho’s Finest, Damaris Diaz, una dispensaria médica de marihuana en el área de Los Ángeles, revisa la esencia y la viscosidad de sus productos. El cruzamiento ha producido poderosas nuevas cepas híbridas que contienen más THC psicoativo que las de décadas atrás, esto es una fuente de preocupación para las autoridades de salud que citan evidencia sobre el hecho de que fumar de manera prolongada variedades con alto THC puede afectar negativamente el desarrollo del cerebro.
    Fotografía de Lynn Johnson

    En septiembre de 2013, los Patrick consultaron a Elizabeth Thiele, una pediatra neuróloga del Boston’s Massachusetts General Hospital (Hospital General de Massachusetts, en Boston) que está ayudando a conducir un estudio sobre el CBD para el tratamiento de la epilepsia refractaria infantil. Legalmente, Thiele no podía recetar cannabis a Addy o, incluso, recomendarlo. Pero le aconsejó enfáticamente a los Patrick que consideraran todas las opciones médicas.

    Alentada por esto, Meagan se dirigió a Colorado y se reunió con los padres de los niños epilépticos que estaban tomando una cepa de cannabis denominada “Charlotte’s Web” (la red de Charlotte), llamada así por una niña, Charlotte Figi, que había respondido sorprendentemente bien al aceite con bajo THC y alto CBD producido cerca de Colorado Springs.

    Lo que Meagan vio en Colorado la impresionó: la creciente base de conocimiento de los productores de cannabis, la afinidad con los padres ante un sufrimiento similar, la calidad de los dispensarios y la experiencia de los laboratorios de prueba al asegurar fórmulas consistentes de aceite de cannabis. Colorado Springs se había convertido en la meca de una migración médica destacable. Más de cientos de familias con niños que tenían afecciones médicas mortales se habían desarraigado y mudado. Estas familias, muchas de ellas asociadas con una organización sin fines de lucro denominada “Realm of Caring” (el Reino del cariño), se consideran “refugiados médicos”. La mayoría no pueden medicar a sus hijos con cannabis en sus estados de residencia sin el riesgo de ser arrestados por tráfico o, incluso, abuso infantil.

    Meagan experimentó con aceite con alto nivel de CBD. Las convulsiones prácticamente se detuvieron. Dejó de administrar los demás medicamentos a Addy y fue como si hubiera despertado del coma. “Suena como algo insignificante”, dice Meagan. “Pero si tienes una niña que sonríe por primera vez en muchos, muchos meses, bueno, posiblemente todo tu mundo cambia”.

    A principios del año pasado, los Patrick se decidieron. Se mudarían a Colorado para unirse al movimiento. “No lo pensé dos veces”, menciona Meagan. “Si estuvieran cultivando algo en Marte que pudiera ayudar a Addy, estaría en el patio construyendo una nave espacial”.

    Cuando conocí a los Patrick a fines de 2014, se habían instalado en su nuevo hogar en el lado norte de Colorado Springs. Pikes Peak se ve desde la ventana de su sala de estar. Addy está progresando. Desde que tomó su primera dosis de CBD, no ha sido hospitalizada. Todavía sufre convulsiones ocasionales, una o dos al día, pero con menor intensidad. Sus ojos divagan menos. Escucha más. Sonríe. Aprendió a abrazar y ha descubierto el poder de sus cuerdas vocales.

    Los críticos sostienen que los padres de “Realm of Caring” están usando a sus hijos como conejillos de Indias, que no se han realizado suficientes estudios, que muchas, si no la mayoría, de las afirmaciones pueden desestimarse como resultado de un efecto placebo. “Es cierto, no conocemos los efectos a largo plazo del CBD y deberíamos estudiarlos”, dice Meagan. “Pero puedo decirte esto: sin él, nuestra Addy sería una bolsa de papas”. Nadie pregunta, comenta, sobre los efectos a largo plazo de un fármaco ampliamente usado que ha sido rutinariamente prescrito para su niña de dos años. “Nuestro seguro paga por él, no hacemos preguntas”, explica. “Pero es altamente adictivo, altamente tóxico, te convierte en un zombi y, de hecho, puede matarte. Y, aún así, es perfectamente legal”.

    Thiele menciona que los primeros resultados del estudio de CBD son muy alentadores. “CBD no es una fórmula mágica, no funciona para todos”, advierte. “Pero estoy impresionada. Claramente puede ser un tratamiento muy efectivo para mucha gente. Tengo muchos niños en el estudio que han estado completamente libres de convulsiones durante casi un año”.

    Informes como estos solo profundizan las frustraciones de Meagan con lo que ella considera como la imbecilidad de las leyes federales sobre la marihuana que la ponen en riesgo de arresto por transportar una droga “que no drogaría a un ratón” a través de las líneas estatales. “Es inaceptable que estemos permitiendo que nuestros ciudadanos sufran así”, afirma.

    Pero los Patrick están en un buen lugar ahora, más felices de lo que han estado en años. “Tenemos a Addy de vuelta”, dice Meagan. “Si no estuviera viviendo esto, no sé si lo creería”. No siento que el cannabis sea una cura milagrosa, pero siento que debería ser una herramienta en cualquier caja de herramientas de los neurólogos en todo el país”.

    Orrin Devinsky, neurólogo de la University of New York (Universidad de Nueva York), es más escéptico. Está llevando a cabo una investigación médica para probar el CBD frente a un placebo para el tratamiento de las formas de epilepsia. “Existe un potencial real”, menciona, “pero necesitamos inmediatamente datos válidos”.
    Fotografía de Lynn Johnson

    El genetista: creando el mapa

    “Es una planta tan interesante, una planta tan valiosa”, dice Nolan Kane, que se especializa en la biología evolutiva. “Ha estado durante casi millones de años y es uno de los cultivos más antiguos del hombre. Y aun así hay tantos problemas básicos que necesitan soluciones. ¿De dónde provino? ¿Cómo y por qué evolucionó? ¿Por qué hace todos estos grupos de compuestos? Ni siquiera sabemos cuántas especies existen”.

    Estamos en un invernadero del laboratorio en el campus de la University of Colorado Boulder (Universidad de Colorado en Boulder) mirando a diez plantas de cáñamo que Kane recientemente adquirió para fines de investigación. Son cosas tallosas pequeñas, flacuchas como adolescentes altos y flacos, bastante distintos de los capullos lascivos que Hague me había mostrado. Estas plantas, como casi todas las variedades de hierba, contienen niveles extremadamente bajos de THC.

    Quizás no parezcan amenazantes, pero su presencia aquí, en los confines del laboratorio principal universitario, representa años de debate para obtener la aprobación federal y universitaria. Ahora mismo, Kane tiene permitido cosechar solo cepas de hierba. El resto de su material de investigación es el ADN del cannabis, que suministran los productores de Colorado quienes lo extraen usando métodos que él les enseñó.

    Kane señala una de las inocuas plantas, en apariencia, mientras expresa un leve desconcierto en la prohibición de Estados Unidos sobre el cultivo comercial de hierba. “La hierba produce fibras de calidad inigualable”, advierte. “Es un capullo de biomasa tremendamente alto que refuerza el suelo y no requiere demasiado en términos de insumos. Importamos toneladas y toneladas de hierba cada año desde China e, incluso, desde Canadá, pero por una cuestión de la política federal, no podemos cultivar legalmente. Existen lugares donde los agricultores en Estados Unidos pueden, literalmente, mirar el límite canadiense y ver los campos que están generando enormes beneficios”.

    Kane, un genetista, estudia el cannabis desde un punto de vista único: sondea su ADN. Es un chico afable, amante del aire libre con un rostro brillante y ojos inquietos que miran curiosamente cuando habla. Ha estudiado al chocolate y, durante muchos años, al girasol, eventualmente logró mapear su genoma, una secuencia de más de tres mil millones y medio de nucleótidos. Ahora, está investigando la marihuana. A pesar de que su secuencia es mucho más corta, aproximadamente, 800 millones de nucleótidos, él la considera una planta mucho más intrigante.

    Ya existe un esbozo superficial del genoma del cannabis, pero está altamente fragmentado, distribuido en 60 000 piezas. El ambicioso objetivo de Kane, que le llevará muchos años lograr, es unir esos fragmentos en el orden correcto. “La analogía que uso es, tenemos 60 000 páginas de lo que promete ser un libro excelente pero están desperdigadas en el piso”, explica. “Todavía no tenemos idea de cómo esas páginas se unirán para contar una buena historia”.

    Mucha gente está más que predispuesta a aprender cómo resultará la historia de Kane. “Hay cierta presión”, dice, “porque este trabajo tendrá implicaciones enormes, y todo lo que hagamos en este laboratorio estará bajo mucho escrutinio. Lo puedes sentir. La gente simplemente quiere que esto pase”.

    Cuando el mapa esté completo, los genetistas emprendedores podrán usarlo en miles de formas, como cepas de cultivo que contienen niveles mucho más altos de uno de los compuestos raros de la planta con propiedades médicas importantes. “Es como descubrir un arreglo oculto en una pieza musical”, dice Kane. “Al mezclarse, puedes acentuarlo y elevarlo para que se convierta en una característica predominante de la canción”.

    Mientras Kane me guía por el laboratorio, veo el entusiasmo en su rostro y en los rostros de su personal joven. El lugar parece una empresa nueva. “Mucho de la ciencia es progresivo”, explica, “pero con este trabajo del cannabis, la ciencia no será progresiva. Será transformadora. Transformadora no solo en nuestro entendimiento de la planta sino también de nosotros, nuestros cerebros, nuestra neurología, nuestra psicología. Transformadora en términos de la bioquímica de sus componentes. Transformadora en términos de su impacto en muchas industrias diferentes, incluidos la medicina, la agricultura y los biocombustibles. Puede incluso transformar parte de nuestra dieta, se sabe que la semilla de la hierba es fuente de un aceite muy saludable y rico en proteínas”.

    El cannabis, explica Kane, “es la incomodidad de los ricos”.

     

    * Esta historia apareció en la edición de junio de 2015 de la revista de National Geographic

    ** Fue originalmente publicada en digital el 1° de junio de 2015.

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