Los océanos se han vuelto hostiles para los animales

El cambio climático y la sobrepesca han sacudido la vida marina, y a algunas especies les va mejor que a otras.

Por Natasha Daly
Publicado 9 abr 2019, 17:29 GMT-3

Tradicionalmente, el mar no era un lugar hostil donde vivir. Las especies que habitan el océano han evolucionado a lo largo de milenios para prosperar en sus profundidades.

Lo que para nosotros es alucinante —la capacidad de un pez de vivir a ocho kilómetros bajo el mar, por ejemplo— para otros animales es parte de la vida cotidiana. "Ese entorno no es hostil para ellos, es lo mismo que estar sentados en el salón [para nosotros]", afirma Matthew Savoca, investigador posdoctoral de la Hopkins Marine Station de la Universidad de Stanford en Monterrey.

Nadar con hasta seis peces macho pegados permanentemente al cuerpo, por ejemplo, forma parte de la vida cotidiana de los Lophiiformes hembra. Un macho le clava los dientes a una hembra y todos sus órganos, salvo los testículos, se van desvaneciendo hasta que es solo un parásito colgándole del cuerpo. Nada fuera de lo normal: es una parte más de la vida en las profundidades del mar para un Lophiiforme.

Aunque los mares cambian con el tiempo, como cuando la Tierra atravesó las glaciaciones pasadas, dichos cambios ocurren de manera gradual y las especies evolucionan para soportarlos.

"Pero los humanos perjudican el [océano] de forma global, ya sea mediante la sobrepesca o los plásticos o cualquier otra cosa, y lo hacemos muy rápidamente", afirma Savoca. "Es un ataque frecuente, imparable, constante".

En el caso de muchos animales, la evolución no puede seguir el ritmo a los cambios antropogénicos. El plástico, la pesca insostenible, la acidificación del océano y el calentamiento de las aguas, entre otros factores, han convertido el océano en un lugar más hostil para los animales que lo habitan.

Los animales longevos, como los albatros y las ballenas azules, evolucionan muy lentamente a lo largo de miles de años, ya que sus generaciones están mucho más espaciadas. Pero el plástico, por ejemplo, solo ha existido durante 60 años, que básicamente equivale a la vida de un solo animal. Según Savoca, las generaciones de estas especies longevas tardarían 60 mil años en empezar a adaptarse para convivir con ello. El océano se ha convertido en un campo de minas de plástico.

Los animales que se reproducen con frecuencia y tienen vidas cortas, como los peces pequeños y el plancton, evolucionan más rápidamente. "La evolución podría salvar a esas especies", afirma Savoca.

La forma en que los animales viven en el océano también afecta a su capacidad de adaptación a los cambios. En general, las especies animales se sitúan a lo largo de un espectro. A un lado están las especializadas, que suelen ser superdepredadores, como las orcas y los tiburones, que han evolucionado para prosperar en entornos muy particulares y comer presas específicas. Como están muy focalizadas, se les da muy bien explotar su hábitat, pero son terribles a la hora de adaptarse a los cambios, según Savoca. Conforme sus entornos cambian o sus principales fuentes de alimento se agotan, se encuentran en circunstancias desconocidas y tienen dificultades para adaptarse a ellas.

Al otro lado están las generalistas —el bacalao o el lenguado, por ejemplo—, que son "polivalentes, expertas en nada", afirma Savoca. Son capaces de prosperar en muchos entornos diferentes y consumir una dieta variada. Aunque las generalistas no dominan sus entornos como los superdepredadores, pueden adaptarse cuando su entorno se vuelve impredecible.

Pero las ventajas son limitadas.

Las campañas de matanza, como los siglos de pesca de bacalao o la caza de ballenas en el Atlántico Norte, afectan a las especies generalistas y especializadas por igual. Y estas "matanzas de talar y quemar", en palabras de Savoca, crean efectos dominó en ecosistemas enteros y en la cadena trófica.

A la hora de cazar, las orcas colaboran. En la foto, una orca empuja a los arenques hacia la superficie. A continuación, los miembros de la manada empujan a los arenques en un grupo, lo que les da a las demás la oportunidad de alimentarse.
Fotografía de Paul Nicklen, Nat Geo Image Collection

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