Conoce más sobre la cultura gaucha de la Patagonia

En los ranchos aislados de Argentina, se destacan las montañas imponentes, la comida casera y las costumbres gauchas.

Por Liz Beatty
Publicado 29 jun 2020, 10:56 GMT-3
En la provincia argentina de Neuquén, dos gauchos pastorean vacas Angus-Hereford desde terrenos cercanos a las ...

En la provincia argentina de Neuquén, dos gauchos pastorean vacas Angus-Hereford desde terrenos cercanos a las cumbres en el verano hasta los pastizales de zonas más bajas en invierno.

Fotografía de Dan Sadgrove

Pasando el área más árida del límite norte de la Patagonia argentina, debajo de una empinada pendiente de 460 metros, en un extremo remoto de un exuberante pastizal, Saúl Jara cuida sus rebaños todos los veranos.

Jara proviene de una familia de varias generaciones de puesteros (peones de campo que viven en una de las partes de una estancia, que tienen a su cuidado, así como a los animales que corresponden a ella). Su forma de vida cambia según las estaciones, y va desplazándose con sus cabras, vacas y caballos por las tierras bajas durante el invierno (invernada) y los terrenos más cercanos a las cumbres durante el verano (veranada). Para poder explotar las tierras públicas, cuenta con derechos concedidos por el gobierno, que se transmiten de padres a hijos.

En la entrada del puesto de Jara -una choza de hierro corrugado, sin agua corriente ni electricidad- hay un caballo capón. Adentro, sobre una hornalla, una olla quemada con grasa de cabra; junto a esta, unos bollos de masa preparados para un festín de tortas fritas. Jara nos saluda desde la puerta con una gran sonrisa y sin la boina puesta, como es costumbre cuando los gauchos comparten una comida.

El encanto de la cultura gaucha

Los gauchos, hombres fuertes y habilidosos con los caballos, entre nobles y rebeldes, con una mística solitaria y taciturna, han atraído a una gran cantidad de viajeros deseosos de vivir una experiencia típicamente argentina. Hoy, la mayoría de los gauchos (y algunas gauchas) son una parte fundamental de las estancias tradicionales. Las opciones para vivir una experiencia en una estancia son muchas: desde las grandes casonas en las pampas de la provincia de Buenos Aires hasta las casas lujosas entre los viñedos de Mendoza o las Sierras Chicas de Córdoba. Pero los vastos pastizales y las antiguas montañas de la Cordillera Patagónica del norte permiten una mirada más auténtica a las costumbres gauchas de antaño.

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    En la Estancia Huechahue, en la provincia sureña de Neuquén, cuatro generaciones de la familia Wood han explotado las 6.000 hectáreas de estepa patagónica para desarrollar ganadería autosostenible. Los visitantes se hospedan en el rancho, pero pueden cabalgar con gauchos, y observar sus técnicas, y también colaborar con tareas de ganadería. Otras actividades posibles son la pesca, el rafting y la caza.

    En Huechahue se cultiva y se cría casi todo lo que el personal y los invitados comen, y así ha sido siempre desde que se estableció la propiedad a principios del siglo pasado. La propietaria Jane Wood Williams destaca que, últimamente, se ven afectados por la enorme cantidad de turistas en las cercanías de Bariloche y el Distrito de los Lagos, clásico destino patagónico. De hecho, gran parte de las regiones ganaderas más al norte han tenido un desarrollo mayor, y han establecido límites para los terratenientes y para separar los animales en áreas específicas. En muchas regiones, los gauchos que trabajan para los propietarios de las estancias se trasladan tanto caminando como en automóviles, y son una pieza fundamental de la dinámica del rancho.

    El pasante Adam Bittner y Leo Carrithers-Jara cabalgan mientras el sol se pone en la Estancia Ranquilco de la Patagonia. Al no contar con tecnología para distraerse, los huéspedes y los trabajadores pasan las noches bajo las estrellas y se reúnen en fogatas.

    Fotografía de Dan Sadgrove

    Un rancho en el fin del mundo

    Todo esto explica por qué la Estancia Ranquilco, y esta área de la provincia de Neuquén hacia el norte, es un lugar extraordinario.

    "Puedes andar a caballo durante dos semanas sin cruzarte una sola carretera, una cerca o una persona, excepto a los gauchos locales", comenta T.A. Carrithers, quien creció en una comuna en el norte de California. Carrithers se hizo cargo de la estancia hace unos 10 años; hoy, dirige la posada de huéspedes. El paisaje de la estancia (40.000 hectáreas) consiste en los valles áridos del norte de la Patagonia y los picos irregulares, y caballos que corren libres y manantiales que manan del suelo. Una parte de la veranada andina adyacente es tierra pública sin cultivar. "El mundo moderno ha desestimado la trashumancia, un estilo de vida que consiste en desplazarte por el terreno con tus rebaño y manada según las estaciones, y pasar el verano en los puestos. Sigue siendo una práctica muy común entre las familias locales, pero ya casi no existe en otros lugares", cuenta.

    Todo esto puede contemplarse apenas llegas a Ranquilco, a cinco horas desde el aeropuerto de Neuquén conduciendo hacia el norte, siendo el último tramo, un camino de tierra que termina en el Paso de Buta Mallín. Desde allí, son tres horas a caballo hasta que llegas a la puerta de la estancia, donde se puede leer un mensaje tallado a mano: “Disfruta de la creación”. Una fiesta de bienvenida te recibe en Casa Grande, y en sus varias dependencias que conjugan una arquitectura de madera y piedra. Como un encuentro de Hogwarts y la Ponderosa, al margen de todo. 

    Estancia Ranquilco fue fundada en 1978 por californianos con raíces hippies. Desde entonces, ha recibido la visita de una enorme cantidad de viajeros excéntricos y talentosos de todo el mundo, quienes han encontrado aquí un lugar para quedarse, y trabajar como jardineros y veterinarios, masajistas, herreros y chefs expertos en seducir a los huéspedes con sus extravagantes platos elaborados con productos de granja. Por ejemplo, remolacha del huerto asada con bolas de labneh -un queso de yogurt-, nueces y especias cosechadas en la huerta con la que preparan una versión de duqqa. Y junto a la ensalada tabulé de trigo bulgur, menta picada, cebolla y tomate: una ruleta rusa de pimientos de padrón, desde los más suaves a los más picantes.

    En Ranquilco y otras propiedades patagónicas alejadas, existe un verdadero círculo de sostenibilidad. Para fabricar vasos, cortan las bases de las botellas de vino vacías (de las cuales se encuentran muchas, por cierto). Y hagas lo que hagas en tu visita -pescar y relajarte en la estancia, o cabalgar hacia los Andes para dormir bajo las estrellas-, puedes ver cómo funciona el autoabastecimiento, que se practica no solo por elección, sino por necesidad.

     

    Los gauchos se reúnen para atar, marcar y castrar varios cientos de terneros durante la Yerra anual en la Estancia Ranquilco.

    Fotografía de Dan Sadgrove

    Caballos criollos

    Los protagonistas de la escena son los caballos, los héroes que hacen posible la vida en medio de este paisaje remoto y al margen de la civilización. Durante siglos, la raza nativa de pisada firme ha sido la forma de transporte más cómoda y confiable en una enorme extensión de estos campos. Quizás es por eso que algunos describen al gaucho y al caballo como las dos partes de una misma criatura. Parafraseando al naturalista argentino-británico del siglo XIX William Henry Hudson, un gaucho sin caballo es un hombre sin piernas.

    Algo muy importante a tener en cuenta: hay que respetar mucho a los puesteros locales y sus familias. Son amigos y vecinos, muy valorados por su conocimiento local. Es común que intercambien cabras o cuiden rebaños de Ranquilco junto con los suyos a cambio del permiso para pastar en las tierras de Ranquilco. Existe un profundo respeto mutuo que fue creciendo a lo largo de cuatro décadas. Quizá como otro vestigio de la herencia hippie de Ranquilco, no verás la marcada división social que sí existe entre los terratenientes y los gauchos de las estancias tradicionales argentinas. "Los abuelos de las personas que hoy trabajan aquí son quienes comenzaron la historia de esta tierra, y realmente, este es su hogar", cuenta Carrithers. "Tratamos de hacer la menor cantidad de cambios y me aseguro de que no afectemos sus raíces".

    Amanece en el valle. Desarmamos rápidamente el campamento, preparamos los caballos y salimos para subir hasta un paso aún más elevado y remoto. No más carpas. En solo unos días, volveremos a las camas cómodas de Ranquilco. A mitad de camino, nos detenemos y esperamos a una de nuestras guías. Ha ido hasta el puesto de Jara a agradecerle nuevamente por su hospitalidad y a saludarlo de parte nuestra. Después de todo, eso es lo que hacen los buenos vecinos.

    Liz Beatty es escritora, locutora y podcaster. Su podcast North Americana cuenta historias sorprendentes que conectan a estadounidenses y canadienses.

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