Nueva Zelanda ha controlado el coronavirus con estas medidas eficaces

La nación isleña dispuso una cuarentena estricta y restricciones rigurosas. ¿Cómo seguirá la situación en este país?

Por Aaron Gulley
Publicado 4 may 2020, 12:08 GMT-3
Estos ciclistas recorren los senderos del Totara Park en el sur de Auckland, Nueva Zelanda, después ...

Estos ciclistas recorren los senderos del Totara Park en el sur de Auckland, Nueva Zelanda, después de que el gobierno atenuara las medidas de cuarentena por el coronavirus el 28 de abril.

Fotografía de Phil Walter/, Getty Images

Una tarde fresca, decidimos montar nuestras bicicletas para realizar un paseo por el camino serpenteante a la orilla sur del lago Wanaka. En esta parte de la montañosa Isla Sur de Nueva Zelanda los días de abril suelen estar despejados, y los fines de semana se oye un barullo de vehículos con turistas y acampantes que se dirigen a la terminal ubicada en el Parque Nacional Mount Aspiring. Pero esta tarde de sábado, no se oyó ni un solo automóvil, y las bicicletas pudieron andar por el medio de la calle.

La prohibición de circular en automóvil fue tan solo una de las respuestas de Nueva Zelanda al brote de COVID-19. Dadas las estrictas órdenes de cuarentena, en las calles reinaba una completa oscuridad, los pubs, cafés y negocios en el centro de Wanaka estaban vacíos, y se veía una cinta amarilla policial que prohibía el acceso al parque de patinaje y el parque infantil, donde los columpios estaban atados, fuera de servicio, para que nadie se tentara. Aunque no había mucha posibilidad de transgresión: sin contar a la persona que salió a trotar, o la pareja que salió a tomar un poco de aire, las calles de la ciudad estaban desiertas como un set de The Walking Dead.

Camino al Mount Aspiring, nos detuvimos con nuestras bicicletas en la Bahía de Glendhu, donde un cartel indicaba el nuevo parque de bicicletas de montaña de Nueva Zelanda, Bike Glendhu. El camino de tierra estaba bloqueado con una barrera con letreros que decían “cerrado”.

En 2019, casi cuatro millones de turistas (cerca del 80 por ciento de la población de Nueva Zelanda), viajaron al país para disfrutar de este tipo de paisajes naturales, pero la COVID-19 obligó a cerrar estos espacios y sus fronteras. Lo máximo que los ciclistas llegarían a disfrutar de los Alpes del Sur de Nueva Zelanda es la bicisenda desierta que conduce a la ciudad.

Un kiwi con un mechón de pelo color caoba desciende por el camino de grava. Su nombre es John McRea, dueño de Glendhu Station, la granja donde se construyó el parque de bicicletas. Venía de correr por los senderos del parque y se dirigía a su casa. "No se ve mucho tráfico por este camino, excepto algunos ciclistas de montaña. He puesto la barrera para que nadie se acerque”, dijo manteniendo distancia de donde estábamos nosotros cuatro. “Odio ver el parque cerrado. Pero en este momento, es mejor si todos nos quedamos en casa".

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    Si hay un país que ha respondido adecuadamente a la pandemia, ese es Nueva Zelanda. Mientras que todos los gobiernos del mundo han demorado en responder al brote del coronavirus y los casos de personas infectadas han aumentado exponencialmente, Nueva Zelanda ha tomado medidas inflexibles con fundamentos concretos. Si bien el país no prohibió los viajes desde China hasta el 3 de febrero (un día después de que lo hizo Estados Unidos) y, a mediados de marzo, la progresión de nuevos casos parecía incontrolable, las medidas tomadas han logrado dominar la COVID-19.

    El 15 de marzo, el país determinó la cuarentena obligatoria para todos los visitantes -una de las medidas más estrictas del mundo en ese momento-, a pesar de que solo había seis casos en todo el país. Apenas 10 días después, se dispuso el bloqueo total en todo el país, y la suspensión de los vuelos nacionales. El Nivel 4 establece que solo pueden permanecer abiertos las tiendas de comestibles, farmacias, hospitales y estaciones de servicio; la circulación de automóviles se restringe; y se prohíbe la interacción social fuera del hogar.

    Christchurch, 28 de abril. La campeona de surf neozelandesa, Ava Henderson, vuelve a surfear después de la prohibición que dispuso el país el 26 de marzo.

    Fotografía de Kai Schwoerer, Getty Images

    "Debemos enfrentar el virus con acciones contundentes y de forma anticipada", anunció la primera ministra Jacinda Ardern el 14 de marzo en un comunicado a la nación.

    Mi esposa y yo debimos cumplir con estas restricciones de forma inesperada. Ella es fotógrafa editorial, yo, escritor de viajes, y viajamos a Nueva Zelanda por trabajo una vez que el gobierno estadounidense, el kiwi y el australiano garantizaron que aún no había operaciones de control. Pero entre el momento en que salimos de casa y el momento en que aterrizamos, Nueva Zelanda dictaminó que los visitantes debían cumplir con una cuarentena. El país prohibió por completo todos los viajes y no pudimos conseguir boleto de regreso. Al igual que otros 100.000 visitantes de todo el mundo, quedamos atrapados.

    Las repentinas suspensiones podrían haber sido causa de pánico. Pero Ardern (39 años), o "Jaz", como se la conoce popularmente, se ocupó de comunicar todos los días, y de forma clara y concisa, cuál era la situación a la nación, con el respaldo de un equipo de científicos y profesionales de la salud. Pocos días después de dictarse el aislamiento preventivo, anunció que, en lugar de simplemente retrasar la transmisión del virus, Nueva Zelanda había establecido un plan para erradicar la enfermedad COVID-19 de sus costas, cuyo objetivo era impedir la aparición de nuevos casos y eliminar los existentes a partir de una serie de restricciones. "Tenemos la oportunidad de hacer algo que ningún otro país ha logrado: eliminar el virus", expresó Ardern en uno de sus comunicados oficiales.

    Como alguien que no vive en ese país, me parece sorprendente el hecho de que los habitantes simplemente aceptaron la medida. El primer día de la cuarentena, las calles y rutas ya estaban vacías, las tiendas estaban cerradas y todos los ciudadanos se quedaron en sus casas. "Creo que a nosotros, los kiwis, nos resulta más fácil cumplir con las medidas porque confiamos en nuestros líderes", me dijo Sue Webster, dueña del Airbnb donde mi esposa y yo nos refugiamos durante casi cuatro semanas.

    El músico Orson Paine, de la Royal New Zealand Navy Band, toca  "The Last Post" en su corneta durante el Día ANZAC, el 25 de abril. Normalmente, la festividad nacional que honra a los soldados caídos en la batalla cuenta con eventos públicos y multitudes, que se prohibieron durante la estricta cuarentena que dispuso el gobierno del país.

    Fotografía de Phil Walter, Getty Images

    El plan parece haber funcionado. La tasa de infección diaria en la nación isleña de 4,9 millones fue disminuyendo de forma pareja de un máximo de 146 a fines de marzo a unos pocos casos por día a mediados de abril. En total, Nueva Zelanda registró un máximo de 1.476 casos y 19 muertes. El 26 de abril fue un día crucial: no se informaron nuevos casos de COVID-19 ni transmisiones comunitarias por primera vez en más de seis semanas; sin embargo, el 30 de abril se registraron siete nuevos casos.

    Así y todo, dado el bajo número de casos nuevos, el gobierno consideró que podía relajar las restricciones de distanciamiento social y pasar a un Nivel 3. El 28 de abril, Ardern declaró que el virus había sido eliminado, y luego aclaró que "la eliminación no significa cero casos ... tendremos para seguir extinguiendo la COVID hasta que haya una vacuna".

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    Aunque Nueva Zelanda parece mostrarse muy confiada de haber eliminado la COVID-19, el éxito no está confirmado. Países como Singapur, donde el virus parecía estar bajo control, han debido enfrentarse a una segunda ola de infecciones. Y China, que parecía haber detenido la propagación por completo, ahora se enfrenta a nuevos brotes.

    Incluso si Nueva Zelanda lograra extinguir la enfermedad, el camino que sigue no será fácil. Una vez que el virus ya no esté, el país deberá seguir prohibiendo por completo el ingreso de personas hasta que se desarrolle una vacuna y se pueda acceder a ella de forma extendida; de lo contrario, correrá el riesgo de una reinfección. Esto es un muy mal augurio para un país donde el turismo, la industria de más grande de Nueva Zelanda en términos de ingresos de divisas, representa el 10 por ciento del PIB y casi el 15 por ciento de las posibilidades de empleo. Cientos de miles de puestos de trabajo están en peligro, y los pronósticos indican que la economía kiwi no se recuperará, por lo menos, hasta el 2024.

    Sin embargo, un estudio reciente sugirió que el 87 por ciento de los kiwis apoyan la gestión del gobierno frente a esta pandemia. Después de estar un mes allí durante la cuarentena, entiendo por qué lo hacen: las calles estaban tranquilas y limpias, todos los servicios públicos funcionaban, las tiendas estaban bien abastecidas y, lo más importante, el riesgo de contraer COVID-19 era cada vez menor.

    Cuando finalmente pude conseguir los boletos para volver a casa, me pregunté si realmente quería irme de Nueva Zelanda. A pesar de no haber podido disfrutar de los senderos de Bike Glendhu, había sentido una calma inolvidable durante el camino al Mount Aspiring.

    Cuando regresé a casa, contacté a Charlie Cochrane, el director general de Bike Glendhu, para ver cómo iba todo con el parque. “Como la mayoría de los negocios aquí, los ingresos se han reducido a cero, lo que nos ha estresado bastante. Es lógico que el crecimiento de este proyecto será más difícil”, me confesó Cochrane. Pero también me dijo que se sentía optimista. "Creemos que el gobierno se ha comportado muy bien frente a la crisis y nos sentimos afortunados de vivir en Nueva Zelanda".

    Aaron Gulley es periodista y reside en Santa Fe, Nuevo México. Lleva dos décadas escribiendo sobre viajes, ciclismo, deportes y buen estado físico. 

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