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Atentados del 11 de septiembre: los artefactos extraídos de los escombros se convierten en símbolos del ataque

Los objetos que dejaron las víctimas de los atentados y quienes intentaron ayudarlas cuentan historias de coraje, pérdida y perseverancia.

Joe Hunter, residente en Long Island, se licenció en Empresariales por la Universidad de Hofstra (Estados Unidos), pero desde niño sabía que lo que realmente quería era ser bombero. Un vídeo de las noticias de televisión de la mañana del 11 de septiembre lo muestra junto a otros miembros del escuadrón 288 del Departamento de Bomberos de la Ciudad de Nueva York, con el rostro sobrio y cargados de equipo, dirigiéndose a la torre sur del World Trade Center para unirse a las tareas de evacuación. Cuando la torre se derrumbó, Hunter y sus compañeros perecieron. Su casco fue encontrado entre los escombros varios meses después.

Fotografía de Courtesy Bridget Hunter and Family
Por Patricia Edmonds
Publicado 10 sep 2024, 08:04 GMT-3

¿Qué fuerzas pueden santificar un objeto, dándole un significado más allá de sí mismo? El altruismo. El coraje. Resistencia ante lo indecible. Las fuerzas que Joe Hunter y cientos de otras personas convocaron tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos.

Los sueños de Joe Hunter viajaban en camiones de bomberos. A los cuatro años, pedaleaba con su bicicleta hasta la esquina cuando pasaban los camiones rojos. A los 11, hacía simulacros de rescate con una escalera y una manguera de jardín, y si sus compañeros no se lo tomaban en serio, los mandaba a casa: “¡Vale, tú fuera!”.

Empezó como bombero voluntario, se graduó en la academia de bomberos de Nueva York, recibió formación de rescate en atentados terroristas y derrumbes de edificios. Cuando su madre, Bridget, se preocupaba, él le decía: “Si alguna vez pasa algo, debes saber que me encantaba el trabajo”.

A dieciocho días de cumplir 32 años, el bombero Joseph Gerard Hunter, del escuadrón 288 del Departamento de Bomberos de la Ciudad de Nueva York, murió ayudando a evacuar la torre sur del World Trade Center. Fue una de las 2977 personas que murieron el 11-S, cuando los secuestradores de Al Qaeda utilizaron aviones de pasajeros como armas en el atentado terrorista más mortífero jamás perpetrado en suelo estadounidense.

En febrero de 2002los buscadores de la zona cero recuperaron un casco del Escuadrón 288 con el número de placa de Hunter. “Por supuesto, está destrozado”, dice la hermana de Hunter, Teresa Hunter Labo. Pero la familia agradece que lo encontraran porque “es lo único que tenemos de él que estuvo allí abajo, que estuvo con él”.

El paramédico Benjamín Badillo fue enviado a las Torres Gemelas tras el primer atentado y permaneció en su ambulancia mientras su compañero, Edward Martínez, buscaba supervivientes. Al oír un terrible estruendo, Badillo vio “la parte superior del edificio derrumbándose”. 

Martínez fue alcanzado por los escombros. Ambos buscaron refugio mientras la torre sur se desintegraba. Martínez fue trasladado a un hospital y sobrevivió gracias a una intervención quirúrgica de urgencia. Badillo recuerda haber buscado por la zona, “gritando por mi compañero”. Su ambulancia quedó destruida, pero parte de su libro de mapas sobrevivió.

Fotografía de Courtesy the Port Authority of New York and New Jersey

En las dos décadas transcurridas desde el 11-S, se han construido monumentos conmemorativos en los lugares del ataque en Nueva York, en el Pentágono en Arlington (Virginia) y en un campo de Pensilvania. 

Los artefactos de cada lugar reflejan las particularidades de cada tragedia: cuando la tripulación y los pasajeros del Vuelo 93 de United intentaron retomar el avión, los secuestradores lo estrellaron contra el suelo cerca de Shanksville, Pensilvania, a más de 900 kilómetros por hora. Aparte de una sección del fuselaje y dos zonas del motor arrugadas, la mayor parte de lo que quedó estaba en trozos pequeños.

En el Memorial y Museo del 11-S de Nueva York, más de 70 000 objetos ayudan a contar las historias de las víctimas, los intervinientes y los supervivientes. Los objetos son tan pequeños como un anillo de zafiro y diamantes y tan grandes como un camión de bomberos medio aplastado. 

Muchos son completamente comunes: la tapa de un recipiente de comida, quizás de un almuerzo preparado un martes cualquiera. Pero lo conmovedor de algunos objetos comunes está en los detalles: el tejido inacabado, aún en las agujas, era el pasatiempo de un ejecutivo de Cantor Fitzgerald, una empresa que perdió 658 empleados en la torre norte.

En memoria de Joe Hunter, su familia ha donado su casco al museo: “Es su sitio”, dice su hermana. Se conserva con otros objetos, comunes pero poco comunes, como testigo silencioso de la historia. 

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    Los trabajadores de recuperación pasaron nueve meses excavando escombros en la zona cero y buscando restos de víctimas. En 2006, la Oficina del Médico Forense Jefe de la ciudad de Nueva York lanzó otra búsqueda de restos en la zona donde se habían levantado los edificios del World Trade Center. Entre los muchos objetos de uso cotidiano descubiertos durante esa búsqueda: un teclado roto y sucio de la sociedad de inversiones Garban Intercapital.

    Fotografía de Courtesy the Port Authority
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    También se encontró en la excavación de escombros de la zona cero esta tapa de plástico de un recipiente de comida.

    Fotografía de Courtesy the Port Authority (BOTH)
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    El piloto del vuelo 77 de American Airlines, Charles F. Burlingame III, llevaba consigo un valioso talismán: una estampa plastificada del funeral de su madre, Patricia, fallecida hacía menos de un año. Los trabajadores de rescate encontraron la estampa, prácticamente intacta, en el lugar del accidente del Pentágono. El hermano de Burlingame dijo que su hallazgo le reconfortó: "Mi familia creía que era mi madre diciendo: 'No se preocupen. Ya lo tengo'. Y esa era su pequeña señal para nosotros".

    Fotografía de Gift of the family of Capt. Charles F. Burlingame III
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    Cuando los pasajeros intentaron retomar el vuelo 93, los secuestradores, que tenían como objetivo Washington D.C., estrellaron el avión en una zona rural de Pensilvania. Una pieza de los motores del Boeing 757 fue encontrada en un campo, otra cayó en un estanque. En los cuatro vuelos secuestrados murieron 33 tripulantes y 213 pasajeros.

    Fotografía de Courtesy National Park Service, Flight 93 National Memorial
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    Algunos de los objetos que soportaron la destrucción parecen hoy conmovedoramente anacrónicos. Un rollo arrugado de película de plástico fue descubierto en el Bajo Manhattan años después de la operación inicial de recuperación.

    Fotografía de Courtesy the Port Authority
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    El 11 de septiembre, casi todas las plantas de las Torres Gemelas tenían oficinas. Entre el material encontrado tras los atentados figuran los restos de un Rolodex, un archivo giratorio de tarjetas con información de contacto, tan indispensable a finales del siglo XX como lo son hoy las bases de datos. Algunas de las tarjetas están carbonizadas, otras deformadas, otras aún legibles.

    Fotografía de Courtesy the Port Authority (BOTH)

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    Patricia Edmonds, directora de contenidos breves, supervisa la sección EXPLORE de la revista. Henry Leutwyler es un fotógrafo suizo afincado en Nueva York que estuvo allí el 11-S. Hicks Wogan ha contribuido a este reportaje.

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