Las carreras de carros en el Imperio Romano: del fervor popular al poder político

El deporte favorito de los espectadores de Constantinopla, las carreras de cuadrigas en el glorioso Hipódromo, era el centro de la vida en el siglo VI d.C.

Por Julius Purcell
Publicado 9 nov 2023, 16:17 GMT-3
Chariot race fresco

La emoción de la carrera, plasmada en este fresco del siglo I procedente de Pompeya. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles

Fotografía de DEA ALBUM

Quizás la mejor secuencia de acción captada en la pantalla grande sea la carrera de carros de una película de 1959. En el filme se observa que, ante una multitud frenética, las cuadrigas tiradas por caballos se precipitan por una pista mientras cada piloto intenta evitar colisiones catastróficas para ganar la carrera. 

A pesar de su licencia artística, los creadores de la película no exageraban el peligro de las carreras ni la emoción de la arena. En todo caso, las emociones de la gran pantalla palidecen en comparación con las pasiones de los antiguos romanos.

Las carreras de cuadrigas avivaban el fanatismo en el mundo romano, y los aficionados acudían en masa para ver competir a sus favoritos. El fervor de las carreras provocaba tensiones que, en ocasiones, desembocaban en revueltas a gran escala. 

Desde puestos de avanzada provinciales como Jerusalén, hasta Roma (cuyo Circo Máximo era el mayor estadio del imperio), las carreras de carros atraían a las multitudes con su espectáculo.

Incluso después de que la importancia de Roma empezara a decaer, el nuevo centro de poder imperial oriental, Constantinopla, construyó un hipódromo monumental. Aunque no era tan grande como el Circo Máximo de Roma, era enorme; los historiadores no se ponen de acuerdo sobre su capacidad, que oscila entre 30 000 y 100 000 espectadores.

Carreras de carros: el Hipódromo

Constantino el Grande, el primer emperador romano que se convirtió al cristianismo, se interesó por la cuadriga. Después del 330 d.C., año en que refundó Bizancio como Constantinopla, remodeló el Hipódromo para convertirlo en uno de los edificios más destacados de la capital. 

El Hipódromo era uno de los cuatro edificios que enmarcaban la plaza central de Constantinopla. Si el Senado, el palacio imperial y la catedral cristiana representaban el poder legislativo, ejecutivo y religioso del Imperio Romano de Oriente, el estadio representaba el poder del espectáculo. Para el público, los circos no eran menos importantes que el pan, y las fortunas de sus favoritos eran seguidas obsesivamente por una enorme afición.

Las carreras atraían a multitudes. Los días de competencia, la gente llegaba al Hipódromo horas antes, a veces dormían en las gradas para guardar sus asientos. A principios de la historia romana, era habitual que una arena tuviera cuatro equipos de cuadrigas, pero a finales del periodo bizantino, el número típico era de dos, en el caso de Constantinopla, los azules y los verdes.

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    Una recreación artística muestra el Hipódromo en forma de herradura, de unos 390 metros de longitud. La espina central estaba salpicada de varios artefactos saqueados, entre ellos el obelisco de Constantino (centro) y el obelisco de Tutmosis. En la parte inferior, el palacio colinda con la arena, facilitando el acceso al palco imperial, de piedra blanca.

    Fotografía de BYZANTIUM 1200 PROJECT

    Los aurigas bizantinos eran idolatrados por decenas de miles de aficionados. Estos héroes pilotaban la cuadriga, un carro tirado por cuatro caballos. Cada cuadriga corría a una velocidad peligrosa en una pista de unos 45 metros de ancho. Las carreras más cortas duraban unos 15 minutos y se disputaban a vueltas alrededor de la espina central del hipódromo, que estaba coronada por el antiguo obelisco egipcio de Tutmosis, el llamado obelisco de Constantino, y un pilar de bronce compuesto por tres serpientes entrelazadas que había sido saqueado de Delfos.

    El momento más peligroso era el giro brusco y completo en cada extremo de la espina, una maniobra que implicaba frenar a los caballos, pero que aún así se ejecutaba a casi 32 kilómetros por hora. Estas brutales competiciones eran a menudo escenario de destrozos y lesiones horribles, pero también oportunidades de gloria y ganancia.

    Dotados de un aura de habilidad, velocidad y peligro, los aurigas eran los atletas profesionales de su época. Uno de los más famosos fue Porfirio, un piloto de origen africano que llevó este deporte a nuevas cotas de popularidad en su apogeo en el siglo VI. Los relatos describen a Porfirio, que empezó en arenas provinciales antes de trabajar en Constantinopla, como alguien que rezumaba un carisma divino, un aspecto apuesto y unas habilidades atléticas asombrosas.

    La injerencia de la política en las carreras de cuadrigas

    Durante mucho tiempo, las carreras de cuadrigas estuvieron íntimamente ligadas al poder y la violencia. Desde la época de Constantino, los emperadores se interesaron por canalizar la pasión de las carreras e intentar (no siempre con éxito) convertirla en una ventaja política, normalmente financiándola de su propio bolsillo. 

    El Hipódromo de Constantinopla siempre había tenido una dimensión política, entre otras cosas, por su tamaño. El emperador presidía las carreras con su consorte y su familia en la kathísma, una especie de palco privado imperial, al que se accedía directamente desde el palacio vecino.

    En el año 390 d. C., Teodosio I hizo traer de Alejandría el obelisco del faraón Tutmosis III (fallecido en 1426 a. C.) y lo colocó en la espina del Hipódromo. Entre las escenas que Teodosio esculpió alrededor de su base, la que se muestra aquí le representa repartiendo premios a un vencedor de una carrera de carros. El obelisco sigue en pie en Estambul.

    Fotografía de FOTOSEARCH AGE FOTOSTOCK

    Para la emperatriz Teodora, esposa y co-gobernante con el emperador Justiniano a mediados del siglo VI, el vínculo con el Hipódromo era tanto político como personal. Teodora no había nacido en la nobleza, sino en el seno de una familia circense. Lo más probable es que su madre fuera acróbata y su padre, cuidador de osos para los Verdes. 

    Cuando su padre murió inesperadamente, su madre, viuda, volvió a casarse y pidió a los Verdes que emplearan a su nuevo marido. Se lo denegaron, pero los Azules lo aceptaron encantados. A partir de ese momento, la lealtad de Teodora cambió de los Verdes a los Azules, el equipo favorito de su futuro marido, Justiniano.

    Gran parte de lo que se sabe de Teodora procede de la Historia Secreta escrita por Procopio de Cesarea. En ella describe cómo la improbable Teodora conquistó el corazón de Justiniano y se convirtió en su esposa. Inteligente y bella, también se convirtió en una de las consejeras políticas de mayor confianza de Justiniano.

    En el año 532 d.C. las tensiones en Constantinopla eran muy fuertes, especialmente entre azules y verdes. "Mejor ser pagano que azul" era un insulto que los verdes lanzaban a sus rivales en esta época. 

    También crecía la ira en toda la ciudad por los altos impuestos que les imponían para pagar las recientes victorias militares de Justiniano. Cuando estallaron los enfrentamientos entre verdes y azules en el Hipódromo, el emperador temió que se alterara el orden público. Abandonando su lealtad a los azules, mandó apresar y ahorcar a siete miembros de ambos equipos como muestra de su fuerza.

    La ejecución fue un desastre y dos de los condenados (uno azul y otro verde) sobrevivieron. La multitud los llevó a una iglesia y les dio asilo. Muchos creyeron que Dios los había salvado y apoyaron a los condenados. Incluso los dos equipos encontraron por fin una causa común. En la siguiente carrera de cuadrigas dirigieron su furia combinada contra Justiniano y Teodora al grito de ¡Nika! ¡Nika! (¡Conquista! Conquista!).

    Los restos del Hipódromo albergan un parque en la actual Estambul (Turquía). El edificio desapareció hace tiempo, pero los obeliscos de Tutmosis y Constantino siguen en pie.  

    Fotografía de MARTIN SIEPMANN AGE FOTOSTOCK

    La revuelta de Nika se prolongó durante días de saqueos. Alarmado, Justiniano accedió a despedir a su ministro responsable de los impuestos, pero la multitud no estaba satisfecha. Querían que Justiniano dimitiera para coronar a un nuevo emperador.

    Asustado, Justiniano pensó en huir, pero Teodora se mantuvo firme y dijo que prefería morir con las botas puestas: "Considera primero si, cuando estés a salvo, te arrepentirás de no haber preferido la muerte. En cuanto a mí, me atengo al antiguo dicho: la púrpura imperial es el sudario más noble". Envalentonado, Justiniano envió al Hipódromo a sus tropas, que despedazaron a la gente y dejaron hasta 30 000 hombres, Verdes y Azules por igual, muertos en el suelo de la arena.

    El final de las carreras de carros

    Justiniano y Teodora no tuvieron problemas para apuntalar su poder tras la revuelta de Nika, que marcó el punto álgido de las carreras de cuadrigas bizantinas

    Un siglo después, el poder y la influencia de los equipos, así como la popularidad del deporte, habían decaído. Distraídos por las guerras con los sasánidas persas y, más tarde, con los musulmanes árabes, a los gobernantes de Constantinopla les resultaba cada vez más difícil financiar las extravagancias del Hipódromo.

    Cuando los ejércitos cristianos amotinados saquearon Constantinopla durante la Cuarta Cruzada en los primeros años del siglo XII, el grupo de carros de bronce dorado que coronaba la entrada monumental fue llevado como botín a Venecia. Lo que queda del Hipódromo de Estambul (Turquía) es un apacible parque, un marcado contraste con el frenesí de un día de carreras en el pasado.

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