Cómo tampones, toallitas y protectores se volvieron tan poco sustentables

Una combinación de tecnología y presión social nos impulsan al uso de productos sanitarios colmados de plástico. ¿Hay alguna solución mejor?

Por Alejandra Borunda
Publicado 9 sept 2019, 13:15 GMT-3
Casi siempre, los aplicadores de tampones están hechos de plástico. Algunas empresas fabrican tampones sin aplicadores.
Casi siempre, los aplicadores de tampones están hechos de plástico. Algunas empresas fabrican tampones sin aplicadores.
Fotografía de Hannah Whitaker, National Geographic
Este artículo fue creado en colaboración con National Geographic Society.

El plástico impregna la vida moderna, y la menstruación no es la excepción. Desde mediados del siglo XX, muchos tampones y protectores menstruales han contenido entre un poco y un montón de plástico en su diseño básico; en ocasiones, por razones que “mejoran” el diseño, pero, a menudo, por razones un poco menos fundamentales.

Es difícil tener una idea de cuánta basura plástica proviene de los productos menstruales, por un lado, porque están etiquetados como basura médica y no necesitan registrarse y, por el otro, porque ha habido muy poca investigación respecto de la magnitud del problema. Sin embargo, los cálculos aproximados del posible resultado son sorprendentes: solo en 2018, se compraron 5,8 mil millones de tampones en Estados Unidos, y, en el transcurso de su vida, una persona que menstrúa usará entre 5 mil y 15 mil toallas, protectores y tampones, y la gran mayoría de estos productos irá a parar a los basureros como basura plástica.

Sin embargo, quitar el plástico del cuidado menstrual será algo más que una alteración en el diseño ya que las razones por las que, en un primer momento, el plástico se arraigó tanto en el diseño están mezcladas en una red de cultura, vergüenza, ciencia, y más.

El problema del plástico

La mayoría de las mujeres estadounidenses menstruarán por alrededor de 40 años en total, sangrando aproximadamente cinco días al mes, o 2400 días en el transcurso de toda su vida; alrededor de seis años y medio.

Todo ese líquido menstrual tiene que ir a algún lado. En Estados Unidos, suele terminar en un tampón o un protector, entre 5 mil y 15 mil por mujer que menstrúa a lo largo de toda su vida. Luego de su breve momento de utilidad, estos productos terminan en la basura.

Los productos menstruales más comunes están hechos de una auténtica variedad de plásticos. Los tampones vienen envueltos en plástico, revestidos con aplicadores plásticos, con cuerdas plásticas en un extremo, y muchos incluyen una fina capa de plástico en la parte absorbente. Los protectores generalmente incorporan aún más plástico, desde la base impermeable y los materiales sintéticos que absorben el fluido hasta el paquete.

Según Ann Borowski, quien investigó el impacto ecológico de los productos sanitarios, la elevadísima cantidad era sorprendente.

“No quiero aportar 40 años de basura a un vertedero solo para lidiar con algo que no debería ser visto como un problema”, remarca. “Parece como algo de lo que deberíamos tener un poco más de control hoy. No quiero tener ese tipo de carga en el planeta”.

Una breve historia sobre la percepción de la menstruación

En la antigua Grecia, la sangre menstrual era vista por los escritores de la época como algo fundamentalmente insalubre, un símbolo de exceso femenino, un “estado de ánimo” que debía ser expulsado del cuerpo a fin de mantener el equilibrio y la salud. La sangre en sí misma era considerada nociva, incluso venenosa. Esa actitud general se mantuvo por siglos.

Para mediados de 1800, en Estados Unidos, la cultura que rodeaba la menstruación se había consolidado en una narrativa simple: la sangre del periodo se percibía como “sangre mala”, tanto sucia como ignominiosa, señala Chris Bobel, experto en menstruación de la Universidad de Massachusetts, Boston.

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    Pero la menstruación era una realidad inevitable con la cual había que lidiar. Antes del siglo XX, las mujeres de Estados Unidos usaban un enfoque “bricolage” para lidiar con el periodo, readaptando todo tipo de artículos comunes a objetos similares a protectores o tampones, explica la historiadora Susan Strasser. Eso significaba que usaban restos de tela, bandas de corteza suaves, o lo que sea que estuviese disponible y fuese absorbente. Pero las herramientas dejaban mucho que desear. En general, eran grandes y difíciles de manejar, y tenían que lavarse y secarse, lo que significaba que se exhibían públicamente, una situación poco deseable en una cultura que estigmatizaba la menstruación.

    En 1921, el primer paquete de Kotex llegó al mostrador de una farmacia (en Estados Unidos). Y, de este modo, una nueva era comenzó: la de los productos menstruales desechables.

    Kotex estaba hecho con Cellucotton, un material vegetal hiperabsorbente que se había desarrollado en la Primera Guerra Mundial para los vendajes médicos. Las enfermeras comenzaron a reutilizar el material como protector menstrual, y la práctica se arraigó.

    Algunas personas que menstruaban y eran físicamente activas como bailarinas y atletas, se apoyaban en otro producto emergente: los tampones. Los tampones de la década de 1930 no eran muy diferentes de los que vemos en las estanterías de las farmacias hoy, generalmente hechos de un montón de algodón denso o material similar al papel, unido a una cuerda.

    Lo que todos los productos tenían en común era que eran desechables. Las campañas de marketing se inclinaban a la idea de que los nuevos productos harían que las mujeres que menstruaban fueran “felices, serenas, modernas y eficientes”, libres de la tiranía de las precarias y antiguas estrategias. (Desechables también significaba que las mujeres que menstruaban no tendrían que abastecerse cada vez, recluyéndose en décadas de compras).

    “Desde el comienzo, las empresas fomentaban esta idea de que la forma de ser moderna era usar estos nuevos productos desechables”, señala Sharra Vostral, historiadora de la Universidad Purdue.

    El atractivo y la ubiquidad de los desechables creció a medida que mayor cantidad de mujeres se insertaban en las filas de la población laboralmente activa. Los productos ofrecían tanto comodidad (estaban disponibles fácilmente en muchas farmacias) como discreción (las mujeres no tenían que preocuparse de llevar paños usados del trabajo a la casa). Además, les permitía “pasar desapercibidas”, escondiendo sus funciones corporales de aquellas personas que las rodeaban, y dejando que el trabajo siguiera sin ser interrumpido.

    “Esto ha sido lo estándar”, afirma Bobel, “las mujeres y jóvenes siempre tenían que doblegarse a las normas y estándares de su lugar de trabajo, ser hipereficientes en todo momento. El mensaje es: no puedes dejar que tu cuerpo haga que te retrases”.

    El resultado fue un cambio masivo en el mercado. Para finales de la Segunda Guerra Mundial, las ventas de productos menstruales desechables en todo Estados Unidos se habían quintuplicado.

    En 2013, durante una limpieza de playas en Nueva Jersey, los voluntarios levantaron miles de aplicadores de tampones.
    Imagen de Hannah Whitaker, National Geographic

    ¿Qué es de plástico en un protector?

    Para la década de 1960, los químicos estaban afanosamente desarrollando sofisticados plásticos y otros sintéticos. Las tecnologías habían avanzado tan rápidamente que los fabricantes se encontraron buscando nuevos mercados en los cuales pudieran incorporar sus nuevos materiales.

    Uno de los mercados que encontraron fue el de los productos menstruales.

    Los diseños de los protectores comenzaron a incorporar polipropileno o polietileno delgado, flexible e impermeable como base (o, en términos de patentes en inglés “backsheet”). Los avances en las tecnologías pegajosas reforzaron el uso de plásticos flexibles, permitiendo que los protectores se unan a la ropa interior directamente en vez de colgar de un complicado y pesado sistema de bandas. Para finales de la década de 1970, los diseñadores se dieron cuenta de que podían hacer “alas” plásticas flexibles que envolvían la ropa interior y dejaban al protector inmóvil en su lugar. Y los diseñadores encontraron maneras de entrelazar fibras de poliéster en la parte flexible del protector para sacar el fluido hacia los núcleos absorbentes, los cuales se estaban volviendo cada vez más delgados a medida que los materiales superabsorbentes se volvían más sofisticados.

    Todos estos desarrollos de producto suenan progresivos, pero conforman grandes cambios de experiencia, reflexiona Lara Freidenfelds, historiadora que entrevistó docenas de mujeres a fin de conocer sus experiencias con la menstruación para su libro The Modern Period (El período moderno).

    “Adhesivo o alas parecen mejoras de productos menores, pero, en realidad, la gente habla sobre ellas como verdaderamente importantes. Dicen, guau, eso es algo grande que realmente mejoró mi vida”, señala.

    Los tampones tampoco escapan al plástico

    En la primera parte del siglo XX, muchos doctores, así como también miembros de la sociedad, eran reacios a la idea de que las mujeres, en especial las jóvenes, pudieran estar en contacto con sus genitales durante la aplicación del tampón, cuenta Elizabeth Arveda Kissling, experta en estudios de género de la Universidad Eastern Washington y autora de Capitalizing on the Curse: The Business of Menstruation (Sacando provecho de la maldición: el negocio de la menstruación).

    Tal vez los inventores pensaron que el tampón podía ser insertado más “recatadamente” e higiénicamente con un aplicador.

    La primera patente de tampones registrada en Estados Unidos, desde 1929, incluyó un diseño para un tubo aplicador de cartón plegable. Otros sugirieron acero inoxidable e, incluso, vidrio. Para la década de 1970, los plásticos ya podían moldearse y tomar formas suaves, delgadas, flexibles y redondas; perfectos como aplicadores de tampones, pensaron los diseñadores.

    Pero no solo el aplicador es plástico: muchos tampones incorporan algunos pedazos de plástico en la parte absorbente. Una pequeña capa ayuda a mantener unida la parte de algodón compactada.  En algunos casos, la cuerda está hecha de poliéster o polipropileno.

    Empaquetado para la "privacidad"

    Para mediados de siglo, los principales actores en el mercado de productos menstruales de Estados Unidos estaban compitiendo intensamente por clientes, pero se estaban quedando sin avances tecnológicos para hacerse autobombo. Entonces, a fin de sobresalir, las empresas ofrecieron a sus clientes más y más maneras discretas de compra, uso y desecho.

    La obsesión con la discreción existe desde tiempos inmemoriales. En la década de 1920, Johnson and Johnson imprimió vales en sus publicidades de revista para su marca de toallas sanitarias “Modess”. Las mujeres las cortaban, las entregaban discretamente en el mostrador de la farmacia, y recibían una caja casi sin marcas.

    Pero, a medida que los vientos se inclinaban hacia los productos desechables y transportables, y los productos reducían su tamaño, el enfoque en el empaquetado cambió hacia el envoltorio individual. Las personas que menstruaban necesitaban poder arrojar los productos en una bolsa y mantenerlos limpios a fin de cargarlos desde el escritorio hasta el baño y de allí hasta el contenedor para desechos.

    Eso significaba envoltorios plásticos para todo. En 2013, los proyectos de empaquetado discreto llegaron a su cumbre cuando Kotex introdujo un tampón con “envoltorio más suave y silencioso para ayudar a mantenerlo en secreto,” diseñado para abrirse sin hacer ruido. ¿Y el desecho? Hay plásticos para ayudar en esa parte del proceso. En algunos baños públicos, las paredes cuentan con pequeños paquetes de bolsas plásticas perfumadas, listas para encerrar y disfrazar los productos sanitarios usados en su corto camino desde el compartimiento del baño hacia el cesto de basura.

    “Todavía seguimos vendiendo vergüenza con los productos menstruales”, señala Kissling.

    El plástico... ¿es el futuro?

    Las nuevas versiones plásticas para tanto tampones como protectores mejoraron ampliamente la experiencia de muchas mujeres con su periodo. Pero también dejaron a muchas generaciones de personas que menstrúan atrapadas en productos centrados en plástico que vivirán por, al menos, 500 años, luego de su breve periodo de utilidad.

    Pero no tiene que ser necesariamente de esta forma. En Europa, la mayoría de los tampones se venden sin aplicadores. En Estados Unidos, está creciendo el interés en otras alternativas: en una encuesta reciente, alrededor del 60 por ciento de las mujeres entrevistadas estaba considerando los productos reutilizables (aproximadamente el 20 por ciento ya los usaba).

    “Es un cambio tectónico en la manera en que las mujeres están pensando cómo manejar sus periodos”, indica Susannah Enkema, investigadora de Shelton Group quien trabajó en la encuesta.

    Una de las alternativas más populares es el protector reutilizable, una versión mejor diseñada de la antigua tecnología. Algunas mujeres han adoptado las copas menstruales, otra vieja tecnología que se ha vuelto popular recientemente. Algunas empresas están diseñando ropa interior que absorbe la sangre del periodo directamente y puede lavarse y utilizarse una y otra vez, mientras que hay personas que menstrúan que deciden sangrar libremente durante sus periodos, rompiendo con el estigma tradicional que llega de la evidencia visible de esta realidad biológica más fundamental.

    Y Bobel afirma que derribar el estigma de la menstruación es esencial para avanzar hacia un futuro más considerado en lo que respecta a lo social y lo medioambiental.

    “No niego que necesitamos algo en lo que sangrar”, señala.  “Y, al mismo tiempo, quiero reconocer que nos estamos engañando si decimos que promover cualquier producto va a solucionar el estigma. No es así”.

    Ella cree que el cambio vendrá cuando las conversaciones cambien. 

     

    National Geographic está comprometido con la reducción de la contaminación plástica. Aprende qué puedes hacer para reducir tu uso de plásticos desechables y asumir también el compromiso de cuidar el planeta.
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