La capa de hielo de la Antártida occidental podría ser más vulnerable de lo que se creía

A medida que se reduce, el nivel del mar aumenta; y un nuevo estudio descubrió que se redujo drásticamente incluso cuando la Tierra no era tan cálida como lo es actualmente.

Por Douglas Fox
Publicado 18 jun 2018, 17:42 GMT-3
La velocidad con la que aumentará el nivel del mar durante el próximo siglo dependerá, en ...
La velocidad con la que aumentará el nivel del mar durante el próximo siglo dependerá, en gran cantidad, de la velocidad con la que se derrumbe la capa de hielo de la Antártida occidental.
Fotografía de Mario Tama, Getty Images

Los científicos han descubierto que la capa de hielo de la Antártida occidental experimentó un importante retroceso entre 10 mil y 12 mil años atrás, durante un período en el que las temperaturas de la Tierra eran más bajas que las actuales. El colapso se produjo al final de la última glaciación y dejó a la capa de hielo 350 mil kilómetros cuadrados más pequeña de lo que es hoy; una diferencia que es tan grande como el estado de Montana.

“El hecho de que la capa de hielo haya podido retroceder hasta donde se encuentra hoy, en un clima que era probablemente bastante más frío que el de hoy, apunta a una sensibilidad extraordinaria”, afirma Robert DeConto, un glaciólogo de la University of Massachusetts Amherst (Universidad de Massachusetts Amherst), que no participó en la investigación.

La mayoría de los investigadores creían que la capa de hielo de la Antártida occidental no había sido mucho más pequeña de lo que es actualmente durante, al menos, 120 mil años. “Esto nos sorprendió mucho”, dice Reed Scherer, de la Northern Illinois University (Universidad del Norte de Illinois) en DeKalb, que fue coautor del nuevo estudio, publicado el pasado 13 de junio en la revista Nature, junto a otros nueve científicos.

La capa de hielo de la Antártida occidental es considerada la más vulnerable de las tres capas de hielo más importantes de la Tierra. Se ubica en una cuenca profunda y amplia inmersa a cientos de metros por debajo del nivel del mar, lo que la expone a las corrientes oceánicas cálidas. En caso de colapsar, haría que el nivel del mar aumentara más de 3 metros.

Los científicos esperan que, al reconstruir los avances y retrocesos pasados de la capa de hielo de la Antártida occidental, puedan predecir su destino futuro en medio del calentamiento global.

Otro estudio publicado en la misma edición de Nature confirmó la urgencia: determinó que, en su conjunto, la Antártida perdió más de 3 billones de toneladas de hielo entre 1992 y 2017. La mayor parte de esta cantidad provino de la Antártida occidental, donde la tasa de pérdida de hielo se triplicó en el último cuarto de siglo.

In 2013 scientists drilled through the West Antarctic ice sheet into a subglacial lake—and found evidence that the ice sheet had once been much smaller.

Fotografía de <p> JT Thomas, SwiftTern Productions</p> <p>&nbsp;</p>

La nueva evidencia de la fragilidad de la Antártida occidental surge de dos expediciones de investigación durante las que se visitó la región en los últimos años. Scherer fue parte de la primera. Esta comenzó en enero de 2013, con un convoy de tractores que remolcó miles de kilos de equipos en inmensos trineos, y llegó a un punto remoto de la capa de hielo, a 611 kilómetros del Polo Sur. El lugar parecía apenas notable, ya que no había nada más que nieve plana y esculpida por el viento en todas las direcciones.

El objetivo real de la expedición se encontraba a unos 800 metros de la superficie: un cuerpo de agua, llamado lago Whillans, sellado debajo de la capa de hielo. El contorno del lago había sido trazado con un radar que penetra el hielo. Ningún humano lo había visto anteriormente. Pero en enero, los equipos transportados por los trineos se ensamblaron para crear una perforadora monstruosa que, con un chorro de agua caliente, derritió un agujero de 50 centímetros de ancho y 790 metros de profundidad, directamente a través del hielo hasta llegar al lago.

Scherer y sus colegas sumergieron un cilindro hueco en el fondo del lago y elevaron 45 centímetros de barro: una sustancia arenosa y llena de fragmentos del lecho de roca de la Antártida, pulverizada por el hielo que se deslizaba. Cuando Scherer observó el barro a través de un microscopio, descubrió que contenía gran cantidad de fragmentos sutiles de vidrio curvo con hoyuelos. Se trataba de conchas antiguas de diatomeas, pequeñas criaturas marinas que habían habitado este lugar en un período durante el que no estaba cubierto por hielo, sino por el océano, quizás con un poco de hielo flotando en la superficie.

La datación por carbono del barro demostró que algunas de esas diatomeas habían estado depositadas en el actual lago Whillans hace solo 10 mil años, lo que fue lo suficientemente sorprendente. Pero Scherer y sus colegas analizaron el barro de otras nueve perforaciones tierra adentro del lago Whillans, a una distancia de poco más de 190 kilómetros del actual borde del hielo. Encontraron material joven en cada una de las perforaciones. “Eso fue lo que nos conmocionó”, afirma Scherer.

Esto sugirió que la capa de hielo de la Antártida occidental había retrocedido, al menos, poco más de 190 kilómetros. Pero incluso eso es “un límite simplemente inferior”, indica el glaciólogo Slawek Tulaczyk de la University of California (Universidad de California) en Santa Cruz, que codirigió la expedición en la que se realizaron las perforaciones.

Debido a que los glaciares transportaban constantemente el barro en sus bases a medida que la corriente los arrastraba hacia la línea costera, explica, el barro joven de las perforaciones podría haberse originado entre 480 y 644 kilómetros tierra adentro; lo que significa que hace 10 mil años, el borde de la capa de hielo puede haber estado a esa distancia tierra adentro.

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    Incluso como Scherer, Tulaczyk y sus colegas superaron estas sorpresas, otro científico, desconocido para ellos, estaba haciendo sus propios descubrimientos.

    Jonathan Kingslake, un joven glaciólogo, ahora en el Lamont-Doherty Earth Observatory (Observatorio de la Tierra de Lamont-Doherty) en Nueva York, pasó dos meses a fines de 2014 acampando en el lado opuesto de la Antártida occidental, a casi 1300 kilómetros del lago Whillans. Al conducir sus motos de nieve amarradas en una sola línea, para evitar que alguna de ellas sea arrojada en una grieta, él y su guía remolcaron un trineo que llevaba un radar capaz de penetrar el hielo. A medida que viajaron, a veces durante 15 horas al día, el radar trazó las capas internas y las grietas escondidas a miles de metros debajo del hielo.

    Una noche, en su carpa, mientras revisaba los datos en su computadora portátil, Kingslake se percató de algo realmente intrigante. Los trazos blancos y negros del radar mostraron una serie de líneas brillantes que se elevaban desde la parte inferior del hielo.

    Finalmente, consideró que esas líneas eran las cicatrices de viejas grietas que se habían abierto hacía mucho tiempo en la parte inferior de la capa de hielo, en un momento cuando no era gruesa ni se asentaba en el lecho de roca, como lo está ahora, sino que era más delgada y flotaba en el océano. Las grietas se habían formado como el hielo resbaladizo y trepidaban sobre la montaña subglacial. En ese momento se habían llenado de agua de mar y vuelto a congelar.

    En el lado lejano de la Antártida occidental desde donde trabajaron Scherer y Tulaczyk, Kingslake había encontrado una evidencia independiente de que la lámina de hielo se había retraído mucho tierra adentro. Al revisar toda la evidencia, Torsten Albrecht del Potsdam Institute for Climate Impact Research (Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático) en Alemania, estimó que esa disminución había ocurrido 10 o 12 mil años atrás. En comparación con el presente, Albrecht calcula que la Antártida occidental contribuyó prácticamente 125 mil kilómetros cúbicos de hielo al aumento del nivel del mar, lo que equivale a 130 billones de toneladas.

    La recuperación no nos salvará

    En ese momento, la capa de hielo estaba en medio de la disminución de su máximo durante la glaciación cuando se extendía casi mil kilómetros más allá del océano que como lo hace en la actualidad. Y el suelo del océano estaba al menos 400 metros más abajo de lo que está ahora, debido a que el peso de la capa masiva de hielo hacía presión sobre la corteza terrestre.

    A medida que el hielo comenzó a retirarse, volverse más delgado y flotar, esto permitió que las corrientes cálidas del océano se deslizaran sobre el suelo profundo del océano. Eso hizo que el hielo se derritiera incluso más rápido y envió a las capas de hielo a un completo colapso. Se disminuyó todavía más que sus límites actuales, retirándose al menos 200 kilómetros tierra adentro más que hoy.

    Este arrollador colapso fue eventualmente detenido por los cambios lentos en la corteza terrestre. La remoción de todo ese hielo, permitió que la corteza recuperara altura. Los investigadores calculan que el suelo marino debajo de la capa de hielo se elevó tan rápidamente como casi 18 centímetros por año, o más de 400 metros durante el curso de muchos miles de años. Este refugio de hielo protegió el hielo restante de las corrientes oceánicas profundas que lo estaban derritiendo, permitiéndole equilibrarse, volver a avanzar y finalmente alcanzar su tamaño actual, quizás hace apenas 2 mil años.

    A medida que aumenta la temperatura del planeta en la actualidad, ¿este tipo de recuperación nos permitirá protegernos de un colapso total de la capa de hielo de la Antártida occidental y del catastrófico aumento del nivel del mar que ocasionaría? Ya que los niveles de las temperaturas y del dióxido de carbono de la atmósfera ya son mucho mayores de lo que eran hace 10 mil años y, según advierte Tulaczyk, continúan aumentado, el retroceso de los glaciares y la recuperación observada nuevamente no pueden simplemente extrapolarse al futuro.

    Pero en todo caso, la recuperación glaciar es un proceso demasiado lento para reconfortar a los seres humanos. No salvaría las ciudades costeras del aumento del nivel del mar, dice Tulaczyk, “a menos que estemos dispuestos a mantener la respiración durante miles de años debajo del agua”.

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