Una nueva ruta en el Amazonas amenaza a las tribus aisladas y a los bosques

Comunidades en Perú se oponen a un gran proyecto de desarrollo.

Por Nadia Drake
Publicado 26 mar 2018, 17:43 GMT-3
Una ruta que atraviesa un área deforestada por la minería de oro ilegal en la provincia ...
Una ruta que atraviesa un área deforestada por la minería de oro ilegal en la provincia de Madre de Dios en Perú. El plan de construir otra ruta principal en la zona está dividiendo al país.
Fotografía de Rodrigo Abd, Ap

Una nueva ruta podría atravesar próximamente una gran parte de las selvas tropicales, que de otro modo serían impenetrables, y cubrir la frontera este del Perú. Ha sido una propuesta polémica durante mucho tiempo, y el Congreso del país declaró públicamente en enero que la ruta era “una prioridad nacional” y “parte del interés nacional”.

La medida se aprobó luego de que el papa Francisco visitara el Amazonas peruano y fuera contundente al manifestarse en contra de los peligros del progreso, al mencionar a los líderes indígenas que “jamás habían estado tan amenazados en sus territorios como ahora”.

En este momento, los activistas ambientales y locales están dirigiendo el apoyo para rechazar el proyecto propuesto antes de que se talen árboles o se coloque el pavimento. A los oponentes les preocupa que la ruta cause una urbanización no regulada en las áreas protegidas, amenace la vida de los grupos indígenas que viven en aislamiento voluntario, vulnere los derechos de las comunidades nativas y atraiga a los traficantes de drogas y madera para que ingresen en el área.

“Cuando se otorga acceso a un lugar, no hay manera de detener la actividad ilegal”, expresa Patricia León Melgar, directora general del Fondo Mundial para la Naturaleza (World Wildlife Fund, WWF) en Perú. “Se suponía que la Carretera Interoceánica traería el comercio y el turismo al país al conectar el Atlántico y el Pacífico. Sin embargo, las proyecciones del comercio nunca sucedieron, las proyecciones de turismo nunca sucedieron, y sí tuvo lugar algo que no fue parte de las proyecciones: la destrucción total del 10 por ciento de (la región amazónica de) Madre de Dios”, agregó León Melgar.

Ruta de Purús

La nueva ruta pasaría por la frontera con Brasil al este del país y atravesaría las regiones de Ucayali y Madre de Dios. Según lo previsto, el tramo de casi 300 kilómetros (172 millas) conectaría la capital provincial de Purús, Puerto Esperanza, al norte, con el pueblo Iñapari, al sur. Allí, se uniría con la Carretera Interoceánica extendida a lo largo del continente, la arteria pavimentada más grande que atraviesa la selva tropical de la región.

No obstante, por ahora, Purús es una provincia aislada.

“Purús nunca ha tenido una ruta ni siquiera cerca”, comenta Eduardo Salazar, quien estudia el desarrollo sostenible del área. “Actualmente, solo se puede acceder en avión o en barco”, agrega.

Durante el año pasado, las batallas políticas mutuamente destructivas sobre la ruta han dado como resultado que los ciudadanos del país se sintieran confundidos y exigieran ser escuchados. El congresista peruano, Glider Ushñahua Huasanga, propuso el proyecto en abril, aparentemente porque impulsaría el desarrollo económico de una región que, de otro modo, permanecería desconectada de medios confiables de transporte, comercio y turismo.

En diciembre, el Congreso de Perú aprobó el proyecto de ley y el Gobierno lo convirtió en ley en enero. A pesar de que el Congreso aprobara el proyecto, muchos de los ministerios del Gobierno (sobre todo los Ministerios de Cultura y Medioambiente) se opusieron activamente a él. Asimismo, se han introducido numerosas disposiciones legislativas en contra, y muchas organizaciones que promueven los derechos de los indígenas de Perú se manifiestan contundentemente en contra del proyecto propuesto, con la intención de protestar ante el proyecto de ley y ante toda construcción probable.

En el trayecto de la ruta no solo hay cuatro parques nacionales, sino también cinco áreas reservadas para grupos indígenas que viven en aislamiento voluntario, denominados más comúnmente como “tribus no contactadas”, y muchas comunidades nativas esparcidas en la vasta cuenca del Amazonas que están luchando por obtener derechos sobre sus tierras.

“No se puede priorizar el ‘interés nacional’ por sobre los derechos fundamentales de las personas que viven en aislamiento voluntario y en contacto inicial, ni tampoco sobre los de las comunidades locales”, menciona Ruth Buendía, una asháninka nativa.

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    El Papa Francisco llega al Puerto Maldonado en el Amazonas en la provincia de Madre de Dios, Perú, para reunirse con miles de indígenas. Él llamó al Amazonas “los pulmones de nuestro planeta” y manifestó que se deben respetar los derechos de los nativos.
    Fotografía de L'Osservatore Romano Vatican Media, Pool Photo, Ap

    ¿Lecciones aprendidas?

    Mencionar que las comunidades nativas aisladas podrían beneficiarse de mayor conectividad y comercio es un argumento cómodo para actuar sobre las áreas de la selva remota de Perú. De hecho, lo mismo pasó recientemente en Madre de Dios, una región al sureste de Perú que obtuvo su nombre debido a que los primeros pobladores se dieron cuenta de que las selvas enmarañadas, los ríos embravecidos y las temperaturas infernales eran tan insoportables que solo un santo podría sobrevivir.

    Allí, además de la monstruosa carretera, se despliega lentamente una situación un tanto análoga a lo largo del río Alto Madre de Dios, que pasa entre el afamado Parque Nacional Manu (uno de los ecosistemas con la mayor biodiversidad del planeta) y la reserva comunal Amarakaeri. En las zonas de contención entre esas áreas protegidas, se está construyendo lentamente una ruta.

    Ruth Buendía, una mujer asháninka nativa, y sus hijos visitan la comunidad Meteni en Río Ene, Perú. Buendía defiende los derechos de los indígenas en la región.
    Fotografía de The Goldman Environmental Prize

    Originalmente planificada para conectar el puerto de Nuevo Edén con la zona minera de oro de Colorado, los funcionarios del Gobierno local impulsaron la ruta e hicieron campañas para obtener apoyo mientras prometían a las comunidades el fin del empobrecimiento que produce el aislamiento. Un acceso más barato, rápido y seguro implica mejores servicios gubernamentales, una vía más rápida hacia los mercados agrícolas de Cuzco, una infraestructura mejorada y relaciones más sólidas con los funcionarios del Gobierno.

    “La inmensa mayoría de los pueblos en el territorio, pobladores indígenas amazónicos y andinos por igual, expresan su apoyo a la ruta y lo hacen de manera bastante firme”, explica Salazar, quien estudió las reacciones de las comunidades locales mientras asistía a la escuela de posgrado de la Universidad de Edimburgo. “Las condiciones de vida en estas comunidades son bastante extremas, y es fácil comprender por qué apoyarían cualquier cosa que indicara una posible mejoría para sus vidas, sin importar cuán riesgosa sea”, adhiere.

    Pero esas promesas no se cumplieron. A fines de 2015, la construcción de la ruta se paralizó mayormente cerca del pueblo Boca Manu. Ahora, sin los puentes necesarios para transportar productos y personas de un lado a otro, principalmente los madereros ilegales y los narcotraficantes utilizan el camino sin pavimentar.

    “Los madereros utilizan la ruta intensamente, en especial en el tramo más nuevo pasando Nuevo Edén”, menciona Salazar.

    Y los miembros de la comunidad que esperan un ingreso de turistas o del comercio agrícola se han encontrado, en cambio, con extraños en sus tierras y un incremento del tráfico ilegal que podrían generar situaciones de violencia.

    Si esto parece una situación complicada, Buendía, ganadora del Premio Ambiental Goldman, sostiene que la situación en Ucayali será incluso peor que en Madre de Dios.

    “La zona forestal y la cantidad de indígenas afectadas serán mucho mayores, ya que muchos serán desplazados o morirán a causa de enfermedades, en especial los [grupos indígenas que viven aislados]”, explica Buendía, quien trabaja con la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana. “Sus territorios serán invadidos, lo que generará violencia y mafias ilegales”, explica.

    Hombres asháninkas hacen flotar árboles talados por el Río Putaya, cerca de la aldea de Saweto, Perú.
    Fotografía de Martin Mejia, Ap

    Destrucción nativa

    No sería la primera vez que los nativos sufren a causa de los colonos, históricamente o incluso recientemente. Dejando de lado la colonización, en 2014, madereros ilegales que se habrían encontrado en el territorio asesinaron a cuatro hombres asháninkas. Uno de ellos, Edwin Chota, era un destacado activista contra la tala, pero no está claro si los asesinatos fueron accidentales o represalias ante las constantes disputas por el uso de la tierra.

    Es el tipo de derramamiento de sangre que a Buendía le preocupa que se vuelva más frecuente a medida que se abran bosques hasta ahora inaccesibles.

    “Estos crímenes en el Amazonas son algo que realmente nos preocupa ya que permanecen impunes”, explica Buendía. “El Gobierno no protege a los guardianes de los bosques ni protege los derechos de los indígenas”, agrega.

    Además, la región de Ucayali también es el hogar de varios grupos indígenas que intencionalmente han rechazado el contacto con el mundo exterior durante siglos, incluidos los habitantes de Isconahua, Murunahua y Mashco Piro, que han comenzado recientemente a emerger de los bosques por motivos que aún son un misterio.

    A Buendía y a otras personas les resulta preocupante que los encuentros con forasteros puedan resultar mortales para estas personas que viven aisladas, no solo por la violencia absoluta, sino también porque el sistema inmunológico de las personas aisladas con frecuencia no está preparado para combatir enfermedades como la gripe, el resfriado o el sarampión, algunas de las cuales podrían acabar con una tribu entera.

    Al mismo tiempo, cientos de comunidades a lo largo del trayecto proyectado de la ruta aún se encuentran en proceso de adquirir los derechos sobre las tierras en las que han vivido históricamente.

    “El 11 % de la población de Ucayali está compuesto por indígenas nativos, pero durante siglos se les ha negado el derecho de reconocimiento sobre sus tierras”, explica León. En los últimos 14 meses, la WWF ha ayudado a 142 comunidades a obtener los derechos sobre sus tierras, pero otras 700 aún esperan el reconocimiento del Gobierno.

    “Es por eso que cuando dicen ‘construyamos carreteras en el límite oriental para generar desarrollo’ están ignorando por completo los derechos que tienen los indígenas sobre sus tierras”, manifiesta León. Y agrega: “Porque si no has sido reconocido, significa que no existes”.

    Un bote en el río Madre de Dios en Perú
    Fotografía de Prisma Bildagentur, UIG, Getty Images

    Destrucción ambiental

    Otra preocupación son los frágiles ecosistemas forestales en la región que, como dije antes, si la historia se repite, sucumbirán ante la urbanización sin control. Aunque el Gobierno peruano solo ha aprobado la construcción de una ruta principal, es muy probable que se continúe con la construcción ilegal de rutas secundarias.

    “La construcción de rutas en sí no es mala”, aclara León. “Comparemos el Yellowstone National Park, donde se respeta la ruta construida, allí se termina, y se tiene un mundo ideal. Pero en Brasil, por cada kilómetro de ruta federal en el Amazonas, existen 8 kilómetros (5 millas) de rutas ilegales que surgen de esta”.

    Esas carreteras, y las personas que deseen establecerse en las tierras recientemente abiertas, en última instancia, podrían provocar la destrucción de los bosques, como se ha observado no solo en Brasil sino también en los alrededores de la carretera interoceánica en el sur peruano. Una proyección de la cantidad de bosque que podría poner en peligro esta nueva ruta, calculada mediante el Monitoring of the Andean Amazon Project (Proyecto Monitoreo de la Amazonia Andina; MAAP), prevé la posible destrucción de, al menos, 275 186 hectáreas de bosque tropical principal.

    El grupo obtuvo esa cifra mediante el estudio de imágenes satelitales de las tierras que limitan con el segmento de Perú de la carretera interoceánica y la contabilización de las hectáreas que han sido deforestadas desde la construcción de la ruta. Determinó que la mayor deforestación tiende a producirse dentro de los 5 kilómetros (3 millas) de la ruta en sí, y que todo encaja, en especial a lo largo de una ruta con esa distancia (un grupo diferente llegó a conclusiones similares luego de estudiar las rutas brasileñas y la deforestación asociada).

    “Por un lado, lo llamaría un cálculo demasiado bajo ya que el radio de 5 kilómetros es conservador”, explica Matt Finer de MAAP. “Por otro lado, podría ser un cálculo demasiado alto ya que la carretera interoceánica es una conexión importante entre Perú y Brasil. Por lo que, al final, no cuenta como un cálculo aproximado convincente”, adhiere.

    Sin una supervisión adecuada, la construcción de una ruta que atraviese Ucayali podría resultar en tierra de nadie en donde todo esté permitido y la ley de la tierra no sea necesariamente la que está escrita en los libros. Si nos guiamos por las áreas más hacia el sur, vemos el ingreso de la minería de oro ilegal que ha transformado esas grandes cantidades de bosque tropical anteriormente vírgenes en fosas sépticas nocivas y con un color extraño de destrucción tóxica que se pueden observar desde el espacio.

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