Historias de personas transgénero que buscaban asilo en Estados Unidos y quedaron varadas en México

"Si regreso a mi país, mi vida corre peligro". Para estas mujeres hondureñas, el angustiante viaje terminó en un limbo interminable en la frontera con Estados Unidos.

Por Aurora Almendral, Danielle Villasana
FOTOGRAFÍAS DE Danielle Villasana
Publicado 17 feb 2021, 17:05 GMT-3, Actualizado 17 feb 2021, 19:57 GMT-3
Kataleya Nativi Baca, una mujer transgénero hondureña que busca asilo en Estados Unidos, sostiene una bengalita ...

Kataleya Nativi Baca, una mujer transgénero hondureña que busca asilo en Estados Unidos, sostiene una bengalita el 25 de diciembre de 2020, mientras la observan su novio, Ángel M. Mejía Ortiz, y su amiga, Ondina Flores, inmigrante hondureña también. Los momentos divertidos son inusuales para aquellos que esperan en un limbo en Tijuana, México.

Fotografía de Danielle Villasana

Nota del editor: este trabajo fue financiado, en parte, por el Fondo de Emergencia por COVID-19 para Periodistas de National Geographic Society.

Tijuana, México - Kataleya Nativi Baca, de 29 años, puede ver las praderas amarillas de San Ysidro, California, desde las cimas de las montañas de Tijuana. Las palmeras que se balancean a más o menos un kilómetro de distancia de su cabaña se encuentran en un lugar que ella llama el otro lado. Cuando va a la playa en Tijuana, la arena de San Diego está a una mínima distancia que se ve por los pequeños agujeros entre los bolardos de acero inoxidable de 6 metros del muro fronterizo. Sin embargo, para Kataleya, Estados Unidos nunca se sintió tan lejos.

"Ir al muro te recuerda los sacrificios que has hecho y que no puedes cruzar hacia el otro lado", menciona Kataleya.
Kataleya es una mujer transgénero oriunda de San Pedro Sula, Honduras. Es una de las 60.000 personas que buscan asilo en Estados Unidos y que, conforme al programa 
"Quédate en México" del expresidente Trump, deben permanecer fuera de Estados Unidos para que se revisen sus peticiones. Puede que se haya renovado la esperanza. El 2 de febrero, el presidente Biden firmó un decreto para revisar la política y, posiblemente, permitir que, en un futuro cercano, aquellos que buscan asilo esperen en suelo estadounidense mientras sus solicitudes son procesadas.

Kataleya lava los platos en el fregadero al aire libre del complejo de departamentos donde vive en Tijuana.

Fotografía de Danielle Villasana

Luis Energe Lesin Hernández, un hombre homosexual guatemalteco, es vecino de Kataleya. Llegó el mismo día en septiembre de 2019 y, desde ese momento, ambos han estado esperado presentar sus peticiones de asilo en Estados Unidos. En la foto, Luis muestra el número que indica su lugar en la fila que dejó de avanzar hace 10 meses.

Fotografía de Danielle Villasana

Kataleya huyó de su hogar después de soportar años de intolerancia y abuso de parte de su familia, y discriminación de su comunidad. Luego de que su hermano la golpeara, le fracturara la clavícula y la amenazara de muerte, se fue.

"Me dijo que no se iba a contentar hasta que me viera muerta, hasta que cumpliera su objetivo de verme en un cajón", cuenta Kataleya sobre su hermano.

Alexa Smith, de 20 años, otra hondureña transgénero de San Pedro Sula, se encuentra hoy en el sur de México, y se está haciendo paso de a poco hacia la frontera con Estados Unidos. "Tengo muchas metas por cumplir", señala Alexa. "Hoy, no puedo alcanzarlas".

Según SinViolencia LGBT, una red compuesta por 10 organizaciones civiles de América Latina y el Caribe, más de 1300 personas LGBT han sido asesinadas en la región desde 2014, 86 por ciento en Colombia, México y Honduras.

Kataleya y Ángel suben una colina hacia la estación de gas donde recargan su tanque de propano. Los días se pasan a pura tarea cotidiana y anhelando poder ingresar a Estados Unidos.

Fotografía de Danielle Villasana

Entre 2007 y 2017, casi 4400 personas LGBTQ han buscado asilo en Estados Unidos. La mayoría proviene de El Salvador, Honduras y Guatemala según una solicitud pedida por NBC news al Servicio de Ciudadanía e Inmigración de los Estados Unidos conforme a la ley por la Libertad de la Información. 

Kataleya señala que desea cambiar su nombre y género en su pasaporte, obtener un empleo, trabajar arduamente y construir su futuro. "Lo que quiero es un lugar para vivir. Una pequeña casa, no importa si es diminuta; un lugar donde se me permita vivir y tener la paz que siempre quise", explica.

Kataleya llegó a Tijuana en septiembre de 2019, y se topó con el enredo de políticas del gobierno de Trump, implementadas mediante cientos de decretos, que buscaban reducir la inmigración en Estados Unidos.

A las miles de personas en la frontera se les dio un número y tenían que esperar allí, en general durante meses, antes de poder completar sus peticiones de asilo. Aquellos que ya contaban con peticiones abiertas, en vez de permitirles la entrada a Estados Unidos como era costumbre con los gobiernos anteriores, se les ordenaba que se quedaran en México y esperaran el día de la audiencia en el tribunal.

"[El expresidente] Trump realmente ha creado un laberinto de políticas que se unen para crear una posibilidad casi nula para muchas personas", indica Eli Maurus, profesional de abogacía del Transgender Law Center (Centro de asesoramiento legal para personas transgénero), una organización que promueve los derechos de la comunidad, con sede en Oakland, California, y una oficina en Tijuana. Maurus representa a Kataleya en su solicitud de asilo.

En Tapachula, la frontera sur de México, Kataleya, apoyada en los hombros de la mujer de adelante, espera en fila afuera de la Comisión mexicana de ayuda a refugiados en septiembre de 2019.

Fotografía de Danielle Villasana

Para 2020, la oficina, que gestiona los asuntos de inmigrantes y refugiados, estaba casi desierta.

Fotografía de Danielle Villasana

Las restricciones que trajo la pandemia intensificaron las barreras y las posibilidades de Kataleya de ingresar a Estados Unidos disminuyeron. Tanto ella como las miles de personas que buscaban asilo han estado esperando de forma indefinida, muchos viviendo en refugios abarrotados o campamentos precarios en la frontera. Durante su espera en México, los inmigrantes LGBTQ suelen enfrentarse a los mismos peligros que los llevaron a dejar sus países de origen. 

"Estos obstáculos son intencionales", explica Maurus.

En 2019, Estados Unidos les otorgó asilo a 46.508 personas, el número más alto en 15 años, según  los datos del Informe de flujo anual del Departamento de seguridad nacional publicado en septiembre de 2020. Las políticas del gobierno de Trump que buscaban desalentar y restringir las peticiones de asilo coincidieron con un aumento en la cantidad de personas que buscaban asilo, en gran medida por el pico de violencia en América Central, explica Sarah Pierce, analista política de Migration Policy Institute, un laboratorio de ideas. Aunque se han admitido más inmigrantes, es una pequeña proporción comparada con la cantidad total de personas que buscan asilo.

Según los datos del Departamento de justicia analizados por Migration Policy Institute en 2016, el 43 por ciento de las solicitudes de asilo fueron aprobadas. Para 2020, esa cantidad cayó un 26 por ciento, el número más bajo desde 1997.

El día de Navidad, Kataleya recibió una tarjeta de mercado (asistencia en dinero para alimentos y mercaderías básicas) emitida por la Organización Internacional para las Migraciones. Había perdido su última tarjeta el mes pasado y había comido poco durante semanas. Gracias a las nuevas tarjetas, compró huevos, salchichas, arroz y mayonesa, además de un abrigo calentito para el frío invierno en Tijuana.

Fotografía de Danielle Villasana

Pierce señala que todavía hay que ver si se cumplen las intenciones del presidente Biden de deshacer algunas políticas migratorias. "Antes de la elección, Biden hizo muchas promesas realmente enérgicas con respecto al asilo", señala Pierce. "Y ahora la administración nos ha mostrado un lenguaje mucho más moderado porque la situación en la frontera sur es bastante complicada". Las complejas consideraciones políticas y logísticas sobre el asilo implican que "todo va a ser lento", indica.

"Dado el inadmisible grado de violencia y persecución que soportó [Kataleya] en Honduras y México, debería permitírsele inmediatamente la entrada a Estados Unidos y comenzar a procesar su solicitud de asilo", reclama Maurus. Ahora está presentando una moción para ingresar a Estados Unidos mientras espera que su petición se desarrolle, que podría tardar desde cuatro meses hasta años.
Espero que "el nuevo gobierno haga lo correcto desde el punto de vista moral y legal, y la dejen pasar a ella y a todas las personas LGBT que esperan en México", agrega Maurus.

La vida en el limbo

Los 17 meses que lleva Kataleya en Tijuana han sido traumáticos. En un refugio, le robaron. La echaron de otro cuando se enfermó de bronquitis y, en el tercero, la golpearon. Comenzó a salir con un chico, y luego terminaron porque él bebía demasiado. Se mudó con otro. En marzo de 2020, alrededor de dos semanas antes de su cita con las autoridades migratorias de Estados Unidos, llegó la pandemia.

"De la noche a la mañana, todo se desmoronó", se aflige Kataleya.

Kataleya mira televisión en su cama. Asegura que los largos meses de incertidumbre y trauma en la frontera la están desgastando. "Me ven contenta, pero no saben cómo estoy en realidad. Estoy triste", cuenta. Se pregunta a menudo qué ha hecho para merecer el sufrimiento que padece.

 

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Kataleya ha encontrado un compañero en Ángel, pero él no quiere ir a Estados Unidos.

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El gato Micho consuela a Kataleya cuando está sola. Kataleya afirma que Micho es de Estados Unidos y que quiere regresarlo cuando le otorguen el asilo.

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Una orden emitida por los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por su sigla en inglés) interrumpió el proceso de nuevas aplicaciones de inmigrantes y cerró la frontera para la gran mayoría de personas que buscaban asilo. En junio de 2020, la agencia de inmigración de Estados Unidos había examinado solo 662 solicitudes de asilo en la frontera sur; por el contrario, en junio de 2019, el número examinado había sido 10.847.

Para Kataleya, la esperanza que había impulsado su tortuoso viaje desde Honduras se había apagado. Regresar a su hogar no era una solución. "Si regreso a mi país, mi vida corre peligro", explica Kataleya. En Honduras, "soy mujer muerta".

Se deprimió y pasó sus días esquivando el aburrimiento mientras esperaba que las políticas cambiaran y le transformaran la vida. Le pidió a su novio actual, Ángel M. Mejía Ortiz, hondureño de 39 años, que le consiguiera un trabajo con él como obrera de la construcción. Pero se negó ya que alegaba que él podía mantenerla.

En el pequeño departamento de una habitación que comparten, Kataleya se acuesta en la cama y mira programas de TV durante el día. Mueve los muebles por todos lados, empuja la cama hacia una pared y el armario hacia la otra. Una semana después, los vuelve a cambiar. Selló todas las hendiduras en las paredes. Vistió a su gato Micho con pijamas naranjas de bebé, pero se lo sacó cuando el gato la fulminó con la mirada.

Llamó a su madre en Honduras. "Conoce a tu abuela", le murmuró con admiración a Micho mientras lo sostenía frente a la cámara del teléfono. Le contó a su madre cuán sola se sentía, el poco dinero con el que contaba, la violencia que soportaba, la sensación de estar atrapada, la tortura constante que implica la incertidumbre... y se largó a llorar.

Una noche a finales de diciembre de 2020, Kataleya, Ángel y algunos amigos se tomaron un autobús a la playa al lado del muro fronterizo con Estados Unidos. Se pararon en una pequeña colina, charlaron y observaron el mar mientras la brisa les movía el cabello. A la distancia, justo debajo del alcance de los reflectores que iluminaban la frontera, dos figuras con buzos (o sudaderas) de color negro que corrían hacia el norte por el muro. En un momento, violaron la frontera... ya estaban en suelo estadounidense. Corrieron por la costa mientras las olas lavaban sus pasos y, aparentemente, los agentes de la Patrulla fronteriza de Estados Unidos no los vieron, aunque estaban en un vehículo blanco a unos pocos 10 metros de distancia.

Estados Unidos está atractivamente cerca de Tijuana. Una noche a finales de diciembre, Kataleya estaba en la playa observando la frontera cuando vio dos figuras que se escabullían desde Tijuana a San Diego, corriendo por la oscuridad. En unos pocos segundos, lograron lo que a ella se le viene negando hace tanto.

Fotografía de Danielle Villasana

Kataleya observó como desparecieron en la oscuridad y lograron, en unos pocos segundos, lo que se le ha negado a ella durante año y medio. "Me dan ganas de hacer lo mismo", menciona. "Son solo tres pasos y estoy ahí".

Pero, por ahora, seguirá esperando.

A alrededor de 4000 kilómetros de Tijuana, en Tapachula, México, cerca de la frontera con Guatemala, Alexa Smith intenta, por tercera vez, irse de Honduras. En su primer intento, en 2017, cuando tenía 16 años de edad, fue agredida sexualmente mientras hacía dedo. Llegó hasta Ciudad de México donde las autoridades la arrestaron y la deportaron a Honduras. En su segunda incursión, dos años después, se volvió adicta a las drogas en Ciudad de México y regresó a Honduras para recuperarse.

Alexa Smith, hondureña de 20 años de edad, pasa la tarde con amigos en el río Tapachula, en la frontera con Guatemala. Uno de ellos contó cómo nadó por el río Grande desde México a McAllen, Texas, donde fue arrestado y deportado a México.

Fotografía de Danielle Villasana

Luego, en octubre pasado, se unió a una caravana de inmigrantes en Honduras, pero regresó cuando llegaron a Guatemala por miedo a que las autoridades de ese país cumplieran con su amenaza de arrestar y meter en prisión a los inmigrantes. Una semana después, lo intentó por su cuenta y llegó a Tapachula, donde se quedó por tres meses.

Sin dinero, Alexa tuvo empleos de lo más extraños. Empeño su teléfono celular y se mudó a una estructura de bloques de hormigón en un lugar mugriento en las afueras de la ciudad con su novio, Norlan Alexander González Cruz, y otros tres inmigrantes hombres. Compartieron dos colchones dobles que tiraron en el piso. De almohada, Alexa usaba un abrigo que ponía dentro de una bolsa de tienda.

Pasaron el tiempo fumando cigarrillos y planeando cómo llegarían a la frontera con Estados Unidos una vez que reunieran suficiente dinero.

"Hoy no sabemos cómo podemos seguir", señala Alexa. "Todavía estoy muy lejos".

En San Pedro Sula, Honduras, algunos de los amigos de Alexa, en su mayoría transgénero, son víctimas de violencia y de las miserias de las que ella huye. Una amiga está en presa por droga y otra desapareció luego de tener que recurrir a robar para llegar a fin de mes durante la pandemia. "La buscaron en las morgues y en Guatemala, pero no la encontraron", señala. "Probablemente la mataron".

Alexa conoció a su novio, Norlan Alexander González Cruz (izquierda) en Tapachula, un centro para inmigrantes de América Central y de lugares tan lejanos como África y el sur de Asia. Norlan está viajando con ella a Tijuana.

Fotografía de Danielle Villasana

Alexa (derecha) se ríe junto a María Fidelina Cañados Claros, otra inmigrante hondureña

Fotografía de Danielle Villasana

En el centro de Tapachula, Alexa conversa con dos mujeres que acaban de llegar de El Salvador. Cada año, miles de centroamericanos huyen de la violencia creciente y, en el caso de la comunidad LGBTQ, de la estigmatización y la discriminación sistémica, hacia Estados Unidos con la esperanza de que se les otorgue asilo.

Fotografía de Danielle Villasana

Otra amiga fue apuñalada, otra murió de COVID-19 y una mujer se metió en problemas con una pandilla local en San Pedro Sula, y amenazan con matarla. 

Alexa explica que, dados los peligros que hay en Honduras, la decisión de irse "fue muy fácil, no tuve que pensarlo".

Para finales de enero, Alexa y Norlan habían logrado avanzar a pie y hacer dedo durante casi 320 kilómetros hacia el norte a la ciudad de Tuxtla Gutiérrez. "Tengo un lugar donde dormir, pero no estoy bien", cuenta Alexa. "Están secuestrando personas, no hay trabajo, solo tengo suficiente comida". Pero quiere "darlo todo" y llegar a Tijuana a fin de mes.

Mientras tanto, en Tijuana, Kataleya espera (desea) que "el 2021 sea un año de bendiciones tanto para los inmigrantes como para las personas al otro lado".

"Sé que lo puedo lograr", menciona. "Ya casi estoy. Estoy cerca del borde, estoy cerca de Estados Unidos, lo único que me frena es el muro. Solo el muro".

Aurora Almendral es periodista de California y vive en el Sudeste Asiático. Escribió una historia sobre las mujeres y la inmigración para la edición de la revista de febrero de 2021. Síguela en Twitter @auroraalmendral.
Danielle Villasana es fotoperiodista y exploradora de National Geographic cuyo trabajo se centra en los derechos humanos, el género y la salud. La asociación National Geographic Society, que está comprometida con iluminar y proteger las maravillas de nuestro mundo, financia el trabajo de exploradora de Villasana. Síguela en Instagram @davillasana .
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