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Página del fotógrafo
Daniele Volpe
El 1 de noviembre, un día en el que las familias estarían celebrando el Día de los Muertos en el cementerio de San Juan Comalapa, las puertas del sitio están cerradas y el lugar vacío. Debido al riesgo de propagación del COVID-19, las autoridades guatemaltecas prohibieron el acceso a los cementerios del país.
Las flores adornan las tumbas de las víctimas sin identificar del conflicto guatemalteco. El 1 de noviembre, un día importante para conmemorar a los muertos, solo unas pocas familias visitaron este memorial en San Juan Comalapa, que, normalmente, es el escenario de un gran evento. Este memorial se construyó en un lugar de fosas comunes, hogar de cientos de cuerpos sin identificar. Hace dos años, los volvieron a enterrar en nichos en conmemoración a las víctimas de la represión de estado.
Unos pocos días antes del Día de Muertos, las familias se reúnen alrededor de las tumbas de sus seres queridos y los niños remontan barriletes en el cementerio de San Juan Comalapa, en Guatemala. En años normales, el 1 y el 2 de noviembre están repletos de visitas que comen, beben y cantan. Este año, dado el COVID-19, las autoridades guatemaltecas restringieron el acceso a los cementerios después del 30 de octubre para que no se generen multitudes.
En San Juan Comalapa, Leonel Sotz visita la tumba de su padre, Basilio Sotz Morales, que fue secuestrado por el ejército guatemalteco en 1982. Sus restos fueron encontrados en 2003 e identificados en 2014 mediante una prueba de ADN. Después de una guerra civil que duró 36 años, el país sigue trabajando para encontrar a más de 45.000 civiles desaparecidos.
Maria Saturnina Us Álvarez (izquierda) y su hija, Rosario Tuyuc, en su hogar durante una ceremonia maya en honor a sus seres queridos fallecidos. La familia perdió a cuatro integrantes en la guerra civil y todos fueron enterrados en lugares distintos, lejos de la familia. Aunque el COVID-19 cambió los rituales de lamento en toda Latinoamérica, Álvarez y Tuyuc creen que no afectó la conexión que tienen con los muertos.
Rosa Marina Apen enciende un incienso en un altar en honor a la memoria de su hermano, Encarnación Apen Curruchic, que fue secuestrado en 1982. Su madre, Feliciana Curruchic, reza junto a ella.