Las hilanderas en el "Fin del Mundo"

Este grupo de mujeres de la región de Tierra del Fuego, utiliza métodos de trabajo con lana de oveja que se han transmitido de generación en generación.

Por Heather Brady
FOTOGRAFÍAS DE Luján Agusti
Publicado 2 may 2018, 18:40 GMT-3
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Este grupo de mujeres de la región de Tierra del Fuego, utiliza métodos de trabajo con lana de oveja que se han transmitido de generación en generación.
Fotografía de Luján Agusti, National Geographic

Esta historia forma parte de Mujeres de Impacto, un proyecto de National Geographic que gira en torno a aquellas mujeres que rompen barreras en sus respectivos ámbitos, cambian sus comunidades y son ejemplo e inspiración. 

 

En el extremo más meridional de Sudamérica, un grupo de mujeres trabajan juntas para mantener viva su tradición cultural de hilar y tejer lana para convertirla en vestimenta.

Estas mujeres se hacen llamar hilanderas del Fin del Mundo, e hilan, tiñen y tejen lana de oveja local en Argentina, específicamente en la región de Tierra del Fuego, donde el proceso que utilizan se ha transmitido de generación en generación.

Estas mujeres tienen, en su mayoría, entre 40 y 80 años, aunque algunas de las hermanas más jóvenes de estas familias han mostrado interés en aprender y participar del proceso. En muchos casos, las mujeres aprendieron técnicas para hilar y tejer lana de oveja de jóvenes, confeccionando su propia ropa cuando eran niñas.

Sus manos tejen prendas que reflejan los colores de los lugares que las rodean, los cuales pueden ser hostiles e impredecibles. Usan el blanco para representar la nieve, y el rojo, el naranja, el amarillo y el verde para representar el otoño.

Esta cartera fue confeccionada por hilanderas, a través de la implementación de sus técnicas tradicionales de teñido, bordado y tejido.
Fotografía de Luján Agusti, National Geographic
Esther Condori, tejedora y miembro de la comunidad de hilanderas, nació en Salta, Argentina. Viene de una familia de tejedoras y se mudó a Ushuaia cuando tenía 19 años.
Fotografía de Luján Agusti, National Geographic

"Cada prenda y objeto que hacemos trae consigo una historia que hace referencia al lugar en el que fue realizado—su paisaje, su naturaleza, incluso el calor de las manos de la mujer mientras hilaba y tejía a pesar del inclemente tiempo en el fin de mundo", dice Norma Enriquez, la líder de la comunidad de hilanderas. "Cada prenda conlleva la inmensidad de Tierra del Fuego, y un gran respeto por la naturaleza y por nuestra propia historia", agrega.

Algunos miembros de la familia de la fotógrafa Luján Agusti viven en Ushuaia, ciudad  situada cerca de donde se encuentran las hilanderas. Luján fue inspirada por la cultura e historia de las hilanderas a medida que se familiarizaba con su trabajo.

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    Este retrato de Patricia Lamas, una de las hilanderas, fue realizado con el uso de una emulsión hecha con las mismas plantas que las hilanderas usan para sus tintes. Las imágenes se ponen encima de la emulsión, se expone al sol y se dejan allí hasta que la imagen surge con el tiempo.
    Fotografía de Luján Agusti, National Geographic
    Las hilanderas usan el calafate, una planta autóctona y simbólica de la isla de Tierra del Fuego, para crear tintes naturales. Existe un mito argentino que afirma que si comes un calafate, sin duda regresarás a la isla.
    Fotografía de Luján Agusti, National Geographic

    "Es un grupo de mujeres unidas por una causa común que es tejer, una práctica de gran simbolismo en todo nuestro continente, que comprende historias muy importantes para nuestra cultura", dice Agusti. “Están… trabajando arduamente para cambiar ciertos paradigmas y regresando a prácticas que estaban casi perdidas, y están haciendo esto con una única forma de producción [que es] respetuosa con el medioambiente”, agrega.

    Mientras documentaba a las hilanderas, Agusti honró su trabajo y sus tradiciones al crear antotipos, imágenes de las tejedoras y su trabajo, elaboradas con los mismos coloridos tintes, a base de plantas que ellas usan en sus telas. 

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      Ovejas en manada luego de haber sido bañadas en la Estancia Viamonte, una granja en Tierra del Fuego. La granja, que alberga a más de 6000 ovejas, fue fundada en 1902 por los hijos del Reverendo Thomas Bridges, el primer colono europeo de la región.
      Fotografía de Luján Agusti, National Geographic

      Los tintes para lana se hacen con hojas, flores, frutas, cortezas y raíces que las mujeres recolectan con sumo cuidado protegiendo la naturaleza lo más posible. Estas mujeres utilizan sus conocimientos sobre plantas autóctonas para recolectar los mejores materiales locales posibles.  Los materiales luego se hierven y mezclan para crear tintes de colores vivos, y las mujeres usan un proceso de eficacia comprobada a lo largo del tiempo que consiste en remojar la lana en tinte hirviendo a fin de lograr los colores deseados.  La lana, que se lava y centrifuga antes del tinte, luego se enrolla y se pone a secar antes de que las hilanderas empiecen a tejer.

      Lana colgada para secar luego de haber sido lavada. Las hilanderas se juntan semanalmente para trabajar en los diferentes procesos de preparación de la lana, que incluye separación, hilado, cardado y preparación de ovillos.
      Fotografía de Luján Agusti, National Geographic
      La lana queda en remojo para su limpieza antes de teñirse.
      Fotografía de Luján Agusti, National Geographic

      Para hacer los antotipos, Agusti tritura extractos de las mismas plantas y vegetales con un mortero o licuadora.  Mezcla un poco de alcohol para hacer una emulsión, o sustancia fotosensible, que se utilizará sobre el papel en donde se imprimen las imágenes.

      “Se coloca una transparencia con una imagen positiva sobre esta emulsión seca”, cuenta, y explica cómo coloca las películas sin revelar sobre el papel cubierto con la emulsión, en donde crea la imagen final.  Y adhiere: “Por último, se expone todo a luz solar”.

      Cuenta que el tiempo de exposición puede variar entre unas pocas horas y varias semanas, dependiendo del tinte y de las condiciones del día.

      Una hilandera peina la lana con una cardadora manual.
      Fotografía de Luján Agusti, National Geographic
      Una hilandera utiliza un telar de mesa cuadrado para tejer la lana.
      Fotografía de Luján Agusti, National Geographic

      Aunque la tradición regional del hilado, la tintura y el tejido con lana local suele pasar de generación en generación, algunas hilanderas han aprendido la técnica de grandes.  En algunas familias, tanto los hombres como las mujeres hilan la lana y hacen las prendas.  En el caso de Patricia Lamas, una de las hilanderas, toda su familia (mujeres y hombres) se dedica a este oficio.

      “Dentro del grupo, aquellas mujeres que vienen de familias de hilanderas tradicionales son las que más saben y las que le enseñan al resto”, dice Enriquez.

      Los esposos e hijos de las mujeres del grupo también cumplen un rol importante dentro del proceso, cuenta Enriquez, ya que ellos contribuyen a la tradición transportando la lana desde los ranchos hasta los lugares de almacenamiento.  También construyen estructuras que se utilizan para el hilado, tejido, exhibición y promoción de los productos.

      Las mujeres han sido muy laboriosas al vender sus vestimentas y lanas en los mercados locales, y han recibido el apoyo de miembros de INTA Ushuaia (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) que proveen soporte logístico y técnico, capacitación y educación respecto de los diversos atributos de la lana de oveja.  Además, el proyecto fue creado con el apoyo del gobierno de la provincia de Tierra del Fuego.

      Enriquez dice que, al principio, fue difícil introducir los productos del grupo dentro de la vida de la comunidad de la región pero que, luego de trabajar en ferias y utilizar la radio y la televisión para hacer publicidad, y tras realizar dos películas cortas sobre los orígenes del grupo, se volvieron más conocidos y exitosos.

      “Hoy en día, nuestros productos son conocidos y especialmente valorados por nuestra comunidad y por los turistas”, concluye.

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        La tejedora Esther Condori sentada en la orilla de Playa Larga.
        Fotografía de Luján Agusti, National Geographic
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