Por qué la mitad de la población mundial de orcas podría desaparecer pronto

La prolongada contaminación por PCB (bifenilos ploriclorados) es una gran amenaza para estos mamíferos marinos.

Por Craig Welch
Publicado 28 sept 2018, 17:53 GMT-3

Viven en grupos y son muy charlatanas, y pueden cazar en equipo (a veces trabajan en conjunto para crear olas que hacen que las desafortunadas presas caigan fuera de | los hielos flotantes). Las despabiladas orcas, con su piel manchada en dos tonos y rica vida familiar, han sobrevivido a matanzas masivas, han sido capturadas con redes y lazos, y han sido arrastradas (por aire y por tierra) hacia parques temáticos marinos.

Pero una nueva investigación, publicada en la revista Science, sugiere que más de la mitad de la población mundial de ballenas asesinas podría enfrentarse a un colapso total dentro de los próximos 30 a 50 años, gracias a algunos químicos tóxicos que el mundo ya ha prohibido.

Los duraderos bifenilos ploriclorados, o PCB, son compuestos orgánicos que en un momento se utilizaron para hacer condensadores, óleos y refrigerantes, hasta que se los consideró tan peligrosos que en Estados Unidos y otros países se prohibió su fabricación en los 70 y 80. Sin embargo, hoy en día, las orcas del hemisferio norte están dentro de las especies que más sufren la contaminación a nivel mundial.

Incluso ahora, se cree que los PCB están alterando el comportamiento de las orcas, dañando su sistema inmunológico y afectando su reproducción a tales niveles que los investigadores sospechan que muchas familias de ballenas asesinas (técnicamente, delfines) podrían no sobrevivir a las próximas décadas.

“Un grupo de químicos, que pensábamos había dejado de ser una amenaza, sigue presente en grandes concentraciones que seguirán suponiendo riesgos significativos”, señala el líder de la investigación Jean-Pierre Desforges, del Centro Internacional de Investigación del Ártico de la Universidad de Aarhus en Dinamarca.

Desforges se refiere a los resultados como “aterradores” – en parte porque los PCB son tan solo algunas de las tantas amenazas que enfrentan las orcas, e incluso a veces no necesariamente la amenaza principal.

El PCB se acumuló en el gran depredador

Mientras inicialmente la cantidad de PCB disminuyó cuando se dejaron de fabricar, los niveles presentes en el medioambiente aún han persistido de manera relativamente constante durante estos últimos años. En parte, esto se debe a que los compuestos aún se hallan presentes en productos tradicionales, tales como transformadores, cables de aislamiento y algunas pinturas para barcos. El ochenta por ciento del PCB acumulado a nivel mundial todavía no ha sido destruido.

Además, los PCB se descomponen lentamente y son atraídos por las moléculas de animales vivos, y así se van adentrando en la cadena alimenticia. Las orcas se ubican en la cima de los depredadores (en el vértice de la cadena alimenticia) y pueden comer peces, focas, leones marinos, tiburones, o ballenas, y no se enfrentan a depredadores naturales que las cacen a ellas. Es por esto que los agentes cancerígenos se desarrollan en la grasa de sus cuerpos.

Hay orcas por todos lados: desde Brasil al Mar Mediterráneo, y desde el Ártico a la Antártida. A diferencia de muchos depredadores terrestres, como por ejemplo los osos polares, las ballenas asesinas la pasan mal tratando de deshacerse de los PCB. Algunas ballenas asesinas hoy en día presentan 25 veces más PCB que aquellos niveles que alteran la fertilidad. Las madres incluso transfieren estos contaminantes durante el parto o durante la lactancia.

“Sobre la base de pruebas que hemos acumulado durante un par de décadas de investigación, los PCB aún son el contaminante número uno en lo que respecta a la cima de la cadena alimenticia de la fauna del hemisferio norte”, afirma Peter Ross, uno de los coautores de Desforges y toxicólogo de mamíferos marinos en Ocean Wise, la rama de investigación del Acuario de Vancouver en Columbia Británica.

Sabiendo esto, Desforges y sus colegas han recolectado información sobre niveles de PCB en 351 ballenas asesinas alrededor del mundo, creando así la base de datos de mayor alcance de este tipo. Se basaron en las tendencias de crecimiento de estas poblaciones y en los riesgos aparejados por niveles de PCB específicos a fin de predecir los índices de supervivencia a lo largo de un siglo de exposición a estas sustancias.

Descubrieron que 10 poblaciones, de las 19 que estudiaron, ya se enfrentaban al declive, y que la exposición a PCB lleva a un menor número de animales en el transcurso del tiempo. Las más golpeadas son las ballenas asesinas que viven cerca de zonas industrializadas alrededor de los Estrechos de Gibraltar y del Reino Unido, en donde se cree que quedan menos de 10. Las poblaciones de Japón, Hawái y el noreste del Océano Pacífico también se encuentran en peligro, ya que se alimentan de mamíferos marinos que presentan altos niveles de PCB. Las poblaciones de latitudes altas (cerca de Islandia, Noruega y los polos) presentan mínima contaminación y se enfrentan a muchos menos riesgos.  

Los investigadores admiten que el estudio tiene sus limitaciones. Está basado en modelos computarizados, y los impactos en las ballenas asesinas se extrapolaron de estudios en otros animales.

“Es un gran ejercicio, pero hay que tomarlo con pinzas”, indica James Meador, ecotoxicólogo del NOAA Fisheries' Northwest Fisheries Science Center, que no formó parte del estudio.

Pero incluso Meador se refiere a los resultados como “un llamado de atención” porque los PCB tan solo empeoran otros desafíos a los que se enfrentan las orcas.

Múltiples amenazas interactuando entre sí

Para entender el cómo, tan solo hace falta mirar hacia el noroeste del Pacífico y al Estrecho de Puget, tan solo a algunos kilómetros de distancia de la oficina que Meador tiene en Seattle.

Las orcas más estudiadas del mundo son aquellas ballenas asesinas que están en peligro, se alimentan de peces y viven en las zonas meridionales. Mediante el uso de fotolibros y marcas únicas, los investigadores pueden identificar a cada individuo y seguir el linaje familiar hacia alguno de los tres grupos, llamados J, K y L.

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    Las orcas están en peligro, según advierte un nuevo estudio.
    Fotografía de Paul Nicklen, National Geographic Creative

    Si bien el estudio de Desforges demostró que el riesgo de PCB para estas ballenas asesinas es moderado, esta población, de la que se cree que alcanzaron los varios centenares de ejemplares durante el siglo 19, hoy alcanza tan solo los 74 ejemplares. Se cree que el riesgo es tan grande que, este verano, el gobernador de Washington creó una fuerza especial de emergencia para prevenir una crisis de extinción.

    Y las vidas emocionales de estas ballenas asesinas son tan sofisticadas que los problemas de las orcas urbanas suelen ser de público conocimiento (y difíciles de observar).

    Este verano, J35, una orca de 20 años a la que se apodó Tahlequah, perdió a su ballenato tras media hora de haber parido y durante 17 días estuvo empujando con la cabeza a su hijo muerto. Básicamente, nadó más de 1600 kilómetros.

    Mientras el mundo observaba el penoso ritual de este animal, los científicos estaban monitoreando a otra orca: J50, de 3 años, que aparentaba estar muriendo de hambre lentamente. Los científicos le suministraron antibióticos y utilizaron un platillo de Petri dado vuelta, unido a una larga vara, para tomar muestras provenientes de su espiráculo. Los grupos tribales locales picaban salmón e intentaban alimentarla. Finalmente desapareció a mediados de septiembre. 

    Y esta semana algunos expertos fotografiaron a otro animal, K25, que evidentemente había perdido mucho peso.

    Mientras que al menos tres ejemplares de esta población están preñadas actualmente, ninguna orca del sur ha logrado mantener viva a su cría en varios años. Desde el 2008 hasta el 2014, los científicos utilizaron a una mezcla de Labrador negro llamado Tucker para oler materia fecal de las ballenas y luego utilizar los resultados a fin de demostrar que casi el 70 por ciento de todos los embarazos conocidos no ha prosperado, según un estudio del año pasado.

    “En este momento, nos encontramos en el punto más bajo de los últimos 30 años”, afirma Lynne Barre, coordinadora de recuperación de ballenas asesinas del NOAA.

    Si bien muchos factores contribuyen a este declive, hay tres factores claves. En primer lugar, a diferencia de otras orcas que se alimentan a base de focas o leones marinos, aquellas que viven en las zonas meridionales se alimentan casi exclusivamente de salmón real. Pero este tipo de salmón ha ido desapareciendo a pasos agigantados durante años, y cada ballena asesina necesita cientos de kilos de peces cada día. Por otra parte, el ruido del tráfico generado por las embarcaciones dificulta la ecolocación, justo cuando las orcas necesitan ir cada vez más lejos en busca de alimento. 

    Y cuando las orcas están hambrientas y trabajando duro, metabolizan las grasas, liberando PCB y otros químicos tóxicos de su grasa corporal y enviándolo a su torrente sanguíneo. Así es como los contaminantes pueden dañar su sistema inmunológico, lo que incrementa el riesgo de padecer enfermedades. Esto puede reducir la fertilidad de modo alarmante o actuar como una neurotoxina, que potencialmente desorienta a las ballenas y por ende les complica aún más la búsqueda de alimento. Y, a medida que las hambrientas ballenas se tornan cada vez más pequeñas, el porcentaje de PCB en sus cuerpos aumenta, lo que amplifica los impactos.

    “Todas estas múltiples amenazas están interactuando entre sí”, señala Barre.

    Otras poblaciones en riesgo

    Las ballenas asesinas pueden vivir tanto como los humanos, lo que significa que las orcas de hoy en día ya existían durante el apogeo del uso de PCB durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Y estos son contaminantes de acción lenta, con lo cual los adultos aún pueden sufrir los impactos de la exposición que padecieron como ballenatos o cuando estaban dentro del útero materno.

    Esto significa que, incluso las poblaciones que parecen sanas, en realidad podrían estar en peligro, cuenta Ross.

    Si bien el número de ballenas que viven en el Estrecho de Puget está cayendo en picada, el número de aquellas que pasan por zonas cercanas tan solo como transeúntes, y que se alimentan de focas y leones marinos, es estable (a pesar de que sus niveles de PCB suelen ser más elevados). E, incluso, el número de ejemplares de ballenas asesinas de Canadá y Alaska está creciendo.

    Pero, dado que los PCB pueden afectar a casi todas las funciones fisiológicas, “a veces los números no hablan con claridad”, señala Ross.

    Por ejemplo, a fines de los 80, las focas de puerto en Europa montaron un gran regreso tras un grave declive debido al uso de PCB y pesticidas en los 60. Pero poco después de que los funcionarios del gobierno anunciaran que la crisis había terminado, más de la mitad de las focas murieron tras haber sido golpeadas por un virus. Seguramente, sus sistemas inmunológicos se habían debilitado tras años de exposición, cuenta Ross.

    Desforges y Ross dicen que, evidentemente, el hecho de prohibir los PCB hizo que la situación mejorara para las orcas. “Sin eso, hoy en día probablemente no habría ballenas asesinas”, menciona Ross.

    Pero ambos sostienen que los países deben actuar con mayor rapidez a fin de limpiar el legado de estos contaminantes, tanto a nivel interno como a través del Convenio de Estocolmo. Mientras tanto, es hora de contener lo antes posible aquellas otras amenazas para las orcas (en especial aquellas relacionadas con la falta de alimento, el ruido del océano, y los peligros inminentes derivados del cambio climático), a fin de alejar a algunas poblaciones del borde del abismo.

    “Tenemos información más que suficiente para poder actuar”, señala Ross. “El tiempo dirá si actuamos lo suficientemente rápido”.

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