Dentro del misterioso mundo del comercio ilegal de colibríes

Se venden colibríes muertos con la etiqueta “hecho en México”, en mercados y botánicas, para “hechizos de amor”.

Por Rene Ebersole
Publicado 18 abr 2018, 10:02 GMT-3
Colibríes
Capturar a un colibrí. Matarlo. Envolverlo en ropa interior, cubrirlo con miel, y venderlo para despertar la pasión de un amante. Los colibríes confiscados mostrados aquí forman parte de la colección de referencia del Fish and Wildlife Service (Servicio de Pesca y Vida Silvestre) de los EE. UU para facilitar la identificación de aves incautadas recientemente que iban a ser vendidas como amuletos de amor llamados chuparrosas.
Fotografía de Luján Agusti, National Geographic

Hay una bruja en San Diego que realiza hechizos para “atrapar a un hombre” y “dominarlo” para que “siempre regrese”. Tiene una tienda en San Ysidro Boulevard, kilómetro y medio del más ajetreado cruce fronterizo entre México y Estados Unidos, cerca de una tienda de empeño, una tienda de licores y el Smokenjoy Hookah Lounge, donde la música de DJ golpetea los viernes por la noche.

No es necesario ir a su tienda para conseguir sus hechizos; puede acompañar a decenas de miles que la ven en YouTube. Como una Martha Stewart malvada, que crea pociones y ella brinda instrucciones paso por paso para sus conjuros.

“Este es un tarro de miel”, dice a los espectadores mientras presenta los ingredientes en su mesa de trabajo: las fotografías de dos que serán amantes, un pedazo de papel con sus nombres escritos tres veces, un frasco de vidrio pequeño, y un colibrí muerto. Enrolla el diminuto animal en las fotografías y enuelve el paquete en forma de cigarro con un hilo rosa brillante, casi del mismo tono de sus largas uñas falsas.

Los colibríes de mentón negro se esparcen por el oeste de los EE. UU., desde las tierras bajas desérticas hasta los bosques montañosos, y las áreas urbanas con árboles altos, arbustos y viñas en flor. Principalmente invernan en el oeste de México.
Fotografía de Luján Agusti, National Geographic
Los colibríes rufos son famosos por defender sus territorios de los intrusos de forma agresiva, y hacen largas y arduas migraciones (3500 millas [alrededor de 5630 kilómetros] en el caso de un ave que marcó un récord).
Fotografía de Luján Agusti, National Geographic

Exhibe solo sus brazos y la parte inferior de su cuerpo para proteger su identidad; mientras tanto, envuelve el paquete en un sarcófago de papel pegajoso papel matamoscas, lo sumerge en canela, lo introduce en un tarro y lo rocía con perfumes y aceites (feromonas) “para que él quede sexualmente atraído”. Un bálsamo inquieto “para que él diga: ‘Dios mío, tengo que llamarla’”. Un aceite para dormir “para que sea como un zombi”. Un aceite de atracción “para que él diga: ‘Eres tan bella y preciosa’”. Un aceite dominante “para dominar sus pensamientos”.

Finalmente, llena el frasco con un espeso líquido de miel dorada y lo cubre con una pizca de pétalos de rosa. “Me encanta”, afirma. “Ya me está dando una muy buen vibra”, agrega.

Como toda una mujer de negocios y emprendedora, les dice a los espectadores que todos los ingredientes difíciles de conseguir están disponibles para sus clientes. Por ejemplo, en su sitio web, un colibrí muerto -que en vida es una enérgica criatura iridiscente verde con una cola de plumas de color rojizo-, cuesta $50. Otra opción es comprar un tarro de miel preparado. En un correo electrónico, me dijo que valía $500.

Si hubiera ingresado el número de mi tarjeta de crédito, habría cometido un delito. Muchas leyes de Vida Silvestre, federales (en Estados Unidos) e internacionales, protegen a los colibríes y a muchos otros animales emplumados de ser objeto de compra y venta. Incluso la posesión de aves sin documentación es un delito grave. En mayo pasado, un hombre de California, en un vuelo procedente de Vietnam, fue sorprendido en el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles con casi cien aves cantoras de “la buena suerte” en su equipaje. Él fue sentenciado a seis meses de arresto domiciliario y un año de prisión.

El vudú de YouTube que presenta colibríes muertos no es solo una rareza de Internet; es un vistazo dentro del oscuro mundo de un misterioso comercio internacional que puede ser una grave amenaza para un grupo de animales que ya enfrenta un declive debido a la pérdida de hábitat y el cambio climático.

La Migratory Bird Treaty Act (Ley del Tratado de Aves Migratorias) protege rigurosamente las especies de colibríes que habitan en los EE. UU. Se considera ilegal el comercio internacional de cualquier especie de colibrí sin autorización conforme con la Convention on International Trade in Endangered Species (Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas).
Fotografía de Luján Agusti, National Geographic

Algunos mexicanos creen que los colibríes tienen poderes sobrenaturales. Más allá de Internet, los comerciantes los venden detrás de los mostradores en tiendas botánicas mexicanas llenas de hierbas, incienso, velas, aceites y estatuas de la Santa Muerte con su guadaña, la diosa mexicana de la muerte. Algunos místicos llaman al colibrí “la chuparrosa”, un amuleto parecido a la pata de conejo para la “buena suerte” en el amor. Las chuparrosas se venden a menudo envueltas en papel rojo y borlas de satén con una oración de amor que las acompaña: “Divino colibrí..., con tu poder santo te pido que mejores mi vida y el amor de tal forma que mi amante solo me desee a mí”.

Conexión amorosa

El mercado clandestino de colibríes es tan secreto que los funcionarios del gobierno de Estados Unidos ni siquiera sabían que existía hasta hace cerca de 10 años, cuando agentes del Fish and Wildlife Service (Servicio de Pesca y Vida Silvestre) interceptaron un paquete postal enviado desde México que contenía decenas de aves de colores preciosos sin vida.

En el Mercado de Sonora de la ciudad de México, un proveedor exhibe mieleros patirrojo, en el área iluminada de una jaula, como colibríes. El negocio se basa en la creencia mexicana de que arrancarle el corazón a un colibrí, hervirlo y comerlo en una sopa o en un té es el tratamiento más poderoso contra las enfermedades cardíacas y los ataques de epilepsia.
Fotografía de Dominic Bracco II, National Geographic

“Nos preguntamos… ¿colibríes? ¿Qué hace la gente con esa cantidad comercial de colibríes muertos?”, relata el agente especial James Markley, quien dirige las investigaciones sobre el comercio de colibríes. Pronto, aprendió acerca de la conexión amorosa que existía con el mismo. “Mujeres que tratan de atraer a un hombre; viudas con la esperanza de volver a casarse; hombres que los llevan para evitar que sus amantes y esposas se conozcan; una esposa que intenta evitar que su marido mire a otras mujeres”, enumera. Y reconoce: “Hemos escuchado todo tipo de historias”.

Los colibríes han desempeñado papeles importantes en las culturas, religiones y mitología latinoamericanas. Los incas utilizaron las plumas de colibríes en sus finos trajes, sacrificios rituales e incluso en su arquitectura. En la “Isla del Sol”, ubicada en el lago Titicaca, al sur de Cuzco (Perú), una entrada a un importante santuario inca estaba cubierto de plumas de colibrí.

En la mitología azteca, el colibrí representa al poderoso dios sol Huitzilopochtli, concebido por su madre después de que esta apretó contra sus senos una bola de plumas de colibrí, el alma de un guerrero, que caían del cielo. Los ancianos mexicanos decían que Huitzilopochtli había guiado la larga migración de los aztecas al valle de México y que, entonces, el colibrí es el símbolo de la fortaleza en la lucha de la vida por elevar la conciencia de una persona para alcanzar sus sueños.

En la actualidad, además de ser poderosos talismanes del amor, los colibríes se consideran mensajeros de los cielos y los que “abren el camino” a los viajeros. Markley conoció recientemente a un antiguo agente de la división de narcóticos que encontró colibríes en santuarios usados por los carteles de droga para rezar a los santos patrones y pedir paso seguro, buena suerte y protección policial.

Los agentes federales, haciéndose pasar por clientes, generalmente encuentran colibríes en venta en botánicas, en pequeñas bolsas de plástico, que contienen al ave envuelta en raso y con una oración de amor. El precio promedio: 45 dólares. Texas ha sido un punto caliente. En 2013, un hombre llamado Carlos Delgado Rodríguez, propietario de una botánica en Dallas, le ofreció a Markley un descuento al por mayor: 35 chuparrosas a 770 dólares.

En los meses que siguieron, Delgado continuó haciendo transacciones y vendió a Markley más de cien colibríes. La agencia pudo identificar que al menos 60 de ellos, representaban 10 especies distintas, incluidas algunas en fuerte disminución.

En la actualidad, además de ser poderosos talismanes del amor, los colibríes se consideran mensajeros de los cielos y los que “abren el camino” a los viajeros. Markley conoció recientemente a un antiguo agente de la división de narcóticos que encontró colibríes en santuarios usados por los carteles de droga para rezar a los santos patrones y pedir paso seguro, buena suerte y protección policial.

Los agentes federales, haciéndose pasar por clientes, generalmente encuentran colibríes en venta en botánicas, en pequeñas bolsas de plástico, que contienen al ave envuelta en raso y con una oración de amor. El precio promedio: $45. Texas ha sido un punto caliente. En 2013, un hombre llamado Carlos Delgado Rodríguez, propietario de una botánica en Dallas, le ofreció a Markley un descuento al por mayor: 35 chuparrosas a $770.

En los meses que siguieron, Delgado continuó haciendo transacciones y vendió a Markley más de cien colibríes. La agencia pudo identificar que al menos 60 de ellos, representaban 10 especies distintas, incluidas algunas en fuerte disminución.

En mayo de 2014, después del último día en que Delgado se encontró con Markley para cambiar los cadáveres de aves por dinero, fue arrestado, según documentos del tribunal. Una acusación de cinco cargos incluía la violación de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), que regula el comercio de vida silvestre a escala global, al igual que el Tratado de Aves Migratorias, la ley de contrabando de Estados Unidos conocida como la Ley Lacey y la ley estatal de Texas. El juez del caso lo sentenció a cuatro años de libertad condicional y multas de $5000.

El castigo fue leve, comentó Markley, pero el veredicto fue una victoria porque se había detenido a un contrabandista. “Es para reflexionar”, aseguró. “Si hubieran sido elefantes o águilas calvas y habríamos comprado todo eso de una sola persona; es increíble”, agrega.

Un componente clave del caso fue el análisis de las aves en el laboratorio forense del Servicio de Pesca y Vida Silvestre en Ashland, Oregón, en el que expertos en patología, morfología y química examinan la evidencia de la escena del crimen utilizando poderosos microscopios e instrumentos científicos que pueden incluso identificar un árbol en peligro de extinción a partir de una astilla de madera.

El Sherlock Holmes del laboratorio, experto en crímenes de aves, es Pepper Trail, quien ha pasado 20 años estudiando acerca de plumas y cadáveres de estos animales para ayudad a identificar víctimas en crímenes contra la vida silvestre. Un amante de la naturaleza y un poeta con el ceño fruncido y pequeñas gafas que se asientan en el puente de su nariz, es el primero en admitir que la labor puede ser increíblemente deprimente.

“Los observadores de aves tienen listas de vidas”, afirmó cuando hablamos por primera vez por teléfono. Se refería a la manera en que muchos amantes de las aves calculan cuántas especies diferentes han visto en sus vidas. “También tengo una lista de muertes de todas las especies de aves que he identificado en estudios de casos. Son más de 775 especies de todas partes del mundo; desde pingüinos y casuarios hasta colibríes. Siempre aprendes nuevas cosas”, sentencia.

Pepper Trail, junto al Fish and Wildlife Service's lab en Oregón, es uno de los principales ornitólogos forenses del mundo. Trail ha identificado más de 775 especies traficadas, desde pingüinos y casuarios hasta colibríes y bucerótidos.
Fotografía de Luján Agusti, National Geographic

Resolver el misterio de la chuparrosa se ha vuelto especialmente importante para él. “Los colibríes son animales poderosos”, comentó Trail. “Reaccionamos a su vitalidad, su combatividad y su belleza. No hay quien no ame a los colibríes. Descubrir que existía esta gran explotación que pasaba desapercibida, para mí es particularmente triste”, reconoce.

Nadie sabe el daño exacto que el contrabando provoca en las poblaciones de colibríes, pero a algunos expertos les preocupa que la demanda de amuletos del amor parece ser grande y posiblemente siga creciendo.

En 2009, los investigadores que analizaban el mercado de “brujería” de Sonora en la Ciudad de México documentaron más de 650 colibríes muertos en venta. Desde entonces, los agentes federales que trabajaron encubiertos compraron chuparrosas con las etiquetas “hecho en México”, una señal de que existe un mercado comercial. “Tal vez exista una fábrica, o al menos una tienda de tamaño considerable produciéndolos”, comentó Markley, y agregó que todos “están siendo procesados en alguna parte”.

Hay todavía muchas preguntas sin respuesta: ¿Qué tan grande es el comercio? ¿De dónde vienen las aves? ¿Cómo se capturan y matan? ¿Existen solo unos poco traficantes grandes o el comercio está descentralizado? ¿Cuántos compradores creen realmente en la magia amorosa o quieren a las aves como novedades?

“Muchas de las respuestas están en México”, explica Trail, “pero México no se encuentra en nuestra jurisdicción”. “Será interesante saber lo que usted encuentra”. Hizo una pausa. “Tenga cuidado”, alertó.

Gemas de fuego brillante

Los naturalistas se han asombrado mucho tiempo de los colibríes. En el siglo XIX, John James Audubon alabó a estas aves “parecidas a hadas” de las que había dado cuenta mientras pintaba a las aves de América del Norte. Cuando le escribía a un amigo, descubrió al colibrí con su collarín como una “joya que respira...de fuego radiante, que llega a su hermoso collar, como simulando el sol en su esplendor”.

Los colores del colibrí brillan; desde la destellante corona morada y la iridiscente garganta amarillo verdosa del magnífico macho colibrí, hasta el collar brillantemente escarlata del colibrí macho de garganta rubí. Su capacidad voladora es famosa: son capaces de planear hacia arriba, hacia abajo, para adelante, de reversa, a los lados, incluso de cabeza.

Como grupo, unas 340 especies (algunas tan pequeñas como una abeja y otras tan grandes como un cardenal), reciben su nombre por el agudo sonido de sus alas, que zumban a 80 golpeteos por segundo. Con el metabolismo más rápido que cualquier animal en la naturaleza, difícilmente dejan de alimentarse, excepto cuando duermen, lo que pueden hacer solo por su sorprendente capacidad para calibrar hacia abajo sus termostatos internos y entrar en un estado de letargo, como el sueño profundo de los astronautas en los viajes interestelares de las películas del espacio de ciencia ficción.

Cada especie de colibrí se define en buena parte por su adaptación para recolectar néctar suave de los tipos de plantas que poliniza. En el extremo final de este espectro, el pico en forma de sable del colibrí picoespada es más grande que su cuerpo. El pico del ave evolucionó para recolectar néctar de las flores con corolas tubulares largas, incluida una pasiflora que depende casi exclusivamente del espadín de esta ave para su polinización. El colibrí pico de hoz tiene un pico considerablemente arqueado para sorber el dulce sustento de una flor de heliconia mientras se cuelga de la flor. El pequeñísimo colibrí abeja, que solo se encuentra en Cuba, es el ave más diminuta del mundo y pesa menos que una moneda, se ha adaptado a beber el néctar de flores que son demasiado pequeñas para cualquier otro colibrí. Sin embargo, dado que las flores no pueden suministrar toda la energía para mantener al ave en vuelo, es también ágil para atrapar mosquitos en el aire.

Los colibríes pueden verse delicados, pero si se sienten amenazados, persiguen a las mascotas y a la gente, y son lo suficientemente fuertes como para crecer en algunos de los lugares más inhóspitos del planeta, desde las cimas de los Andes y las tierras bajas de América Central hasta los áridos desiertos del suroeste de Estados Unidos y las gélidas costas de Alaska. Algunos realizan migraciones épicas entre sus tierras de invernación y las de apareo: un colibrí rufo récord estableció un record al rastrearse a más de 5630 kilómetros (unas 3500 millas) desde Tallahassee, Florida, hasta cerca de Anchorage, Alaska.

Peligros del vuelo

Claudia Isabel Rodríguez Flores manipula con cuidado a un colibrí mientras lo examina, lo pesa, lo mide, y lo etiqueta en el sitio de investigación La Cantera, en el campus de la Universidad Nacional Autónoma de México, en la Ciudad de México.
Fotografía de Dominic Bracco II, National Geographic

Al menos 17 especies de colibríes migran entre EE. UU. y México, donde un pequeño grupo de investigadores pasa varios días al mes monitoreando tanto a los huéspedes invernales como a los residentes de todo el año.

Su sitio de estudio, llamado La Cantera, es un oasis exuberante en el campus principal de la Universidad Nacional Autónoma de México, en la Ciudad de México. Protegidos del ruido del tráfico y de la contaminación de la una de las metrópolis más pobladas de América del Norte, los florecientes arbustos de la antigua cantera de roca y el murmurante arroyo son un refugio para los colibríes. 

Claudia Isabel Rodríguez Flores quita un colibrí capturado en una red en La Cantera. Se examinan todas las aves y se las identifica con una banda en la pata que les permite a los investigadores rastrear los movimientos del ave con el tiempo.
Fotografía de Dominic Bracco II, National Geographic

Al alba, en una mañana de febrero, Claudia Rodríguez Flores se envolvía en una parka de invierno tratando de mantenerse abrigada a la sombra. Ella, una estudiante de doctorado de Ornitología de Bogotá, Colombia, corrió su largo cabello de la cara y se puso un par de guantes.

El investigador Carlos Alberto Soberanes González se prepara para pesar un colibrí berilo en La Cantera. Los berilo se suelen observar en bandadas, en las copas de los árboles florecidos, y son las especies más frecuentemente identificadas en el lugar.
Fotografía de Dominic Bracco II, National Geographic
Un colibrí berilo, atrapado en una red usada para investigación de migración de aves, es una de las nueve especies de colibríes que se ven en La Cantera.
Fotografía de Dominic Bracco II, National Geographic

Mientras organizaba un área limpia de trabajo sobre una mesa de plástico con una toalla y unas pinzas especialmente diseñadas para ajustar brazaletes de metal a las patas tan delgadas como un alfiler de los colibríes, dio una introducción al proyecto de investigación, que está en su séptimo año. “Intentamos monitorear la población de colibríes”, afirmó. “Los atrapamos con redes de niebla y les ponemos una cinta para que podamos rastrear sus movimientos e intentar comprender la estructura de la comunidad”, explica. Las redes de niebla se elaboran generalmente a partir de mallas de poliéster negro suspendidas como redes de voleibol entre postes de metal. “Hasta ahora”, afirmó, “hemos capturado 1355 aves, que representen alrededor de nueve especies distintas”.

Al recorrer un camino de adoquín, apuntó a una cañada sombría en la que hasta una docena de colibríes como duendecillos se sumergían y salían del agua en su baño matinal. Observé con asombro pensando en el raro placer de observar solo un colibrí en mi jardín, un fugaz momento de deslumbramiento, como al admirar una estrella fugaz. Rodríguez desenredó con cuidado un colibrí graznante de la red de niebla. Puso el ave en una bolsa de tela y la colocó dentro de su camisa para mantenerla abrigada.

De vuelta en la mesa hizo el comentario de que tan saludable se veía el ave. “Se encuentra en una gran condición general”, aseguró. “Probablemente solo mudó de plumas y ya le han puesto una cinta; es una recaptura. La atrapamos antes”.

Utilizó una lupa para leer el código MX8165, ubicado en el diminuto tobillo del ave y le dio agua azucarada a través de un gotero mientras tomaba medidas y le dictaba a un estudiante que registraba la información. “Un colibrí berilo adulto, macho”, dijo.

El colibrí berilo, enérgico y abundante a nivel local, es la especie más común que se encuentra en La Cantera. “Son los jefes de los alimentadores”, afirmó María del Coro Arizmendi, quien había pasado a ver cómo iban las cosas. Espantan y persiguen a otros colibríes al tratar de alimentarse.

Arizmendi, de 55 años, justo después del ejercicio matutino, en calcetas, una chaqueta de vellón negra y zapatillas moradas con lazos de color naranja fluorescente, es la experta más importante en colibríes de México. Ha pasado más de 30 años estudiando estas aves y lo que las amenaza. “Cincuenta y ocho especies se encuentran en México”, afirmó. “Trece están en peligro de extinción y cinco son especies amenazadas”, subrayó después.

Los investigadores usaron diversas redes para capturar colibríes en La Cantera. Ésta, colocada sobre un comedero, es controlada por un estudiante universitario que jala de una cuerda para lanzar la red si aparece un ave.
Fotografía de Dominic Bracco II, National Geographic

Las especies de colibrí endémicas se confinan a nichos de hábitat que son particularmente vulnerables a los peligros ambientales. La coqueta cresticorta tiene el tamaño de un pulgar y la cresta corta, y se encuentra en los bordes del bosque a lo largo de un tramo de camino de 24 kilómetros (15 millas) en la Sierra Madre del Sur, en el sur de México. Ahora una zona de guerra de los carteles de droga, campesinos guerrilleros y milicias gubernamentales; el área es demasiado peligrosa para investigaciones biológicas y, como resultado, se conoce muy poco del estado del ave. Birdlife International, un grupo conservacionista sin fines de lucro, estima que la coqueta cresticorta probablemente esté desapareciendo en un 10 a 20 por ciento cada década debido a que su hábitat forestal se reemplaza con plantaciones de café y otras cosechas, incluidas las amapolas de opio.

También se siente otra amenaza: el cambio climático. Al aumentar las temperaturas globales, los períodos de florecimiento de las salvias y otras importantes plantas de néctar de las que dependen los colibríes están cambiando más temprano en la temporada, con lo cual se desfasan las demandas de búsqueda de comida por parte de las aves. Es una gran preocupación para las especies migratorias que tienen que encontrar comida en paradas técnicas a lo largo de sus rutas. “Vuelan durante un día, recargan energías, luego vuelan unos cuantos días más”, dijo Arizmendi. Si las flores continúan la tendencia de florecer más y más temprano, los colibríes finalmente se quedarán con hambre.

Cuando le pregunté sobre la amenaza que el contrabando de vida silvestre representa para los colibríes, apuntó: “Nadie conoce las dimensiones, pero si el comercio, por la búsqueda del amor, está creciendo, tenemos que detenerlo”. Le preocupan los efectos de la caza furtiva indiscriminada por cazadores furtivos (“sin ningún conocimiento; hembras, jóvenes, lo que encuentran”) en poblaciones de especies endémicas que están confinadas a pequeñas áreas.

Ahora la mesa estaba llena de estudiantes y voluntarios que revuelven guías de aves, lápices, walkie-talkies, pizarras y hojas de datos. Carlos Soberanes González, de 38 años, quien es el co-líder en el trabajo de campo junto con Rodríguez, regresa de hacer una revisión final de la red. Al haber ya marcado y liberado a los colibríes de la mañana, era hora de que Soberanes, Rodríguez y yo viéramos a un sacerdote santero en una cafetería cerca del centro de la ciudad.

“Hecho en México”

Me había imaginado que un Santero podía ser un anciano con una bata decorada o algo exótico, pero Arturo Frausto Iwori Ogbe (“Nicho”), de 25 años, llegó vestido con una camisa negra, un chaleco verde abombado, pantalones crudos y un par de zapatillas Nike negras. En Starbucks, mientras bebíamos un macchiato de caramelo, nos preparó para nuestra visita al mercado en el que compra suministros para las ceremonias religiosas, incluidos los sacrificios de animales. Hablaríamos con algunos comerciantes que venden colibríes muertos, según Nicho. “Pero nada de fotografías; a menos que yo diga que podemos”. (Ya había sido advertido que ese no era un lugar para turistas).

Cristóbal Carreño Parada, que practica la religión Yoruba, pasa el tiempo en el santuario de su familia en la ciudad de México. Según la creencia Yoruba, los colibríes son mensajeros importantes entre los santos y el mundo terrenal. Los colibríes, a diferencia de las palomas y las gallinas, no se usan en rituales de sacrificio.
Fotografía de Dominic Bracco II, National Geographic

La religión de Nicho es la yoruba, bautizada así en honor a uno de los principales grupos étnicos de Nigeria; una fe africana que se profesa comúnmente en Cuba, el Caribe, Latinoamérica y algunas partes de los Estados Unidos. Las creencias tradicionales de la religión yoruba sostienen que todas las personas tienen un destino o suerte y que eventualmente las personas se convierten en un espíritu con un creador divino y fuente de toda energía. El colibrí desempeña un papel importante en esta religión como fuente de poder y como un mensajero entre los reinos espirituales y físicos.

En el mercado cada segunda tienda rebosaba de atrapasueños, muñecos de vudú, velas, calaveras de animales y estatuas de la Santa Muerte. Nicho nos llevó directamente a ver a una “bruja”, una mujer robusta en un delantal con camuflaje verde y botas militares. Nos dio la bienvenida a su tienda, en la que colgaban del techo calaveras y plumas. Extendió la palma de su mano y nos mostró cuatro pequeños colibríes inertes.

“Es para el amor”, afirmó, un conjuro. “Cuando uno logra un amor de esta clase, tenga cuidado porque es en serio. La fuerza de un colibrí es muy fuerte en el mundo místico”, aclaró.

Luego nos explicó cómo realiza el conjuro. “Los ponemos cara a cara (un macho y una hembra) idealmente con ropa interior de un hombre y una mujer. Luego los colocamos en una pequeña bolsa roja, llenamos la bolsa con miel pura y la colocamos en el santuario con velas; así lo hacemos”.

Sin la miel y otras trampas, no se puede utilizar un colibrí como amuleto, continuó: “para la buena suerte, o para abrir caminos. Si tiene a alguien en la mira, solo escriba su nombre, envuélvalo hacia su lado y llévelo cargando. Todos los días ponga algo de su perfume en él”.

Los proveedores en el Mercado de Sonora de la ciudad de México venden colibríes muertos a aproximadamente $2,50 cada uno. Por un poco más de dinero, algunos vendedores preparan las aves en pequeñas bolsas rellenas de miel. Los clientes colocan las bolsas en sus santuarios personales.
Fotografía de Dominic Bracco II, National Geographic

Estas aves, explicaba, las consiguió de un hombre en Pachuca, la ciudad capital del estado de Hidalgo, al norte de la Ciudad de México. “Echan redes sobre los árboles, los atrapan y los preservan en peróxido de hidrógeno”, afirmó. “De esa forma no se rompen ni pierden sus plumas”, aclaró. Una sola ave cuesta 50 pesos (alrededor de dos dólares y 50 centavos), mientras que un amor arreglado, 600 pesos. Ella realiza cerca de 20 de estos al mes, en su mayoría para mujeres. “Funciona el 98 por ciento de las veces”, aseguraba. Y subrayó: “Muy poderoso”.

Más adentro en el mercado, Nicho se detuvo a saludar a otros comerciantes que nos mostraron sus colibríes. En un área -en la que aparentemente interminables jaulas de cachorros, conejos, pollos, loros y una chinchilla muerta llenan los corredores- nos encontramos a un hombre que mostraba algunos colibríes. Los recomendaba como un buen tratamiento para la epilepsia o problemas del corazón.

“Le extrae el corazón”, dijo, “y lo cose para hacer té o sopa”. Una de las especies en su mano era un colibrí amatistino, notablemente más grande que las otras especies que había visto. Al darse cuenta de nuestro interés en el ave, nos la ofreció en 150 pesos. Para animarnos a comprar, lanzó dos dientes que decía que eran de cocodrilo.

Casi cada vendedor que encontramos tenía una docena de colibríes colgando de ganchos como amuletos, con hilo rojo cosido en los ojos y garganta. Soberanes, quien de niño había trabajado en tiendas de mascotas y acuarios, y había estudiado en su postgrado guacamayos militares en el cañón El Sabino de Oaxaca, los tocó incrédulo. Susurró: “estas son las aves que intentamos preservar. Es muy triste”.

Investigación en curso

En el laboratorio forense del Servicio de Pesca y Vida Silvestre, en Oregón, Pepper Trail se encontraba encorvado en un mostrador negro, pinchando un colibrí petrificado con un escalpelo. Había hallado otra clave en el misterio de la chuparrosa: pequeñas esferas visibles en una tomografía computada. Curioso, había sometido a rayos X algunos especímenes recogidos durante el caso Delgado y los examinaba ahora para ver si había algún indicio de cómo se había asesinado a las aves; uno de los misterios que lo perturbaba.

Se quitó los anteojos y sacó una lupa visor para ver las aves mejor. Al principio encontró solo una sustancia parecida a la resina. Notó que los pechos de las aves se habían cortado, pero no podía encontrar ningún metal adentro. La patóloga veterinaria del laboratorio, Tabitha Viner, se ofreció a echar un vistazo. Minutos después, extrajo una bola de metal de color verde opaco del tamaño de una cabeza de alfiler.

“Parece plomo”, comentó Trail. “¿Tal vez un tipo de bala?”, se preguntó.

Colocó el fragmento en un sobre y lo llevó al final del corredor para que lo examinara su colega Pam McClure, una analista del laboratorio de química. “Sí, es plomo”, respondió, al ver los resultados en la pantalla de la computadora. Al compararlo con una tabla de tamaños de municiones, conjeturó que se trataba de un tamaño 11 (1,57 milímetros de ancho), probablemente usada en una escopeta de calibre pequeño.

Pepper Trail ha identificado casi 20 tipos de chuparrosas de colibrí vendidas en bolsas de plástico con adornos y oraciones de amor.
Fotografía de Luján Agusti, National Geographic

Utilizar una escopeta para derribar un colibrí equivale a empuñar un machete para cortar una lechuga. Sin embargo, más de una cuarta parte de las aves que Trail expuso a rayos X recientemente contenían una bala de plomo. Cómo no volaron en pedazos es otro misterio.

Pedro Trinidad, quien creció en las montañas a las afueras de la Ciudad de México y ahora vive en Nueva Jersey, me dijo que cuando tenía seis años, él y sus hermanos mataban colibríes con hondas. Era para matar el tiempo, afirmó, mientras cuidaban a las vacas de la familia. Ahora se arrepiente, pero en ese entonces, era lo que los chicos hacían. “Conejos, víboras; si se movían los matábamos. Podía matar dos o tres colibríes en un día. Un hombre de una tienda local los compraba. Nos poníamos muy contentos porque teníamos unos pesos para comprar una Coca Cola o un dulce”, relataba.

Se necesitaría un ejército de niños con hondas para cubrir la abundante demanda de colibríes en el mercado de Sonora y todas las tiendas de botánica en México y Estados Unidos.

“Todo tiene que ver con la oferta y la demanda”, afirmó Trail. “En tanto la demanda sea alta, las personas siempre tratarán de satisfacerla”, agregó.

Detener el contrabando de colibríes requerirá la aplicación de la ley a ambos lados de la frontera; sin embargo, México todavía no considera que exista un problema real con los colibríes.

Joel González Moreno encabeza la inspección y vigilancia de la vida silvestre, los recursos marinos y los ecosistemas costeros en la Procuraduría Federal de Protección Ambiental. “No hemos detectado una situación de contrabando grave de este grupo de especies”, escribió en un correo electrónico. Citó la pérdida de hábitat como la principal preocupación, pero agregó que los traficantes de animales pueden enfrentar hasta tres años de prisión. Y si el contrabando se asocia con el crimen organizado, el castigo puede ser cerca de 20 años en una prisión mexicana.

Pepper Trail está tratando de llevar el asunto a los oficiales mexicanos. Cada año, México se reúne a EE. UU. y Canadá en un encuentro trilateral para coordinar esfuerzos de conservación. Preparándose para el encuentro del 9 de abril, Trail envió información actualizada sobre el comercio de colibríes.

Los chuparrosas, comprados en tiendas de botánicas por agentes encubiertos del Fish and Wildlife Service, se envían al laboratorio forense del servicio en Oregón (el único en el mundo dedicado a crímenes contra la vida silvestre). Allí se identifica a las aves por especie y se las examina en busca de pistas sobre dónde y cómo ocurrió su muerte.
Fotografía de Luján Agusti, National Geographic

“El trabajo de investigación en curso por parte de la Oficina de Aplicación de la Ley (del Servicio de Pesca y Vida Silvestre) indica que este comercio es importante y extendido, al menos en los estados fronterizos”, escribió. “Se necesita un esfuerzo continuo para recopilar información sobre el estado de las poblaciones de colibríes en EE. UU. y, en especial, en México... Podría ser apropiado considerar si se necesitan protecciones adicionales para los colibríes dentro de la ley mexicana... Se tienen que realizar trabajos de cooperación adicionales que involucren organizaciones gubernamentales y no gubernamentales en EE. UU. y México para educar al público acerca de la importancia ecológica de los colibríes y para desalentar su matanza para utilizarlos en estos amuletos del amor”, añadió.

No cree que esta petición tenga influencia en el orden del día. “Recibí confirmación de que se había recibido”, afirmó. “Pero no hay nadie que la apoye; no soy miembro de la delegación”, reconoció.

Una persona que es miembro de la delegación es Humberto Berlanga, coordinador de la North American Bird Conservation Initiative (Iniciativa para la Conservación de las Aves de América del Norte de México). Él confirmó que el tráfico de colibríes no está en el orden del día de este año. No lo considera tampoco como una alta prioridad. “Tengo la impresión de que el mercado no es tan grande y no creo que afecte a alguna especie en peligro de extinción, pero no tenemos los datos”, aseguró. Y agregó: “Esa en mi impresión general. La gente atrapa y usa ilegalmente las aves, pero no hay suficiente aplicación de la ley para poner límites y detener esta práctica; es triste pero cierto”.

Recientemente, un flujo continuo de nueva evidencia llegó al laboratorio del Servicio de Pesca y Vida Silvestre en Oregón: un total de aproximadamente 300 aves que representa apenas 20 especies hasta ahora. Acompañan a las aves al menos cinco variantes de oraciones amorosas. “Están impresas de manera distinta y el idioma es un poco diferente”, afirma Trail. “Mi hipótesis es que esas presentaciones implican diferentes productores. Eso nos dice que no es sólo uno; podrían ser muchos”, reconoce.

Trail tal vez nunca lo sepa, ya que tiene la intención de dejar el oficio de detective pronto. En una biblioteca de su oficina se encuentra una carpeta blanca y abultada etiquetada como “Plan de retiro”. El año pasado el laboratorio contrató a un nuevo ornitólogo que tomará su lugar. Está ansioso por tener más tiempo para organizar viajes de observación de aves, escribir y ver animales vivos, que respiran. Sin embargo, todavía no ha renunciado al caso de la chuparrosa.

Rene Ebersole escribe sobre Ciencia y el Medio Ambiente para muchas publicaciones, incluidas Popular Science, Outside, The Nation y Audubon.

Wildlife Watch es un proyecto de investigación que realiza informes sobre delincuencia y explotación de la vida silvestre, en un esfuerzo conjunto entre National Geographic Society y National Geographic Partners.

* Este artículo ha sido editado, cambiando el término "hibernación", por "invernación". 

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