La brutal historia de la Olimpiada Popular de 1936: un boicot al fascismo y a Hitler

Los atletas tomaron las armas cuando los juegos alternativos, que protestaban contra las Olimpiadas en la Alemania nazi, se vieron alcanzados por la Guerra Civil española.

Por James Stout
Publicado 27 jul 2021, 14:27 GMT-3

Atletas de diferentes razas sostienen una bandera de la Olimpiada Popular, que se celebraría en Barcelona en 1936 como protesta antifascista contra los juegos oficiales en la Alemania nazi.

Fotografía de Photo12, Universal Images Group, Getty

El 3 de julio de 1936, un mes antes de que se dieran los que se conocen como los Juegos Olímpicos nazis de Berlín, un grupo de deportistas estadounidenses embarcaron rumbo a Europa. El equipo estadounidense incluía a velocistas negros de Harlem, gimnastas judíos de Manhattan y un boxeador birracial de Pittsburgh. Su entrenador era Abraham Alfred "Chick" Chakin, un inmigrante cuya familia había huido de los pogromos de Rusia. Chakin, que se había retirado del boxeo, había regresado al cuadrilátero para dirigir a los atletas, pero no irían a los juegos oficiales en Alemania. Se dirigían a España para la primera Olimpiada Popular, que prometía ser "el mayor espectáculo antifascista hasta la fecha".

Aunque las Olimpiadas de 1936 se recuerdan como los juegos en los que el velocista estadounidense negro Jesse Owens socavó la ideología nazi al ganar la mayor cantidad de medallas de oro, los atletas de la Olimpiada Popular esperaban que sus juegos demostraran la fortaleza del movimiento antifascista. Enseguida descubrieron que la competición contra el fascismo sería mucho más brutal de lo esperado.

La Olimpiada Popular, cuya inauguración estaba prevista para el 19 de julio de 1936, surgió del movimiento global para boicotear el evento en Alemania, el primer intento de boicot en la historia de las Olimpiadas. Pero esta no fue la primera vez que los Juegos Olímpicos se veían envueltos en sucesos mundiales. Los juegos se habían cancelado en 1916 durante la Primera Guerra Mundial; después se cancelarían de nuevo durante la Segunda Guerra Mundial y se pospusieron en 2020 debido a la pandemia de COVID-19. Para el verano de 1936, mucha gente ya no podía ignorar lo que ocurría en Alemania. Hitler había remilitarizado la región de Renania en violación del tratado de Versalles que puso fin a la Primera Guerra Mundial y había comenzado a reunir a judíos, romaníes, izquierdistas, hombres acusados de ser gais y personas con discapacidades y enviarlos a campos de concentración.

Las Olimpiadas de 1936 en Berlín sirvieron de propaganda para los nazis. Durante las ceremonias de apertura, la antorcha olímpica fue transportada por hileras de Juventudes Hitlerianas.

Fotografía de Getty

Con todo, la campaña de boicot no logró convencer a los países de que sus delegaciones se quedaran en casa. La Conferencia Internacional para el Respeto al Ideal Olímpico, celebrada en abril en París, elaboró otro plan: un evento alternativo que serviría de escaparate al Frente Popular; la alianza de personas de izquierdas, liberales, comunistas y socialistas que se había unido para impedir la propagación del fascismo. El Gobierno catalán ofreció Barcelona como sede, aunque España también iba encaminada hacia el conflicto. A principios de aquel año, el Frente Popular había ganado por poco las elecciones, incluidas Barcelona y Madrid, lo que supuso una llamada a las armas para monárquicos, fascistas, extremistas católicos y terratenientes de la derecha. Con todo, unos 20.000 deportistas y aficionados antifascistas decidieron asistir a los juegos.

Las alternativas a los JJ. OO. no eran una idea nueva. Las Olimpiadas Internacionales de Trabajadores se habían celebrado cada cuatro años desde 1921 para contrarrestar la inclinación de los juegos oficiales, percibida como aristocrática, pero el esfuerzo socialista excluyó a anarquistas y a otros miembros del Frente Popular. Los Juegos Macabeos inaugurados en 1932 continúan hasta la actualidad, pero esa competición era principalmente para atletas judíos y, más adelante, israelíes.

La Olimpiada Popular sería diferente, sobre todo de los eventos oficiales en Berlín. Durante las ceremonias de inauguración, los judíos exiliados de Europa y personas de pueblos colonizados del norte de África entrarían al estadio con equipos que representarían tanto a estados nación como a naciones sin estado, acompañados de una canción compuesta por un judío alemán exiliados con letra de un poeta catalán. El público vendría de 21 naciones y el primer evento deportivo de los juegos sería la carrera de relevos de 10x100 metros, una carrera de relevos de 10 personas diseñada para recompensar a los países por elevar la forma física de sus trabajadores en lugar de celebrar el talento individual.

Las mujeres también competirían, con más oportunidades para demostrar sus habilidades de las que permitía el Comité Olímpico Internacional en Berlín. «La imagen de la Olimpiada Popular no estaría completa si una mujer no ocupaba el lugar que le corresponde en ella», proclamaron los organizadores, entre ellos el Club Femenino y de Deportes de Barcelona.

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La Olimpiada Popular, planificada en solo tres meses, no podía ofrecer los lujos de los juegos oficiales. Los atletas de Berlín se alojaron en la recién construida Villa Olímpica (tras marcharse, la aldea albergó a la Legión Cóndor, la unidad militar alemana que acabaría bombardeando la localidad vasca de Guernica un año después, matando a cientos de civiles). En Barcelona, los atletas se alojaron en casas, hostales y el recientemente renombrado Hotel Olímpic. En las semanas antes de los juegos, las autoridades catalanas recorrieron la ciudad desesperadamente intentando encontrar más alojamientos debido al apetito inesperado por una Olimpiada antifascista. Cuando los juegos se ampliaron de cuatro días a una semana, los pósteres, que ya se habían colgado, tuvieron que ser actualizados uno a uno.

El equipo estadounidense llegó a Barcelona el 15 de julio. Habían oído rumores de malestar en España —y de un golpe próximo—, pero la velocista Dot Tucker, la única mujer del equipo, recordó más adelante "no teníamos miedo". Chakin intentó en vano impedir que los atletas no fueran a los bares y discotecas de Barcelona. Sin embargo, la noche antes de los juegos, se retiraron temprano.

Unas horas después, el velocista Frank Payton se despertó "con el estruendo de un cañón, varias metralletas y rifles, y el sonido de pies marchando". Desde las ventanas de su hotel, los atletas observaron a hombres y mujeres arrancando los adoquines y llenando bolsas de arena para construir barricadas. El ejército golpista enseguida entró en la ciudad decidido a derrocar al Gobierno republicano.

Combatientes republicanos, que apoyaron al gobierno de izquierda, marchan al comienzo de la Guerra Civil española en 1936.

Fotografía de Universal History Archive, Universal Images Group, Getty

Los civiles de las barricadas se resistieron. "Socialistas, comunistas y sindicalistas se unieron para erradicar el fascismo", contó Payton en una entrevista más adelante. "Las mujeres montaron barricadas; algunas mujeres incluso dirigieron destacamentos de trabajadores contra los fascistas". Muchas de esas mismas mujeres habían formado parte del Club Femenino y de Deportes, que había invitado a jóvenes catalanas a competir y luchar como iguales con los hombres. En un caso, unos anarquistas avanzaron sobre los militares con las manos arriba, hablaron con los soldados y los convencieron para que apuntaran su artillería hacia sus oficiales.

La batalla dejó una gran huella en los jóvenes estadounidenses. Charlie Burley, campeón de boxeo nacional de Pittsburgh, salió con sus compañeros en cuanto pararon los disparos y se hizo con una pala para reforzar las barricadas. Se les unieron alemanes e italianos exiliados, que sabían que la única forma de volver a casa era derrotar el fascismo, primero en España y después en Berlín y Roma. En toda la ciudad, los trabajadores asaltaron las armerías y lograron repeler los esfuerzos del ejército del bando nacional.

En unas horas, el antifascismo pasó de ser una idea a una acción y una victoria rotunda en la capital catalana. Por el momento, el golpe había sido derrotado, pero no habría Olimpiada Popular. La Guerra Civil española acababa de comenzar.

Tras el fin de la batalla, los equipos marcharon por las calles cantando el himno de izquierdas, "La Internacional", en sus propios idiomas. Un atleta francés había sido asesinado, la primera de las más de 15.000 víctimas internacionales del conflicto. Muchos atletas se marcharon esa misma semana. "Vinieron por los juegos y se quedaron para ver la victoria del Frente Popular", les dijeron los organizadores. "Cuenten las noticias de lo que han visto en España".

No todos los atletas se quedaron en casa mucho tiempo. Chakin estaba atormentado por lo que vio en Barcelona. El año siguiente, él y su mujer, Jennie Berman Chakin, regresaron a España. Ella fundó un programa de terapia con arte para niños desplazados por la guerra, mientras que él se marchó al frente, donde ejerció de intendente en el batallón Mackenzie-Papineau. En marzo de 1938, Chakin fue capturado y ejecutado por el bando nacional.

Doscientos atletas que habían querido competir en la Olimpiada Popular combatieron con los republicanos en España. La mayoría fueron asesinados. George Orwell, que también participó en el conflicto, dijo una vez que el deporte es "una guerra sin disparos", pero los antifascistas que acudieron a Barcelona para la Olimpiada Popular en 1936 realmente jugaban en un partido de vida o muerte.

James Stout es el autor de The Popular Front and the Barcelona 1936 Popular Olympics: Playing as if the World Was Watching ("El Frente Popular y las Olimpiadas Populares de Barcelona de 1936: Jugando como si el mundo estuviera viendo").

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