
El 23 de febrero de 1945, seis marinos de Estados Unidos colocaron la bandera estadounidense en la cima de una colina destruida por la batalla en la isla de Iwo Jima, una fortaleza japonesa defendida implacablemente. John “Jack” Thurman recuerda que el solo hecho de ver la bandera animaba a los cansados marinos. “Incluso después del anochecer, los proyectiles de artillería explotaban y, por el destello, podías ver la bandera allí, flameando. Erguida todavía. No podía evitar pensar en el Fuerte McHenry y el himno ‘The Star-Spangled Banner.’ Durante la noche, las bombas explotando en el aire demostraban realmente que nuestra bandera seguía allí”, recuerda Thurman.
Doutly, la menor de seis hermanos, creció en Detroit. Se puso pantalones por primera vez a los 19 años cuando aceptó un trabajo en Briggs Manufacturing, en el que remachaba componentes para los bombarderos B-24 y B-29. Recuerda a la Segunda Guerra Mundial como un tiempo de unión. Los vecinos de todos los orígenes se unían para escuchar la radio o conmemorar a los jóvenes soldados muertos en combate en el extranjero. “Alguien tenía una papa. Alguien tenía una cebolla. Las tirabas a la olla y hacías sopa”, cuenta. “Veías qué se podía hacer”.
Cuando Hitler anexó a Austria en 1938, muchos judíos austriacos huyeron. La familia de Lerner pasó tres años fugándose y finalmente desembarcó en Estados Unidos cuando él tenía 16 años. “No teníamos un centavo y no hablábamos inglés, pero estábamos a salvo”, señala. A los 18 años, Lerner se alistó en las Fuerzas Armadas de Estados Unidos. Como hablaba francés y alemán, fue asignado a la OSS (Oficina de Servicios Estratégicos) — predecesora de la CIA. Pasó gran parte de la guerra interrogando a prisioneros alemanes y buscando miembros de la famosa SS nazi. ¿La prueba incriminatoria? “Todos los miembros de la SS tenían tatuado su tipo de sangre debajo de su axila izquierda”.
Con 110 años, Lawrence Brooks de Nueva Orleans es el veterano de la Segunda Guerra Mundial de mayor edad. Desde 1941 a 1945, prestó servicios como asistente de apoyo de los oficiales en el Pacífico en el batallón de ingenieros 91°, cuerpo predominantemente compuesto por afroamericanos. Brooks dice que tiene buenos recuerdos de los días en las Fuerzas Armadas, pero también malos, como ser “tratado mucho mejor en Australia” que por blancos en Estados Unidos.
“Nos enviaron a morir por el emperador y la nación imperial, y todos hacíamos como que creíamos en ello. Pero cuando los soldados estaban agonizando, los más jóvenes pedían por sus madres y los más grandes decían los nombres de sus hijos. No escuché a nadie que nombrara al emperador o a la nación”.
A los 15, Nishizaki dejó su hogar para unirse a la Marina en 1942 y su madre le dio una orden: “Debes sobrevivir y regresar”, le imploró. Se aferró firmemente a sus palabras, incluso cuando los vientos de la guerra lo trasladaban por el Pacífico, de una batalla a la otra, y, finalmente, cuando lo enviaron a una misión suicida en Okinawa. Contra todos los pronósticos, vivió y honró la demanda de su madre.
“No quiero recordar nada de eso, ni siquiera hablar. Es todo tan difícil. No quiero que nadie tenga que sufrir algo similar de nuevo. Cuando hablo de mi niñez, me altero. Comienzo a llorar. No quiero llorar más; quiero vivir el resto de mi vida en paz y ver solo lo bueno de la vida. No quiero ver nada terrible nunca más. Lo siento”.
Nikitina, de 87 años, era una niña cuando comenzó el bloqueo nazi de Leningrado que duró 900 días. Ya había perdido a su madre y su padre estaba en la guerra, por lo que la evacuaron rápidamente de la ciudad sitiada. Casi todos sus familiares que no pudieron escapar del dominio nazi murieron de hambre, frío o por un bombardeo. Estas situaciones se llevaron alrededor de 800.000 vidas civiles.
Brockmann, de 93 años, tenía 12 en 1939 cuando Alemania invadió Polonia y desató la Segunda Guerra Mundial. Hitler era su ídolo y ansiaba ir a la guerra. Una vez allí, a finales de la guerra, vio atrocidades que estaban “en contra de todo lo moral que él creía como soldado alemán”. Terminó la guerra en cautiverio soviético— “el peor escenario posible”, dijo.
