Cómo asegurar la efectividad de una vacuna contra el COVID-19 en las poblaciones de riesgo

El envejecimiento del sistema inmunitario crea problemas para cualquier candidato a vacuna contra el coronavirus, pero hay formas de superar este obstáculo.

Por Roxanne Khamsi
Publicado 20 jul 2020, 10:29 GMT-3
A Jenny Nelle, residente de un centro para personas mayores AWO en Kassel, Alemania, le están ...

A Jenny Nelle, residente de un centro para personas mayores AWO en Kassel, Alemania, le están tomando la temperatura.

Fotografía de Swen Pförtner, Picture Alliance via Getty Images

SI QUIERES identificar un órgano esencial para luchar contra el COVID-19— y para comprender por qué la enfermedad es tan dura con las personas mayores— pon tu dedo en el medio de tu pecho y desplázalo por todo el esternón. Frena justo antes de llegar al cuello. Allí, ubicada justo detrás del hueso entre los pulmones, se encuentra la glándula que cautivó la curiosidad de Edith Boyd en la década de 1930: el timo.

Boyd se puso a investigar cómo la edad afectaba su tamaño. Estudió los datos de 10.000 autopsias reunidas en la Universidad de Minnesota, donde se desempeñaba como profesora adjunta, y también analizó la información recogida por los científicos de cuatro países europeos. Confirmó un patrón interesante: el timo, del tamaño de un paquete de goma de mascar, parecía aumentar su tamaño en la pubertad, para luego encogerse de forma constante.

Pasaron 30 años hasta que los científicos descubrieron la finalidad del timo; fue el último órgano principal al que le encontraron su función. Resultó ser la fuente de células T, un grupo fundamental de luchadores patógenos, algunos de los cuales ayudan al sistema inmune a crear defensas adicionales como los anticuerpos.

Ese descubrimiento, combinado con nuevas ideas de los anatomistas como Boyd, revela finalmente por qué las enfermedades infecciosas emergentes como el COVID-19 podrían ser doblemente peligrosas para los adultos mayores. En primer lugar, con el transcurso de los años, el arsenal de células T adaptables disminuye, dado que el timo se llena con tejido grasoso. Como resultado, nuestros sistemas inmunes comienzan a estar mal preparados para luchar contra virus nuevos. Un análisis del 17 de julio de más de 50.000 muertes por coronavirus en Estados Unidos halló que el 80 por ciento de quienes habían muerto tenían 65 años o más.
 

“Debido al COVID-19, los investigadores tienen que prestar más atención a cómo funcionan las vacunas en las personas mayores.”

En segundo lugar, el envejecido timo también puede complicar el desarrollo de la vacuna para la pandemia. Las vacunas le dan instrucciones a nuestro sistema inmune, que las células T ayudan a difundir. A los 40 ó 50 años, el timo ha agotado casi toda su reserva del tipo de células T que pueden aprender a reconocer patógenos desconocidos y “entrenar” a otras células del sistema inmune para que les hagan frente. Muchas vacunas cuentan con dichas células T.

Por el COVID-19, los investigadores están teniendo que prestar más atención que nunca a cómo las vacunas actúan en las personas mayores. Por ejemplo, Moderna Therapeutics, que esta semana publicó los primeros resultados de un ensayo de fase uno de su nueva vacuna mRNA, está encarando un ensayo de fase dos específicamente para adultos de 55 años y más.

“Hasta hace muy poco, gran parte del enfoque de las vacunas comunitarias ha sido salvar las vidas de los niños”, señala Martin Friede, coordinador de la Iniciativa para la Investigación de Vacunas de la Organización Mundial de la Salud. “En realidad, quienes más necesitan la vacuna podrían ser las personas a quienes la vacuna no les haría efecto”.

Friede agrega que los ensayos en los adultos mayores también son esenciales porque no todos envejecemos de la misma manera. No se trata del timo únicamente: algunas personas pueden ir a caminar toda una cancha de golf sin problemas, mientras que otras son demasiado frágiles para hacerlo; estas diferencias de vitalidad podrían trasladarse a las diferentes respuestas a la vacuna.

Los desarrolladores de drogas pueden modificar sus vacunas para aumentar las posibilidades de que las personas mayores estén protegidas. Pero realizar estas modificaciones— y lograr que los escépticos las acepten— puede ser difícil.

Estimulando la inmunidad envejecida

Al hacerle frente a la influenza, quienes desarrollan vacunas han ganado algún tipo de experiencia con la “inmunosenescencia”, el deterioro del sistema inmune por el transcurso de los años. Las personas mayores son más susceptibles y, habitualmente, las vacunas contra la gripe los protegen menos.

Para vencer este obstáculo, el gigante de las vacunas Sanofi Pasteur, por ejemplo, creó una vacuna contra la influenza denominada Fluzone para personas de 65 años o más que contiene cuatro veces más de “antígeno” estimulador del sistema inmune, un componente molecular de un patógeno que puede hacer que el cuerpo produzca anticuerpos protectores. Un estudio de 2014 descubrió que la versión de dosis alta era 24 por ciento más efectiva que la dosis regular.

Otra manera de aumentar la eficacia de las inmunizaciones de la gripe para las personas mayores es usar adyuvantes— ingredientes agregados para que las vacunas estimulen el sistema inmune aún más. Por ejemplo, la vacuna Fluad contiene el adyuvante MF59, que deriva parcialmente del escualeno, un aceite natural producido por la piel y por las plantas.

Los adyuvantes se han utilizado durante aproximadamente un siglo para las vacunas, no solamente para la gripe o para las personas mayores. Pero hasta los que fueron probados y testeados han sido catalogados como peligrosos por los activistas antivacunas.

Por ejemplo, un adyuvante a base de escualeno denominado AS03 de la empresa farmacéutica GSK se utilizó en una vacuna empleada contra la pandemia de la gripe porcina de 2009. La vacuna fue retirada del mercado luego de que surgieran informes de narcolepsia en Escandinavia y nunca llegó al mercado de Estados Unidos. Un estudio de 2014 realizado a 1,5 millones de personas y llevado a cabo por los Centros para el Control y la Prevención de las Enfermedades de Estados Unidos no halló conexión alguna entre la vacuna de la pandemia y la narcolepsia; pero los grupos antivacunas continúan culpando al adyuvante, promoviendo el concepto de que provocaba reacciones inmunes excesivas.

Esta desinformación sobre los adyuvantes preocupa a los doctores ya que puede hacer que las personas duden en obtener la inmunización de la vacuna contra el COVID-19.

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    “Los antivacunas están buscando cualquier motivo para rechazar una vacuna”, señala Wilbur Chen, que dirige estudios clínicos en adultos para el Centro de Desarrollo de Vacunas y Salud Mundial de la Universidad de Maryland. “Para ellos, la discusión ahora se basa en; ‘Ah, estos adyuvantes son peligrosos’”, agrega.

    Sin embargo, Chen les advierte a los desarrolladores de vacunas que no se dobleguen a esto: “el problema, cuando tomamos en cuenta su preocupación, es que involuntariamente les damos legitimidad y luego dicen: ‘Ah bueno, era una verdadera preocupación y por eso lo modificaron’”.

    GSK ha dicho que producirá grandes volúmenes de adyuvante AS03 para su potencial uso por asociados que desarrollen múltiples vacunas para el COVID-19. La empresa señala que la narcolepsia experimentada por algunas personas luego de recibir la vacuna contra la gripe porcina fue desencadenada por una reacción al virus de la gripe H1N1 que estaba circulando entre la población.

    Lo que es viejo no es nuevo

    Una mayor edad no siempre determina el resultado del COVID-19. Hay noticias que nos muestran que hay centenarios venciendo a la enfermedad y adolescentes sucumbiendo ante ella. Un nuevo informe en la revista Science documenta una variedad de respuestas inmunes al COVID-19, independientes de la edad, entre ellas una que fue, esencialmente, una no respuesta.

    Esa falta de respuesta de algunas personas mayores en el estudio “podría relacionarse con la inmunosenescencia”, especula Michael Betts, inmunólogo de la Facultad de Medicina Perelman de la Universidad de Pensilvania y autor del estudio. “Algunas personas responderán mejor que otras y, actualmente, no sabemos necesariamente los motores de eso”.

    La inmunosenescencia no es solo el deterioro de ciertas células T. También implica el debilitamiento de la respuesta inmune “innata”, la primera defensa que el cuerpo lanza contra los microbios invasores, incluso antes de crear anticuerpos que puedan reconocer a un antígeno específico.

    Para empeorar las cosas, la inmunosenescencia no es el único desafío que se les plantea a los investigadores en el diseño de las vacunas contra el COVID-19 para las personas mayores. Hay cada vez más pruebas de que muchos adultos mayores tienen otro problema: sus sistemas inmunes están preocupados luchando contra varios virus que provocan infecciones para toda la vida una vez que ingresaron en el cuerpo, como el comúnmente benigno citomegalovirus (CMV).

    “Cuando examinas a los adultos mayores, el 20 por ciento de su sistema inmune está dirigido hacia el CMV”, explica David Kaslow, vicepresidente de medicinas esenciales en PATH, una organización sin fines de lucro de Seattle. “Eliminar todos estos virus tiene un costo”.

    Los científicos lo llaman “inflammaging” (envejecimiento de origen inflamatorio): el sistema inmune está esencialmente atrapado en un estado inflamatorio. Esto podría complicarle la situación al cuerpo para detectar un nuevo patógeno como el COVID-19, o para que lo estimule una vacuna contra ese virus.

    “Es, esencialmente, como estar en una habitación con mucho ruido y alguien pide ayuda”, explica Friede. “No lo vas a escuchar”.

    Los investigadores que están intentando estudiar estos problemas del sistema inmune envejecido en el laboratorio se encuentran ante un peculiar problema: la falta de ratones mayores. Mantener ratones mayores es caro para los proveedores, así que generalmente no tienen muchos.

    “A finales de la semana pasada, intenté ordenar ratones mayores a nuestro proveedor habitual”, cuenta Byram Bridle, inmunólogo viral de la Facultad de Veterinaria en la Universidad de Guelph, Ontario, Canadá. “No tiene ratones mayores y, recientemente, ha comenzado un programa para permitirles a algunos ratones envejecer. No tendrán ratones de 18 meses de edad para la investigación hasta enero de 2021”.

    Finalmente, los investigadores de vacunas se enfrentan ante un problema fundamental del COVID-19: nadie se ha encontrado con el nuevo coronavirus antes. Según Friede, otras vacunas diseñadas para adultos mayores, incluyendo aquellas contra la gripe y la culebrilla, son, esencialmente, vacunas de refuerzo porque todos han estado expuestos a la influenza y gran parte de los adultos mayores ha tenido varicela, el virus que causa la culebrilla.

    Asimismo, por la exposición de una vida entera a los coronavirus que causan resfriados, los adultos mayores ya tendrían un repertorio de anticuerpos que se aferran al SARS-CoV-2, el virus que provoca el COVID-19. Contrario a la lógica, eso podría impedir que el cuerpo diseñe mejores anticuerpos. “Tal vez sea malo para la infección”, señala Betts.

    O las infecciones anteriores a dichos gérmenes podrían ser algo bueno. Hay nuevas pruebas que establecen que la exposición al brote SARS de 2003 o a los coronavirus de los animales ha equipado a las personas con una respuesta de células T contra el SARS-CoV-2. Se necesita un estudio más amplio para determinar la extensión de esta protección y lo que podría implicar para una vacuna dado que el virus podría seguir siendo complemente nuevo para muchos sistemas inmunes.

    “Para el COVID-19, es probable que tengamos que preparar a la población contra algo que nunca antes ha visto”, señala Friede.

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